La Borrachera

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Qué hermoso era volver a casa.

La noche era joven, las estrellas resplandecían como un puñado de diamantes regados sobre un manto de terciopelo negro al que comúnmente se le llamaba cielo.  

Aquel lobezno se encontraba de muy buen humor, subiendo en el elevador de metal de aquella guarida, sonriente y sonrojado hasta sus orejas por el alcohol y amor que sentía hacia una persona en especial.

Ya se habrían cumplido al menos unos ocho días desde que había huido de ellos, su familia, amigos, o como sea que hayan decidido llamarse. Ocho días llenos de lecciones, alegrías, preocupaciones y reflexiones, ocho días en los que había decidido qué hacer con su vida...

El ruido, el chirrido creado por los generadores que se encargaban de mover los mecanismos que hacían que aquella caja de metal con puertas se elevara de un piso a otro era un deleite para sus ya cansados oídos, un arrullo para su alma ya marchita por tantos pecados y mentiras a lo largo de su camino en la vida.

¿Tenía un plan? ¿Por qué había vuelto? ¿Qué lo llevó a beber tanto aquella noche? Poco o nada podría decirse.
Sí, había sido liberador, gratificante y hermoso pasar todos esos días junto a Nick, sin nadie más, solos en ese su pequeño mundo perfecto, pero tarde o temprano debía volver al mundo real, debía abandonar nuevamente al niño dentro de él y volver a ver a la cara al adulto corrupto que era, y eso solo lo lograba por completo al hundirse en la bebida.

Vodka, tequila, whisky... Ya los conoces, de seguro.
Ellos y otros más fueron los fieles aliados en esa misión de volver a envenenar su alma, retorciendo sus pensamientos una vez más, tirándolo al suelo una y otra vez, haciéndole recordar sus pérdidas y tristezas por encima de sus victorias y alegrías, llevándolo hasta ahora, ahogado en un estado donde no era capaz de reconocer su propio reflejo en el espejo, con una vaga idea de estar vivo y existir, sin que ésto importe realmente ante la ausencia de razón o identidad, ambos arrebatados por aquellas botellas brillantes en copas infinitas.

Las puertas se abrieron, revelando el mismo escenario caótico de siempre en aquella morada que desde hace algún tiempo ya no se sentía como su hogar.

— ¡Hoolaaa! —saludó vivamente, saltando fuera del capó de su auto negro, tropezando en su pirueta, sonriente— Cuánto tiempo ¿No? Me alegra verlos ¿Cómo pasaron éste tiempo muerto, eh?

— ¡Lobo! —saludó Tarántula de primera, asomándose sobre el hombro de Tiburón quien ya iba por su tercera botella de cerveza en la noche— ¡Qué alivio que estés vivo, viejo! Creíamos que te habían llevado preso... O que estabas muerto.

— ¡Yo aposté por esa última! —exclamó Piraña, saliendo del baño, arreglando sus pantalones mientras sacudía sus manos para secarlas.

— ¿En dónde mierda estabas? —quejó Serpiente, viéndolo de forma arisca, sin verse felíz por verlo otra vez— ¿Tienes idea de cuántos bancos no hemos podido asaltar en ésta semana?

— Ay, viejito. No soy el padre de ninguno de ustedes, también tienen cerebro ¿No? Pudieron usarlo para planear algo sin mí —ríe, caminando de forma vacilante y felíz hacia el sofá, recargandose torpemente del espaldar de este tras sentir un ligero mareo, un golpe en su burbuja de inhibiciones.

— Tiburón lo intentó —afirmó la chica del equipo, apuntando a su compañero antes mencionado—, pero casi pierde una mano. Es bruto.

— ¡¡Te dije que el plan solo iba a funcionar si mantenías las puertas abiertas!! —quejó el híbrido acúatico, viendo de mala gana su amiga quien solo se limitó a remedar de forma exagerada sus expresiones faciales, dándole la espalda.

— ¿Dónde mierda estabas? —insistió la serpiente, viendo como el líder del grupo se acostaba vacilantemente sobre el sofá, haciéndose un lugar frente al televisor.

The Path With You ft. Diane&NickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora