☪┃ᴄᴏɴᴠᴇɴᴛ «𝗣𝗝𝗠»¹

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El joven discípulo, que había subido el faldón del hábito de la religiosa, tenía ahora la mano sobre su muslo desnudo

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El joven discípulo, que había subido el faldón del hábito de la religiosa, tenía ahora la mano sobre su muslo desnudo.

Año de Nuestro Señor de 1515. La niña nació en Chungcheong, un pueblo coreano cercano a la muy noble y leal villa de Hangul. El alumbramiento fue complicado, tanto que la partera mandó avisar al cura del pueblo para confesar a la primeriza creyendo que ésta podría fallecer. Al final, ni la madre ni la hija fallecieron y, el mismo día de su nacimiento, la niña fue bautizada como Jiyu, el significado de este nombre es, mujer valerosa. La matrona desaconsejó a la madre volver a quedar embarazada, dado que al parecer sufría esa enfermedad que daba sabor dulce a la orina y que, asimismo, hacía que el feto alcanzara un tamaño excesivo para el canal del parto. 

En tono grave, la anciana le hizo jurar que no hablaría de aquello con nadie. En adelante habría de alternar dos infusiones a fin de evitar otro parto como aquel del que milagrosamente había sobrevivido. Ella misma le proporcionaría las hierbas, dado que aquel era uno de los secretos que sólo se trasmitían de partera a partera y, aunque el sabor del primero de los extractos anticonceptivos era fácilmente identificable al tratarse de una mezcla de semillas y raspadura de limón, el del hibisco era por completo ignoto y misterioso. Por último, la sabia partera insinuó al esposo que las mujeres que sobrevivían a un parto tan traumático, rara vez volvían a quedar en cinta. 

Aquel ardid, del que los maridos nunca dudaban, era vital para sus esposas, dado que el único método anticonceptivo que permitía la Santa Iglesia era la castidad. Por desgracia, el nacimiento de una hija suponía una pesada carga familiar. En aquellos años las mujeres sólo tenían dos opciones, casarse o entrar en una institución religiosa, ya que no podían trabajar ni comerciar sin la tutela de un hombre. Los padres tenían pues que ahorrar una dote dineraria, bien para que otra familia de prestigio aceptase concertar un matrimonio, bien para que una orden religiosa acogiera en su seno a la niña a partir de los nueve años de edad.

En esa comarca de Kaesong, la dote para poder casar a Jiyu con el hijo de una familia noble implicaría un desembolso de unas 1500 wones. Teniendo en cuenta que un obrero cualificado no ganaba más de 55 o 60 wones al año, es posible hacerse una idea del sacrificio económico que los padres debían hacer para concertar un buen matrimonio. Sin embargo, el dispendio para internar a las niñas en un convento era mucho menor, ya que éste oscilaba entre los 90 y 400 wones en función del prestigio y la antigüedad de la institución. Así pues, no pocos conventos adolecían de mala reputación por su baja moralidad y sus licencias sexuales, lo cual no era de extrañar dado que, por lo general, esas instituciones eran auténticos almacenes para mujeres desechadas por sus familias, más que hogares de recogimiento para mujeres con vocación religiosa.

A pesar de que en el concilio de Trento se prohibía a los seglares entrar y salir de los conventos de monjas sin la debida autorización de la abadesa o del preboste confesor, eso no impidió que el duque de Hangul hallase gran cantidad de monjas violadas, hasta quince en un mismo convento, pues como él describió, «curas y frailes eran los peores violadores». 

«𝗕𝗧𝗦» 𝐃𝐈𝐑𝐓𝐘 & 𝐇𝐎𝐓 𝐒𝐇𝐎𝐓'𝐒 (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora