Capítulo 74

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Alyssa


Cálido y húmedo.

Así se siente el viento que entra por las ventanillas abiertas de la Mercedes mientras avanzamos por las calles de Sandbridge, una comunidad costera de Virginia Beach donde se ubica la casa de la fallecida abuela paterna de Arthur y también la que fue de sus padres y ahora le pertenece. Luego de haberme dejado llevar por una oleada de sentimientos que me sucumbió y haberle confesado en la terraza de la escuela de música que él se convirtió en mi inspiración (algo que hasta entonces tuve claro), Arthur no dijo nada en absoluto. Me dolió que no me correspondiera de alguna manera, que se quedara callado, pero entonces me pidió que lo acompañara a su ciudad natal y en sus ojos leí todo lo que no pudo decirme.

No me negué.

Me contó los detalles del viaje y las razones para ir a Virginia Beach. Por supuesto, yo acepté porque a mí me vendría bien para distraerme un poco de mi reciente ruptura con mi padre, y además conocería la playa en la que él creció y me compartiría más de cerca sus recuerdos. No me detuve a sopesarlo ni un poco, pues llegaríamos el domingo por el medio día y regresaríamos a Nueva York al día siguiente. Sería un paseo corto, y no quise pensar más en ello.

No lo hice ese viernes.

Tampoco ayer, sábado.

Pero sí durante todas las horas que ha durado el viaje, en los tiempos de silencio en los que ambos nos hemos sentido cómodos por igual, sin la urgencia de llenarlo. Por otro lado, durante el largo trayecto, Arthur ha puesto una lista de reproducción con pistas de nuestros cantantes favoritos (la preparó con antelación), a la vez que, de manera intermitente, me ha ido relatando sobre aspectos de su familia que no me había mencionado antes. En especial, en lo que incumbe a su tío Rhys, quien es prácticamente el único lazo sanguíneo con el que aún ha retomado cierta comunicación; empero, no es alguien tan cercano para él, pues Rhys se alejó por mucho tiempo cuando se mudó a San Francisco y rompió lazos con Arnold, su hermano mayor. A grandes rasgos, Arthur me ha contado los motivos del distanciamiento entre su tío y su padre y cómo volvieron a reconciliarse hace casi cinco años (antes de que Dean muriera y Arthur se exiliara de su propia vida). En suma, es verdad lo que antes había premeditado.

Arthur está casi solo...

—¿Te gusta?

Su voz grave me saca de mi pequeña ensoñación y lo miro por el rabillo del ojo. Arthur conduce a mi lado con un brazo por fuera de la ventanilla con un aparente aire despreocupado, sin la estela de angustia habitual a su alrededor; aunque, aun así, puedo notar la ligera tensión en los nudillos de su mano derecha que sujeta el volante, así como la rigidez en el músculo de su mandíbula.

En este momento, estamos atravesando una calle que está cerca de la costa, llena de residencias con fachadas americanas de colores pasteles y cuidados jardines entre cada una. La paz que se respira es tan fascinante que es inevitable pensar en lo mucho que me gustaría vivir en un sitio como este. Así, naturalmente, comprendo que aquí es en donde Arthur creció; esta es la vida que siempre conoció. Nunca parecida a la que llevamos en Nueva York, llena de luces, anticipación y ajetreos.

—El clima, ¿qué te parece? —insiste Arthur ante mi silencio con tono suave, distinto a lo que transmite su lenguaje corporal—. Aún no estamos en el punto más caluroso del verano, así que todavía el bochorno es soportable, y la brisa que sopla del mar ayuda bastante... Además, si no me equivoco, me habías dicho que el verano y la primavera son tus estaciones favoritas. Lo recuerdo bien, ¿cierto?

Lo observo con disimulo.

Es increíble la manera en que, por más que lo vea del diario, me sigue impactando su atractiva y magnética presencia. No es solo por lo atractivo que es, sino por aquello que emana de su ser. Existe un fuego salvaje que me llama a través de la herida en sus ojos.

Es algo que aún no puedo explicar.

Ni siquiera ahora.

—Sí, lo recuerdas bien. —Esbozo una sonrisa cuando llega a mi mente la avalancha de recuerdos veraniegos en compañía de mi madre, mi hermano y mi padre juntos, como una familia unida—. Conservo recuerdos muy especiales en estaciones como estas.

—Eso ambos lo compartimos.

En silencio, su semblante se inunda de una sutil nostalgia que no es amarga ni oscurecida, sino ligera y apacible. Así, sumergido en sus propios adentros, Arthur comienza a bajar la velocidad de la camioneta y entonces se aparca frente a una pequeña casa de una planta con muros de color crema y en estado de evidente remodelación. En el pequeño jardín, que luce un poco descuidado, hay cubetas de pintura y demás herramientas que están dispersas entre los helechos.

—Hace poco más de cuatro años que no veo a Rhys, y tampoco conozco a su esposa Laura, con quien creo se casó recientemente, así que espero todo salga bien —dice Arthur al tiempo que se quita el cinturón de seguridad al igual que yo—. Y otra cosa...

Él titubea un poco.

Yo me limito a esperar.

—Ellos están conscientes de todo lo que pasó conmigo de manera general, pero no saben todos los detalles... —su voz, como cada vez que habla sobre su pasado, se vuelve un tono monótono y sombrío—. Lo aclaro por si te resulta extraño que omita o altere alguna información. No será porque no te haya contado bien las cosas. Ya no hay nada que pueda ocultarte sobre mí.

Arthur está a punto de abrir la puerta de su lado cuando, sin poder contener el impulso, estiro la mano para detenerle del codo. Su playera negra de algodón con mangas cortas deja al descubierto los músculos de sus brazos, el trazo de sus venas bajo la piel bronceada... Apenas es un contacto que dura una milésima de segundo, pues retiro la mano de inmediato. Me aclaro la garganta al tiempo que percibo su atención penetrante sobre mí. Siento el calor subir por mi cuello y llegar hasta mis mejillas.

—¿Qué pasa?

Evito sus ojos.

—Sobre nosotros... Si ellos preguntan sobre qué tipo de relación mantenemos tú y yo... —susurro con la voz insegura y atropellada—, ¿qué vamos a decirles?

El silencio nos embarga.

Me siento un poco absurda, pero es natural y lógico lo que acabo de preguntar. Después de todo, nosotros lo tenemos claro, pero los demás podrían no comprenderlo. Sobre todo, cuando es evidente que escapamos de las definiciones más comunes.

—Bueno, en este caso... —lo escucho decir en voz muy baja—, vamos a decirles que somos pareja y que llevamos algunos meses juntos, solo eso. No tienen que saber con exactitud todos los detalles al respecto.

—Bien.

Luego, salgo de la camioneta.

Respiro hondo, dos veces.

Sin embargo, una niebla ansiosa se instala en mi pecho y no se disuelve con nada, ni siquiera cuando Arthur se dispone a caminar a mi lado. Antes de llegar al porche y tocar al timbre de la entrada, él me toma de la mano. Sorprendida por su movimiento inesperado, siento cómo entrelaza sus dedos con los míos.

Me mira a los ojos.

Mis labios se entreabren.

—Sabes que lo quiero todo, Alyssa.

Sus palabras contienen una emoción quemante tan palpable que provoca que mi latido se precipite en mi pecho. Con la respiración casi entrecortada, bajo la mirada a nuestras manos que permanecen entrelazadas, fundidas en una sola pieza.

—No te imaginas cuánto. 



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