Capítulo Sesenta y Cuatro

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Llegó el momento en el que tenía que regresar a Londres. Había cumplido con mi misión: ver a Eric y saber que estaba a salvo. Sin embargo, el hecho de estar ilegal complicaba las cosas y no podía arriesgarme a que la situación se volviera más peligrosa. Eric se opuso de inmediato a que regresara.
-No puedes irte -dijo, su expresión reflejando una combinación de preocupación y desesperación-. Necesito que estés aquí.
Ya Eric se había levantado. Se apoyaba en muletas, pero se había sentado otra vez en su cama. Dónde sí era su habitación.
Megan, consciente de los sentimientos de Eric por mí, no quería contradecirlo. Sabía que era un momento delicado y que no podía dejar que Eric cayera en una depresión ahora que había despertado.
-Está bien, Eric -respondió, haciendo un esfuerzo por mantener la calma-. Haremos algo al respecto.
Entonces, en un acto de generosidad y determinación, ella prometió que hablaría con su amigo y padrino de Eric: el padre de Anette y Jefe de Policía Nacional. Quería pedirle una cita en su casa para que valorara mi caso y me permitiera permanecer un tiempo en París hasta que se resolviera mi situación legal.
Con el compromiso de cuidar de Eric hasta que se recupere y pueda hacer todos los trámites legales. Era todo lo que yo quería. Sentí una oleada de gratitud y alivio al escuchar esas palabras.
Después, Alex y Ari regresaron a Londres. Yo fui a casa de mis abuelos, en la Avenida Gravelle. La emoción de volver a verlos era inmensa, y nos reunimos para una pequeña cena familiar. La calidez y la risa llenaron la habitación, y volví a ver a mi perro Er. Lo abracé con tanto amor y alegría que podía sentir su energía vibrante al volver a estar juntos.
Regresé a mi habitación y, al verla, contemplé que todo estaba como lo había dejado. Este lugar, mi segunda casa, era mi remanso de paz. Pasé horas hablando con mis padres y con Nina, compartiendo todo lo que había vivido en París. Les conté sobre Eric, su despertar. Cuando llegó el momento, incluso perdoné desde el fondo de mi corazón a mis padres por haberme ocultado la información sobre el accidente.
-Nada realmente importa, lo que necesitamos es amor -expliqué, sintiendo cómo esas palabras resonaban en mí.
Y es lo que sentía. El amor que había encontrado en medio de la adversidad, el amor que había renovado mis lazos familiares. Además, estaba libre de las amenazas de Verónica Harrison y su grupo de bandidos, Michael Jones y Jan Wenner. Esa carga que había estado encima de mí se desvanecía con cada momento de paz que pasaba en casa.

Archibald Connor. Los secretos de la luz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora