☪┃ᴄᴏɴᴠᴇɴᴛ «𝗣𝗝𝗠»³

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Para un sacerdote sin escrúpulos, un convento de monjas es un lugar repleto de tentaciones

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Para un sacerdote sin escrúpulos, un convento de monjas es un lugar repleto de tentaciones

Todas las religiosas del convento esperaban que, una vez nombrada abadesa, sor Jiyu estuviese lo bastante ocupada con las obligaciones del cargo como para mantener aquel contacto directo con ángeles y demonios. Sin embargo, las monjas no tardarían en comprender que no sería así, pues los trances de sor Jiyu no sólo no remitieron, sino que se hicieron más vívidos y trascendentales. La abadesa continuó ejerciendo como cronista de la voluntad de Dios, pues siempre recibía instrucciones precisas y pertinentes a las vicisitudes que se le iban presentando.

Es más, la visión que puso fin al breve periodo de calma que siguió a su nombramiento resultaría esclarecedora, pues sor Jiyu aparecía ataviada como Santa Catalina en las pinturas del Jardín de las Plegarias. A diferencia de lo impreciso de sus trances anteriores, éste evocaba claramente el relato bíblico de la samaritana. Al acercarse al pozo, Jiyu vio allí a Jesús, y éste le habló con voz cansada.

—Por favor, buena samaritana, dame un poco de agua.

Siendo la mujer oriunda de Samaria, el pueblo que había conquistado las tierras de Judá a las diez tribus de Israel siete siglos atrás, se extrañó:

—¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy samaritana? Todos los judíos nos desprecian.

—Si conocieras el amor de Dios y quién es el que te pide de beber, serías tú la que pedirías agua y yo quien te la daría, pues…

—«El que beba del agua que yo le daré no tendrá nunca sed, Juan, lV, 14» —concluyó la frase sor Jiyu, citando las sagradas escrituras.

—Así es, mujer.

A pesar de lo familiar de aquellos episodios, sor Jiyu reaccionó con una mezcla de sentimientos enfrentados. A sus treinta años, sor Jiyu comenzaba a ser consciente del poder y el peligro de sus visiones. Como fervorosa creyente, ella nunca dudó acerca de su veracidad. Su duda era otra, desentrañar si tenían origen divino o, por el contrario, diabólico. San Pablo ya había prevenido a sus fieles: «El propio Satán se transforma en un ángel de luz para cegar a los humanos, en especial a las monjas más piadosas” [Segunda Epístola a los Corintios, Xl, 14]».

Sin embargo, el temor y la agitación que sor Jiyu sintió al principio fue cediendo poco a poco a sentimientos de gran alegría, serenidad y coraje. La abadesa deseaba ser buena con más ganas cada día, y comenzaba a enamorarse de aquel esbelto y hermoso ángel que tan a menudo se le aparecía. Al escuchar el relato de sus visiones, tanto el padre confesor como el preboste del obispo no dudaron de su autenticidad. Algunas de estas, habían ocurrido en presencia de testigos que, aunque no habían contemplado las imágenes, sí que habían presenciado su trance. 

La habían observado gesticulando y emitiendo sonidos incomprensibles en un tono de voz impropio de una mujer y, sin embargo, durante esas alteraciones de conciencia sor Jiyu no había sido capaz de oír o responder a las llamadas y estímulos de sus hermanas. Las razones para aceptar aquellas apariciones fueron dispares. Mientras que para el representante del obispo tales visiones representaban la oportunidad de que un pequeño convento viera aumentada su fama y prestigio, para el maduro confesor suponía una ocasión única para disfrutar de la compañía de la fascinante abadesa. 

«𝗕𝗧𝗦» 𝐃𝐈𝐑𝐓𝐘 & 𝐇𝐎𝐓 𝐒𝐇𝐎𝐓'𝐒 (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora