La Enfermedad

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Ver a tu hijo sufrir por una enfermedad nunca en fácil, al menos no la primera vez.     

Siempre hay dudas, siempre está la incertidumbre de si sabrás o no qué estás haciendo, de si deberías llevarlo a un hospital, de si quizás estaría mejor en manos de alguien que sepa más que tú, de si será o no algo grave que tu inexperiencia no puede comprender.

Podríamos decir que de igual forma era a lo menos curioso que Nick se hubiera enfermado, es decir, no muchos niños llegan a la edad de cuatro años sin vivir una fiebre o tos antes, quizás su sistema inmune había sido lo suficientemente fuerte como para aguantar tanto tiempo o simplemente la bacteria había sido lo suficientemente viral como para afectarlo.

¿Pero cómo? Ni Lobo ni Diane se habían enfermado en meses, Nick no iba a ningún preescolar y muy rara vez lo llevaban a parques con gran presencia de otros niños, sin mencionar que las casas de los dos pasaba todas las semanas por un riguroso y estricto código de limpieza para evitar la acumulación de polvo o moho que pudiera afectar la salud de su hijo.
Así que vuelve la pregunta ¿Cómo se enfermó en primer lugar?

Quizás no fue algo en lo que tuvieran culpa. Quizás la naturaleza misma tenía la responsabilidad de ésto.

Fuera lo que fuera Lobo tendría que lidiar con ésto completamente solo ya que Diane, otra vez, había tenido que hacer horas extras en su trabajo, sin mencionar que de igual forma no podría participar en el cuidado de Nick al tener que viajar a New York para reunirse con alguien que “supuestamente” la iba a ayudar en su candidatura.

Tenía todo el peso sobre sus hombros.

— Cuarenta grados... —murmuró en un siseo el mayor tras retirar el termómetro de la boca de su cachorro, frunciendo el ceño— Ésto no pinta bien —habló para sí mismo, jugueteando con el pequeño aparato por un momento.

— Mamá... —sollozó el pequeño zorro que ardía en fiebre, con sus ojos llenos de lágrimas— Quiero a mí mamá —pidió, sin poder respirar bien por lo obstruidas que estaban sus fosas nasales, temblando entre las frazadas.

— Yo también desearía que mami estuviera aquí, campeón —responde, limpiando el termómetro con un algodón mojado en alcohol—, pero ya verás que todo va a estar bien ¿Sí?... Yo estoy aquí y me asegúraré de que te recuperes.

El más pequeño lo ve con inseguridad, inclinando sus orejas hacia los lados, sintiéndose débil por primera vez en toda su vida.
No quiere jugar, no quiere correr, no quiere nadar en la piscina de su padre, mucho menos quiere ir al parque o leer sus libros favoritos, solo quiere estar con su mami, es todo en lo que puede pensar ahora.

El lobezno suspira, dejando el termómetro sobre la mesita de noche a la par de la medicina que debía darle dentro de una hora, más o menos.

¿Para qué mentir? Él también estaba cansado, también se sentía derrotado, ya iban por el cuarto día de la fiebre y ésto no parecía mejorar. No quería verse en la necesidad de llevarlo al hospital, no porque no pudiera pagarlo o porque le diera miedo que alguien pudiera reconocerlo ahí, no, simplemente no quería porque sabía que a Nick le daban terror, al menos eso fue lo que les demostró la última vez que fue para que le pusieran una inyección que el estado había empezado a recomendar.

Por ahora el vulpino solo debía descansar y relajarse. Para mayor comodidad Lobo había decidido mudarlo a su habitación, no solo porque la cantidad de luz solar que entraba podría hacerle bien, si no porque había una televisión frente a la cama que, si bien no parecía la gran cosa bien podría darle un poco de entretenimiento en todos esos días que se la pasaba postrado en cama, además de que así se ahorraba la posiblidad de que si la enfermedad era algo grave pudiera infectar sus juguetes y de ahí extenderse, quizás empeorar... No, no, no.

Igual tarde o temprano tendría que hacerle una limpia a esa habitación, aspirar la alfombra, limpiar las paredes y ventanas, ventilarla y cambiar las cortinas y sábanas, todo lo que tuviera que ver con el aseo, por el bien de su hijo, por el bien de su conciencia.

— Todo va a estar bien —promete el de orbes ambar tras arroparlo con una sábana tan ligera como su pijama blanco, depositando un casto beso sobre su frente— Te preparé una sopa de pollo ¿Sí? Ya verás que te pondrás mejor.

Mentira. Ni él sabía si era algo posible a éstas alturas, pero la esperanza era lo último que se perdía o eso quería creer...

El más pequeño bajó la mirada y se acurrucó contra la almohada, cerrando sus ojos en lo que intentaba ceder a una ola de sueño repentino, olvidándose del dolor que le recorría los huesos y de la dificultad que tenía para respirar...
Una preocupación menos.

Lentamente el lobezno salió de la habitación y se apresuró hacia la cocina, deseando que en cualquier momento Diane llamara y le preguntara por Nick...

Deseando aquello que sabía que no iba a suceder, esperando la llamada que jamás iba a llegar.

The Path With You ft. Diane&NickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora