39 | No me dejes ir
Miko tenía sólo doce jóvenes años cuando su familia se mudó a la mansión. Edad importante para el desarrollo del ser humano, estaría de más decirlo, clave para el resto de su vida.
No le gustaba, en absoluto.
Fuera de tener toda una enorme habitación para ella, con todo el espacio que no pudo en su otra casa, no había nada bueno. Pasillos con varias puertas, habitaciones innecesarias, escaleras, el enorme candelabro que colgaba en el techo del recibidor. Un laberinto de focos, barandales, de personal para limpieza: cuando era pequeña, su único entretenimiento en aquella casa era subir al ático y esconderse. Armar un campamento del que no deseaba salir hasta escuchar la voz de su hermano, buscándola como un juego.
La mansión Hendren era, sin dudas, el territorio más sombrío que conocía. Pero aún así no era capaz de perderse ni jugando.
Por eso mismo, se sintió valiente cuando bajó las escaleras al sótano. Una serie de peldaños cuya madera, vieja y oscura, prácticamente crujía bajo el pisar de sus tacones; no era una zona de casa que fuese demasiado frecuentada. Albergando la calefacción, el cuarto de lavandería, si acaso una especie de segundo ático donde se guardaba las cosas para las que ya no había sitio.
Quizá por eso se sorprendió tanto cuando un tipo flacucho le salió al paso, poniendo los pies en la planta, por fin.
—¿Te podrías hacer a un lado, por favor?
—Lo siento, pero tengo órdenes explícitas de su padre, señorita.—sonaba divertido, pero Miko no le permitiría sacarla de sus casillas—. No puede pasar nadie que no tenga su permiso.
—No necesito ningún permiso para caminar por mi propia casa. Quítate.
El... ¿muchacho? ¿Señor? Señaló la mochila que llevaba colgando en el hombro. Pequeña, pero lo suficientemente funcional, que escondió todavía más detrás de su espalda.
—¿Tiene alguna intención en especial? Porque si se trata de lavandería, la señora Colson es quien está encargada del tema.
—No te lo diré una tercera vez. Quítate.
Al primer amago de tomar esa mochila, Miko no lo pensó mucho. Levantó la rodilla y lo atacó con una buena patada justo al punto más vulnerable que conocía de fisonomía masculina: quizás con la secreta intención de hacerlo estéril, eso nunca se sabe. Pero funcionó y los ojos le brillaron con malicia cuando el tipo se encontró encorvado sobre sí mismo.
No se frenó y también le metió la misma rodilla en la cara. Sintiéndose mejor cuando lo vió caer al suelo por completo; la nariz le sangraba, y tal vez no era precisamente justo el desquitarse con alguien que ni conocía, aunque eso no la detuvo de meterle un zapatazo contra el estómago.
Su paciencia ahora estaba terminándose como para permitir más obstáculos.
—Mi padre no me controla. Ya deberías entender que puedo despedirte.—no sintió lástima ni nada parecido al verlo encogerse, con la cara hecha un cuadro—. Soy capaz de echarte a patadas.
—Yo...
—Si quieres conservar tu trabajo, entonces dirás que yo nunca estuve aquí.—le pareció que dicho sujeto asentía—. Ahora largo.
No esperó a que se pusiera de pie, avanzando al momento. Había puertas también, por lo menos unas dos o tres, por lo que revisó a fondo en todo a pesar de que la luz era bastante escasa: una le pareció lavandería, otra estaba llena de cajas y en cualquiera escuchaba goteos.
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Inocente
Fiksi PenggemarTodos siempre seremos los protagonistas en nuestra propia historia. Al igual que siempre habrá un villano para vencer y muchos obstáculos en el camino. Pero los cuentos de fantasía nunca pueden mostrarnos toda la verdad... ¿o sí? Es un hecho que la...