02 | Nothing to lose

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02 | Nada que perder

Cuando consiguió abrir los ojos, todo estaba un poco más que confuso a su alrededor.

El mundo, ella misma. Las sensaciones eran un poco difíciles de comprender: como si estuviera flotando a la deriva, en un mar efervescente con cientos de voces susurrando. Un lago silencioso, pero burbujeante donde muchas cosas parecían desdibujarse y luego se volvían a dibujar en otra forma, sin la menor prisa. Un plano borroso que parecía un simple manchón trazado con lagunas mentales y trozos de nada.

Ni siquiera sabía decir con seguridad dónde tenía las manos, boca, cabeza y mucho menos saber sobre sus pies. Tampoco los podía sentir.

En el fondo nubloso que era su mente perdida y asustada, sólo escuchaba el timbre de una voz medianamente conocida, un zumbido y el vibrar persistente de algo. Fuera de eso, sólo se podía concentrar en algunas luces veloces y algo que se parecía mucho al cielo oscuro de madrugada cuando caminaba hacia su casa.

Casa.

Sin darse cuenta, volvió a quedarse dormida.

Cuando abrió los ojos y todo el nubarrón mental por fin se había terminado, a su alrededor ciertas cosas eran diferentes. Pequeños detalles pero de verdadera gran importancia.

Despertó cubierta por una cobija caliente en algo que, tras mucho tiempo enfocando, era el asiento trasero de un automóvil. Confundida, con el peor dolor de cabeza posible y la sensación de que no estaba en un buen lugar, para empezar: más que nada porque... bueno, no podía recordar del todo lo que había sucedido la noche anterior.

Intentó moverse y la cabeza le punzó, así que se llevó una mano a dicha zona. Encontrándose con que tenía las muñecas amarradas, también una curita puesta en la frente, la piel probablemente abultada y sensible por lo que parecía un corte bruto en dicha zona.

¿Qué?

Se quedó procesando hasta que decidió revisar a fondo el panorama. Retorciéndose como gusano cuanto pudo hasta hacer caer la manta y mirarse sumamente preocupada: sus piernas también se encontraban atadas. Usando los cordones de sus propios tenis, para colmo; extrañamente, eso era lo único fuera de lugar. No estaba desvestida, en pedazos, pero sí amordazada con un trozo de lo que parecía cuero. Ni siquiera sabía lo que era.

Por la ventanilla delantera, el día era cálido y no veía ni un solo edificio. Sólo un cielo claro.

Ahora que, por la ventanilla localizada frente sus pies, había alguien apoyado de espaldas sobre el cristal. Alguien cuya identidad era desconocida.

No porque no pudiera reconocerlo, no... más bien porque literalmente no sabía su nombre. Nunca lo preguntó pues no le interesaba y nadie más lo mencionó en el bar, entonces la única forma que tenía para llamarlo era, el hombre de ojos lilas.

También ojos bonitos, pero eso no venía al caso, porque de cualquier modo ahora tenía su apodo más acertado: psicópata secuestrador serial.

Se encogió todavía más en aquel asiento cuando vió que, tras hacer un movimiento de brazo, dicho sujeto entró en el coche para tomar el asiento de piloto. Exhalando de modo preocupado: quizá no hubiese notado que estaba despierta sin echarle después una mirada por el espejo retrovisor.

Encontrándose de lleno con unos ojos marrones asustadizos, cargados de temor y paranoia.

—¿Hola?

No se atrevió a responder ni con un movimiento, quedándose quieta y tensa hasta verlo voltear.

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