Capítulo 79

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Alyssa


Arthur es todo lo que veo.

Nuestro fuego es lo único que respiro.

Aunque nunca he experimentado las pasiones carnales, me descubro aferrándome a él sin miedos, con la misma naturalidad con la que una persona llena sus pulmones de oxígeno. Tampoco hay dudas ni reservas en la profundidad de sus ojos oceánicos, tan solo un vicio urgente por llenarnos de todo lo que somos y nos inunda con la misma vehemencia.

Con la ropa mojada y con restos de arena pegada a la piel como perlas, cruzamos la entrada de su casa sin importarnos que el agua vaya escurriendo el piso a nuestro paso. Arthur no se detiene, y yo tampoco tengo ánimos de hacerlo. Inclinado hacia mí, me besa con fiereza mientras me sujeta de la cadera y me estruja contra su pecho, al tiempo que yo le rodeo el cuello con un brazo y, con los dedos torpes de la otra mano, comienzo a levantar su camiseta gris por los bordes inferiores. Percibo su fugaz sonrisa en nuestro beso y, en un santiamén, me levanta contra la pared del vestíbulo, al lado del borde de una repisa de madera anclada al muro. Cuando le rodeo con las piernas, un jadeo incontenible escapa de mis labios.

Mientras me tiene acorralada, Arthur se deshace de su prenda superior y su torso perfecto queda desnudo ante el deleite de mi mirada, antes de que me vuelva a aferrar a sus anchos hombros. Su piel húmeda, sus manos firmes en mis caderas, y sus besos precipitados con sabor a mar, llenan mis sentidos y me agitan la respiración. Luego, cuando comienza a besarme el borde de la mandíbula, levanto la barbilla por instinto y le dejo acariciar con sus labios la piel de mi cuello. Los puntos de arena parecen no incomodarle.

Siento su aliento en las clavículas.

—¿Tienes frío?

Su voz es rasposa.

—No.

Arthur aparta un poco el rostro y me mira a los ojos; los suyos tan adormecidos por la necesidad como los míos. No intenta detenerse, aunque sé que busca en mis pupilas cualquier rastro de duda, de arrepentimiento... Tal vez, de inseguridad y pavor.

Pero no hay nada de eso.

Tan solo el mismo ardor y la misma convicción de fundirnos en uno solo.

De ignorar el mundo entero y perdernos en el océano del otro.

—Joder... —lo escucho gruñir cuando vuelve al ruedo y comienza a levantarme la camiseta roja como única prenda que llevo. La pasa por mi cabeza con mi ayuda y se deshace de ella—. Alyssa, eres tan hermosa...

Con solo la ropa interior cubriéndome ante sus ojos, que está húmeda por completo al igual que mi cabello escurridizo, me siento temblar entre la presión agónica de su cuerpo, pues comienzo a ser muy consciente de su excitación que presiona la parte baja de mi vientre. Y así, mientras posa una férrea mano en mi cadera y sus labios vuelven a atrapar los míos con desborde, la otra la pasa por detrás de mi espalda.

Me libera el sujetador con destreza.

De esta manera, ya nada se interpone entre la piel de nuestros torsos, que suben y bajan con la misma alteración por nuestras respiraciones aceleradas. Y en el instante en el que Arthur abandona mis labios y comienza a recorrer mi desnudez con la mirada y sus pupilas se dilatan con deseo, se me viene a la mente que nunca he estado con ningún hombre, que tal vez debería sentirme muerta de miedo.

Pero no hay eso.

Solo seguridad.

Confianza.

Y ganas urgentes de llegar al límite de lo nunca explorado, como si hoy fuera el fin del mundo y no fuera a existir otro amanecer. Eso lo percibe Arthur, que vuelve a besarme, esta vez más despacio, mientras que con la mano que no sujeta mi cadera acaricia mi cuello y baja con lentitud por mi pecho hasta envolver uno de mis senos.

Aquí dentro todo ardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora