Capítulo 23

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Arthur


¿Qué estoy haciendo?

Me debato conmigo mismo mientras que, montado en mi motocicleta, aguardo oculto a pocos metros de la residencia de Alyssa en el barrio de Upper East Side. He aprovechado la altura de una furgoneta de carga para no ser visto mientras me mantengo atento a la Mercedes roja que está aparcada cuatro autos más adelante.

Ayer, luego del pequeño incidente, la esperé oculto en una avenida para entonces seguirla y averiguar a dónde iba sin que ella se percatara. Una conducta propia de un acosador, pero ese juicio no pudo detenerme. El impulso fue arrasador.

Así es como he descubierto que Alyssa Dawson habita en uno de los mejores vecindarios de Manhattan y que, como ya intuía, pertenece a una acomodada familia de Nueva York, aunque no es parecida a la mayoría de las chicas que he conocido con este tipo de clase socioeconómica. Durante los años que estudié en Juilliard, conocí a personas de la más alta sociedad y, aunque apenas la conozco, estoy seguro de que en su ser no existe prepotencia ni arrogancia. Cuando la miro a los ojos, todo lo que puedo percibir es bondad, melancolía y un magnetismo imposible de ignorar. No sé mucho sobre su vida ni tampoco conozco las razones que evocan el ensimismamiento que flota a su alrededor, pero intuyo que es a causa de heridas que mantiene en lo profundo. Aunque, por ahora, solo estoy seguro de dos cosas: su hermano mayor se mudó hace poco tiempo a Dallas y ella ha retomado la música que alguna vez abandonó.

Nada más.

Solitaria.

Esa fue la palabra que Will utilizó para describirla...

Y cierto o no, aquello encaja con lo que sentí la primera vez que la vi; fue la ocasión en la que noté más expuesto su interior, antes de verla tocar el piano. La verdad es que incluso puedo percibir en Alyssa un poco de mí mismo; aun así, estoy convencido de que su tristeza es muy diferente a la mía. No hay crudeza en ella.

Tampoco amargura.

Es más... entera y pura.

Y esa debería ser razón suficiente para contener mis deseos de saber más sobre ella: de sus pasatiempos, los lugares que frecuenta, su historia con el piano y todo lo que oculta su espejismo de ausencia.

No debería estar aquí.

No está bien.

Tengo que detener las emociones que creía muertas del todo (que han renacido con una fuerza que nunca había sentido) antes de que comiencen a superarme. No puedo arrastrar a nadie más a los rumbos que no llevan a ningún lugar. No puedo fingir que no tengo la vida destrozada y que los remordimientos no se han llevado toda mi paz y mis ganas para soñar. Sin embargo, aquí estoy.

Dispuesto a cruzarme en su camino.

Lo que se hace en un domingo habla mucho de las personas, por ello permanezco en este sitio, aunque apenas son las ocho de la mañana y es probable que ella siga dormida y no salga hasta mucho más tarde. Otra razón más por la que debería de desistir de mi estúpido plan y marcharme de una buena vez.

Minutos después, casi resignado, estoy a punto de irme cuando la veo salir por la puerta principal y bajar las pequeñas escaleras de la entrada. A lo lejos, puedo distinguir que lleva un pantalón deportivo azul y una sudadera blanca, el cabello rubio esparcido sobre sus hombros y una cámara sujetada a una correa que le rodea el cuello. Sin mirar mucho a su alrededor, se sube a un taxi que la recoge justo enfrente (no se ha ido en su camioneta). Entonces, contrario a todo lo sensato, espero a que se aleje un poco y a que otros automóviles pasen delante de mí antes de llevar a cabo la discreta persecución.

Aquí dentro todo ardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora