Capítulo 98

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Arthur


Minutos agotados.

No tengo idea de cuántos han pasado.

Solo sé que, mientras siento cómo la ruptura sangra, esta vez sin ningún remedio y sin ninguna defensa, los he perdido todos observando la inmensidad del mar. No tengo ganas de hacer nada más. Y no sé si es mi aflicción, los recuerdos de una vida a pedazos que cantan en las olas o la cantidad de alcohol que he bebido lo que me impulsa a levantarme.

Y gritar desgarrándome la garganta.

Olvidar que he nacido.

Porque nunca había sentido esta clase de desesperación. Estar tan irremediablemente vacío y, a la vez, tan atascado de sentimientos que me convulsionan y son tan contradictorios entre sí. Porque, justo cuando me he resignado a no sentir nada, soy capaz de sentirlo todo.

¿Y cómo detener esta fuga?

¿Cómo apagar lo que no deja de quemar?

Me siento tambalear, con la vista borrosa y los sentidos adormecidos, pero vivos.

Ardiendo.

Mis pies descalzos avanzan.

La arena se siente cálida...

Y el agua, poco a poco, empieza a inundarme los tobillos, las pantorrillas, las rodillas, los muslos, la cadera... El mar arremete furioso contra mí, pero no me detengo y sigo avanzando contra las olas, como si fuera a encontrar en lo profundo mi propio oasis en medio de los desiertos arenosos de mi conciencia. Cada vez más cerca, hasta que me siento sumergir por completo y dejo de sentir toda firmeza en la punta de los pies.

Solo agua.

Tempestad.

Las lágrimas por fin desaparecen y dejan de escocer en mis mejillas. Se pierden entre la oscuridad y la sal del mar, hasta que... ya no las siento más. De pronto, en este instante perdido, mis sentidos se agudizan como si algo los hubiera reconectado, y me doy cuenta de la peligrosa y salvaje situación en la que me he involucrado.

Un golpe, y otro más.

La marea me lleva con ella.

Ya no tengo el control.

El cuerpo empieza a fallar, a pesar demasiado, el pecho a quemar por el agua que empiezo a tragar... Solo el mar y las tinieblas, ningún objeto cercano al que pueda sujetarme y así traerme de vuelta a la tranquilidad de la orilla. Fugaz, aparece el pensamiento mientras mi cuerpo es arrastrado, más y más. Sería fácil rendirme y dejarme llevar. Eso apagaría el dolor de manera perpetua.

Pero los atardeceres...

Los sueños dormidos...

La mirada de Alyssa...

La música en mis dedos...

Entonces, aparece un calor distinto, y comprendo que no quiero hundirme. Aún no. Esto es todo lo que siento. No deseo apagar el interruptor, porque en este frío he encontrado una llama en mi interior que nunca se ha apagado del todo, que siempre ha estado allí, a la espera de que pueda rescatarla. Además, en medio de la agitación, algo en mi interior me susurra que, en realidad, jamás me he abandonado. Mi espíritu no está destruido.

Aún necesito vivir.

Aún quiero vivir.

Empiezo a luchar.

Pero... la fuerza contra la que hago protesta es demasiado brutal, tenebrosa y letal. Se empeña en acabar conmigo, con cada recuerdo de mi memoria, el dolor y las alegrías, los matices que ahora se llenan de significado. Y mis precipitados intentos por salir, por regresar a la orilla, comienzan a fatigarse, a disminuir... Se vuelven tan frágiles como el soplo del viento.

Y el pecho arde en llamas.

Ya no puedo respirar.

Aun así, no me rindo.

Nunca lo hago. 



* *

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