Capítulo 51

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Tayler Aragon.


Lazos.

Tallo mis labios mientras recuerdo el sabor de su boca, algo me cosquillea en la boca del estómago. «Es una maldita loca», pienso. Digo, entro por la ventana de un edificio como si fuese la maldita viuda negra, hizo un revoltijo, explotó la camioneta de la perra esa afuera del hospital con una de las fuerzas de la seguridad más fuertes del mundo, y escapó.

Lo hizo porque no le permitieron verme, y... tuve que darles el mensaje de: con mi maldita mujer nadie se mete. Esa estúpida perra la humilló, aunque supe que le dió una paliza.

Sin embargo, lo que me sorprende más es que haya venido por mí. Y aunque me duele cada maldita vez que respiro quiero llegar a mi hogar, y verla envuelva en sábanas, quitarlas para ver su piel desnuda, ver su coño y llevarme la sorpresa de lo mucho que me ha extrañado.

A ella le gustaría este lugar. La compensaré por la boda que se aplazó, pero volveré para que nos casemos.

Le doy una calada a mi puro y un sorbo a mi ron dejando que masajee mi tráquea, saboreo la cortina de himno que se hace mientras me recargo de la silla de jardín en el balcón de la casa más simple que he visto en mi vida.

Sus pasos vienen hacia mí y me prepararon para el sermón de padre que no le queda al imbécil.

—Se supone que no debes tomar... ni fumar —me intenta regañar.

—Te recuerdo... —lo miro por encima de mi hombro mientras me impregna las fosas nasales a perfume barato—: te recuerdo, Carsten que ya no soy tu problema.

—Eres mi hijo... —se dirige al barandal.

—¡No soy esa mierda, y es mejor que te calles —escupo—, soy tu boleto a la libertad, la tuya y la de tu bastardo! De todos ellos.

Las estupideces que uno debe aguantar, porque prefirió huir que dar la cara, por lo cual fingió su muerte cuando le disparé y se largo dejándome con lo que yo más odio. ¡Está vida! ¡Nunca quise esto! Sin embargo; me gusta el poder que tengo.

—Debes permanecer en reposo —dice cuando intento levantarme.

—¡Lo que necesito es matar a alguien! —lo empujo con el dolor en las costillas acribillándome los pulmones—. ¡Quiero irme ya!

Me apoyo del barandal apreciando el patio lleno de pavimento, y ni una puta planta. Lo que me hace saber que tan lejos estoy de casa, de mi pequeña niña. Mi mujer, y la maldita loca que aparentemente se infiltró con los calavera en una redada de la cual salió herida, por eso es que quiero largarme. Es cuestión de tiempo para que la guerra comience y yo no estoy para vivir en un suburbio.

—¿Sigues con la chica? —pregunta detrás de mí.

Su voz me recuerda a cosas que prefiero olvidar, y por eso me alejé de toda mi vida. Ahora él vive a la mitad de la nada con una mansión de lujo cerca de la costa. Lo quiero lejos de mí y no entiendo porque ahora se preocupó cuando es obvio que jamás fue así. Él eligió a su bastardo.

Él cuál se metió en un problema hace poco y llegó casi muerto.

—A ti te importa una mierda lo que yo haga o deje de hacer —escupo. Lo encaro regulando la altura, mira mis ojos y sé que le recuerdo a ella cuando me niega la vista—, me voy a largar y no lo vas a impedir.

—¡A mí no me hablas así pendejo de mierda! —de la nada tenga la cara contra la mesa del desayuno—. ¡Me importa muy poco tu humor de mierda, pero a no me me hablas como le hablas a todos los vagabundos que conoces! Si tienes a tu puta me parece bien. Pero necesito malditos herederos, y si no, despídete de tu puesto.

𝓝𝓮𝓰𝓪𝓬𝓲ó𝓷 3(+21) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora