CAPÍTULO DOS

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La mujer apestaba a dinero.

Mordiéndose el labio, Jake la evaluó de pies a cabeza, desde su vestido de diseñador, hasta su bolso Prada, pasando por el relucientemente nuevo iPhone en su mano.

Quizás ni siquiera tuviera que buscar a alguien más. Necesitaba seiscientas libras —el mínimo que Tucker había fijado para él—, por lo que esperaba que la mujer tuviera suficiente dinero consigo.

Ignorando a la voz de su conciencia, Jake se acercó hacia ella, diciéndose a sí mismo que seiscientas libras serían cambio suelto para alguien que pudiera darse el lujo de vestir ropa que valiera, al menos, cinco grandes.

La pregunta era, ¿qué hacía alguien como ella en esta parte de Londres?

No es que fuera de su incumbencia ni nada. Ella sólo era un objetivo y tenía que pensar en ella como en su objetivo, nada más. Tenía un trabajo que hacer, y no podía darse el lujo de ser escrupuloso con su trabajo si no quería ser el saco de boxeo de Tucker esta noche —o algo peor.

Jake suspiró, torciendo los labios con desagrado.

No por primera vez, quería patear a su joven yo por haber aceptado alguna vez la protección de Tucker. Para ser justos, sólo tenía seis años en ese entonces, un escuálido mocosito, fácil de atrapar, asustado e indefenso. En aquel momento, la protección de Tucker le pareció un regalo del cielo. Ahora lo sentía como alguna forma de esclavitud, con las demandas crecientes de Tucker. Jake sabía que Tucker jamás lo dejaría abandonar su pandilla. Era el ganso dorado de Tucker, capaz de llevarle más dinero que todos los otros chicos juntos. Nunca sería libre.

Forzando fuera las deprimentes ideas, Jake intentó concentrarse en el trabajo.

La mujer tenía la billetera en el bolsillo izquierdo. Su mano derecha simplemente sostenía el iPhone junto a su oído.

Jake sacó su propio teléfono maltratado —un viejo Nokia, rayado y deteriorado pero indestructible— y caminó hacia la mujer, con los ojos fijos en su teléfono. Nada sospechoso. Sólo otro adolescente texteándose con sus amigos y sin prestar atención hacia dónde iba.

Jake chocó contra la mujer, murmuró sus disculpas y se alejó, con su billetera bajo la chaqueta.

Dobló en la esquina y desapareció en el oscuro callejón. Echando un vistazo alrededor, asegurándose de que estuviera solo, Jake sacó el monedero y lo abrió.

Sus ojos se ensancharon cuando vio su contenido. Dinero. Muchísimo dinero. ¿Y eran esos diamantes?

Algo frío y duro presionaba en la nuca de Jake.

—No te muevas —dijo una profunda voz masculina.

Jake maldijo por lo bajo. Estúpido. Debería haber sospechado algo. Había sido demasiado fácil, incluso para él.

—Métanlo al coche —dijo la misma voz. Dos fornidos hombres agarraron los brazos de Jake y lo arrastraron hacia la furgoneta negra estacionada a la vuelta de la esquina.

Jake no se resistió, con su mente corriendo a toda velocidad... ¿Quién querría secuestrarlo y por qué? No era nadie... Bueno, tampoco nadie, pero era un pez chico en un estanque grande, ¿por qué él?

Los tipos lo empujaron adentro, pero no entraron con él; Jake oyó a uno de ellos ocupando el asiento del conductor y al otro el del copiloto.

Cuando Jake empezó a preguntarse si debería intentar escapar del vehículo, otro hombre entró en la caja trasera de la camioneta y se sentó frente a él.

No shame |Sungjake|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora