LA TORRE DE KAZLUNN

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Cuando Victoria abrió los ojos, tardó un poco en recordar todo lo que había pasado. Imágenes confusas se entremezclaban en su mente, imágenes fantásticas que parecían producto de un hermoso sueño o de una extraña pesadilla.
Se incorporó un poco, y vio junto a ella un rostro familiar. Jack estaba tendido a su lado, con los ojos cerrados. A Victoria le dio un vuelco el corazón; sin embargo, se dio cuenta casi enseguida de que el muchacho estaba dormido o inconsciente, pero no herido. Su expresión era tranquila, y su respiración, regular. Victoria alzó la mano para acariciarle el rostro con cariño. El joven sonrió en sueños, pero no se despertó.
Se habían conocido tres años antes, cuando los sicarios enviados por Ashran, el Nigromante, habían asesinado a los padres de Jack. Entonces él no sabía nada de Idhún, nada de la Resistencia a la que Victoria pertenecía, y se había visto obligado, de la noche a la mañana, a asumir que, de alguna manera, estaba implicado en la guerra por la salvación de un mundo que no conocía. Se había unido a la Resistencia, que luchaba por liberar Idhún del dominio de Ashran y los sheks, las monstruosas serpientes aladas; había tenido que aprender a pelear, a defenderse, a sobrevivir.
Pero también había conocido a Victoria. La chica sonrió, evocando su primer encuentro. Entonces ellos eran unos niños todavía, pero ahora habían crecido, y la amistad que los unía se había convertido en algo más, en un sentimiento más intenso y más profundo, que se había afianzado cuando los dos habían averiguado, apenas unas semanas antes, que su destino estaba escrito incluso antes de su nacimiento, y que ellos dos eran los elegidos para derrotar al Nigromante y salvar a Idhún. Porque en su interior latían los espíritus de Yandrak y Lunnaris, el último dragón y el último unicornio, los únicos que, según la profecía de los Oráculos, serían capaces de acabar con el poder de Ashran.
Victoria se estremeció y alzó la mirada hacia las estrellas. No quería hacerlo, porque sabía lo que iba a encontrar en aquel hermoso cielo violáceo. Pero también sabía que habían dado un paso definitivo y que no había vuelta atrás.
Contempló con resignación, casi con odio, las tres lunas que brillaban en el firmamento. Las tres lunas de Idhún, el mundo al que acababan de llegar, un mundo que en teoría era el suyo, pero que ella, cuyo cuerpo humano había nacido y crecido en la Tierra, no recordaba ni había aprendido a amar. Era un espectáculo bellísimo, porque los tres astros presentaban sombras y tonalidades que harían palidecer de envidia al satélite terrestre, pero, aunque una parte de su corazón se sentía conmovida por tanta belleza, la otra era dolorosamente consciente de que habían ido allí a luchar... y tal vez a morir.
Las observó un momento más. Ninguna de las tres estaba llena; la mediana parecía decrecer, mientras que a la más pequeña le faltaba poco para el plenilunio, y la grande también estaba creciente. Victoria dedujo que cada una de ellas tenía un ciclo distinto; se preguntó si alguna vez coincidirían los tres plenilunios en la misma noche, y si ella llegaría a verlo.
Se sentó en el suelo y miró a su alrededor. Acababan de atravesar la Puerta interdimensional; en principio, deberían haber aparecido en la Torre de Kazlunn, el bastión de los hechiceros que se oponían a Ashran, pero se encontraban en el claro de un bosque. No parecía haber nada peligroso o amenazador en el paisaje y, sin embargo, Victoria se sintió inquieta. Los árboles eran inmensos y tenían formas extrañas, de raíces torcidas, y ramas que se entrelazaban entre ellas formando intrincados diseños; había arbustos que alcanzaban varios metros de altura y enormes y bellísimas flores cuyos pétalos se abrían en ángulos y siluetas inverosímiles, y que envolvían a Victoria en embriagadores perfumes. Todo era muy diferente a lo que ella conocía y, no obstante, no sentía nada anormal en aquel lugar. Era como si la naturaleza hubiera encontrado de pronto la inspiración y las fuerza necesarias para llevar a cabo sus más atrevidas quimeras. Y, teniendo en cuenta la enorme cantidad de energía que vibraba en el ambiente, Victoria se dijo a sí misma que no era de extrañar.
Buscó a sus amigos con la mirada. Vio a Shail, Allegra y Alexander, que, como Jack y como ella misma, habían quedado inconscientes durante el viaje interdimensional. Victoria frunció el ceño. No recordaba gran cosa de ese viaje, aparte de haber cruzado la brecha... una luz intensa... todo daba vueltas y, de pronto, perdió el sentido de la orientación, no sabía dónde estaba arriba y dónde abajo... se mareó... soltó sin quererlo la mano de Jack... y la mano de Christian.
Christian.
Victoria se puso en pie de un salto y miró a su alrededor, pero no vio la esbelta silueta del joven por ninguna parte. Y, sin embargo, presentía que él estaba cerca, lo cual la tranquilizó un poco. Cerró los ojos, se llevó a los labios la piedra de Shiskatchegg, el anillo mágico que él le había regalado, y se dejó guiar por su intuición. Sabía que no debía adentrarse sola en un bosque desconocido, pero nunca atendía a razones cuando se trataba de Christian.
Algo se movió entre las ramas más altas, y Victoria dio un respingo, sobresaltada. Pero sólo resultó ser algún animal, probablemente un pájaro. La muchacha sonrió, nerviosa, y prosiguió su camino.
El claro no estaba muy lejos del límite del bosque. Los árboles se abrían un poco más allá y dejaban entrever las formas suaves de una llanura, iluminada por las tres lunas.
Y allí estaba Christian. Victoria descubrió su figura apostada en la última fila de árboles, en tensión, vigilando el horizonte. Como cada vez que lo veía, su corazón se debatió en un océano de sentimientos contradictorios.
Christian era Kirtash, un joven asesino enviado por Ashran a la Tierra para acabar con la Resistencia y con el dragón y el unicornio que amenazaban su imperio. Victoria había luchado contra él, lo había temido, lo había odiado... pero también se había sentido atraída por él casi desde el principio, y aquella atracción había aumentado más y más en cada encuentro, hasta transformarse en una emoción difícil de reprimir... y que, sorprendentemente, era correspondida. Victoria no había dejado de quererle al enterarse de que él era el hijo de Ashran el Nigromante, su enemigo, tampoco al saber que Kirtash no era del todo humano, sino que albergaba en su interior el espíritu de un shek, una de las letales serpientes aladas que habían conquistado Idhún. Ni siquiera había sido capaz de odiarle cuando su parte más oscura había aflorado de nuevo, haciéndole daño de forma dolorosa y cruel. A cambio, Christian había acabado por traicionar a los suyos y se había unido a la Resistencia. Por ella. A pesar de que, como ambos sabían muy bien, Victoria jamás sería capaz de elegir entre Jack y Christian porque, de alguna manera estaba enamorada de los dos.
La muchacha no sabía cómo iban a resolver aquello, pero sí tenía muy claro que tendría que esperar. Reprimió sus dudas y sus sentimientos al respecto y se obligó a sí misma a centrarse y a actuar no como una adolescente enamorada y confusa, sino como una guerrera de la Resistencia.
Se acercó a Christian sin hacer el menor ruido. Pero él supo que ella estaba allí sin necesidad de verla ni oírla.
-¿Ya habéis despertado?
Victoria negó con la cabeza y se colocó junto a él.
-Sólo yo -dijo-. Los otros siguen inconscientes. ¿Qué nos ha pasado?
-Chocamos con una barrera -explicó él a media voz-. Tuve que reorientar el destino de la Puerta sobre la marcha. -¿Dónde estamos ahora?
-No muy lejos de nuestro destino. Mira.
Señaló un punto en el horizonte, y Victoria contuvo el aliento.
Contra el cielo nocturno se recortaba la alta figura cónica de una torre, una torre de sólidos cimientos, acabada, sin embargo, en un esbelto picacho que parecía pinchar la más grande de las tres lunas. Se encontraban demasiado lejos como para que Victoria pudiera apreciar los detalles de la estructura, pero a primera vista se le antojó hermosa... y siniestra. No obstante, había algo en ella, en su silueta, que le resultaba familiar.
-¿Eso es la Torre de Kazlunn? -preguntó en voz baja.
Christian asintió.
-No nos han dejado entrar. Por una parte, no es de extrañar, puesto que los magos protegen la torre con un conjuro muy poderoso, y en todos estos años, ni yo, ni mi padre, ni los sheks hemos conseguido conquistarla. Pero, por otro lado... os están esperando desde hace años como a los héroes de la profecía. Deberían haber detectado que procedíamos de Nimbad. Deberían haberos dejado pasar.
Victoria miró a Christian, insegura. Si él no sabía qué era lo que estaba pasando, nadie lo sabría. El shek solía ir por delante de todos a la hora de comprender las cosas.
-Puede ser que hayan detectado mi presencia -siguió diciendo Christian-. Quizás hayan pensado que se trata de una trampa. Pero...
-No hay luces en las ventanas -dijo Victoria de pronto-. Es como si dentro no hubiera nadie.
-Ya lo había notado -asintió Christian, tenso-. Aquí hay algo que no marcha bien.
Se llevó la mano atrás en un movimiento reflejo, pero la detuvo a medio camino, al recordar de pronto que ya no llevaba la vaina de Haiass, su espada, prendida a la espalda. Victoria vio que sus dedos se crispaban y lo miró, un poco preocupada.
-Deberíamos despertar a los demás. Tal vez mi abuela sepa lo que está pasando.
Christian asintió. Victoria dio media vuelta para regresar al claro, pero se detuvo en seco al ver que Christian no la seguía, sino que había comenzado a deslizarse con movimientos felinos en dirección a la torre. Victoria volvió sobre sus pasos para detenerlo.
-¿Adónde se supone que vas?
Él la miró un momento, entre molesto y divertido.
-A reconocer el terreno. Si hay algo raro en esa torre, desde aquí no puedo percibirlo.
-Ni hablar, Christian. No vas a ir solo, ¿me oyes? No quiero que te maten.
Christian no dijo nada, pero sostuvo su mirada. El corazón de Victoria empezó a latir desenfrenadamente, y la joven sintió que las tres lunas que brillaban sobre ellos alteraban sus sentidos y hacían que aquel momento pareciese aún más mágico de lo que era. Pero se sobrepuso y, cuando Christian se acercó más a ella, con intención de besarla, Victoria se separó de él con suavidad.
-Tenemos que despertar a los demás -le recordó.
Christian alzó la cabeza y vio entonces una sombra que los observaba mi poco más lejos, y reconoció a Jack. Victoria fue a reunirse con él, con naturalidad, haciendo caso omiso del semblante sombrío de su amigo.
-Estamos cerca de la Torre de Kazlunn -le explicó-, pero Christian no sabe por qué la Puerta no nos ha llevado hasta el interior. ¿Se han despertado ya todos?
-Sí -respondió Jack; la retuvo por el brazo y dejó que Christian se adelantara hasta que quedaron los dos solos-. No vuelvas a hacerme esto -le susurró, irritado.
-¿EI qué? -se rebeló ella-. No me digas que estás celoso; ya sabes que...
-Si lo estuviera no te lo diría ni actuaría en consecuencia, Victoria -cortó Jack, un poco dolido-. Ya te dije una vez que jamás intentaré controlar tus sentimientos. No, me refiero a lo de desaparecer de repente y quedarte a solas con él. ¿Y si se vuelve loco, como la última vez? ¿Tienes la menor idea de lo que supone para mí despertarme y no verte por ninguna parte? ¿Después de lo que pasó entonces?
Victoria titubeó, entendiendo los sentimientos de su amigo. -No va a hacerme daño, Jack -dijo en voz baja. -Eso no puedo saberlo, Victoria. Y tú, tampoco. -Estoy dispuesta a correr el riesgo. Él la miró a los ojos, muy serio.
-Pero yo no.
Victoria fue a replicar, pero no encontró las palabras apropiadas. Buscó su mano y la estrechó con fuerza, y así, cogidos de la mano, regresaron al claro.
Encontraron a sus compañeros ya despiertos, y escuchando con semblante grave lo que Christian les exponía clara y sucintamente.
-Deberían habernos dejado pasar -resumió Allegra los pensamientos de todos.
Victoria se dio cuenta de que, por lo visto, ella había decidido prescindir de su camuflaje mágico, porque ya no parecía una anciana humana, sino que mostraba su verdadero rostro, el rostro etéreo de un hada de edad incalculable, de cabellos de plata, rasgos exóticos y delicados y ojos completamente negros, todos pupila, que parecían contener toda la sabiduría del mundo. A la muchacha todavía le resultaba extraño pensar que aquella a quien había creído su abuela era en realidad una poderosa hechicera idhunita.
Shail, el otro mago del grupo, negó con la cabeza.
-No saben que logramos rescatar a Victoria de la Torre de Drackwen -dijo-. Si no me equivoco, el Nigromante consiguió lo que quería, y la torre vuelve a ser inexpugnable. -Miró a Christian, quien asintió, confirmando sus palabras-. Puede que los magos piensen que Victoria murió en la torre, y en tal caso habrán perdido toda esperanza.
-Pero ¡no pueden dejarnos aquí! -dijo Alexander-. La Torre de Kazlunn es el único lugar seguro para nosotros. Aquí somos vulnerables...
-...por no mencionar el hecho de que lo más probable es que Ashran ya sepa que hemos llegado -añadió Christian.
Alexander soltó un juramento por lo bajo. Jack se irguió.
-Yo voto por acercarnos a la torre y averiguar qué está pasando.
-¿Y si es una trampa? -dijo Christian.
Shail lo miró.
-¿Una trampa de quién? Tu padre no controla la Torre de Kazlunn. Es imposible que la haya conquistado en el tiempo que ha pasado desde que me marché, y más teniendo en cuenta que no lo ha conseguido en quince años.
Christian no dijo nada, pero Victoria descubrió en su rostro una sombra de duda.


La Torre de Kazlunn se alzaba junto al mar, al fondo de una altiplanicie salpicada de pequeñas arboledas como la que acababan de abandonar. Había un largo camino que llevaba hasta la entrada, bordeando el acantilado.
El ascenso fue largo y penoso. Cuando el camino los acercó un poco al barranco, Jack quiso asomarse al borde, para ver qué había más allá, pero Christian lo retuvo.
-¿Estás loco? -le dijo en voz baja-. Está subiendo la marca.
-¿Y? -preguntó Jack, sin comprender-. No entiendo qué...
No había terminado de decirlo cuando una violenta ola se estrelló contra el borde del precipicio con un sonido atronador. Jack jadeó y retrocedió, empapado y sin aliento. Sus compañeros también se alejaron de la escollera, con prudencia.
-Habría jurado que era mucho más alto, unos quince metros como poco -murmuró el chico, perplejo.
-Lo es -repuso Shail, sonriendo.
Victoria cogió a Jack del brazo y le señaló el cielo en silencio. Jack comprendió lo que quería decir. Las tres lunas de Idhún tenían que provocar, por fuerza, unos movimientos oceánicos mayores que las mareas de la Tierra. Tragando saliva, se alejó aún más del acantilado, y no se sintió seguro hasta que ascendieron hasta los mismos pies de la torre.
La Resistencia se detuvo ante la puerta, que estaba cerrada a cal y canto. No se veía a nadie por los alrededores, ni tampoco percibieron actividad alguna en el edificio.
-Esto no me gusta -murmuró Shail-. Ya deberían habernos visto llegar.
-Nadie puede habernos visto llegar, Shail -dijo Allegra, sombría-, porque no queda nadie en la torre. -¿Qué...?
-Abrid esa puerta -dijo Christian entonces-. Tenemos que entrar en la torre cuanto antes.
-¿Por qué? -preguntó Alexander, mirándolo con desconfianza.
-Porque Christian tenía razón -respondió Jack, escudriñando las sombras mientras desenvainaba su espada-. Es una trampa. ¿No lo notáis?
No había terminado de pronunciar aquellas palabras cuando docenas de pares de ojos brillantes se alzaron en las sombras. Enormes cuerpos ondulantes y alargados surgieron del fondo del acantilado chorreando agua, y se movieron sinuosamente, rodeándolos; y algunos de ellos extendieron sus alas, cubriendo de oscuridad el cielo nocturno. Victoria se estremeció de frío y se preguntó cómo no los habían detectado antes; pero los sheks eran criaturas astutas y muy inteligentes, y habían logrado ocultarse de ellos, esperando pacientemente hasta tenerlos acorralados contra el muro. Ahora los observaban con fijeza, a una prudente distancia, como evaluándolos, pero no cabía duda de que no tardarían en atacarlos, y que sería una lucha muy desigual en la que la Resistencia no podría vencer. La única posibilidad que tenían de escapar con vida era refugiándose en la torre, pero Victoria comprendió, antes de que Allegra y Shail unieran su magia para tratar de derribar la puerta, que no lo lograrían. Hubo un violento chispazo de luz y la magia que protegía la torre repelió el poder de los dos hechiceros con tanta fuerza que los lanzó hacia atrás.
Una de las serpientes siseó con furia, proyectando la cabeza hacia delante, mostrando unos colmillos letales. Jack, Christian, Victoria y Alexander retrocedieron unos pasos, con las armas a punto, cubriendo a los magos sin dejar de vigilar a los sheks, buscando protección en el enorme y elegante pórtico que abrigaba la entrada.
-¡Abrid esa puerta o estaremos perdidos! -susurró Alexander con voz ronca.
-No reconozco esta magia -murmuró Allegra-. La puerta ha sido sellada con un poder distinto al de los hechiceros corrientes.
-Es la magia de mi padre -musitó Christian.
No dijo más, pero todos entendieron lo que ello implicaba.
La Torre de Kazlunn había caído. De alguna manera, Ashran había logrado conquistarla. En cuanto a qué había sido de los hechiceros que vivían allí... sólo podían tratar de adivinarlo. Y las posibilidades no eran precisamente tranquilizadoras.
Entonces, los sheks atacaron.
Se abalanzaron sobre ellos, las fauces abiertas, los ojos reluciendo en la oscuridad, sus largos cuerpos anillados ondulando tan deprisa que apenas podían seguirse sus movimientos.
Jack tuvo que hacer frente a dos emociones tan intensas como terribles. Por una parte, el horror irracional que sentía hacia todo tipo de serpientes lo atenazó otra vez; por otra, un sentimiento nuevo y siniestro se adueñó de su alma: un odio tan oscuro y profundo como el corazón de un abismo. Tratando de reprimir su miedo y de controlar su odio, lanzó un grito y se enfrentó a la primera serpiente, enarbolando a Domivat, su espada legendaria, cuyo filo se inflamó enseguida con el fuego del dragón. El shek retrocedió un poco, siseando, enfurecido, y observó la espada con odio y desconfianza. Jack golpeó de nuevo, pero en esta ocasión la criatura se movió deprisa y se apartó con un ligero y elegante movimiento. Antes de que pudiera darse cuenta, la cabeza de la serpiente estaba casi encima de él. Jack interpuso la espada entre ambos, consciente de que el shek había reconocido el arma como obra de los dragones, los ancestrales enemigos de aquellas criaturas. Pero tuvo que retroceder de nuevo, incapaz de acertar a la serpiente, cuyo cuerpo se movía a la velocidad del pensamiento.
Sus compañeros también estaban teniendo problemas. Shail había creado un campo mágico de protección en torno a ellos, pero las serpientes estaban intentando traspasarlo, y Jack sabía que no tardarían en conseguirlo. Victoria y Alexander peleaban con sus propias armas. El báculo de la muchacha no sólo resultaba más letal que de costumbre, puesto que podía canalizar mucha más energía en Idhún que en la Tierra, o incluso que en Nimbad, sino que también parecía más efectivo que cualquier espada, incluyendo la de Alexander. Porque, gracias al báculo, Victoria podía Proyectar su magia a distancia y atacar a las serpientes sin necesidad de acercarse demasiado a ellas; pero Alexander se encontraba con los mismos problemas que Jack a la hora de luchar contra aquellas formidables criaturas. Sin embargo, el combate había despertado en él de nuevo la furia animal que lo poseía las noches de luna llena, pero también cuando se veía incapaz de controlarla. Los ojos del líder de la Resistencia relucían en la oscuridad, y Jack lo oía gruñir, y lo veía golpear con fiereza y saltar de un lado para otro con una agilidad sobrehumana.
Mientras, Allegra seguía intentando echar abajo la puerta, y su voz sonaba sobre ellos, serena y segura, recitando sus conjuros más poderosos. Pero la puerta resistía.
Jack percibió un movimiento sobre él y alzó la espada por instinto. Oyó un siseo furioso y olió la carne quemada cuando el lilo de Domivat alcanzó el cuerpo escamoso de uno de los sheks. Lo vio retirarse un momento y sonrió, satisfecho, pero se le congeló la sonrisa en los labios al mirar hacia arriba.
Había docenas de sheks. Tal vez medio centenar. Sobrevolaban aquel lugar en círculos, como buitres, esperando simplemente que la Resistencia se rindiera o fuera destruida, preparados para descender hasta ellos en el improbable caso de que sus compañeros fueran derrotados. El terror invadió al muchacho cuando comprendió que no tenían ninguna posibilidad de vencer, y que la única salida era escapar... hacia el interior de la torre, cuyos muros los protegerían, o hacia cualquier otra parte... Jack se preguntó, desesperado, por qué Shail y Allegra no habían empleado todavía el hechizo de teletransportación. En cualquier caso, no había nada que pudiera hacer.
-Jack! -gritó entonces Christian.
Jack se volvió, como en un sueño, y lo vio allí, de pie, desarmado. Había perdido su espada tiempo atrás, y se había negado a empuñar otra. Pero no parecía asustado.
-¡Transfórmate, Jack! -le gritó Christian-. ¡Así no puedes luchar contra ellos!
Jack comprendió. En su interior albergaba el espíritu de Yandrak, el último dragón, y en teoría podía transformarse en el, si así lo deseaba. En teoría. Porque no lo había conseguido aun. Ni una sola vez.
Lanzó a Christian una mirada dubitativa.
-¡Hazlo, maldita sea! -insistió el shek-. ¡Te necesitamos!
Jack asintió. Vio cómo Christian le daba la espalda e iniciaba su propia transformación. Apenas unos instantes después ya no había allí un chico de diecisiete años, sino una enorme serpiente alada. Christian lanzó un chillido de ira y libertad y alzó el vuelo para enfrentarse, como shek, a los que antes habían sido sus compañeros, su familia, su gente. Jack apretó los dientes y se esforzó por encontrar al dragón en su interior.
Victoria lo vio, y corrió hacia él para cubrirle mientras se concentraba. El campo de protección de Shail seguía allí, pero estaba empezando a fallar, y de vez en cuando algún shek lograba traspasarlo. Victoria y Alexander peleaban para hacerlos retroceder.
Mientras, en el aire, Christian tenía todas las de perder. Como shek era poderoso, pero se enfrentaba a muchos como él, y estaba en inferioridad de condiciones.
-¡No puedo! -exclamó entonces Jack, desalentado-. ¡No sé lo que he de hacer!
-¡No te distraigas, chico! -gritó Alexander-. ¡Pelea aunque sea con la espada!
Jack asintió, aliviado, y se dispuso a obedecer. Era cierto que, como dragón, habría tenido más posibilidades de derrotar a algún shek, pero lo de luchar con la espada al menos sabía hacerlo. Oyó la voz de Allegra, retumbando sobre ellos, pero la puerta seguía sin abrirse.
-¡Christian! -gritó entonces Victoria; Jack vio el largo cuerpo de azogue del shek ondulando sobre ellos; lo reconoció porque era el único que peleaba contra los demás-. ¡Vuelve! ¡Ven aquí!
Jack dudaba de que Christian pudiera haberla oído; pero, de alguna manera, lo hizo, puesto que efectuó un quiebro en el aire y descendió en picado, esquivando a dos serpientes que se abalanzaron sobre él. Cuando se posó junto a Victoria, Jack apreció que estaba herido.
La muchacha corrió hacia él y trepó a su lomo.
-¡Victoria! -la llamó Jack, perplejo-. ¿Qué haces?
Ella no contestó. Jack vio, impotente, cómo Christian alzaba de nuevo el vuelo, llevando a Victoria sobre su lomo. La vio pelear desde el aire, con el extremo de su báculo iluminado como una estrella. Era una imagen hermosa, pero aterradora, la joven del báculo resplandeciente, como una heroína de leyenda a lomos de la serpiente alada. Christian y Victoria. Luchando juntos, volando juntos.
Jack percibió entonces lo sólido y real que era el vínculo que los unía a ambos, e intuyó lo mucho que debía de haberle costado al Nigromante forzar a Christian para que traicionara a Victoria. Seguro que había puesto en juego todo su poder; y, sin embargo, ahí estaba, el shek, el hijo de Ashran, luchando junto a la Resistencia... solo para proteger a Victoria.
Jack se sintió pequeño e insignificante comparado con ellos, y por primera vez deseo, ardientemente y de todo corazón, poder transformarse en un dragón.
Pero seguía sin conseguirlo.
Varios metros por encima de ellos, Victoria se sentía inmersa en un extraño sueño. Por un lado, la presencia de las serpientes aladas la aterrorizaba; por otro, volar sobre el lomo de Christian era una experiencia única, mágica, y lamentaba no poder disfrutar de ella.
Se dio cuenta de que algunos de los sheks habían abandonado la lucha contra los otros miembros de la Resistencia y volaban ahora tras ellos. Victoria percibió el intenso odio que alentaban los ojos de hielo de aquellas formidables criaturas, por lo general impasibles como rocas.
-¿Qué les pasa? -murmuró, alzando el báculo por encima de la cabeza-. Por qué están tan furiosos?
Le bastó desearlo para que el extremo del artefacto dejase escapar un anillo de energía que alcanzó a varios sheks y los hizo retroceder, siseando de dolor y furia.
«Soy yo -respondió Christian telepáticamente-. Me consideran un traidor a nuestra raza, he cometido un crimen imperdonable para los sheks, y por ello están deseando acabar conmigo. No debería haber permitido que montaras sobre mi lomo. Estabas más segura con Jack y los demás.»
-No se trata de mí -respondió ella casi con fiereza-. Tenemos que distraerlos todo lo que podamos para que Shail y mi abuela abran esa puerta.
«La puerta no se abrirá, Victoria, y lo sabes.»
Victoria sintió un escalofrío y apretó los talones contra el cuerpo del shek, consciente de que tenía razón, de que se enfrentaban a un enemigo demasiado formidable y que, casi con toda seguridad, ambos morirían allí.
Pero, si había de morir, decidió, lo haría luchando. Para que, si existía la más mínima posibilidad de que sus amigos escaparan, pudieran tener la oportunidad de ponerse a salvo.
Para que al menos Jack saliera con vida de aquella locura.


-No lograremos entrar -anunció entonces Allegra-. Es inútil: mi magia no puede, ni podrá, romper el sello de esta puerta.
Había hablado a media voz, pero Jack, que, enarbolando a Domivat, peleaba contra un shek que había traspasado la barrera, la oyó, y sintió como si sus palabras fueran una sentencia de muerte.
-Entonces, ¡tenemos que marcharnos de aquí! -rugió Alexander, enseñando los colmillos; la pelea había desatado su fuerza animal, y estaba a mitad de transformación: su rostro se había alargado, como un hocico, y estaba casi completamente cubierto de vello.
Sus manos como zarpas blandían a Sumlaris, su espada, como si fuera una pluma.
-Pero ¿cómo? -preguntó Shail, con esfuerzo; estaba empleando toda su energía para mantener el campo mágico de protección, pero se estaba quedando sin fuerzas-. Somos demasiados; si los teletransportamos a todos no llegaremos muy lejos.
-Pero es la única salida -dijo Allegra.
Oyeron entonces un chillido agónico, y Jack alzó la mirada, justo para ver a Christian retorcerse de dolor en el aire, mientras Victoria intentaba mantenerse firme sobre su lomo. Nada estaba atacando al shek, al menos no en apariencia, y, sin embargo, la criatura parecía estar sufriendo una terrible agonía.
Jack comprendió que los otros sheks habían logrado traspasar sus defensas mentales y lo estaban sometiendo a un ataque telepático.
-¡Christian, baja de ahí! -gritó Jack, temiendo sobre todo por la seguridad de Victoria; todavía no estaba seguro de apreciar lo bastante al shek como para llegar a lamentar su muerte, si ésta llegara a producirse.
Christian lo intentó. Esquivó como pudo a las serpientes que se abalanzaban sobre él y descendió en un vuelo inestable. Victoria se esforzaba por mantener el equilibrio, pero no había abandonado la lucha. Jack vio cómo la punta del báculo que portaba se iluminaba de nuevo, y oyó el chillido de una de las serpientes, que había sido alcanzada por la energía generada por el artefacto.
Pero Christian no lograba mantener el vuelo. Jack lo vio precipitarse al mar, estrellarse contra la cresta de una ola, desaparecer bajo las aguas, y gritó:
-¡¡Victoria!!
Algo se encendió en su interior, como un volcán en erupción, como una estrella a punto de estallar, y sintió que el dragón deseaba ser liberado, para luchar contra los sheks y rescatar a Victoria. Corrió hacia el borde del acantilado, pero tuvo que detenerse porque dos sheks le cortaron el paso. Jack alzó a Domivat, furioso, y lanzó una estocada que dejó escapar una violenta llamarada. No alcanzó a ninguna de las serpientes, pero las hizo retroceder un tanto.
Después, se sintió extrañamente vacío, y comprendió que había canalizado demasiada energía a través de la espada. Y supo que ya no tenía fuerzas para despertar al dragón en su interior.
En aquel momento, vio a Christian emergiendo del agua coronada de espuma, y desplegando de nuevo sus alas bajo las tres lunas. Victoria seguía sobre su lomo, parecía que estaba bien. Jack golpeó otra vez, hizo retroceder a los sheks un poco más y entonces vio que Alexander acudía a cubrirle la retirada. Los dos se replegaron hacia la torre.
Cuando, por fin, Christian aterrizó estrepitosamente junto a ellos, todavía con Victoria bien sujeta entre sus alas, Allegra ya estaba preparándose para teletransportarlos a todos lejos de allí, mientras Shail se esforzaba, más que nunca, por mantener activa la protección mágica.
La voz telepática de Christian se oyó en las mentes de todos.
«No podréis llevarnos a todos. Allegra, llévate a Jack y Victoria a un lugar seguro.»
-¡No! -gritó Jack, volviéndose hacia él-. Nos vamos todos.
-El shek tiene razón -gruñó Alexander-. Si la magia no puede salvarnos a todos, es mejor que os vayáis vosotros dos. La profecía...
-¡A1 diablo con la profecía! -gritó Jack-. ¡No voy a dejar atrás a mis amigos!
-¿Y vas a dejar morir a Victoria?
Jack se volvió para replicar a la pregunta de Christian, que se había transformado de nuevo en humano y lo miraba con seriedad. Pero no fue capaz de encontrar una respuesta a aquella cuestión.
-Nos vamos todos -declaró Victoria con firmeza, apartándose el pelo mojado de la frente.
Avanzó hasta situarse junto a Allegra y la tomó de la mano, mientras el extremo de su báculo palpitaba como un corazón henchido de energía. La maga comprendió, y absorbió la magia que Victoria le proporcionaba.
-¡Ahora! -gritó Shail-. ¡Daos prisa!
Jack y Alexander corrieron hacia Allegra y Victoria. Jack volvió sobre sus pasos para ayudar a Christian, que cojeaba. Las serpientes sisearon, furiosas, al comprender sus intenciones. Jack percibió en su mente los ataques desesperados de las criaturas, que sabían que sus presas estaban tratando de escapar, pero la barrera todavía los protegía. Sin embargo, el muchacho miró a Shail, sólo ante los sheks, manteniendo la protección mágica hasta el final, e intuyó lo que iba a pasar, segundos antes de que el mago diera media vuelta y echara a correr hacia ellos con todas sus fuerzas.
La barrera se desmoronó, y los sheks se abalanzaron sobre él.
-¡¡SHAIL,!! -chilló Victoria, al ver que se había quedado atrás.
Allegra ya iniciaba el hechizo de teletransportación.
Todo fue muy rápido. Jack, Christian, Victoria y Alexander se habían aferrado a ella, pues debían estar en contacto físico con la maga para que el conjuro los transportase a ellos también. Pero no podían apartar la mirada del joven hechicero que corría hacia ellos, y vieron cómo la primera de las serpientes se lanzaba sobre él y lograba aprisionar su pierna entre sus letales colmillos. Shail gritó y cayó al suelo cuan largo era. Victoria se desasió del contacto de Allegra y trató de correr hacia él, pero Jack la retuvo cogiéndola del brazo cuando ya se alejaba de ellos, y Allegra atrapó la mano del chico en el último momento. Victoria no se rindió, y tendió el báculo hacia su compañero caído. Shail logró aferrar la vara justo cuando el shek ya retrocedía, arrastrándolo consigo.
En aquel momento, Allegra finalizó el conjuro, y la Resistencia desapareció

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