Capítulo 46

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Arthur


Sus ojos.

Su presencia.

Su música.

Son suficientes estímulos para que la trágica tristeza vuelva a esconderse en uno de los agujeros de mi pecho y la calma llegue. No la erradica, pero lo que Alyssa me produce en silencio y sin siquiera ella percatarse, actúa como un pequeño bálsamo. Sea lo que sea, es una sensación agradable y, aunque esto me convierte en un egoísta, no me puedo resistir a experimentar un poco de ello. Todas las emociones que me han sucumbido desde el primer instante en que mis ojos se posaron en los suyos son renacidas, distintas a cualquier cosa que haya conocido. Sé que no puedo quedarme y traspasar la línea que he marcado y pretender vivirlo, pero al menos deseo el recuerdo... Un souvenir tatuado en la piel que dure el resto de mi angustiosa existencia es, en mi caso, suficiente.

Eso es todo lo que puedo darme.

Respiro hondo y me concentro en la manera en la que Alyssa ejecuta cada movimiento al interpretar una de las piezas más difíciles que hemos estado practicando hasta ahora. Su firmeza y concentración en cada una de las notas es tal, que una ligera línea horizontal de tensión le surca la frente. Con el paso de las semanas, su habilidad técnica ha ido mejorando de forma gradual; sin embargo, en ocasiones se sigue equivocando o se entorpece. Y, cuando eso sucede, se frustra consigo misma.

Alyssa baja los brazos, extenuada.

Se pasa una mano por la frente para limpiarse el rastro de sudor y se masajea los dedos. Su cabello rubio oscuro está sujetado en un bucle salvaje, por lo que algunos mechones sueltos le cubren parte de la frente y el cuello; además, sus mejillas están sonrosadas por el reciente esfuerzo. Se ve tan adorable que casi logra ponerme nervioso.

Alza la atención y busca mis ojos.

—Ha estado pésimo, ¿no? —dice con el entrecejo arrugado—. He tratado de poner en práctica todo lo que hemos estudiado en cuanto a teoría, pero... aún me entorpezco demasiado al leer partituras más complejas. Me frustra pensar que, de no haberlo casi abandonado, ahora mismo sería una proeza.

Su imagen natural me perturba.

¿Es consciente de lo hermosa que es?

Eludo la mirada y me aclaro la garganta.

Ahora que no puedo utilizar la indiferencia como escudo, es difícil contener las emociones de anhelo que me sucumben cuando menos lo espero, así que solo puedo recurrir al despiste y esquivar aquella energía que tira de mí con un magnetismo implacable.

—Tal vez tú no te has percatado tanto, pero sin duda has mejorado —señalo a la vez que me levanto de la silla y cruzo los brazos sobre el pecho (antes dejo el pequeño cuadernillo de apuntes en la mesa del costado)—. No seas tan dura contigo misma, Alyssa. Esto es parte del proceso.

—Lo sé, es solo que... —susurra y luego se detiene. Su silencio contiene la misma melancolía que a veces se desprende a su alrededor como una fugaz neblina—. No lo sé, a veces es difícil recordar que estuve cuatro años casi alejada de la música, estancada en el mismo nivel. Pasa que me vuelvo a sentir como esa chica adolescente y me frustra un poco la realidad de no haber progresado.

Suspira y se levanta del taburete.

—Me pregunto si aún podría ser capaz de cumplir mi sueño.

Esbozo una sutil sonrisa.

Suelto los brazos a mi costado.

No lo veré, es cierto. Pero esa imagen mental de ella, disfrutando al máximo con toda su capacidad desarrollada, me hace sentir dicha y, al mismo tiempo, la extraña congoja que representa la ilusión de un momento que nunca se convertirá en recuerdo.

—Aún lo puedes cumplir, y lo harás.

Alyssa coge su mochila del perchero.

Lleva un suéter color canela, pantalones de mezclilla y zapatillas deportivas. No puedo evitar pensar en lo mucho que resalta la simplicidad en ella, es casi como un don suyo.

Me encara con las cejas alzadas.

—¿Lo dices como algo que podría pasar pronto o en bastante tiempo?

Con lentitud, me acerco a ella, aunque mantengo una prudente distancia (la mínima que deberían respetar cualquier par de amigos). Meto las manos en los bolsillos de la chaqueta negra y ladeo el rostro.

—Te lo diré en el sitio que hayas elegido para que vayamos el día de hoy, así que... —murmuro mientras mi atención viaja entre sus ojos y lo que hay detrás de ella para disimular un poco—. Ayer dije que lo pensaras, ¿recuerdas?

Alyssa se muerde el labio inferior.

Su expresión se llena de vergüenza.

—Bueno, hice algo al respecto...

Aguardo en silencio.

—Una lista. —Entonces, saca una pequeña hoja doblada del bolsillo trasero de su pantalón—. En ocasiones, cuando mi madre no sabía qué decisión tomar, hacía listas con varias alternativas. Y tú has dicho que pensara en algún sitio al que quisiera ir, aunque prácticamente conozco casi toda la ciudad. Así que... hice una lista de mis lugares favoritos de Nueva York. No son muchos, pero después podríamos agregar más.

Entreabro los labios, sorprendido e impactado por la idea. En la determinada decisión de solo permanecer veinte días más en esta ciudad, comencé a darle vueltas a cómo sacar excusas para pasar el máximo de tiempo posible a su lado... Ahora, sin darse cuenta, Alyssa acaba de dar justo en el clavo.

—Me parece una idea perfecta —afirmo con una tangible tensión que recorre mi sistema nervioso—. Podríamos ir a cada sitio de esa lista... Será divertido.

Ella traga saliva.

—¿Después de las tutorías?

Asiento.

—Justo como suena.

Alyssa sonríe y luego añade:

—Entonces empecemos hoy. 



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