Capítulo 38

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Arthur


Después de abandonar Sandbridge, me he detenido en una caseta de gasolina para llenar el tanque de la motocicleta y emprender el largo viaje de retorno, pues no pienso mantenerme en Virginia Beach durante más tiempo. He sido bastante estúpido al pensar que la nostalgia de una vida pasada me llenaría de algún tipo de nueva esperanza y me haría sentir menos perdido... Tal vez, el acercamiento que he tenido con Alyssa ha sido la causa de esa vaga idea. Pero no puedo engañarme. Nada en mí va a mejorar y volverse más liviano con el tiempo, no después de haber llegado a un punto sin regreso.

Cuando termino de llenar el depósito de combustible, me detengo en el estacionamiento de una tienda de conveniencia que está justo enfrente. Pienso regresar a Nueva York en un trayecto directo casi sin paradas, por lo que necesito un café caliente y algo que llevarme al estómago antes de aventurarme de nuevo.

Con el casco en mano, el celular y la billetera en los bolsillos de los vaqueros (las únicas pertenencias que he traído conmigo), empujo la puerta de la tienda y el ambiente frío que proporciona el aire acondicionado refresca mi cuerpo de inmediato. Sin miramientos, me sirvo una bebida caliente en la máquina expendedora de café y tomo un paquete de galletas de mantequilla antes de pagar en la caja de cobro y tomar asiento en una de las mesas de madera que están cerca de los ventanales de cristal.

No pienso en nada.

Y a la vez lo siento todo.

Mientras bebo a sorbos el café y mastico las galletas, pienso en la manera cruel en la que cada uno de los miembros de mi familia ha perecido y la tortura de ser el único que sienta el peso de los pedazos rotos. Tal vez, este es el verdadero castigo que merezco, lo que he estado pagando. La condena... es estar vivo.

—¿Arthur Keller?

Escuchar mi nombre a pocos metros de mí me saca de mis adentros y me hace voltear con brusquedad sobre mi hombro. Quien se ha dirigido a mí es una mujer morena clara, de cabello crespo oscuro hasta las hombros y ojos pardos. Es joven y guapa, y la primera impresión que tengo de ella es la sensación de que la he visto antes. Me ha llamado por mi nombre, así que debe de conocerme... Y yo también debería hacerlo.

Entonces la identifico.

Fuimos amigos en el colegio durante algún tiempo, y luego ella se mudó con su madre a Miami y nos dejamos de ver a los trece años. Dos años después, yo perdí a mi madre, pero ella ya no lo supo. Jenna Grant, la niña dulce y alegre de mis memorias, conoció al Arthur inocente, apasionado y lleno de sueños. No debe tener idea de que ya no conservo ningún resquicio de aquel que fue su amigo.

—¿Jenna?

Su expresión aturdida se desvanece y me regala una sonrisa de oreja a oreja, al tiempo que decido levantarme de mi asiento para saludarla. En medio de palabras de asombro, me da un pequeño abrazo que yo correspondo con cierta incomodidad. Aun así, antes de volver a sentarme, la invito a ocupar la silla vacía enfrente de mí.

Es pura cortesía.

—No puedo creerlo, Arthur. Ha pasado tanto tiempo... —su voz está cargada de emoción contenida—. Entré a la tienda y cuando te vi a lo lejos pensé que no eras tú, luego me acerqué y... estás aquí. Es increíble.

Coloca los antebrazos sobre la mesa con la atención fija en mí. Y trata de disimularlo, pero puedo notar su evidente escrutinio sobre la diferencia más marcada del rostro que ella recuerda: la cicatriz que recorre mi lado derecho.

—La verdad es que por un segundo casi no te he reconocido —admito al mismo tiempo que le señalo el paquete abierto de galletas para que tome con confianza—. Ahora somos tan diferentes a cuando éramos niños que...

Aquí dentro todo ardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora