Cuando los sheks atacaron la Fortaleza, los rebeldes los estaban esperando. Había arponeros, arqueros y ballesteros en las almenas, sobre las murallas y las torres, y recibieron a sus atacantes con una lluvia de dardos de fuego. En el patio se alineaban los artefactos de guerra diseñados por Rown, Tanawe y Qaydar.
Habían dispuesto las catapultas de cara a los muros, y las dispararían en cuanto las tropas de a pie invadieran la explanada. Se trataba de las catapultas mejoradas de Qaydar, que disparaban proyectiles de energía mágica y, sin embargo, no servían con los sheks. Por eso habían fabricado un nuevo tipo de máquina de guerra que lanzaba los proyectiles en vertical, hacia arriba. Por supuesto, era necesaria la intervención de la magia para que no les cayeran encima después. Lo habían probado ya varias veces, y funcionaba: las máquinas, que Rown llamaba «Lanzadoras», disparaban hacia las alturas proyectiles inflamables; inmediatamente después, un mago arrojaba su magia contra ellos, y los hacía estallar en el cielo. Nunca se había visto nada parecido en Idhún, y por eso las Lanzadoras cogieron a los sheks por sorpresa. Junto con las Lanzadoras, los rebeldes disponían también de otro tipo de artefactos semejantes, que llamaban Lanzarredes, y que disparaban al cielo enormes redes fabricadas con los hilos pegajosos que habían suministrado las hadas del bosque de Awa.
Y, por supuesto, estaban los dragones.
Aparte de Fagnor y el dragón dorado, los rebeldes contaban con nueve dragones más. Todos ellos eran Escupefuegos, puesto que Qaydar había hallado por fin el modo de hacerlos inmunes a las llamas, y todos ellos estaban pilotados. Muchos de los pilotos habían aprendido hacía muy poco tiempo a manejar un dragón. Kimara era la adquisición más reciente; Tanawe se había negado al principio a dejarla pilotar, y mucho menos el dragón dorado.
-Eres una maga, Kimara -le espetó-. Tu vida es demasiado valiosa como para que la arriesgues a bordo de un dragón.
-Sólo soy una aprendiza -había protestado ella-. Aquí no sirvo de nada, no sé usar mi poder todavía para luchar contra los sheks. Pero Kestra me ha enseñado a pilotar dragones.
-Por el amor de Irial, si sólo llevas tres días pilotando -se impacientó Tanawe-. ¿Cómo pretendes que crea que estás preparada, y mucho menos para llevar el dragón dorado?
Kimara no había discutido. Sin embargo, el día anterior, durante el juicio de Alexander, se las había arreglado para llegar hasta el dragón dorado y elevarlo en el aire con el fin de que todos pudieran ver que Yandrak había regresado.
Con ello había salvado la vida de Alexander. Kimara no conocía tan bien al joven príncipe como para apreciarlo de veras, pero sabía que había sido un buen amigo de Jack, y eso le bastaba. Por supuesto, después había recibido una buena reprimenda por parte de los líderes de los Nuevos Dragones, pero incluso ellos tenían que reconocer que su acción había devuelto la esperanza a la gente de Nurgon.
Y después, aquella misma noche, Kimara había vuelto a sacar al dragón. Tanawe no se explicaba cómo era posible que hubiese burlado su vigilancia. Ahora no tenía más remedio que rendirse a la evidencia: aquel dragón era de Kimara, de la misma forma que el destino de Kestra parecía unido a Fagnor. Así, incluso después de haberse extinguido, los dragones seguían ejerciendo un misterioso influjo sobre los mortales, seguían rigiendo sus destinos de alguna manera. Tanawe amaba a los dragones, los había contemplado durante horas sobre los cielos de Awinor, cuando era joven, y sabía que no sería tan sencillo hacerlos desaparecer de la faz de Idhún.
Por eso al final había defendido la petición de Kimara de pilotar al dorado en aquella batalla. Aunque fuera muy consciente de que, probablemente, ni la joven ni el dragón sobrevivirían a aquella noche.
-Los dragones artificiales están vacíos por dentro -le dijo a Denyal cuando éste se opuso a la idea-. No tienen espíritu. Sin embargo, cuando un piloto los hace volar, él es su espíritu, su alma. Sin el piloto, la magia del dragón no funcionaría. Su cuerpo de dragón estaría muerto.
»Kimara es el espíritu de Yandrak, Denyal. Voló a lomos del verdadero Yandrak en el desierto, y una parte de la esencia del último dragón sigue junto a ella.
Denyal no había discutido más. En materia de dragones, su hermana tenía la última palabra.
Por eso aquella noche, cuando los sheks se abatieron sobre Nurgon y los once dragones se elevaron en el aire, Kimara estaba al mando de uno de ellos. Muchos se volvieron para mirar al magnífico dragón dorado que surcaba el cielo, y lanzaron vítores en su honor.
Pronto, el firmamento sobre Nurgon se había convertido en un infierno de fuego, en el que once dragones maniobraban entre el humo, arrojando su propia llama contra los sheks, aprisionándolos con sus garras de madera y metal y, sobre todo, tratando de crear el caos en sus organizadas mentes.
Shail y Allegra contemplaban el cielo desde el patio. Cada uno estaba a cargo de una Lanzadora. Yber, el gigante hechicero, también se encontraba con ellos. Pero él no necesitaba ninguna máquina. Arrojaba los proyectiles directamente con su enorme manaza, y los hacía llegar casi tan lejos como los artefactos. Él mismo se encargaba de prenderles fuego con su magia cuando llegaban a la altura precisa.
-Once -murmuró Shail-. No podrán contra tantos sheks. Es un suicidio.
-Pero es lo único que tenemos, Shail -replicó Allegra, arrojando su magia contra uno de los proyectiles disparados por la Lanzadora; el objeto estalló en el cielo, justo bajo el vientre de un shek, que chilló de dolor-. De todas formas, hay algo que me preocupa, aparte de la proporción de enemigos que nos atacan.
-¿De qué se trata?
-Mira los sheks. Míralos con atención. ¿No notas algo extraño en ellos?
Shail los observó un momento y vio enseguida lo que quería decir Allegra. Aquel extraño brillo blanco-azulado seguía reverberando en sus escamas. Al mago le recordó a la suave luz gélida de Haiass.
-Es hielo -adivinó-. Van a usar su poder sobre el hielo. De alguna manera.
Allegra asintió.
-El fuego que les estamos arrojando les impide utilizar poder. Pero no tardarán en hacerlo. Es la única forma que tienen de atacar al bosque.
Shail lanzó su magia contra un proyectil arrojado por su Lanzadora. Tuvo la satisfacción de ver cómo perforaba el ala de uno de los sheks.
-Tienes razón -admitió, frunciendo el ceño-. No lo había pensado, pero no pueden atacar el bosque con fuego. Es un elemento que odian y que no saben controlar.
-El bosque es demasiado húmedo como para que puedan hacerle daño las llamas -sonrió Allegra-. De modo que, aunque no tuvieran reparos en usar el fuego, no les serviría para nada. Pero el hielo... ah, el hielo cubre la tierra con una capa de escarcha, pudre las raíces y congela las ramas, y sume al bosque en un invierno involuntario. El hielo sí puede hacernos daño, Shail. Y es por eso por lo que nosotros hemos de pelear con el fuego. Y hemos de ser nosotros, porque Harel no lo hará. Las hadas tememos al fuego casi tanto como los sheks.
Harel no estaba allí. Había corrido a buscar a Itan-ne en cuanto las flores lelebin empezaron a morir. Ahora dirigía la defensa del bosque, pero había dejado claro que no quería a ningún humano fuera de la Fortaleza.
-Nosotros sabemos pelear en el bosque, no como vosotros, -había dicho-. Sólo nos estorbaríais. Limitaos a defender vuestro castillo y dejadnos a nosotros el resto.
Pero no había sido tan sencillo encerrar a los trescientos bárbaros Shur-Ikaili entre los muros de la Fortaleza. Un buen grupo de ellos había decidido hacer otra incursión, por su cuenta y riesgo, en el campamento enemigo. Los restantes estaban allí, repartidos entre el patio y las almenas del castillo, sin mucho que hacer. Aunque la mayoría de ellos manejaba bien el arco, no poseían la disciplina de los arqueros entrenados bajo el mando de Denyal y Covan. Algunos de ellos disparaban flechas incendiarias desde las almenas, pero los demás seguían allí, en el patio, haciendo resonar sus armas, esperando el momento en que las tropas enemigas alcanzarían los muros del castillo.
Porque lo harían, no cabía duda. Las dríades podían muy en guardar el bosque profundo, pero éste comenzaba más allá del río. La floresta que rodeaba Nurgon era joven y no muy tupida en comparación. Los feéricos serían capaces de retener los szish y sus aliados durante un tiempo, pero llegado el momento no tendrían más remedio que volver a cruzar el río y replegarse hacia el interior de Awa.
Y cuando eso ocurriera, los rebeldes estarían solos para defender su Fortaleza.
-Fuego contra el hielo -murmuró Allegra, arrojando un nuevo proyectil incendiario-. No bastará con esto, no bastará con esto. Son demasiados. Para acabar con todos ellos habría que incendiar el cielo.
Shail no respondió. Se concentró en la lucha que, sobre ellos, empezaba a ser encarnizada.
Arriba, en las murallas, Alexander daba saltos de almena en almena, poseído por una salvaje alegría. Gritaba órdenes a los hombres apostados allí, y su voz era cada vez más profunda y gutural, hasta el punto de que había momentos en los que se asemejaba a un gruñido. El conjuro del Archimago empezaba a perder fuerza; la bestia se desataba lentamente en su interior, pero, por suerte o por desgracia para él, todo el mundo estaba demasiado ocupado con los sheks como para darse cuenta.
Las enormes serpientes aladas bajaban en picado y trataban de alcanzar a los rebeldes situados en las almenas. Pero cada vez que descendían, eran recibidas por una lluvia de fuego que las obligaba a remontar otra vez. Y al mismo tiempo, la presencia de los dragones artificiales ofuscaba sus sentidos y las empujaba a buscarlos entre el humo para matarlos.
Nurgon peleaba con todas sus fuerzas, y los sheks estaban encontrando muchos problemas para llegar hasta ellos; pero las serpientes eran numerosas, y los rebeldes eran muy pocos en comparación. Los sheks no parecían preocupados. ¿Por qué iban a estarlo? Los rebeldes no tardarían en cansarse, y entonces la Fortaleza sería suya.
Cuando Shail vio al primer dragón precipitarse destrozado sobre el bosque, perseguido por tres sheks, se preguntó cuánto más podrían resistir.
No muy lejos de allí, en las lindes del bosque de Awa, los hombres-serpiente y sus aliados buscaban senderos abiertos en la maleza.
Habían enviado los carros raheldanos por delante: enormes vehículos blindados, propulsados con un engranaje de pedales, cadenas y platos dentados, que avanzaban pesadamente, abriendo paso entre la espesura. Tras ellos marchaban los ejércitos de Drackwen, Dingra y Vanissar, en perfecta formación. Atravesaban el bosque en cinco columnas, lideradas por el rey Amrin, el rey Kevanion y tres generales szish. Cada uno de ellos caminaba tras un carro raheldano y tenía a su lado a un hechicero. Los cinco caminos que estaban abriendo desde las lindes del bosque tenían como objetivo la Fortaleza. Si lograban tornar Nurgon y destruir a los rebeldes y sus dragones artificiales, habría un obstáculo menos entre ellos y el reino de los feéricos.
Las dríades los dejaron pasar, al principio. Ocultas entre la maleza, sobre las ramas de los árboles, los espiaban atentamente, con sus enormes ojos negros brillando de odio y de cólera.
