EL ÚLTIMO REDUCTO DE LA MAGIA

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Jack se deslizó por entre las rocas corno una sombra, buscando huecos y hendiduras a los cuales arrimarse para ocultar su posición cuando los relámpagos iluminaban el cielo.
La bestia alzó el hocico y olfateo en el aire, pero la brisa soplaba a favor de Jack, y no lo detectó. El joven había escogido con cuidado su posición. Sus pies se movían por el terreno con un silencio y una sutilidad que había aprendido de Sheziss. Cuando alzó la lanza en alto, aguardó, inmóvil como una roca, a que su presa estuviera completamente desprevenida.
La paciencia era otra de las virtudes que Sheziss le había enseñado.
La bestia dejó escapar un gruñido y después le dio la espalda.
La lanza voló desde la mano de Jack, fuerte, precisa, letal, se clavó, vibrante, en la espalda del animal, que aulló de dolor y se volvió hacia él, con sus ojos rojos reluciendo de ira y dolor.
Con un grito salvaje, Jack saltó desde su escondite, a la vez que extraía el puñal. Esquivó con facilidad la embestida de la bestia y sus mortíferos tres cuernos. Inclinó el cuerpo y corrió hacia ella, rodando por el suelo en los metros finales. Las zarpas de la criatura le rozaron el muslo, pero el joven no se amilanó. Hundió su puñal en el pecho del animal y lo empujó para tumbarlo en el suelo. La debilidad que se adueñó de él permitió que Jack lograra su objetivo, ya que su contrincante era tan grande como un oso. Jack cayó sobre él; sus manos se hundieron en su espeso pelaje, a rayas negras y rojizas, en busca de la daga. Esquivó de nuevo la zarpa de la bestia, que, herida de muerte, luchaba ya a ciegas, con sus últimas fuerzas. Extrajo puñal y lo clavó otra vez en el pecho del animal. En esta ocasión, alcanzó su corazón.
La bestia dejó escapar un débil gemido, se estremeció y se quedó inmóvil.
Jack se levantó, jadeando. Recuperó el puñal, lo limpió en su pantalón y lo introdujo de nuevo en el cinturón. Después, con un fuerte tirón, sacó la lanza de la espalda de su presa.
La sostuvo entre los dientes mientras se ajustaba de nuevo la cinta de cuero que le ceñía la frente y que solía llevar para que el flequillo no le tapara los ojos.
Detectó entonces un movimiento por el rabillo del ojo.
Rápido como el pensamiento, tomó de nuevo la lanza, se volvió y la arrojó con violencia.
Se oyó un gemido, y un relámpago iluminó el cuerpo que caía pesadamente desde lo alto de una roca. Era uno de esos seres humanoides. Jack no sintió pena por su muerte; los conocía ya lo bastante bien como para saber que, si hubiera tardado un instante más, una roca, lanzada con admirable puntería, le habría golpeado la cabeza; probablemente habría quedado inconsciente, o al menos aturdido, y antes de que se diera cuenta, estaría formando parte de las piezas de caza de alguna tribu de primitivos.
Primitivos... así los llamaba Jack, a falta de otro nombre mejor.
Se acercó al cuerpo para recuperar su lanza. Apenas echó un vistazo rápido al cadáver. La primera vez que había matado a uno de aquellos seres se había sentido mal. Pero cuanto más tiempo pasaba en Umadhun, cuanto más se desarrollaba su esencia de dragón, menos importantes le parecían aquellas criaturas.
Se le erizó el vello de la nuca, y se incorporó, alerta. Era el aviso de que estaba a punto de caer un rayo cerca de allí; percibía la tensión, la electricidad estática, que hacía que se le pusiera la piel de gallina. Buscó cobijo bajo una roca, justo antes de que el rayo cayera a pocos metros de él. Cerró los ojos y se acurrucó sobre sí mismo, sintiendo que todo retumbaba.
Cuando la descarga finalizó, Jack alzó la cabeza con precaución. Soltó una maldición por lo bajo al ver que el rayo había caído sobre el cuerpo de su presa. Por fin se encogió de hombros. Sheziss solía tragarse su cena cruda, pero a él le gustaba asar la carne antes de comérsela.
No sabía cuánto tiempo había pasado en Umadhun. Bajo la tutela de Sheziss, estaba aprendiendo a cazar, a pelear, a aprovechar las posibilidades de sus dos cuerpos, humano y dragón A falta de espada, se estaba ejercitando en el uso de aquella lanza y aquella daga, que tiempo atrás habían pertenecido a un szish, al igual que las ropas que ahora llevaba, y que Sheziss le había proporcionado.
Al principio, aquel atuendo le había parecido repugnante simplemente por el hecho de haber pertenecido a un szish. Aunque los dragones no odiaban a los szish por naturaleza, por extensión le tenían ojeriza a todo lo que tuviera que ver con serpientes, y los szish, humanoides con aspecto de ofidio, despertaban en él una profunda antipatía.
Sin embargo, estaba aprendiendo a controlarse. Desahogaba su rabia y sus ganas de luchar cazando los pocos animales que había en Umadhun. Eran criaturas cavernarias que raramente se aventuraban a salir de los túneles; pero, cuando lo hacían, Jack las perseguía por las quebradas y las rocas, y el peligro de los rayos hacía la cacería aún más excitante.
No solía cazar metamorfoseado en dragón. No era ni la mitad de interesante.
En aquel momento, volvió a transformarse para poder cargar con más facilidad el cuerpo humeante de la bestia que había capturado; por otra parte, el calor que despedía no dañaría sus escamas, pero sí su piel humana.
Juzgó que ya tenía bastante por aquella vez, y emprendió el regreso a los túneles.
Cada vez se sentía más a gusto como dragón. Umadhun estaba casi desierto, y por otro lado en la superficie exterior de aquel mundo no había sheks. Los pocos que se habían quedado en Umadhun rondaban cerca de la Puerta interdimensional, que, por lo que Jack sabía, estaba a varias jornadas de camino del lugar donde ellos se encontraban.
Casi por primera vez, Jack podía transformarse sin peligro y estaba aprovechando la oportunidad. En aquel tiempo aprendió a conocerse como dragón, a sentir cada parte de su cuerpo, a controlar su llama y a volar con mayor seguridad. Aprendió pelear con sus garras y cuernos, a mantener limpias sus escamas, a comer, a dormir... como dragón. Le gustó la experiencia.
A veces se veía incapaz de dominar el instinto; entonces se abalanzaba sobre Sheziss, y ambos luchaban con fiereza; pero ella ganaba siempre.
Nunca le había hecho daño, sin embargo. Una vez se vio obligada a morderlo y a inyectar en él su veneno, lo cual debilitó a Jack casi al instante y puso fui a la pelea. Pero ella misma sorbió de nuevo el veneno de la herida para curarlo, y después la lamió con su lengua bífida, dejando que su saliva penetrara en la sangre del dragón.
A Jack le resultó sumamente desagradable; pero aquel día aprendió que en la boca de los sheks se hallaba no sólo su mortal veneno, sino también el antídoto para contrarrestarlo.
«Éste es un gran secreto que los dragones no conocían... hasta ahora -le dijo ella-. Nuestro veneno es un arma fundamental para nosotros en la guerra, y los dragones nunca han sabido cómo neutralizarlo.»
Le contó también que, después de siglos de guerra contra los sheks, el cuerpo de los dragones había desarrollado una vitalidad especial que los hacia más resistentes que otras criaturas al veneno de las serpientes.
«Sigue siendo mortal para vosotros..., pero tarda más en hacer efecto», le había dicho.
-¿Cómo sabes tanto de los dragones? -preguntó Jack con curiosidad.
«Todos los sheks sabemos mucho de los dragones. Cualquier pequeño detalle que descubrimos acerca de nuestros enemigos por insignificante que nos parezca, pasa a formar parte la sabiduría de los sheks, que se transmite de generación en generación. También los dragones instruyen a sus crías de manera similar acerca de nosotros. Si hubieras crecido en Awinor, con los otros dragones, todas estas cosas no tendría que enseñártelas un shek.»
-Pero resulta que ya no quedan dragones -replicó él, frunciendo el ceño.
Según iba desarrollando su esencia de dragón, echaba en falta a los dragones, cada día más. Recordaba su nido, sus hermanos muertos antes se ver la luz de los soles, los huesos de su madre dragón, sobre el suelo polvoriento de Awinor. Y su odio, alimentado por aquellos recuerdos, ardía cada vez con más intensidad, y lo canalizaba hacia Ashran, como Sheziss le había enseñado. Nunca lo había visto, pero ella le había transmitido una imagen mental del hechicero, aquel hombre imponente de pupilas plateadas, el hombre que había provocado la conjunción astral, el canalla que había hecho sufrir a Victoria, que por poco la había matado. Aquello lo sacaba de sus casillas.
Eso, unido al hecho de que la añoranza seguía tensa y dolorosa, de que echaba de menos a Victoria, con toda su alma, avivaba el odio que Jack sentía hacia el Nigromante.
El padre de Christian.
Era tan extraño... todo formaba parte de una historia enrevesada y confusa en la que todos parecían tener relación. Tenia tanto sentido que Jack se preguntaba corno no lo había entendido antes; pero, por otro lado, se sentía un extraño que inmiscuía en un asunto que no tenía nada que ver con él.
«Me robó todos mis huevos», había dicho Sheziss.
Jack no había preguntado más. Pero recordaba, con toda claridad, la historia de Christian, de Kirtash, que Victoria le había contado.
Para crear al híbrido, Ashran había aportado a su propio hijo. Los sheks habían ofrecido a una de sus crías, recién salida del huevo.
Jack estaba al corriente de que Ashran se había visto obligado a arrebatar a su hijo de los brazos de su madre humana. Pero nunca se había preguntado si todos los sheks estaban de acuerdo en entregarle a uno de los suyos, si la madre de aquella cría había cedido de buen grado a su propio hijo.
Ahora, Jack sabía que, obviamente, no.
Conocía ya lo bastante a los sheks para entender que lo que para Ashran había sido motivo de orgullo, para las serpientes aladas era una ignominia. El hijo de Ashran se había vuelto poderoso tras fusionar su alma con la de un shek. Kirtash era para Ashran, una criatura sobrehumana, un hombre con el poder de un shek, que estaba destinado a gobernar por debajo de los sheks, pero por encima de todos los mortales. En cambio el hijo de Sheziss se había convertido, desde el punto de vista de ella, en un monstruo, en un engendro contaminado con sangre humana.
Como Jack.
Con la diferencia de que Jack no era su hijo. Podía llegar a tolerarlo, a pesar de lo mucho que le repugnaba. Pero una cosa era tolerar a un engendro y otra aceptar que otra persona convirtiera a su propio hijo en uno de ellos.
Jack había pensado mucho acerca de Ashran, Sheziss y Christian. El mismo había conocido a sus padres humanos, los padres que Elrion había matado. Su madre nunca había llegado a saber que, en algún momento de su embarazo, el espíritu de Yandrak se había introducido en el cuerpo de su bebé aún no nacido, fusionándose con su alma humana. Sus padres jamás habían tenido nada que ver con Idhún, nunca habían sospechado que su hijo albergara en su interior el espíritu de un dragón. A pesar de ello, estaban muertos.
Los padres dragones de Jack también estaban muertos. El muchacho no podía dejar de preguntarse si lo habrían aceptado, en el caso de que estuvieran vivos... o lo considerarían un monstruo, poco más que un hombre, mucho menos que un dragón.
Jack había percibido la helada cólera de Sheziss cada vez que mencionaba a Kirtash. Nunca la había oído referirse a él como a su hijo. Para ella era demasiado monstruoso como para ser suyo.
Los sheks habían permanecido largo tiempo en Umadhun. Ashran les había ofrecido las dos cosas que más anhelaban: regresar a Idhún y la muerte de todos los dragones.
Y había cumplido.
Jack tenía muy claro por qué Ashran había creado a Kirtash. Los espíritus de Yandrak y Lunnaris habían sido enviados a la Tierra; había que mandar a alguien a buscarlos, pero a ningún shek le estaba permitido atravesar la Puerta interdimensional. Por otro lado, de haber enviado sólo un espíritu, éste podría haberse encarnado en cualquier bebé humano, y habría crecido, como Jack y Victoria, desconociendo su identidad. Por eso había sido necesario crear al híbrido antes, adiestrarlo... y después enviarlo a través de la Puerta.
Los sheks no podían negarse. Se lo debían todo a Ashran. Y, por otra parte, la huida del dragón y el unicornio podía dar al traste con todo aquello por lo que habían luchado. Si sólo existía una manera de llegar hasta ellos, tenían que llevarla a cabo... por mucho que les molestase.
Jack no intuía las razones por las cuales había sido Sheziss la elegida para aportar la cría de shek que necesitaban para el conjuro. Ni tampoco qué habría sido de los otros huevos. Pero estaba claro que el dolor de la pérdida sufrida había sido para ella tan intenso que le había llevado a traicionar a su propia raza, superar su odio hacia los dragones en aras de una empresa que ella consideraba más importante: su venganza contra Ashran.
Cuanto más pensaba en ello, más extraño le parecía. Kirtash, el shek contra el cual había luchado a muerte en tantas ocasiones. Christian, el aliado a quien Victoria estaba tan unida. Ambos seres eran uno solo, y Jack había sido rescatado por su madre (una de ellas) para matar a su padre (uno de ellos). Y Jack sospechaba que si bien Christian sabía de sobra quién era su padre humano, desconocía la identidad de su madre shek.
«Estoy con ella, Christian -pensaba a veces-. Me está enseñando a ser fuerte, como tú, como Victoria, para derrotar a Ashran. Pero no te aprecia. ¿Qué dirías si la vieras ante ti? ¿Si supieras que es la madre del shek que habita en tu interior?
Eran pensamientos confusos, y a menudo Jack sentía que no llegaría a ninguna conclusión que le fuera de utilidad.
Llegó por fin a la cueva y lanzó el cuerpo de la bestia a su interior. Oyó un siseo furioso.
«¿Qué es esto?», dijo Sheziss, irritada.
Jack recuperó su cuerpo humano. Había aprendido que bajo su forma humana, le resultaba más sencillo tolerar la presencia de la shek.
-La cena -respondió-. Está ya un poco chamuscada; antes de que protestes más, te diré que no ha sido culpa mía. No ha sido mi llama, es que...
«,,, le ha caído un rayo encima -completó Sheziss- Si ya veo.»
Pero no parecía interesada. Jack detectó enseguida que estaba inquieta.
-¿Sheziss? ¿Qué pasa?
Ella salió de las sombras con los movimientos sinuosos que la caracterizaban.
«Tenemos problemas, niño», dijo solamente. Jack se irguió, tenso.
-¿Problemas? ¿Qué clase de problemas?
«He captado información de la red telepática de los shek,, Dicen que van a encontrarse pronto.»
-¿Quienes?
Sheziss lo miró como si fuera rematadamente estúpido. «Los otros dos híbridos, por supuesto.» -¿Christian y Victoria? Pero... -¿no estaban juntos?
Había dado por sentado que Victoria se había quedado junto a Christian. Si él la había dejado sola... se sintió furioso de pronto, y eso le sorprendió. De repente le molestaba más que Christian hubiera abandonado a Victoria que la posibilidad de que continuara a su lado... como su pareja.
«¿Juntos? -Sheziss lo miró, riéndose por dentro--. El unicornio ya no percibe tu presencia en el mundo, niño; cree que estás muerto, que Kirtash te ha matado. Y va tras él buscando venganza. »
Jack se quedó helado.
El recuerdo le trajo las palabras pronunciadas por Victoria, en Limbhad, mucho tiempo atrás: « Si se atreve, Jack, te juro que lo mataré».
Se dejó caer sobre una roca, abatido.
-No creía que estuviera hablando en serio -murmuro-. Pero... no, Victoria será incapaz de matarlo, Ella...
«... lo ama, lo sé. Pero también siente algo muy intenso por ti, ¿no es cierto?»
-A veces me resulta difícil creerlo -sonrió Jack, todavía perplejo.
«Estúpido -murmuró ella, aburrida-. Sois los tres únicos híbridos que existen en el mundo. Si cae uno de vosotros, caéis los tres. ¿Todavía no lo entiendes?»
Jack movió la cabeza.
-Siempre pensé que si yo desaparecía. Christian y Victoria permanecerían juntos. No sé por qué, su vínculo me pareció tan firme, tan real...
«Lo es, niño. Si tú hubieras matado a Kirtash, ella tampoco te lo habría perdonado.»
-¿Habría tratado de matarme?
«Seguramente. Nunca juegues con los seres queridos de un unicornio, Jack. Ah, no te imaginas lo peligrosas que pueden llegar a ser esas criaturas.»
Jack cerró los ojos. Se imaginó por un momento a Christian y Victoria luchando entre ellos, a muerte.
-El nunca haría daño a Victoria -dijo-. A no ser, claro..., que volviese a dominarlo su parte shek. Aunque... no, ni por ésas. Ni siquiera como shek podría hacerle daño. No otra vez
«Entonces, ella lo matará.»
-No será capaz. No, no podrá -por alguna razón, la simple idea le parecía espeluznante.
«Por ti lo haría, Jack. Lo sabes.»
Jack apretó los puños.
-Lo habría matado yo mismo -murmuró-. Todavía deseo matarlo. Pero no quiero que muera a manos de Victoria. No es...
Calló, buscando la palabra adecuada.
«... ¿Natural? -lo ayudó Sheziss-. Tú lo odias, igual que me odias a mí. Lo natural para ti es luchar contra los sheks, matarlos. Pero el unicornio no odia a Kirtash. Lo ama. Por eso te parece tan terrible que ella tenga intención de acabar con su vida.»
Jack hundió el rostro entre las manos.
-No, maldita sea; Christian se dejaría matar por ella antes que hacerle daño. Pero no puedo permitir que Victoria lleve a cabo esa venganza. -Alzó la cabeza, decidida-. Y no voy a dejar tampoco que muera ese condenado shek, ni hablar. Sheziss lo miró con interés.
«¿Por qué?», preguntó.
Jack se puso en pie.
-Porque, por mucho que lo odie, mi amor por Victoria es más fuerte. Y si he de dejarme llevar por un sentimiento, prefiero que sea el amor antes que el odio.
Los ojos tornasolados de Sheziss brillaron con aprobación
«El amor tampoco es un sentimiento que hayas elegido -dijo sin embargo-. Es irracional, al igual que el odio que sientes por los sheks. No tienes motivos para amar.»
-No -concedió Jack-. Pero si me despojaran de mis sentimientos, del amor y del odio, y pudiera escoger cuál de los dos recuperar... tengo muy claro cuál sería mi elección.
Sheziss esbozó una sinuosa sonrisa.
«Bien -dijo-. Todavía tienes mucho que aprender, pero ya no hay tiempo. Tenemos que evitar que se enfrenten esos dos. Esa muchacha es el último unicornio, el último reducto de la magia en Idhún. Hay que preservarla con vida a toda costa.»
Sin añadir más, Sheziss dio media vuelta y se internó por el túnel. Jack la siguió, un poco inquieto. Parecía claro que regresaban al corazón de la montaña, a la Puerta interdimensional. Echó un vistazo al cadáver de la bestia que dejaban atrás. No era propio de Sheziss actuar de forma tan precipitada.
-¿De verdad te importa Victoria? -le preguntó-. Más allá de su implicación en la profecía, quiero decir. Tenía entendido que la magia no significa gran cosa para los sheks y los dragones. Nuestro propio poder es superior al de un mago consagrado por un unicornio.
«Cierto -respondió ella-. El mundo sobrevivirá a la pérdida del último unicornio, la energía seguirá fluyendo. Pero no de la misma manera que antes. No de la misma manera.»
Jack no entendió muy bien la respuesta, pero la simple idea -de que Victoria pudiera morir le producía tal angustia que cambió de tema.
-¿Y qué sucederá si es Victoria quien vence en la lucha? preguntó con suavidad-. ¿Lamentarás la muerte de tu hijo?
Notó cómo el cuerpo escamoso de ella se ponía tenso de pronto.
«Eso no es hijo mío», dijo.
-Pero una vez lo fue.
Sheziss no respondió.
-¿Qué fue de los otros huevos, Sheziss? ¿Qué hizo Ashran con ellos?
La shek se detuvo un momento y se volvió hacia Jack, con una brusquedad que no era propia de ella. El joven retrocedió un paso, y su instinto se disparó, alertándole de un posible peligro. Sintió el odio palpitando en sus sienes. También lo vio en los ojos de Sheziss.
Pero la serpiente se limitó a bajar un ala hasta Jack, con suavidad.
«Sube -le ordenó-. Vas demasiado lento.»
Jack dudó.
«¿Quieres reunirte con tu unicornio, sí o no?»
«Por Victoria», pensó el muchacho, y trepó por el ala de Sheziss hasta acomodarse sobre su frío lomo. Los dos reprimieron un estremecimiento de asco.
El cuerpo ondulante de Sheziss siguió reptando por el corredor; cuando Jack ya estaba a punto de adormilarse, acunado por el vaivén del movimiento de la serpiente, ella habló, con suavidad, en algún rincón de su mente.
«No fue por mí. No se trataba de mis hijos, de mis huevos. Eran los hijos de él, y por tanto, él debía sacrificarlos. Era lo justo.»
-¿Él? -repitió Jack.
«Mi compañero. Claro que eran nuestros huevos, de los dos. Pero no podía exigir un sacrificio así de ningún shek. Ya que era él quien había pactado con Ashran, debían ser sus huevos los que utilizaran para el experimento. No habría sido justo coger los de ningún otro shek. Al fin y al cabo, Ashran había ofrecido a su propio hijo.»
Sheziss calló un momento. Después, prosiguió, pensativa.
«Yo le dije que no sólo eran sus huevos. También eran mis huevos. Y yo no había pactado con aquel humano. Por otra parte, eran los únicos huevos que pondría en toda mi vida. Mientras que él podía tener otros hijos, con otras sheks.»
-Pero no te escuchó, ¿verdad? -preguntó Jack, con suavidad.
«Me aseguró que sólo necesitarían uno. Que me devolverían los demás. "Entonces llévate uno solo", le dije. "No te lleves a todos mis hijos."»
Jack tragó saliva. Sabía que Sheziss se había quedado sin todos sus huevos, y se preguntó, por un momento, si no existirían más híbridos, como Christian, ocultos en algún lugar de Idhún
«Vino con varios más. Entraron en el nido, se llevaron todos los huevos. Todos ellos. No pude detenerlos.»
A partir de ahí, las palabras, los conceptos y las imágenes, inundaron la mente de Jack como un torrente desbordado. El muchacho jadeó, tratando de ordenar y asimilar toda aquella información. Pero la mente de Sheziss seguía transmitiendo su historia, de una manera tan caótica, tan impropia de que Jack comprendió, de pronto, que aquélla era la forma que tenían los sheks de llorar.
Pero no fue justo. No se trataba sólo de unir dos espíritus sino de unirlos en un solo cuerpo. Y el cuerpo elegido era el cuerpo del niño humano, del hijo de Ashran. Su alma no tendría que abandonar su frágil envoltura humana, sería el espíritu del shek el que dejaría atrás su propio cuerpo para entrar en el de él. Así que, cuando mis crías nacieron, Ashran extrajo el espíritu de la primera de ellas. Murió de inmediato. Y Ashran no logró introducir su esencia en el cuerpo del niño, porque los espíritus deben fusionarse cuando la criatura aún no ha nacido, cuando su cuerpo aún no ha asimilado del todo su alma. Pero aquel niño tenía ya varios años, su alma ya estaba asentada en su cuerpo, y no toleró aquella intrusión. El espíritu de la primera cría se perdió, se perdió... y ya no pudieron recuperarlo. Tomaron entonces a la segunda cría, repitieron el intento. Pero el alma del niño humano expulsó de nuevo el espíritu del shek. Una... y otra... y otra vez... Desde el interior de mi nido, yo sentía a mis hijos pidiendo un auxilio que no podía proporcionarles. Apenas acababan de salir del huevo, cuando Ashran los mataba, uno tras otro, arrebatándoles el alma. Sólo el último sobrevivió. El espíritu del niño humano ya no tuvo fuerzas para rechazar la esencia del último de mis hijos. Sí, el alma de mi hijo sobrevivió... fusionada con la de un humano. Estaba mejor, Muerto.»
Se hizo el silencio en la mente de Jack.
El joven se sintió muy débil de pronto, y tuvo que aferrarse nacimiento de las alas de Sheziss para no caerse.
«Ni siquiera tuve ocasión de ponerles nombre» añadió ella.
-Es horrible -susurró Jack.
Sheziss no respondió.
-Me cuesta creer que su padre sacrificara a sus crías voluntariamente -dijo él.
«Era su deber, o al menos eso creía él» -explicó Sheziss.
-¿Por qué?-
Enseguida sintió que ella reía de nuevo, con amargura, y supo que no iba a contestar a su pregunta. Reflexionó, esforzándose en atar cabos, y entonces lo comprendió todo.
-Es él, ¿verdad? -exclamó-. Zeshak, el rey de los sheks, era tu compañero, fue el padre de tus huevos. Por eso tenían que ser sus hijos, y no los de ningún otro shek. Porque él había pactado con Ashran, y porque Ashran, su aliado, había entregado a su propio hijo. Y por eso... por eso quieres matarle. Por eso odias a Zeshak incluso más de lo que odias a Ashran, o a los dragones.
«Ya ves -dijo ella con sencillez-. Ahora tal vez entiendas por que comprendo tan bien a tu chica unicornio. Cuando alguien a quien amas hace daño a alguien a quien amas... no lo odias, sin más. Lo amas y lo odias al mismo tiempo. Zeshak me arrebató a mis hijos para acabar con la profecía, para asegurar el futuro de todos los sheks. Tenía sus motivos, y los comprendo. Pero no puedo dejar de odiarlo... y tampoco puedo dejar de amarlo. Es el padre de mis hijos. Por eso debe morir... no solo por mis hijos, sino también por mí.»
-No sabía que los sheks pudierais amar tan intensamente -dijo Jack, impresionado-. Parecéis tan fríos.
«No expresamos nuestros sentimientos de la misma manera que vosotros -dijo ella-. Pero los tenernos, ah, sí, por supuesto que los tenemos.»
Jack recordó entonces que Alexander le había dicho, tiempo atrás, que los sheks no podían amar. Ahora sabía que se equivocaba. No podían amar a los humanos, pero sí podían amarse entre ellos... y odiarse.
-Pero ahora me estás ayudando a mí -dijo Jack con suavidad-. Tus hijos murieron para evitar el cumplimiento de la profecía. Si al final destruimos a Ashran... ¿no habrá sido en vano tu pérdida?
«No -repuso ella-. Porque le habré demostrado a que estaba equivocado... tan equivocado...»
La voz mental de Sheziss se apagó. Jack no preguntó nada más.
Ambos siguieron avanzando por el túnel, hacia el corazón de Umadhun, sumidos en sus sombríos pensamientos.


El viaje se le hizo eterno.
Jack no sabía cuánto tiempo llevaban viajando a través de los túneles. Sheziss seguía avanzando, incansable, deslizándose por oscuras y húmedas galerías que a él le parecían siempre iguales. Había estado inconsciente durante casi todo el viaje de ida, y por eso no había llegado a darse cuenta de lo lóbrego y monótono que era Umadhun.
Hacía mucho que Jack había perdido la noción del tiempo. No había días ni noches en aquel mundo, ni siquiera en el exterior, cuyos cielos, eternamente turbulentos y partidos por los rayos, no mostraban el paso de las horas. El joven se había acostumbrado a comer cuando tenía hambre y dormir cuando tenía sueño.
Pero allí, en los túneles, parecía reinar una noche perpetua. Por si fuera poco, Sheziss permaneció en silencio la mayor parte del viaje. Tal vez pensara que ya había hablado demasiado, tal vez se arrepintiera de haber confesado tantas cosas, o quizás era sólo que los recuerdos la habían sumido en un estado melancólico del que no tenía ganas de salir. En cualquier Caso, no resultaba una compañía muy animada.
Jack terminó por adormecerse, a caballo entre el sueño y la vigilia, dejando, simplemente, que pasara el tiempo.
En cierta ocasión, cuando se detuvieron a descansar junto a un torrente subterráneo, Sheziss habló por fin.
«Será difícil cruzar la Puerta», dijo.
Jack se irguió.
-¿Por qué? La crucé cuando vine de Idhún, ¿no?
«Entonces estabas medio muerto. Tu cuerpo estaba prácticamente helado. Tu llama casi se había apagado. En ese momento, los sheks de Umadhun no sabían quién eras. Te tomaron por un humano moribundo, alguien demasiado poco importante. Solamente las crías sintieron curiosidad y se acercaron a ti.»
Jack recordó los pequeños sheks reptando a su alrededor, y como Sheziss los había espantado.
«De todas formas en Umadhun sólo quedan crías y sheks demasiado viejos o cansados que no deseaban regresar a Idhún. Más bien pocos.»
-Entonces, ¿dónde está el problema?
«El problema está en que ya se ha corrido la voz de tu muerte en los Picos de Fuego, niño. Los sheks saben que caíste a través de la Puerta. Creen que estabas muerto, y que, si no lo estabas, las crías se encargaron de acabar contigo. Pero te reconocerían en cuanto te vieran.»
Jack se apoyó contra la pared de roca, pensativo.
-¿Cómo hacemos para regresar, pues?
Sheziss cerró los ojos un momento.
«Hay túneles secundarios -dijo-. Poco transitados. Supondrá dar un rodeo, es cierto, pero tendremos muchas posibilidades de alcanzar la frontera antes de que nos descubran.»
-¿Y no sería mejor utilizar el factor sorpresa, lanzarnos hacia la Puerta interdimensional todo lo deprisa que podamos? No nos esperan, no saben siquiera que estoy vivo.
Sheziss lo miró, casi riéndose.
«Tienes prisa, ¿eh?»
Jack desvió la mirada.
-Creo que he pasado demasiado tiempo aquí.
«Pero estamos muy cerca, niño. ¿Te lo jugarías todo a una acción tan temeraria? Después de todo lo que has aprendido. ¿te arriesgarías a que te maten junto a la Puerta de regreso a Idhún?»
Jack suspiró.
-Está bien, lo haremos a tu manera.
No tardó en arrepentirse de haber cedido tan pronto.
Sheziss abandonó los túneles anchos para elegir galerías pequeñas, estrechas e incómodas. A veces, Jack tenía que apretarse contra el lomo escamoso de la shek para no rozarse con el techo del túnel. Eso le producía una indecible angustia. Tenia la sensación de que, si se transformara en dragón, quedaría ahogado allí dentro. Sus alas, sus garras y sus cuernos quedarían trabados en el túnel, impidiéndole avanzar. Y la simple idea de no poder transformarse lo hacía sentir asfixiado e indefenso.
-Tengo que salir de aquí -le dijo cuando no aguantó más -Me ahogo. Es demasiado estrecho para mí.
Sheziss lo miró. El muchacho podía caminar por el túnel cómodamente, de pie. Pero su rostro había palidecido y se le notaba realmente angustiado, como si estuviera atrapado en un espacio mucho más pequeño. La shek entendió sin necesidad de más explicaciones.
«Esa esencia de dragón tuya...», siseó, molesta. Su propio cuerpo, esbelto y flexible, no encontraba problemas a la hora de deslizarse por las galerías. Pero un dragón era otra cosa.
«Está bien -dijo ella finalmente-. Saldremos a un túnel grande. No estamos ya lejos de nuestro destino.»
El corazón de Jack se aceleró un momento. Victoria. La simple idea de que volvería a verla muy pronto le henchió el pecho de alegría. Sheziss lo notó.
«Mantén la cabeza fría, Jack. Recuerda todo lo que te he enseñado.»
El joven asintió. Miró un momento a la serpiente, que se había enroscado sobre sí misma, y lo observaba calmosamente con los ojos entornados. Y, por encima del odio, que aún palpitaba en algún rincón de su alma, un nuevo sentimiento lo 1enó por dentro.
-Gracias por todo, Sheziss -le dijo con sinceridad.
Le pareció que la serpiente sonreía. Se le antojó hermosa. «No hay tiempo para tonterías -dijo sin embargo-. No podemos quedarnos aquí mucho rato.»


Se pusieron en marcha de nuevo. Jack se esforzó por controlar angustia, hasta que salieron a un túnel un poco más ancho. Respiró profundamente. Su alma de dragón lo agradeció también. Sabía que ahora tenía espacio suficiente para transformarse, si así lo deseaba.
Sheziss le indicó que subiera a su lomo. Jack obedeció, y controló su instinto cuando las alas de la shek se replegaron sobre su espalda, cubriéndolo como una capa membranosa. Avanzaron así un largo trecho. Jack empezó a percibir la presencia de otros sheks en las cercanías. El corazón le latió con más fuerza, pero se esforzó por dominarse. «Sólo son sheks -se dijo a sí mismo-. El odio que siento hacia ellos no es importante tiene una razón de ser. Estoy por encima de todo eso.»
Se repitió a sí mismo varias veces estas palabras. Doblaron un recodo. Una débil luz rojiza iluminó el túnel. Jack contuvo el aliento.
«Esa luz procede de la Puerta», dijo Sheziss.
«Lo suponía», pensó Jack simplemente; no se atrevió a hablar en voz alta, pero dejó que ella captara sus pensamientos. Sheziss se agazapó contra la pared del túnel. Jack se atrevió a echar un vistazo por entre las alas de la serpiente. La brecha interdimensional estaba allí.
Tenía el aspecto de una inmensa pantalla rojiza que cubría la pared rocosa más allá, tan larga que no se veía su fin. Su textura era extraña. Parecía como si al otro lado algo hirviera y burbujeara. Algo tan caliente como el corazón de una caldera.
Y la luz rojiza que irradiaba, tórrida y sangrienta, bañaba la enorme caverna en la que desembocaba el túnel. Y la caverna estaba llena de sheks.
Algunos dormitaban en los rincones, enroscados sobre sí mismos. Otros vigilaban que las crías no se acercaran demasiado a la Puerta. Había alguno que volaba entre las inmensas estalactitas, rizando su largo cuerpo para no chocar con ellas.
Jack se dio cuenta de que todas aquellas serpientes, a excepción quizá de las crías, estaban muy aburridas. Entendió entonces por qué Umadhun resultaba tan espantoso para los sheks. Su aguda inteligencia necesitaba nuevos retos, cosas que aprender y que observar, y aquel frío mundo de piedra había dejado de resultarles interesante mucho tiempo atrás.
«¿Por qué no se van?», se preguntó.
«La mayoría son viejos -respondió Sheziss-. Otros no han conocido otra cosa que Umadhun y no se atreven a ir más allá. Otras son hembras que volvieron aquí para poner sus huevos; creen que este lugar es más seguro que Idhún, al menos que las crías crezcan.»
Jack percibió su amargura cuando mencionó a las madre con las crías. No hizo ningún comentario.
«En cualquier caso, todos, a excepción de los más ancianos, acabarán por regresar a Idhún -prosiguió ella-. Mientras tanto aguardan cerca de la Puerta. A menudo regresa algún shek desde Idhún, trae noticias y algunas otras cosas. Cada vez que alguien vuelve contando cosas sobre el mundo de los tres soles varios sheks de Umadhun se deciden a acompañarlo cuando regresa. »
Jack contempló la Puerta con más atención. Recordó entonces que al otro lado había una sima de lava.
-¿Cómo...? -empezó, pero calló enseguida.
«¿Cómo atravesaremos la sima sin quemarnos? -pregunto mentalmente-. ¿Y cómo la atravesé yo?»
«Los dragones sellaron la Puerta con fuego y lava para que no pudiésemos volver -dijo Sheziss-. Pero con el paso de los siglos, el frío de Umadhun y los sheks ha ido debilitando la llama. Cuando murieron los dragones, la llama casi se apagó por completo. Se puede atravesar esa puerta, la lava no calienta tanto como parece. Su fuego es sólo aparente. Pero el calor siendo desagradable para los sheks; muchos no se atreven a aventurarse por la Puerta de fuego; y los que lo hicieron una vez, no suelen volver muy a menudo.»
«¿Y tú? -preguntó Jack-. ¿Has estado en Idhún alguna vez?» Ella tardó un poco en contestar.
«Volví una vez -dijo-. Una sola vez, hace quince años. Fui a ver... fui a ver a mi hijo.»
Como un relámpago, en la mente de Jack apareció la imagen de un chiquillo de unos dos o tres años que se acurrucaba temblando, empapado de sudor, en un rincón de una habitación. Jack supo que lo estaba observando desde la ventana, supo que lo estaba observando desde la mirada del recuerdo de Sheziss.
El niño sufría espasmos extraños, y su piel cambiaba a cada instante, mostrando una textura escamosa. Jack lo oyó gemir y sollozar por lo bajo. Sintió la angustia y el dolor de Sheziss al contemplar a aquella criatura.
Entonces, el pequeño se volvió hacia ella en un movimiento brusco, casi feroz. Jack reconoció el cabello castaño claro, los ojos azules, los rasgos de Kirtash, o Christian.
Súbitamente, el niño lanzó la cabeza hacia delante con un siseo, mostrando en su rostro humano unos colmillos afilados, una lengua bífida y unos ojos irisados, redondos, de serpiente, unos ojos que momentos antes habían sido azules como cristales de hielo.
Jack jadeó y sacudió la cabeza para hacer desaparecer aquella visión.
«No duró mucho -dijo entonces Sheziss, para tranquilizarlo, o bien para consolarse a sí misma-. En apenas varios días ya volvía a mostrar un aspecto completamente humano. El espíritu de mi hijo y el alma de ese niño se habían fusionado en el interior de aquel cuerpo. Y mi hijo... ya no era mi hijo. Ya no era más que un monstruo. »
-Como yo -dijo Jack en voz baja.
Sheziss lo miró. Jack creyó detectar un breve rastro de emoción en sus ojos tornasolados.
El muchacho respiró hondo, y volvió la cabeza hacia la caverna... y hacia la Puerta.
«Está tan cerca», pensó.
«Calma, Jack- lo detuvo ella-. Calma.» Pero no hubo tiempo para calmarse.
De pronto, una sombra se alzó en la entrada del túnel. Sheziss siseo y se echó para atrás. Jack distinguió la figura de un shek, un macho anciano, y todas las alarmas de su instinto se dispararon a la vez. Se esforzó por controlarse y pensar con la cabeza fría. Seguramente entre él y Sheziss podían plantar cara al viejo shek, pero eso no era lo peor.
El shek lo había visto. Y lo había reconocido.
Y eso quería decir que todos los sheks de Umadhun sabían ya que estaban allí.
Tras un breve instante de pánico, Jack gritó:
-¡Vuela, Sheziss, VUELA!
El shek se abalanzó sobre ellos. Sheziss lo esquivó con un ágil quiebro, desplegó las alas y echó a volar hacia la caverna.
Jack se quedó sin respiración un instante. Nunca había volado a lomos de un shek, y era una experiencia extraña. Pero no tuvo tiempo de disfrutarla, porque pronto todos los sheks se le echaron encima.
Sintió deseos de metamorfosearse en dragón; sin dominó su instinto, porque sabía que, si se transformaba se quedaría allí, a luchar. Y en aquel momento, lo más importante era escapar de aquel lugar.
Sheziss batió las alas, con desesperación, en dirección a la puerta de fuego. Jack se volvió sobre su lomo para ver si el fuego intimidaba a los sheks, pero sufrió una pequeña decepción el odio alimentaba los ojos de las serpientes aladas, y el instinto las empujaría a perseguir a Jack, para matarlo, a través de la Puerta y más allá.
«Agárrate bien, niño», dijo entonces Sheziss.
Y se impulsó hacia delante. Jack se aferró a sus escamas apretó los talones contra el cuerpo ondulante de la serpiente y se inclinó sobre su lomo todo lo que pudo. La Puerta parecía estar tan cerca...
Los furiosos siseos de los sheks también se oían muy cerca
«Sheziss...»
«Tranquilo, dragón; saldremos de ésta.»
Hizo un quiebro y se elevó en el aire. Los sheks de más edad vieron venir la maniobra y la siguieron, pero los jóvenes quedaron atrás. Sheziss descendió entonces en picado... hacia la Puerta, y hacia la libertad.
Uno de los sheks lanzó un mordisco y logró morder la cola de Sheziss, que emitió un siseo de dolor. Jack se incorporó y arrojó su lanza, pero el arma rebotó contra las escamas del shek sin dañarlo. El chico maldijo entre dientes.
Sheziss aleteó, desesperada. Los otros sheks se le echaban encima.
Jack no tenía otra opción.
Se transformó. Con rabia, con violencia. Inhaló aire y acto seguido vomitó una llamarada contra las serpientes que perseguían.
Factor sorpresa. Los sheks silbaron y sisearon, aterrorizados. Los que estaban más cerca ardieron en llamas. La serpiente que aferraba la cola de Sheziss la soltó. Jack estiró las garras y logró sostenerla justo antes de que cayera.
-Un esfuerzo más, Sheziss -imploró.
Ella se debatió entonces y Jack la dejó ir. Los dos, suspendidos en el aire, se miraron a los ojos. El odio hirvió en su interior.
«Victoria» , dijo ella entonces.
-Victoria -repitió Jack, y volvió la cabeza hacia la Puerta, tan Cercana, tan real-. Victoria está al otro lado.
Batió las alas con fuerza. Sheziss lo siguió.
Cuando atravesaron la Puerta, fue como si los bañaran millones de rayos de sol, como si se zambulleran de cabeza a un manantial de agua cálida, burbujeante. Jack se sintió muy débil de pronto. Jadeó, aterrorizado, cuando vio que se transformaba de nuevo en humano, que perdía sus alas y comenzaba a caer.
Sheziss lo recogió.
Y todo dio vueltas durante un instante, y de pronto emergieron de golpe de una enorme sima de lava, y se hundieron en un cielo lleno de luz, luz de tres soles que envolvieron sus cuerpos.
Jack respiró hondo y cerró los ojos un momento, dejando que la luz de Idhún bañara su rostro. Alzó entonces la cabeza hacia los tres soles y los contempló, mirándolos fijamente, como había visto hacer a Kimara tiempo atrás, en el desierto de Kash-Tar.
-Kalinor, Evanor, Imenor -recitó Jack.
Sheziss siseó; fue un sonido parecido a una risa.
-Kalinor, Evanor, Imenor -repitió, como una letanía-. ¡Kalinor, Evanor, Imenor!
Se puso en pie sobre el lomo de Sheziss y lanzó un salvaje grito de triunfo. Y dejó que la esencia del dragón se apoderara de su cuerpo, y cuando batió las alas para elevarse hacia lo más profundo del cielo idhunita no le importó que lo vieran todos los sheks, todos los szish ni todos los Nigromantes del mundo. porque estaba en casa, por fin estaba en casa, en aquel mundo al que nunca había considerado su hogar pero que ahora, de alguna manera, lo era.
Y porque sentía la presencia de Victoria en su alma. Percibía que ella existía en algún rincón de aquel mundo, que el vínculo seguía ahí, y se sintió tan aliviado que rugió, anunciando a todo Idhún que el último dragón había regresado, y que iba en busca de la mujer a la que amaba.

TriadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora