Capítulo 5

157 40 1
                                    


Arthur


Todo es luz.

Y recuerdos que se agolpan.

Estaba en el distrito de Queens, en la esquina de una calle cualquiera (con pocas fuerzas y una herida en el costado izquierdo) cuando entonces un todoterreno gris se detuvo enfrente de mí y reconocí a William Smith. Él se bajó de inmediato y me ayudó a que subiera al asiento del copiloto, así sin más, haciendo caso omiso de mis protestas (sin preguntar qué demonios hacía yo allí y por qué estaba tan desorientado y lastimado). Sé que debí escabullirme y alejarme de alguna manera, pero mi vulnerable situación me lo impidió. Estaba débil, así que, una vez más, solo pude dejarme auxiliar por quien alguna vez fue mi mejor amigo.

Recuerdo que me ayudó a subir unas escaleras y luego me condujo hacia la habitación de un piso departamental donde minutos después me atendió una enfermera (que tal vez él llamó durante el trayecto) quien se dispuso a revisarme todas las heridas. Solo alcancé a escuchar que, por fortuna, ninguna lesión era tan grave. Solo necesitaría reposo.

Allí acaba todo.

El abatimiento pudo conmigo.

Ahora no estoy seguro de cuánto tiempo ha pasado. La luz es demasiado brillante, tanto, que mis ojos se entrecierran. Solo veo una blancura que parece de proporciones infinitas, hasta que, conforme pasan los segundos, el espacio comienza a tomar forma.

Siento el cuerpo adolorido y entumido, como si hubiera pasado tres días sin moverme; aunque, por fortuna, mi lucidez permanece. Estoy recostado en una cama blanca, dentro de una pequeña y acogedora habitación, con paredes color hueso y piso laminado de madera. Los únicos muebles que observo son un ancho ropero de cedro y un tocador con un espejo cuadrado con bordes dorados. Ni siquiera sé si es de día o de noche.

He perdido la noción del tiempo.

Entonces, al intentar moverme, se me escapa un quejido al sentir un ligero pinchazo en el costado izquierdo. Empujo la sábana gris que me cubre el cuerpo y examino mi torso desnudo. Hay visibles moratones por todos lados.

Inhalo una bocanada de aire.

Al menos puedo respirar bien.

No sé cómo esté mi rostro, pero debe estar molido.

Aún no puedo creer en dónde estoy, toda esta situación: que Will se haya cruzado conmigo al azar y me haya prestado su auxilio; que le haya vuelto a ver después de cuatro años y que, a pesar de que no era mi intención, una parte de mí se alegre por haberlo encontrado. Sin embargo, sé que debo levantarme e irme en cuanto antes, aunque no será tan sencillo si es que él se empeña en hacerme confesar qué demonios he hecho durante todo este tiempo (por supuesto, si es que no me odia demasiado por desaparecer sin explicaciones y orillarlo a comunicarle a mi padre todas mis señales de vida).

Sigo inspeccionando.

Todo aquí parece ordenado.

Me da la impresión de que esta pieza no la ocupa nadie, pues habría más cosas sobre la superficie del tocador y las repisas, ropa por doquier o algunos objetos personales. Trato de incorporarme sobre el mullido colchón apoyándome con ambos codos, pero al instante en que lo intento siento un doloroso tirón en los costados. Me distraigo tanto que no escucho cuando alguien abre la puerta de madera.

Al final me dejo caer de nuevo.

—No tienes roto ningún hueso, pero será mejor que aún no te levantes.

La voz de Will rompe el silencio.

Sobresaltado, volteo hacia él.

Al verlo de nuevo, esta vez con todos mis sentidos nítidos y alerta, no puedo ser capaz de emitir palabras, pues se quedan mermadas en mi garganta. Mi cuerpo se tensa y mi mirada rehúye de su escrutinio.

—¿Cómo estás?

¿Qué podría responder a ello?

Estoy jodido en todo sentido.

—Will, lo lamento —me escucho decir con rigidez—. Esto no debió haber sucedido. No sé por qué me has ayudado, pero te lo agradezco, ahora... tengo que irme. Fue un error volver a Nueva York, yo... no debo estar aquí.

Él chasquea la lengua.

No está muy contento.

Aunque tampoco parece odiarme.

La prueba de eso es lo que ha hecho por mí.

—Es cierto que ahora te ves mucho mejor que la última vez que te vi, y me alegro, pero ahora mismo no puedes marcharte en este estado. Necesitas más reposo —me interrumpe con severidad—. Arthur, ¿en verdad quieres actuar como si nada hubiera pasado? Hace poco más de cuatro años que desapareciste de la vida de todos sin dejar rastro, ¿y crees que ahora te podría dejar ir sin más? Además, hay cosas importantes que necesitas saber.

Lo miro a los ojos.

La culpa me recorre.

William Smith sigue siendo el mismo tipo conciliador y sensato que vi por última vez hace cuatro años, solo que ahora su complexión es más corpulenta. Su piel morena combina con su cabello castaño y rizado que luce igual de largo que siempre, hasta los hombros, y sus ojos marrones oscuro aún conservan su habitual chispa despreocupada. A la mente se me viene todo lo que vivimos juntos cuando fuimos compañeros en Juilliard, todos los problemas en los que lo metí por mi culpa en el tercer año de la carrera (cuando yo ya estaba inmerso en el consumo), una y otra vez; aun así, él jamás rompió nuestra amistad, incluso cuando yo no era una compañía tan conveniente. Y ahora, después de tanto, me ha vuelto a salvar el pellejo.

Aun siendo yo un extraño.

Ahora lo soy hasta para mí mismo.

—Apenas son las seis de la mañana, y necesitas descansar más para poder recuperarte, así que ya hablaremos de todo esto más tarde —prosigue con suficiente calma y determinación—. Y será mejor que no intentes escapar. Créeme que no querrás enfrentarte a mí en tu inconveniente estado.

Hundo aún más la cabeza en la almohada.

—Bien, voy a esperar un poco más —mascullo sin ninguna emoción, porque aún me resulta irreal toda esta situación—. Así que..., ¿vives aquí?

De reojo, noto que se recarga en el marco de la puerta.

—Tiene dos semanas que me mudé a este departamento —contesta con simpleza—. Si te lo preguntas, estamos en el barrio de Harlem. Después de graduarme y dejar la residencia, viví varios años en Gramercy, pero tuve un problema con el arrendador y ahora he venido aquí.

—Ya veo...

Alice y Ava pasan por mi mente.

También el rostro de mi padre.

Sé que debe saber sobre ellos.

—Los dos tenemos bastantes cuestiones, pero más tarde las aclararemos. —Will señala con el índice un rincón de la habitación—. Allí está la mochila que traías contigo. Si necesitas el baño, está al fondo del pasillo. Yo estaré en la sala.

Jalo aire, con esfuerzo.

Inclino la barbilla hacia él.

—Will... —comienzo a decir con un nudo en la garganta, de pura vergüenza y remordimiento—. Sé que ya no somos los mismos, que todo ha cambiado. Y aunque no lo creas, lamento haberme marchado de esa manera, sin siquiera despedirme. Pero, a pesar de todo, me has vuelto a dar una mano... Te lo agradezco.

Sus ojos se entornan.

—No creo que ninguno haya cambiado tanto —replica con total certeza—. Sigues siendo mi mejor amigo, sin importar todo lo sucedido; porque de haberme encontrado en tu situación..., yo no lo habría soportado. Tal vez, habría hecho lo mismo, aunque no hubiera sido la mejor decisión.

Luego, me deja solo. 



* *

Comparte la historia y sígueme en redes sociales ♥️

Instagram: @eberthsolano

Tiktok: eberthsolanoo

Aquí dentro todo ardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora