41 | Fucking world

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41 | Maldito mundo

—Menos mal que soy enfermera, porque si fuera forense... no la cuentas. Agradezco haberme ido por otra rama médica.

Daishinkan hizo una mueca.

—No entiendo por qué deseabas estudiar para ponerte a ver cadáveres.

Syrah le soltó un pellizco sin piedad, haciéndolo brincar sobre la taza. Al menos no en el brazo, porque la conocía y era capaz.

—Estoy viéndote justo ahora, ¿no?—no le causó ninguna gracia, sacándole la lengua cuando ella se giró a su mochila—. Parecías muerto cuando entraste con Shin, con esas ojeras que te cargas ahora. Y también olías como uno.

—Vaya, gracias.

—Ya. Al menos ahora estás bañadito, peinadito y oloroso en buen sentido.—que humillación, dios, porque no había podido ni siquiera bañarse solo con una mano inútil. Tampoco vestirse—. Le robé un cabestrillo sobrante a Jenn. Es que no sabría cómo justificarlo con el jefe.

—Sencillo. Le hubieras dicho que era para tu hermanito lisiado.

—Ay. ¿Cómo no se me ocurrió antes?—miró a su consanguíneo bufar, luego pasándole una mano por el cabello húmedo hasta dejarlo todo en su lugar—. Anda, quédate quieto.

Quince de octubre.

Había perdido la noción del tiempo encerrado en aquel sótano, sin más vista del cielo que por esa pequeña ventana, pero afortunadamente se pudo ubicar bastante bien luego de que Miko lo visitó y explicó cosas. Porque claro, con esa presencia le bastaba para sentirse mejor, aún en condiciones lamentables como Tapion había dicho al verlo.

El día había llegado.

Todo fue como Miko planteó. Lo habían sacado y llevado a una especie de oficina, con los mismos guardias que llevaban toda la semana tratándolo con la punta del pie. Shin les había pedido irse al decir que se haría cargo, ya que su querido padre tenía grandes planes con el tipo para después de la entrevista: la que, en ese momento ni siquiera había comenzado.

Apenas estuvieron del todo solos, el mayor de los Hendren se apresuró a mover un librero que para su nada disimulada sorpresa, escondía detrás un pasadizo suficientemente ancho para los dos.

Cinco minutos después, por fin estaban fuera de la mansión y Syrah lo había recibido con un gran abrazo. Ambos metiéndole cierto grado de prisa porque los estúpidos guardias seguro se darían cuenta de la estafa en cualquier momento: luego, los tres se habían metido directo a la carretera y por recomendación del propio Shin, terminado refugiados en casa de Tapion.

Gohan estaba ahí, listo para recibirlos. Con todo preparado para lo que debían hacer.

Había sido extrañamente agradable, vaya. Ver de nuevo la luz solar, el aire fresco. Aunque no tanto terminar en el baño de su mejor amigo, queriendo darse una ducha y todo con su hermanita menor encima para poder ayudarlo; de todos modos, no pondría quejas. Cualquier cosa sería preferible a estar en esa tétrica mansión de nuevo.

Abandonó sus pensamientos cuando Syrah dió un rozón a su mano por accidente. Teniendo que ahogar un quejido.

—Listo, lo siento.—aseguró la tela a su cuello con un clic, un cabestrillo color azul oscuro que por lo menos mantenía su brazo quieto e inmóvil, justo a la altura del corazón—. En cuanto pueda, pediré que te hagan una radiografía. No estaré tranquila hasta saber el daño y si necesitas un yeso, cosa que veo demasiado probable ahora.

—Gracias por la preocupación.

—Arriba. Vamos.

Cuando salieron, el televisor estaba encendido y podía escuchar voces. El detestable tono de John Hendren, junto al de su esposa: no conocía bien a la señora Kylie, pero le caía mejor, aunque ahora se cuestionaba el cómo era capaz de mentir tan perfectamente a través de la televisión.

InocenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora