34: Eurídice

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31 de octubre de 2011


La llegada de su vieja amiga era esperada, aunque lenta.

Inquietud.

Su venganza no conoció piedad.

Demasiado cansada para dormir, demasiado ansiosa para caminar, Hermione se acostó en una cama que ya no se sentía como la suya. Menor. La oscuridad se extendía en todas direcciones, espesa como una densa humareda. Era asfixiante, no escatimaba nada y lo envolvía todo. El silencio permanecía en sus oídos mientras daba vueltas, y pintaba sombras en sus párpados cuando se volvía. Enmascarando las paredes y diseñando el vacío, la quietud de su mente creó todo de la nada.

Pero entonces encendió la luz.

Hermione sintió que crecía y se estiraba demasiado para su propio cuerpo mientras miraba alrededor del espacio que alguna vez fue una fortaleza de comodidad y descubrió que ya no lo era.

Nada volvería a ser igual.

Estaba dividida entre llorar la pérdida y estar agradecida por el cambio.

Como un alma perdida, Hermione vagaba de habitación en habitación. Pensando mientras pasaba un dedo por los lomos de sus libros de investigación. Rumiando mientras está sentada en el taburete de su cocina. Reorganizarlo todo pero no cambiar nada. Evocando recuerdos mientras tocaba las hojas secas de la hierba colgante, parte de un regalo para el niño que las amaba mucho. Cada uno, nuevos y viejos, la llevaron al conservatorio, donde escudriñó los cielos en busca de paz.

Hermosas como siempre, las estrellas estaban en silencio. Vacío. No se encontró consuelo.

La luna creciente produjo la misma reserva.

Hermione miró hacia abajo cuando no encontró nada que la castigara.

Podía sentir todas las sensaciones: hormigueo en los dedos, palpitaciones en las manos, dolor en los músculos, palpitaciones en la cabeza. Las palabras de Draco y la pregunta que se negaba a ser ignorada reverberaron como el ritmo constante de un tambor.

¿Qué quieres?

Esas pequeñas palabras susurradas le recordaron la gravedad de cada momento, la elección que Draco le había dado y el deber que tenía consigo misma y con ellos de ordenar sus propios demonios. Pero cada vez que Hermione daba un paso en la dirección de una respuesta, se enfrentaba cara a cara con las ansiedades que la atormentaban.

Hermione no podía deshacer lo que se había hecho o lo que se había dicho, pero los "qué pasaría si" llenaron sus pulmones y le apretaron el corazón, lo que dificultaba la respiración con cada golpe de su pulso. La destrozó.

Su cabeza y su corazón estaban de nuevo en guerra, y las paredes se cerraban por todos lados, moviéndose lenta pero constantemente para aplastarla, para hacerla gritar.

Los ojos pesados se cerraron y Hermione esperaba que siguieran así, pero eso habría sido demasiado fácil.

No había escapatoria.

Imposible de moverse o quedarse quieta, vio cómo la noche se convertía en amanecer antes de volver a entrar.

Un rizo de vapor se elevó de una taza de que la esperaba.

Hibisco.

Audaz. Vibrante. Vivo.

Si le temblaban las manos al recogerlo, o una lágrima residual se deslizaba por su mejilla al inhalar el aroma de las bayas y la tierra, no había nadie allí para juzgarla por ello. O por cómo algo tan simple como la firmeza de Draco en forma de té liberó solo una fracción de la opresión en su pecho.

Medida de un hombre// Traducción DramioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora