42 | She can't leave

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42 | Ella no puede irse

Existe cierto tipo de angustia que sólo se puede sentir una vez en la vida. Una tan fuerte que aún con mil cosas, te desconecta de la realidad y no puedes pensar en nada más.

Tu centro de gravedad cambia. La preocupación te ahoga. Las extremidades no te responden y es como si una persona totalmente distinta tomara el control de tu cuerpo: miras todo desde afuera, sin poder intervenir. Porque nada existe más allá del motivo que te llevó a volverte loco.

Daishinkan sólo había experimentado semejante sensación una vez, antes. En específico, cuando despertó desorientado, adolorido y maltrecho en una camilla de aquel hospital: haciendo hasta lo imposible por levantarse e ir al encuentro de su hermanito mayor, cuando una valiente doctora le contó sobre su estado tras la golpiza recibida sin importar que sus padres no quisieran decirle.

Se había alterado a tal grado que las enfermeras terminaron dándole un sedante para que dejara de hacerse daño.

Ahora, la historia podía repetirse. Terminar peor incluso, y tenía claro que perder a un ser querido últimamente andaba convirtiéndose en su más desagradable costumbre.

«No puedes irte. No puedes irte. No puedes. No sin escucharme primero.»

«Por favor. Por favor. Por favor. Por favor.»

«No me dejes. No me dejes. No me dejes.»

Y quizá Dios había creado el amor para ser más intenso que la familia, porque su corazón nunca había estado más frenético. Siguiendo a Shin en aquellos pasillos, pasando por alto las palabras de Syrah que le pedía andar con un poco más de calma o seguramente podían tropezarse. Apenas poniendo atención al mundo alrededor.

Sintió náuseas de sólo imaginar más allá.

¿Por qué no se dió cuenta antes? Si ella pareció visitarlo con intenciones de una despedida. Sus palabras lo dejaban claro. No pensaba volver.

¿Y si ella lo presentía? ¿Y si presentía que John no la dejaría ir con vida de toda esa misión?

Estúpido. La había traído. La había arrastrado a su perdición. La mujer que amaba estaba en un mal estado por su culpa.

¿Quién no se merecía a quién?

Apenas vieran a John, le destrozaría la garganta sin pensarlo dos veces. Era un asco de padre. Un asco de persona. No era un ser humano. ¿Es que no pensaba tenerle consideración ni a su propia progenie? Miko había estado tan segura de que no le haría daño alguno al inicio...

Shin se apresuró hacia el fondo de un pasillo y tuvo que seguirlo, notando la figura de la señora Hendren en una banca. Abrazándose a sí misma con fuerza, pero la mirada vacía: si no estaba lo suficientemente preocupado ya, bastó descubrir las abundantes manchas de sangre en aquella blusa como para horrorizarse.

Buscó a tientas la mano de Syrah y su hermana menor entendió el mensaje, sujetándose a él sin titubear. Por si acaso.

Fue como si los últimos dos meses pasaran de manera fugaz frente a sus ojos: las sonrisas, los coqueteos, cada beso. Cada broma. Cada gesto grosero, cada frase tonta. El calor de sus abrazos y la sinceridad en su mirada. Cada «te quiero» en mitad de la noche. Cada caricia, risita, cada vez que sus manos estuvieron juntas. Cada vez que ella le jugaba el cabello, cuando se quejaba por ser abandonada un segundo. Cada oportunidad en la que disfrutaban jugarretas sin sentido.

Tal vez fue demasiado desvergonzado ponerse a revivir cada noche que habían compartido pieles, cuando estaba mirando a su madre de frente.

Pudo escuchar a la perfección el «¡puerco!» que ella hubiera gritado de saberlo. Y fue un motivo más de sufrimiento.

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