Capítulo 20: Luciérnagas

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Los minutos pasaban y no encontraba rastros del pequeño azabache que hace unos momentos huyó debido al terrible malentendido del que todos desafortunadamente fueron espectadores. 

La noche se avecinaba y eso significaba que los demonios pronto saldrían.. 

El cielo se oscurecía, las estrellas y la luna hacían su entrada desde lo alto iluminando el lugar con su tenue luz. 

Su mejor amigo, Obanai al igual que el joven Muichiro y su hermano menor, Genya se acercaron a él para pedirle una explicación, pero Sanemi no se detuvo a dárselas por ahora.  

Su prioridad era encontrar a Giyuu, su amado y pequeño Giyuu.. Maldecía cada segundo eterno que transcurría ¿Cómo pudo ser tan descuidado..? Recordar la expresión de decepción en el pelinegro de cautivadores orbes zafiro hacía que su corazón se comprimiera. 

Comenzaba a desesperarse.. ¿Dónde podría estar? Miraba a todas las direcciones posibles, lastimosamente no halló nada. Lanzó un suspiro sintiendo como la culpa carcomía su corazón. 

Unos sollozos fueron audibles para el de hebras blanquecinas como la nieve, sus sentidos se pusieron en alerta con la esperanza de que aquellos sollozos le pertenecieran a Giyuu. Rebuscó entre los arbustos que daban entrada al espeso bosque desesperadamente. 

Su amado hecho bolita, hundía su rostro entre sus piernas mientras las abrazaba y lloraba silenciosamente fue lo que encontró. 

Era como si un balde de agua extremadamente fría le cayera sobre su espalda, como si su corazón hubiera sido atravesado por miles de cuchillos haciéndolo retorcerse internamente del dolor al ver a su amado sufrir por su causa. 

- Yuu.. - llamó por lo bajo, el mencionado levantó su cabeza para encontrarse con los orbes amatistas que lo observaban con preocupación. 

- N-nemi.. - prenunció entrecortadamente mientras secaba sus lágrimas. 

El albino se sentó a un lado del más bajito que intentaba controlar su respiración y retener las lágrimas que se seguían desbordando de sus bonitos orbes azulados. Lo rodeó y atrajo su pequeño cuerpo al suyo, cosa que sorprendió y avergonzó al azabache. 

Se quedaron por unos minutos así, en un cómodo silencio donde las cigarras chirriaban y la luna iluminaba el paisaje con su suave luz. Giyuu se aferró a la ropa de Sanemi, donde encontró calidez y consuelo. 

En el hombre que tanto amaba.

Sanemi tomó la pequeña mano de Giyuu, el contraste entre la mano callosa del albino con la mano suave del azabache era evidente, pero era una sensación que ambos disfrutaban en silencio. 

La tristeza se esfumó, las gotitas que aún rodeaban las redondas mejillas sonrojadas de Giyuu fueron secadas por los pulgares de Sanemi que luego plasmó un corto beso en su frente, diciéndole cuanto lo amaba y que callara cualquier pensamiento que dijera lo contrario en aquel cálido gesto. 

Unas pequeñas luces flotantes, incluso mágicas llamaron la atención de Giyuu, como todo niño curioso se levantó de su lugar intentado atrapar una con sus manos, obviamente sin tener éxito. 

Infló sus mofletes e hizo un tierno puchero que provocó una dulce risa en el albino que observaba la escena con ternura y diversión. 

Giyuu amaba la risa de Sanemi, era grata música para sus oídos. Le transmitía calma y amor, además, su corazón no podía evitar acelerarse cada ves que la escuchaba resonar en sus oídos como el tranquilo canto de los pájaros por la mañana. 

𝙻𝚒𝚝𝚝𝚕𝚎 𝙶𝚒𝚢𝚞𝚞!| ⓢⓐⓝⓔⓖⓘⓨⓤⓤDonde viven las historias. Descúbrelo ahora