32 | This is the art of being us

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32 | Este es el arte de ser nosotros

Miko no podía decir mucho acerca de su vida.

Para ser hija de un hombre considerado como la mayor eminencia política en Trenton, su mundo actual era relativamente sencillo. Nada que ver con fiestas, alcohol, drogas, una vida secreta ni mucho menos grandes esferas mediáticas.

Era una chica normal. Ahora sin casa puesto que no había podido pagar la renta, sin empleo, cuyo círculo social contaba con los dedos de una sola mano: con un pasado terriblemente complicado, un presente inestable y un futuro parecido. En el espectro de su burbuja existencial, pocas cosas conseguían ponerla feliz, darle sentido a su vida misma. Algunas que podían ser bastante tontas al ojo ajeno, otras entendibles.

Y es que, ella nunca hubiera podido imaginar su futuro en medio de aquella locamente peligrosa aventura, pero tenía claro que también le había traído unas cuantas cosas buenas.

Uno de los pequeños placeres en su simple vida era, sin duda, la lluvia. Esa lluvia que ocurría sólo de madrugada en tiempos otoñales, cuando todo el mundo dormía, específicamente.

Tenía su propia magia.

El clima de Trenton era helado. Realmente muy helado, sobre todo para su tan pobrecito cuerpo acostumbrado a esas cálidas temperaturas del desierto californiano: la lluvia traía todavía más heladez, y era el pretexto perfecto para quedarse en cama. Oculta entre sus mantas, pero mirando fijamente cada gota en el cristal empañado de la ventana: reacia a dejar su nido de calor, porque lo había intentado días antes, saliendo a caminar y acabó tiritando de frío. Asustada cuando vió que su aliento escapó en el aire como vaho blanco.

Había olvidado muchas cosas de su pueblo natal y quizá, el frío de muerte formaba parte principal de ellas. Eso y el aspecto tan adolescente de su antigua recámara, todas esas decoraciones que en su día pegó con ilusión.

Estrellas fosforescentes en el techo.

Instantáneas sobre el espejo del tocador, de sus viejas amigas que ni siquiera le cruzaban palabra después de tanto tiempo.

Bufó antes de ponerse a pensar cosas tristes.

El brazo que rodeaba su cintura se apretó más y una boca se posó delicadamente sobre la piel de su nuca, haciéndola sonreír sólo segundos antes de recibir un jalón. Prácticamente quedándose pegados uno al otro.

—Buenos días.

Vaya. Sintió que todo su ser se erizaba ante la nota ronca y recién despierta de esa voz.

—Buenos días, dormilón.

—No es tan tarde... ¿o sí?

—Llueve desde hace horas. Creo que todavía es de madrugada, pero el cielo es muy oscuro para poder distinguirlo.

Miró por la ventana con ojos somnolientos, luego hacia un reloj en el buró. Sí, era temprano.

—¿Llevas mucho despierta?

—Algo. No quería moverme por si te molestabas, pero me levanté para ir al baño y no te despierta ni un terremoto grado seis.—se rió cuando lo vió despeinado, unos cuantos mechones de cabello apuntando al cielo y otros lados más—. Abrazas cuando estás dormido, ¿sabías?

—¿Es una queja?

—En absoluto. De hecho me gusta.

Hizo caso con una media sonrisa, usando ambos brazos para estrujarla contra él un poquito más y Miko decidió acurrucarse. Riendo bajito al notar los patitos en su camiseta.

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