CAPITULO SIETE

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Me dirigía hacia mi club, "La Rosa Negra", con la determinación palpable en cada fibra de mi ser

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Me dirigía hacia mi club, "La Rosa Negra", con la determinación palpable en cada fibra de mi ser. Acompañado por mi caravana de seguridad, compuesta por mi equipo de hombres más fieles y altamente entrenados, liderados por mi hombre de confianza, Federico, me adentré en las calles de Roma con el rugido del motor de mi Ferrari Rojo como fondo.

La noche era un lienzo oscuro salpicado de destellos de luces de neón y el incesante murmullo de la vida nocturna. Aunque el bullicio de la ciudad envolvía mis sentidos, mi mente estaba concentrada en los negocios que me esperaban en mi club. Los asuntos de siempre, pero esta noche, algo parecía distinto.

Al adentrarme en la zona VIP, me sumergí en un ambiente de lujo y exclusividad. Desde mi posición privilegiada, podía observar todo el lugar con una vista panorámica que dejaba al descubierto cada rincón del club. Camille, con su elegancia característica y sus gestos sumisos, se acercó para recibirme con reverencia, aunque su voz temblorosa y nerviosa delataba su ansiedad por complacerme. Sus ojos, llenos de adoración y sumisión, reflejaban el respeto que sentía hacia mí.

-Es un placer tenerlo de vuelta, señor, y que nos honre con su presencia -me dijo, manteniendo la mirada baja como corresponde a una sumisa bien entrenada. Su pregunta sobre mi elección de bebida fue casi un susurro, pero noté el matiz de insinuación en su tono.

-Lo de siempre -respondí con firmeza y un toque de deseo apenas contenido. Camille, como una de mis mejores sumisas, tenía el privilegio de servirme personalmente, y hoy no era la excepción. Pedí una botella de whisky sello azul, una elección que reflejaba mi gusto por lo exquisito y lo exclusivo.

Mientras Camille se esforzaba por mantener la compostura frente a mi presencia imponente, pude notar que ya estaban esperando los hombres con los que me reuniría. Su silueta se recortaba en la penumbra de la zona VIP, esperando mi llegada con una mezcla de respeto y expectación. Sabían que cualquier reunión conmigo podía significar negocios importantes o decisiones y, por ende, sus propios destinos.

Mientras Camille se apresuraba a cumplir con mi pedido, aproveché para darle un sorbo al whisky recién servido. El líquido ardiente me quemó la garganta de una manera deliciosa, enviando una oleada de calor a través de mi cuerpo. En ese momento, mis ojos recorrieron la sala con una mirada afilada, evaluando cada detalle con una precisión casi instintiva. No había nada que escapara a mi atención, nada que pudiera desafiar mi dominio sobre este lugar y sobre aquellos que lo habitaban.

Sin embargo, mi búsqueda fue interrumpida por la visión de una figura femenina en una de las mesas. Era ella. Angelik. Desde aquel encuentro que quedó grabado en mi mente, su imagen había persistido como una sombra en mis pensamientos. La vi entre la multitud, aparentemente distraída y risueña, charlando con quienes supuse que eran sus amigos. Pero mi mirada se detuvo en uno en particular, demasiado cerca de ella para mi gusto.

Un destello de inquietud y amargura ardía en mi interior al presenciar su complicidad con él. Era un sentimiento desconocido, uno que no había experimentado antes, pero que me obligó a tensar la mandíbula para contener la incomodidad que me invadía. Me preguntaba qué le causaba tanta risa, qué podía hacer que se olvidara por completo de mi presencia. Las imágenes que se formaban en mi mente eran tan dolorosas como perturbadoras, y prefería no darles más espacio del necesario.

Oscura SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora