Capítulo 14

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Alyssa


El domingo se acaba.

Ha llegado el atardecer.

Mientras recorro las calles de Tribeca (después de haber visto a Jessica, decidimos comer y comprar ropa en tiendas de moda, y ahora que nos hemos despedido me he dado cuenta de que aún no me apetece regresar a casa, por lo que voy sin rumbo, en busca de algo mínimamente interesante), una lista de reproducción de Adele y Lewis Capaldi suena en mis audífonos. Así voy hasta que, sobre la misma avenida, me encuentro con la fachada de un local de comida rápida que solía frecuentar casi a diario con mi madre cuando era niña. Los recuerdos llegan en ráfagas.

Me detengo casi en la entrada.

Con poco disimulo, me fijo en los rostros satisfechos de una mujer y una niña pequeña que salen del local tomadas de la mano con un par de helados. Ambas se alejan con rapidez, para al final perderse entre los demás transeúntes del concurrido paseo. Siento una punzada de nostalgia en el centro del pecho. Es increíble cómo algunos sitios pueden conservar intactas las memorias a través del tiempo.

Resulta extraño, y especial.

Jalo aire para despejarme.

Luego, le doy la espalda al lugar y camino en dirección contraria sin mirar atrás. No es que me haya sentido desdichada, al contrario, me recorrió un sentimiento reconfortante (uno que se ha hecho presente durante los últimos meses en todas las cosas que aún la evocan). Ya no está el dolor abrasador y desgarrador de los primeros años a su muerte, ahora es un viento de primavera, una dulce nostalgia. Mis ojos se van anegando de lágrimas, pero no detengo mi andar.

Pienso en la música.

En el piano.

En la resistencia que encuentro en todo lo que elegí en base a la pérdida de la ilusión con mis propios anhelos, y es que siempre ha estado allí, susurrándome que no estoy en el camino correcto. En las últimas semanas, el deseo de retomar lo que en verdad siempre he querido ha ido tomando más fuerza, tanto, que ahora se ha creado una fisura. ¿Sería posible recuperar aquel gran sueño? El de convertirme en una reconocida pianista solista clásica con giras de recitales en todo el país, incluso con presentaciones internacionales, grabar discos y colaborar con orquestas...

Sería un camino largo, difícil.

Pero... lleno de pasión y dirección.

Tal vez, por eso esta confusión, esta carencia de claridad; porque estoy en un sitio en el que no me reconozco, al que nunca he pertenecido, aunque haya pasado casi cuatro años de mi vida intentando aferrarme a este sendero carente del fuego por el que ardo. Y si aún no es tarde y aún puedo intentarlo, sé que mi madre estaría orgullosa de verlo desde donde quiera que esté, y también yo misma; sobre todo, yo misma.

Acelero mis pasos.

Estoy muy cerca de la escuela privada de música que pertenece a la familia de Will, en donde estudié piano durante diez años. En ese entonces, soñaba con ingresar a Juilliard, el prestigioso conservatorio de artes ubicado en el Lincoln Center. Y pensar que, cuando por fin lo logré, decidí abandonarlo todo...

Meto las manos en los bolsillos de la gabardina y me detengo justo en la esquina de una calle principal de Tribeca que conozco muy bien. Alzo la mirada y reconozco todo a mi alrededor. Casi como una señal, he llegado sin querer a este sitio.

Mi corazón da un vuelco.

Siempre tuve muy claro que quería ser pianista (mi deseo nació de escuchar los acordes desde el primer día que nací). Mi madre era excelente con ese instrumento y, aunque no se dedicó a ello de manera profesional, siempre me apoyó para que yo sí cumpliera mis sueños artísticos. Así que, siguiendo mis deseos, me inscribió a los ocho años a la escuela privada de música del marido de Anne (la madre de Will), su mejor amiga. Así fue como concluí mi preparación para el nivel superior hasta los dieciocho años... Entonces ocurrió la tragedia, y cambié bruscamente de rumbo.

Aquí dentro todo ardeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora