36 | Porque el diablo no negocia
En el juego del gato y el ratón, todo termina hasta que dicho felino depredador se cansa.
Honestamente, Miko se preguntó quién sería el gato y quién el ratón. Parecía evidente, pero aún deseaba tener esperanzas.
Ahora, se sentía como una indefensa ratoncita sujeta por la cola, esperando que aquel gato no tuviera hambre suficiente como para devorarla y le concediera cierto grado de piedad.
Demasiado pedir considerando que se trataba de John Hendren. Un hombre de tan podrida calaña que seguramente Dante había diseñado el orden de su infierno en torno a él; una basura que, si en algún lugar del universo existía un Dios, no había sido creada ni a su imagen ni a su semejanza.
Después de que ella y Daishinkan hubieran sido prácticamente arrastrados fuera de la camioneta azul verdoso pese a sus forcejeos sin éxito, Miko sabía bien lo que les esperaba.
La mansión Hendren encabezaba su lista de los sitios que más odiaba. Un estúpidamente lujoso chalet ubicado en la zona privada del condado de Mercer, destinado a ser su hogar y que al final, se había convertido en el escenario de sus mayores martirios. Una casa de dos plantas, pero con una extensión envidiable, rodeada de metros, metros de jardín: con sus bastantes cuartos sin habitar, piscinas y personal de servicio, era una de esas casas que salían en revistas, esas que parecían presumir riquezas mundanas de gente vacía.
La castaña sintió repulsión, un tremendo asco desde mirar la verja perimetral. En el fondo, aún recelosa, puesto que Daishinkan no estaba con ella y... temía por su integridad física.
El salón. Ah, el bello salón principal que mirabas al entrar. Sus candelabros, los muebles finos, el piano en una esquina: sus ojos se desviaron en automático hacia el pie de las escaleras, como ida. Mirando los barandales, el tapete que cubría cada escalón a la perfección y contuvo el aliento cuando su mente la hizo visualizarse a sí misma en lo sucedido hace tantos años. Tirada sobre la elegante alfombra, herida, con una pierna en una posición antinatural, su propio hermano bajando rápidamente las escaleras hacia ella.
Su madre al fondo, horrorizada.
Su padre, atónito pero consciente de que había sido culpa suya. Callando sin embargo.
Cerró los ojos cuando pudo recordar, volver a oír su propio grito. El mismo que le amenazaba con salir en ese momento y desgarrarle la garganta.
Su padre se acomodó el saco, tomando asiento en un sillón individual cualquiera y Miko casi fue a besar el piso de madera pulida, cuando uno de los guardaespaldas la empujó sin medir fuerzas frente a dicho sofá; prácticamente, acabó como siempre había estado. Humillada, a gatas.
Aterrada. Deseando arrancarse el corazón hasta enviarlo lejos, para que no le latiera ni tan fuerte ni tan rápido. Para no sentir nada.
—Tal parece que los niños no entienden.
Suficiente para apretar ambas manos en puños, clavándose las uñas. Cada gota de su sangre y sistema reaccionando en furia por esa voz.
Se atrevió a levantar la mirada y odió encontrar un espejo en aquellos ojos marrones. Detestaba parecerse a él; compartían el mismo tono canela de la piel, el mismo cabello color chocolate, pero el del mayor ahora estaba poblado por canas. Al ser iguales, no podían ser más diferentes, cada uno en su propio universo.
—¿Realmente creíste que podías esconderte de mí, pequeña?—imaginó tanta violencia que era difícil contenerse—. Esperaba más de ti. Pensé que tantos años lejos te harían madurar.
ESTÁS LEYENDO
Inocente
FanfictionTodos siempre seremos los protagonistas en nuestra propia historia. Al igual que siempre habrá un villano para vencer y muchos obstáculos en el camino. Pero los cuentos de fantasía nunca pueden mostrarnos toda la verdad... ¿o sí? Es un hecho que la...