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Para Ada, Satoru había perdido la cabeza. No esperó ni escatimó, tampoco le marcó a sus padres, porque sabía que enloquecerian y le dirían " ¿Cómo es posible que te casarás con un hombre desconocido y mayor que tú?"

Mei Mei preparaba su cabello, y le ponía un último broche plateado.
–Te noto insegura, Ada ¿Estás bien?– Le preguntaba la mayor a la joven, quien portaba aquel vestido de novia que compraron en esa tienda.
–Creo que son los nervios, es todo– Sonrió la castaña como si estuviera tranquila. No creia que se casaría con el amor de su ser, pero ¿Era lo correcto? Después de todo, no era ella, no era su vida y le estaba quitando esa experiencia a alguien más, como alguna vez, a ella también se la quitaron.

Gojo no esperó, no escuchó e ignoró las señales incómodas de Chiyo.
Él quería ayudarla. Quería descartar su teoría, porque eso resolvería el estado actual de ella y una parte de él, muy en el fondo que no se atrevía a reconocer, quería vivir la experiencia que el destino le negó a los dos.

Era una ceremonia pequeña y simbólica. Trajeron a una figura de autoridad de Londres para casarse, y sólo Mei Mei y Nanami les acompañaban como testigos.

Estos dos no cuestionaron sus planes, para ellos eso eran horas extras; aunque Nanami pensaba en lo que Satoru quería conseguir con esto.

El Juez empezó la ceremonia. Ada sentía que el vestido se encogía su cuerpo y lentamente le iba quitando espacio en sus pulmones para inhalar aire.

Gojo era hermoso. Aquel traje blanco lo hacía ver como un ser angelical y casi etéreo, su cabello era menos rebelde, acomodado a sintonia con el resto de su vestimenta y sus ojos, esa vez no llevaba su venda, ni sus lentes, dejando ver al mundo aquella mirada que cambió la vida de todo el mundo de la hechicería, pero para ella, más que cambiar la vida de todos, cambió la suya.

De repente, todos sus recuerdos como Chiyo se dejaron venir, todas aquellas memorias, los planes juntos, las escapadas juntos que terminaban uno dentro del otro, las miradas cómplices, las salidas  como grupo, su hermano con su cabello largo despeinado al despertar, en familia con ella peinando el cabello de Suguru mientras desayunaban juntos, todos esos recuerdos hicieron que un par de lágrimas de colores salieran de sus ojos. Por un momento olvidó que aquel cuerpo que estaba ocupando no le pertenecía.

–Entonces,Satoru, ¿Aceptas a Ada como tu legítima esposa, para amarla y respetarla hasta que la muerte los separe?–
–Acepto– Respondió el novio firme y decidido.
–y tu, Ada, ¿Aceptas a Satoru como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe?–
–No–  La voz le comenzó a temblar. – Lo siento, Satoru–

Deja Vú - Satoru GojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora