Capítulo 12

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Arthur


Ella desaparece.

Pero sus palabras me golpean.

Me hacen reflexionar sobre qué es lo que he estado haciendo desde la noche anterior, y el porqué de mi propia distorsión: intento... no darle miedo. En los últimos cuatro años, he comprobado que puedo intimidar a las personas incluso antes de acercarme, que llevo una sombra pesada que resulta densa y oscura, propia, no solo a causa de mi cicatriz. Es algo que me acompaña, como una estela que dejo sobre mis pasos. Y ahora todo se aclara, segundo a segundo: en cuanto la vi, en aquella cafetería, solo pensé en resultarle todo lo contrario. Ser alguien que, a sus ojos, no pueda asustarle; porque, por alguna razón que no comprendo, no quiero que me perciba de esa manera. Por eso mis actitudes tan volátiles, tan forzadas.

No sé cómo se llama o de dónde viene, lo único que sé es que en este momento me siento más desconcertado que en toda mi vida, y furioso, porque una completa extraña no debería provocarme esta maraña de emociones que no puedo aclarar. Y es que encima, aunque no tenga cómo saberlo, ha podido intuir que la faceta que le he mostrado es falsa.

Y también conoce a Will.

Está incluida en su circulo cercano, y eso me asusta. Aunque, de no haber sido así (si tengo que ser sincero), sé que habría sido victima de mis estúpidos impulsos y habría ido cada día a la misma hora a esa misma cafetería.

Solo para verla otra vez.

—Carajo —escupo la palabra.

El silencio que respiro en el departamento después de que se marcha es palpitante. Suelto las manos crispadas a los costados del cuerpo y los músculos de la espalda se tensan, pero respiro hondo y trato de pensar con claridad.

Nada de esto es racional.

No es atracción sexual.

No es amor a primera vista.

No hay cómo definirlo. Aunque lo cierto es que, desde ayer por la noche, no puedo dejar de pensar en esos ojos. Mi absurdo y repentino interés por esa chica es algo que escapa más allá de mi entendimiento. ¡Ni siquiera sé su nombre! ¿Cómo puede perturbarme de esta manera tan atípica?

Pero tal vez lo sé un poco.

Algo en ella me atrapa de forma natural, quizás, se trata de... su melancólica soledad, la que está adherida en su mirada. No es una tristeza como la mía, llena de sombras y tragedia; la suya se siente libre de furia y culpa, tan solo es pura y auténtica, incluso es bella. La pude vislumbrar desde el primer vistazo.

Trago saliva.

Tal vez esta es la constatación de que todavía no he muerto del todo. Que, a pesar de la angustia, el dolor y los remordimientos, aún no he acabado con toda mi capacidad para sentir como creí; porque ahora me veo aquí, de pie en la cocina con algo que se desborda, que se ha abierto de par en par con tanta fuerza que no sé cómo detenerlo.

Y es que cuando ella me miró, aquella primera vez, sentí que ese instante contuvo mi lucidez completa. Sus ojos, en silencio, me hicieron despertar del letargo en el que me hallaba.

Soy un manojo de emociones.

Se han escapado de un sitio profundo.

Y debo interrumpirlo.

No debería estar experimentando este absurdo. No se parece a nada conocido, pero no puedo intentar descubrirlo. Hay muchas razones por las que no puedo otorgarme ese derecho... Camino trastabillante hasta sentarme en uno de los taburetes de la barra. Dejo caer los codos sobre la madera rojiza y me envuelvo la nuca con las manos. Debo controlar esto. No puedo abrirle la puerta a los caminos que juré no volver a recorrer. Ya he sentido mucho en el pasado, y no hice nada bueno con esos sentimientos, esas emociones imprevisibles que solo condujeron a los errores.

Aquí dentro todo ardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora