El Gran Viaje

25 12 0
                                    

— ¡¡Pero mamááá!! —sollozó el cachorro de zorro con varias lágrimas bañando sus mejillas, producto del berrinche más grande hecho hasta ahora— ¡¡¡Quiero ir!!! ¡¡¡Quiero ir!!! ¡¡¡Quiero ir!!! —gritaba, pataleando en el suelo de la sala, mostrando su descontento en lo su pelaje se erizaba de pies a cabeza.  

— Ya te dije que no puedo llevarte, cielo —respondió por enésima vez la mayor en lo que retocaba su labial, utilizando un espejo de mano para lograr la tarea de mejor forma.

— Y gracias a Dios —musita el lobezno de ojos ámbar, bajando el resto del equipaje de la vulpina del segundo piso—, ¿Tienes idea de lo aburridos que son los viajes, Nicky? —pregunta, tras hacer a un lado las maletas, llamando la atención del infante— Literalmente no puedes moverte de tu asiento, las azafatas son mandonas, los que dirigen el avión no siempre son los más calificados y sin duda, la comida que hay no es del agrado de nadie.

— Gracias por tan motivadoras palabras, mi señor —responde de forma sarcástica la de tuxedo gris con corbata naranja, viéndolo de soslayo, cerrando de golpe el pequeño espejo para así guardarlo en su bolso de mano al igual que su labial.

— No es nada, princesa —sonríe forzadamente, dando todo de sí para no empezar una pelea y sacar de una buena vez toda la bilis que llevaba reteniendo desde hace días.

El pequeño Nick inclina sus orejas por un momento, viendo a la nada misma por un rato. Los días han estado raros desde los últimos tres meses.

Quizás lo más extraño a destacar en todo ese tiempo fue lo que ocurrió hace menos de una semana en su cumpleaños número cinco, donde los vió gritarse en el patio trasero de la casa de su padre, notando por primera vez en toda su corta existencia que ambos tenían colmillos afilados y garras, creándole la duda de si él también tendría unas iguales.
Probablemente ese recuerdo hubiera podido pasar a mayores de no ser gracias a la amigable distracción de una conejita de vestido lila que había venido como acompañante de otro niño en el vecindario, sin duda de no ser por la racha de juegos que tuvieron juntos ese fugaz recuerdo de sus padres gritandose el uno al otro mientras sacaban sus garras y se apuntaban y empujaban agresivamente habría sido de las peores cosas a tener en cuenta en su infancia.
Gracias a Dios que no fue así.

Por otro lado, las cenas se sentían más extrañas y tensas. Si bien ahora tenía antojos de lo mismo que sus padres cenaban ya no los escuchaba hablar de lo mismo que antes, ya no hacían planes juntos, no contaban chistes, no hablaban de cómo les había ido en el día, simplemente se ignoraban o lo ponían a él como el centro de todo, dándole libre dominio para elegir de que conversar aún sabiendo que él no tenía casi nada que decir más allá de los episodios de TV que hubiera podido ver en el día, a fin de cuentas él no tenía una vida fuera de casa ¿O qué? ¿Les interesaría saber de la vez en la que vió un gusano flotando en la piscina? no creo.

Y, como si todo eso no fuera suficiente, ya no tenían interacciones familiares. Es decir, sí, se la pasaba muy bien cuando pasaba los días con su padre y jugaban a cada hora hasta que cayera el sol, fuera con juegos de cartas, peluches, figuras de acción o incluso con expediciones en las afueras de la ciudad, todo era divertido hasta que llegaba la hora de volver con su madre.
Había una clara diferencia al ritmo desenfrenado, vibrante, alegre y energético de su padre a diferencia del silencio, tranquilidad, vacío, cuidado y un toque de aburrimiento que tenía con su madre.

