Arthur
El mar embravecido.
Y mis esperanzas rotas.
Sé que debo soltar las cadenas a las que me he aferrado, rendirme y aceptar que es mejor romperme aún más el corazón que arriesgarme a cometer más errores y ensombrecer la vida de los que aún me rodean. Asumir que, aunque intenté encontrar un y mil caminos, nunca voy a poder borrar el pasado y ser el mismo que antes. Que, después de todo, los días que viví con Alyssa en Nueva York serán suficientes para morir casi feliz en medio de la eterna pesadumbre. Un final así... es más de lo que habría merecido.
Ella podrá olvidarme.
O recordarme toda la vida.
Cualquiera de las dos estará bien, aunque, si pudiera elegir, preferiría la segunda, pero siempre lejos de mí, de alguien que nunca podrá compartir su fuego, ni hacerlo arder, solo... consumirlo, robarlo. La resignación comienza a caer sobre el mismo lugar que, poco tiempo atrás, brilló con su sonrisa, quemó en su cuerpo y me alzó a un punto ilusorio tan ajeno, tan improbable como la luz en el fondo de un calabozo.
Fue casi real.
Pero nunca lo fue.
Porque ahora, la ciudad que construí con frágiles cimientos comienza a desmoronarse, pedazo a pedazo en la lluvia seca de mis ojos, en el murmullo de las olas que acompaña a mi pesada respiración, en el rastro del alcohol que aún arde en mis labios. He perdido la cuenta de los minutos que llevo aquí, sentado a la orilla del mar después de haberme embriagado en el porche de la casa de mi padre, con el único anhelo de apagar las horas.
Los recuerdos no cesan.
Y mientras ellos inundan hasta el último resquicio de mi memoria, abrazo todos los escombros que se figuran en los colores suaves e intensos de este atardecer, el más frío y lóbrego de todos. Su mirada triste se cierne a lo largo de esta playa de Sandbridge en la que he vivido los momentos más cruciales de mi vida, el pedazo de mar que ha sido testigo de mis más profundas alegrías, de mis amargas aflicciones, de los cumpleaños que celebré con mi hermano, suyo o mío, al final del día.
Siempre llenos de risas.
De cervezas y bromas.
De surf y kayak.
Así transcurre el tiempo...
Y ahora, en las espinas de este caótico silencio, no queda ninguna sombra de aquellas tardes de verano. Y todo parece reflejarlo, o tal vez la propia naturaleza tan solo desea consolarme: la luz sombría del crepúsculo, las nubes cargadas de lluvia, el rugido de las olas, la sal en el viento... Aunque mis sentidos se han nublado y mis extremidades empiezan a pesar, sigo siendo consciente de todo.
—¿Arthur?
Es un susurro lejano.
Pero reconozco esa voz.
Dejo de observar el estremecimiento del mar y volteo a mi costado con rigidez, y al instante pienso que estoy alucinando. Sin embargo, allí está, como una ensoñación de carne y hueso que no se desvanece.
Alice Jackson.
Con los pies descalzos, enfundada en un vestido naranja, la melena oscura sujetada en un moño alborotado y los ojos verdes, ansiosos y acusadores es como si el mar la hubiera arrojado. Y con ella algo más.
Una furia letal.
—Alice...
Me obligo a levantarme.
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Aquí dentro todo arde
RomanceArthur, un pianista de veintisiete años con un trágico pasado y una gran desesperanza en su alma, ayudará a la universitaria Alyssa a recuperar las riendas de sus sueños. * * * En él, todo está en cenizas. En ella, el fuego se ha extraviado. Lue...