Los soldados avanzaban con decisión, pero no podían evitar sentirse inquietos. Percibían que docenas de ojos los observaban desde las sombras del bosque, sombras que ni siquiera el brillo de las lunas lograba disipar. Los humanos miraban a todas partes, recelosos y en guardia. Los szish, en cambio, sabían dónde se ocultaban las hadas. Aunque la piel feérica, en unos casos verdosa, en otros moteada, en otros de la textura de la corteza de los árboles, las hacía parecer invisibles en su elemento los hombres-serpiente percibían el calor que desprendían sus cuerpos de sangre caliente. Sin embargo, avanzaban en silencio, las armas a punto, registrando en su memoria los lugares desde donde los acechaban los feéricos.
Cuando la retaguardia de las cinco columnas se hubo internado en el bosque, las hadas atacaron.
Cayeron sobre sus enemigos todas a la vez, y por un instante éstos tuvieron la sensación de que todo el bosque se precipitaba sobre ellos. Las dríades se arrojaron sobre los soldados, enarbolando sus lanzas de madera dura, protegidas por sus armaduras de hojas secas y cortezas, tan resistentes como el mismo metal, con sus pequeños rostros parduscos contraídos en una mueca feroz y con sus pies descalzos corriendo tan veloces como la brisa entre la hierba, lanzando gritos de guerra que sonaban como la llamada de un ave nocturna. Los silfos atacaron desde los árboles, haciendo vibrar sus alas, disparando dardos que arrojaban sobre sus enemigos mediante arcos, ballestas y cerbatanas. Pequeñas hadas y duendes, no más grandes que una mano, salieron de la maleza, volando a lomos de insectos de alas parecidas a las de las libélulas, y arrojaron sobre sus enemigos proyectiles de semillas y pequeños frutos, redondos y duros como piedras del río. A simple vista, aquellas semillas parecían inofensivas; pero se colaron por el interior de las armaduras y llegaron a rozar la piel de algunos soldados, que pronto comprobaron, con horror, sus propiedades urticantes. Más de uno no pudo soportar el terrible escozor y trató de quitarse la armadura para rascarse, distracción que pagó con la vida.
Los invasores, por su parte, reaccionaron deprisa. Cargaron las ballestas y dispararon contra todo lo que se movía en la espesura, que no era poco. También desde los carros acorazados se arrojaron flechas que abatieron a un gran número de feéricos. Los hechiceros pusieron en juego su magia.
Pronto, el bosque se convirtió en un extraño campo de batalla de madera y metal, de carne y escamas, de sangre y de savia.
Victoria alzó la mirada hacia Ashran. No latía ningún tipo de emoción en su rostro, pero sus pupilas eran una espiral de tinieblas.
-Podría mataros a los tres -prosiguió el Nigromante.
-¿Y qué te detiene? -murmuró ella con suavidad-. Ya sabes que no somos rivales para ti. Ni siquiera luchando los tres unidos podríamos derrotarte. Ashran sonrió. No fue una sonrisa agradable.
-No estáis aquí para derrotarme a mí. Pero hay una parte de mí que sí puede ser derrotada, y era ésa vuestra misión. ¿Por qué he corrido el riesgo de enfrentarme a vosotros, pues? ¿Por qué me he tomado la molestia de esperar que llegaras hasta mí? ¿Lo sabes tú, Victoria?
-Porque hay algo que puedes ganar -susurró ella-. Y es algo tan valioso que no te importa correr el riesgo.
Ashran sonrió de nuevo.
-También tú puedes ganar algo. Puedes ganar a uno de los dos. Éste es el trato: elige a uno de los dos, al dragón o al shek_ y a ése le perdonaré la vida. Os permitiré marchar a los dos, a la Tierra, si así lo deseáis, y cerraré la Puerta tras vosotros... para siempre. Si queréis olvidarlo todo, lo haréis. Los sheks se ocuparán de ello. Piénsalo, Victoria. Paz, serenidad, una vida larga y feliz al lado de tu amado, del elegido de tu corazón... y no tendrás que luchar nunca más. Escaparás por fin de esta pesadilla.
Jack frunció el ceño. ¿Había oído bien? No era posible que Ashran le estuviera planteando aquello a Victoria. No tenía mas que matarlos a todos, y acabaría con la amenaza de la profecía. ¿Qué se proponía ahora? Miró a Christian de reojo, y vio que el rostro de él estaba mucho más sombrío de lo habitual. La conducta de Ashran era inexplicable, era absurda, pero Christian parecía intuir que tenía razones para hacer lo que hacía... y trataba de desentrañarlas.
-Si elijo a uno... -decía entonces Victoria, a media voz-. ¿qué sucederá con el otro?
-Que será ejecutado en el acto, mi pequeña unicornio. Mi generosidad tiene un límite, como comprenderás. Así que tu misma decidirás quién quieres que viva y quién ha de morir. Espero que entiendas que no os puedo dejar con vida a los tres.
Jack se quedó sin aliento mientras escuchaba, horrorizado cada palabra de Ashran. No le preocupó tanto la posibilidad de morir como el hecho de que el Nigromante dejaba aquella decisión en manos de Victoria. «¿Cómo se puede ser tan desalmado?» , se preguntó.
Se revolvió, furioso.
-¡Victoria, no le escuches! ¡Está tratando de engañarte! ¡No...!
Su última frase terminó en un grito de agonía. Cayó de nuevo de rodillas anteAshran, atrapado en su oscura magia. Victoria se estremeció imperceptiblemente.
Con la mano que le quedaba libre, Ashran hizo un gesto que a la muchacha le resultó vagamente familiar. Entonces, una enorme brecha brillante se abrió en el aire, un poco más lejos dejando entrever un suave cielo estrellado un poco más allá.
-¿Sabes qué es esto? -preguntó Ashran.
-Limbhad -susurró ella, con la voz teñida de añoranza.
-Limbhad -asintió Ashran-. Un lugar donde no se me permite entrar... pero a ti sí. Elige a uno de los dos, Yandrak, Kirtash... me da igual. Podrás llevártelo a través de esa Puerta, de vuelta a casa. Podrás emplear tu poder para curarlo, podrás olvidar todo lo que has sufrido aquí. La Puerta se cerrará tras vosotros para siempre, y no regresaréis jamás. Tendrás que dejar atrás al otro, pero... ¿acaso no es mejor lo que te ofrezco que lo que tienes ahora? ¿No será mejor para todos? Te doy la oportunidad de ser feliz, y yo me veré libre por fin de la posibilidad de que se cumpla esa incómoda profecía...
Victoria se volvió de nuevo hacia Ashran.
-¿Qué pasará si no elijo? -quiso saber.
-Que morirán los dos.
Victoria tembló un momento. A pesar de que parecía estar serena, todos podían intuir el dolor y la angustia que la devoraban por dentro.
-¿Cómo sé que no vas a engañarme?
-Porque la Puerta está abierta ante ti, Victoria. Sabes que es real, sabes lo que hay al otro lado. No es una trampa.
»Y porque tienes el báculo en las manos. Porque podría obligarte a deponer las armas. Una sola palabra mía, y Zeshak torturará a Kirtash hasta que exhale su último aliento. Un solo gesto mío, y lo mismo ocurrirá con Yandrak. Podría haber hecho eso, y me entregarías el báculo sin dudarlo, ¿verdad? Pero no, sigues ahí, armada ante mí. ¿No es ésa una prueba de mi buena fe?
Victoria frunció el ceño. También ella sospechaba que Ashran tramaba algo. -Elige, Victoria. Y date prisa, porque mi paciencia también tiene un límite. Hubo un largo silencio, cargado de tensión.
-No puedes pedirme que condene a muerte a uno de los dos -susurró ella por fin.
-Intentaré ayudarte. Comprendo que debe de ser difícil para ti.
Victoria no respondió, ni se movió. Aguardó a que Ashran siguiera hablando.
-Puedes elegir a Yandrak -dijo, y la muchacha miró a Jack, con los ojos cargados de tanto amor y ternura que al chico se le escapó un pequeño suspiro-. Compartís un mismo destino, habéis pasado por cosas semejantes, cruzasteis juntos la Puerta a la Tierra. Estabais destinados el uno al otro desde que nacisteis. Él es la persona en quien más confías, el compañero de tu vida, (noble, leal y valiente, y su corazón te pertenece por completo. Regresó de la muerte sólo para estar contigo, para salvarte la vida. Es el último de los dragones, una criatura extraordinaria. Sabes que serás feliz a su lado, sabes que puede ser el padre de tus hijos, sabes que no te abandonará.
»Eso significa condenar a Kirtash, pero ya estuviste a punto de matarlo una vez, ya sabes lo que es odiarlo, y, al fin y al cabo no es más que una serpiente que te ha hecho mucho daño que no puede garantizarte felicidad ni estabilidad, que te ha traicionado en varias ocasiones y que podría volver a hacerlo. Hay muchos otros sheks en el mundo, y éste no es el mejor de todos ellos. Nadie lamentará su muerte. Con el tiempo, acabarás por olvidarlo.
Jack escuchaba todo esto sin poder creer lo que estaba oyendo. Pero el rostro de Victoria permanecía impasible, y tampoco Christian daba muestras de que le importaran aquellas palabras. Daba la sensación de que se había rendido a lo inevitable, perdida ya toda esperanza. Victoria se volvió para mirarlo, aquella mirada fue como un grito silencioso que tratara de atravesar el miedo, el odio y la ansiedad que nublaban los sentidos de los tres jóvenes, para llegar hasta el corazón del shek y de volverle con su cálido aliento el brillo que sus ojos de hielo habían perdido.
-Pero también -añadió Ashran, como si le hubiera leído el pensamiento- podría ser Kirtash el elegido de tu corazón. Kirtash, que lo ha dado todo por ti, que ha luchado contra los suyos, contra su instinto, contra su padre... por ti. Kirtash, cuya mirada te persigue en sueños, cuya presencia te hace sentir cosas que jamás antes habías experimentado... cuya sombra cubre tu espalda, vayas a donde vayas. Podríais iniciar una vida juntos en la Tierra, los dos solos. O podríais quedaros aquí y heredar mi imperio, los dos, como ya te propuse hace tiempo. Sabes que su corazón y su lealtad te pertenecen. Sabes lo mucho que vale y que, a pesar de ser un híbrido, es también una criatura extraordinaria. Sabes que luchará y morirá por ti, hasta el último aliento. Después de todo lo que ha sufrido por tu causa, ¿serías capaz de darle la espalda?
»Eso supondría matar al dragón, pero, de todas formas, ya conoces la experiencia de perderlo, y de hecho debería estar muerto. Creíste una vez que lo habías perdido, sobreviviste a esa pérdida: puedes hacerlo otra vez. Por otra parte, esta criatura no puede comprenderte. Por mucho que se esfuerce, no puede, ni podrá, aceptar tu relación con Kirtash. Te ha hecho sentir culpable desde el mismo instante en que descubriste tus sentimientos hacia los dos, te ha hecho sentir mezquina y egoísta, precisamente él, que pretendía tenerte sólo para sí mismo, que pretendía que fueras suya, y solamente suya, obligándote a renunciar a una parte de tu alma. ¿Acaso es eso amor? ¿Acaso no ha sido más generoso contigo el shek, el asesino, que el dragón, el héroe de la profecía, tu mejor amigo? Y tú, ¿le amas de verdad? ¿O es sólo cariño lo que sientes por él? ¿No será que, tal vez, os han hecho creer que el destino os obliga a estar juntos, sin que vosotros tengáis nada que decir al respecto?
Victoria sacudió la cabeza, confusa, y por un instante vieron en su rostro un rastro del sufrimiento que la corroía por dentro. Alzó la cabeza para mirar a Jack. Lo contempló un momento, respirando con dificultad a los pies de Ashran, el pelo rubio revuelto y húmedo de sudor, la frente despejada y, sobre todo, aquellos ojos verdes cuya mirada iluminaba su corazón desde el primer instante en que se habían cruzado con los suyos. Victoria vio que el joven estaba herido y agotado, y reprimió el impulso de correr hacia él, abrazarlo, mecerlo en sus brazos y calmar su dolor. Apretó los dientes y se giró hacia Christian. Tragó saliva al verlo tan frágil, atrapado entre los anillos del cuerpo de serpiente de Zeshak. Él sintió su mirada y alzó la cabeza, apenas un poco. Pero Victoria pudo ver sus ojos, que, como de costumbre, le tapaba parcialmente el cabello castaño claro, aquella mirada que una tarde, en una estación de metro, se le había clavado en el alma como un puñal de hielo, y que ya jamás podría olvidar. Christian entornó los ojos un momento, y Victoria tuvo que cerrar los suyos porque no soportaba verlo en aquella situación. Los volvió a abrir inmediatamente, porque tampoco quería perderlo de vista ni un solo instante, no fuera que Zeshak lo aplastara sin que ella pudiera hacer nada. De nuevo sus miradas se encontraron. «Dime algo, por favor», le rogó ella. Pero la voz telepática de Christian permaneció muda.
Victoria suspiró y se volvió otra vez hacia Jack, luego de nuevo hacia Christian... y Jack casi pudo escuchar el suave chasquido que hizo su corazón al romperse en mil pedazos. Tembló un momento, pero no de miedo, ni de dolor, sino de ira.
-Eres... diabólico -dijo, furioso-. ¿No puedes dejar de hacerla sufrir? ¿Por qué le haces esto?
Ashran le dirigió una mirada inescrutable.
-Porque es necesario, dragón. Pero ¿qué es lo que te molesta tanto? ¿Acaso no es esto lo que querías? ¿No estabas deseando que ella eligiera a uno de los dos?
-¡No de esta manera! -casi gritó Jack.
-¿Y qué diferencia hay?
Jack no supo qué responder. Seguía temblando de rabia y de impotencia, sintiéndose cobaya en un extraño experimento, que no terminaba de comprender, pero que era tan cruel e inhumano que le producía un horror indescriptible. Volvió a mirar a Ashran, y le sorprendió ver que él no estaba disfrutando con aquella situación, con la angustia de Victoria y la incertidumbre de los dos chicos. Sólo observaba a la chica con curiosidad, esperando su reacción, como un niño que le arranca la, alas a una mosca sólo para ver qué pasa.
La muchacha se había dejado caer al suelo, demasiado débil como para sostenerse en pie, y había enterrado la cabeza entre las manos, presa de violentos escalofríos. Entonces Jack fue consciente, por primera vez, de que su propia vida estaba en manos de Victoria. La suya y la de Christian.
Se quedó sin aliento. Incluso aunque Ashran mantuviera su promesa de dejar marchar a Victoria y a su elegido, lo que le había propuesto era demasiado atroz. Por un momento le atenazó el miedo de que ella eligiese a Christian, de verlos marchar en dirección a Limbhad, de quedar a merced de Ashran y de Zeshak, que estaba deseando matarlo desde que había puesto los pies en aquella habitación. Pero inmediatamente se reprendió a sí mismo por aquellos pensamientos. Tampoco el shek merecía morir, aunque fuera un asesino; al menos, no de aquella manera, condenado a muerte por la mujer a la que amaba, y por la que lo había dado todo. Lo miró de reojo. Christian seguía quieto, con el semblante inexpresivo, como si aquello no fuera con él. «¿Y si ya supiera que Victoria no lo va a elegir a él ~ -se preguntó Jack, de pronto-. ¿La conoce hasta ese punto? ¿Supone entonces que ella... me va a elegir a mí?» Se preguntó si Ashran estaba al tanto también. Alzó la cabeza para mirarlo, comprendió, de pronto, que sí. El Nigromante había demostrado conocerlos muy bien... demasiado bien. Sabía cuál era la relación entre los tres, conocía a la perfección las dudas que al criaba el corazón de Victoria, las había expresado con mucha más claridad de la que ella habría sido capaz. Debía de saber, por tanto...
-Piensa que no se trata de condenar a uno a muerte -trató de ayudarla Ashran, con suavidad-. Ya están condenados los dos. Lo estaban desde el mismo momento en que pisaron el umbral de esta habitación. Se trata de salvar la vida de uno de ellos. Piensa, Victoria, si pudieras elegir... ¿a quién salvarías?
¿A quién amaba Victoria de verdad?, se preguntó Jack. ¿Lo sabía Ashran? ¿Lo sabía Christian? ¿Y la propia Victoria? «Yo no lo sé», pensó el muchacho, abatido y confuso.
La joven seguía encogida sobre sí misma, temblando. Y Jack se sintió culpable por todas aquellas veces que le había exigido que tomase una decisión. Bien, ahora tenía que hacerlo, pero, por alguna razón, Jack lo habría dado todo para que ella no tuviese que elegir. Y no se trataba de que su propia vida estuviese en peligro. Desde el mismo momento en que habían atravesado el Portal de la Torre de Kazlunn había estado dispuesto a morir. Era simplemente... que, fuera cual fuese el resultado, sería tremendamente injusto para uno de los dos.
-¡Harel ha caído! ¡Harel ha caído! ¡Las dríades han sido derrotadas y se repliegan al interior del bosque!
La noticia llegó de labios de un silfo que había logrado, a duras penas, atravesar la explanada hasta las puertas de la Fortaleza. Covan recibió la noticia de la muerte de Harel con resignado pesar, pero no perdió tiempo. Sabía que los szish no tardarían en llegar a Nurgon y atacar sus murallas. El área de bosque que separaba la Fortaleza del campo abierto era muy pequeña, y relativamente fácil de atravesar, comparada con el denso bosque de Awa. Así que mientras, arriba en las murallas, Alexander dirigía a los arqueros, el maestro de armas volvió a recorrer el patio una vez más, asegurándose de que todas las catapultas estaban donde debían estar, de que había ballesteros situados en todas las poternas y de que el portón principal estaba bien asegurado. Tanawe le ayudó en esta tarea, fortaleciendo los sellos mágicos que los hechiceros habían aplicado a la puerta. Mientras, en el cielo, la batalla arreciaba. Ya habían caí(l,, tres dragones.
Dos de ellos se habían estrellado en algún lugar del bosque, y al otro lo había hecho pedazos, literalmente, el brutal abrazo de una serpiente alada. Un cuarto estaba a punto de seguir sus pasos. Se trataba de un dragón negro de diseño especialmente elegante, que aleteaba desesperado entre los anillos de un shek, justo sobre el patio de la Fortaleza. Los rebeldes hicieron funcionar las Lanzadoras a toda prisa, disparando proyectiles incendiarios a la serpiente. Ésta siseó, furiosa, y, en respuesta, arrojó el dragón contra los humanos del patio y sus molestas máquinas.
Alguien lanzó la voz de alarma, y todos se apresuraron a ponerse a cubierto. Yber cargó con Shail y llegó junto a la muralla en dos zancadas, justo antes de que el dragón se estrellase pesadamente contra el suelo, destrozando de paso un par de Lanzadoras y una catapulta. Tanawe gimió, y Denyal soltó una sonora maldición. Corrieron a socorrer al piloto caído... pero era demasiado tarde.
Justo en aquel momento se oyó una voz desde lo alto de la muralla:
-¡Llegan los szish!
Los momentos siguientes fueron confusos. Los arqueros dispararon contra los atacantes, a una voz de Alexander. Las catapultas, preparadas desde hacía horas, arrojaron sus proyectiles por encima de las murallas. La magia de los hechiceros situados sobre las murallas los guió directamente a los carros raheldanos. Después de un par de descargas, uno de ellos estalló en llamas.
En las almenas, Alexander clavó la mirada en una figura familiar. Reconoció al instante a su hermano Amrin, porque llevaba puesta la armadura que había sido de su padre, el rey Brun. El joven dejó escapar un suave gruñido. Tenía sentimientos encontrados con respecto a su hermano. Por un lado, se sentía traicionado, lo odiaba por haberle dado la espalda. Por otro, sabía que, posiblemente, él habría hecho lo mismo en su lugar.
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Triada
AdventureLa resistencia ha logrado su objetivo y an llegado a su destino, Idhun. Ahora tendrán que enfrentarse a su enemigo, Ashran. Como recibirán los rebeldes de la resistencia el amor entre Kirtash y Victoria?