Había notado que después de cierto tiempo su madre parecía ya no tener mucho tiempo para él. Sí, lo seguía abrazando con el mismo amor de siempre, seguía preparandole su comida favorita todos los días y aún así le demostraba su cariño antes de irse a dormir cada noche, pero no se sentía igual a antes. Habían ocasiones en las que podía notarla más cansada que en otros días, incluso ya no podía jugar tan seguido con ella gracias a una pila de papeles y llamadas que siempre debía atender.
Estaba bien con eso, siempre podía llevar sus carritos y sentarse debajo de su escritorio para acompañarla en silencio, le gustaba pensar que era un ninja en la espera de alguna misión para su emperatriz durante esos largos momentos de quietud y ausencia.

Amaba estar con los dos, pero lo hacía sentir incómodo que sus interacciones fueran tan raras después de cierto tiempo.

— ¿Llevas todo? —pregunta el lobezno de camisa negra y jeans rasgados tras abrirle la puerta, ayudándola a llevar dos de sus maletas más pesadas hacia su auto.

— Pasaporte, llaves, mis antecedentes penales en caso de emergencia, billetera... Sí, lo tengo todo —responde, cargando con su bolso de mano, revisando su celular, sin prestarle la más mínima atención en lo que avanza hacia su auto.

El vulpino más joven los sigue, aprovechando la situación para hacer lo que nunca le dejaban hacer: Salir de noche.

Tan pronto puso un pie fuera de la casa de su padre su imaginación empezó a volar como una perdiz en libertad. Ahora en su mente era un piloto de avión que zurcaba los viñedos de La Toscana, sintiendo la brisa gélida golpear contra su rostro, riéndose en lo que daba vueltas cerca de la entrada, divirtiéndose a su propia forma.

— En caso de que haya una emergencia no dudes en llamarme ¿Lo entiendes? —habla Diane después de meter su equipaje en el maletero del auto.

— Como digas —gruñe el lobezno, desviando la mirada, escondiendo de forma deportiva el dolor que sentía por esto, sin desearle mal, pero sin estar seguro de desearle el bien.

— Adiós, mi hermoso bebé —despidió con un aura completamente diferente hacia Nick, atrapandolo en un abrazo tras tenerlo lo suficientemente cerca, depositando varios besos sobre su frente y mejillas—. No te preocupes ¿Sí? Mami va a volver pronto.

— ¿Y me vas a traer dulces? —pregunta sumamente ilusionado, dando pequeños saltitos en lo que se aferraba a sus manos.

— Te traeré todos los dulces que consiga —promete con una sonrisa juguetona, meneando su cola de lado a lado al igual que el infante frente a ella.

— ¡Te voy a extrañar mami! —agrega el cachorro de zorro, abrazándola con fuerza en lo que hundía su cabeza sobre su pecho, inhalando de forma profunda su dulce aroma para así poder recordarla en los siguientes días— ¡Te quiero mucho, mucho, mucho!

— Yo también te quiero muchísimo —finaliza, correspondiendo el abrazo, dándole un último y profundo beso sobre su mejilla, dejándole la marca de su labial.

La dupla de zorros se separa y la mayor se sube a su auto, encendiendo el motor para posteriormente irse del establecimiento, recorriendo la calle rumbo a la salida del vecindario, perdiéndose entre la oscuridad de la noche.

Lobo la observa con una mirada vacía, deseando que volviera y que al hacerlo todo pudiera regresar a la normalidad, siendo consciente que nada ganaban estando peleados solo por tener intereses diferentes como dos adolescentes malcriados, extrañando de cierta forma el como era la vida antes de que le aprobaran su postulación para ser presidenta, añorando los días en los que todo era más fácil, los días en los que su amor por Nick los había unido aún después de sus diferencias previas.

Suspiró, agachándose hacia su hijo para así limpiarle la marca del labial en su mejilla, viéndose en la necesidad de mojar su pulgar con saliva para así quitárselo con mayor facilidad, haciéndole cosquillas al menor en el proceso quien entre breves instantes o soltaba una carcajada histérica o se removía entre sus brazos.

— Entra y lávate los dientes ¿Sí? —pide, dándole un beso en la frente— Te leeré un cuento más tarde, anda.

El más pequeño asiente rápidamente, volviendo a entrar a la casa para así subir rápido las escaleras y prepararse, dejando al lobezno a solas con sus pensamientos, con lo que esto simbolizaba realmente para él.

The Path With You ft. Diane&NickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora