REFUGIO

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Jack chocó contra el suelo con estrépito. Su instinto le dijo que había peligro, y se levantó de un salto, ignorando el sordo dolor de sus costillas.
El hechizo de Allegra los había llevado a todos lejos de la Torre de Kazlunn.
A todos. Incluyendo al shek que se había aferrado a la pierna de Shail, y que ahora había soltado a su presa para alzarse sobre ellos, amenazadoramente.
Jack no se anduvo por las ramas. Blandió a Domivat y, aprovechando que la serpiente tenía la vista fija en Christian, que la observaba con cautela, en tensión, descargó un golpe, con toda su rabia, sobre el cuerpo escamoso de la criatura, que chilló de dolor.
La Resistencia en pleno acudió a ayudar a Jack, y con una fuerza nacida de la desesperación, lograron acabar por fin con el enorme reptil. Todos suspiraron aliviados, y Jack cerró los ojos y sonrió para sí. Algo en su interior había disfrutado lo indecible con la muerte de aquel shek. Pero, por alguna razón, no le pareció correcto exteriorizar sus sentimientos al respecto. Una parte de él se horrorizaba de que la muerte de otro le produjera tanta satisfacción; aunque ese otro fuera un shek.
Christian había permanecido aparte, sin intervenir en la lucha; y, cuando el cuerpo muerto del shek cayó a sus pies, se quedó mirándolo, pensativo, con una expresión indescifrable.
Victoria intuyó qué era lo que pasaba por su mente. Se detuvo junto a él y colocó una mano sobre su hombro.
-Lo siento -susurró.
-Da igual -respondió él, encogiéndose de hombros-. Tengo que, ir acostumbrándome a esto.
Pero había visto a Jack hundiendo su espada de fuego en el corazón del shek, y ambos sabían que, aunque Christian entendía y aprobaba aquella actitud, su instinto le empujaba a enfrentarse al muchacho, el dragón, su enemigo, para defender a la serpiente. Y el instinto era algo muy difícil de reprimir.
Jack había notado también la mirada que le había dirigido Christian entonces. Al pasar junto a él, aún con la espada desenvainada, lo miró a los ojos, como retándole a hacer algún comentario al respecto. Pero Christian no dijo nada, y Jack tampoco percibió odio en su mirada. Solo... una honda y sincera comprensión que no era propia de él, y que dejó a Jack sorprendido y confuso.
Victoria se había inclinado junto a Shail, preocupada por la herida de su pierna. El joven mago había perdido el conocimiento y deliraba, como atacado por una fiebre especialmente virulenta.
-Veneno shek-dijo Christian en tono neutro-. Tendrá suerte si sale con vida.
-Me sorprende que no sea un veneno de efecto instantáneo -dijo Jack, con un sarcasmo que pretendía enmascarar su rabia y su impotencia.
Christian le dirigió una breve mirada.
-Lo es -dijo-. La magia de Victoria lo ha protegido de una muerte inmediata, pero si no recibe tratamiento, no tardará en morir.
-¿Dónde estamos? -preguntó Victoria, angustiada, mirando en torno a sí, en busca de un refugio.
-En los límites de Sur-Ikail -respondió Alexander, con gesto torvo-. No muy lejos de la Torre de Kaz1unn.
Señaló en una dirección determinada, y sus compañeros vieron, más allá de la amplia planicie de color púrpura a la que habían llegado, una fina aguja recortada a lo lejos, en el horizonte.
Allegra movió la cabeza, con un suspiro.
-No he podido llevaros más lejos. Lo siento.
-No importa -dijo Jack-. Por lo menos nos hemos alejado de ellos.
-No por mucho tiempo -intervino Christian, sombrío-. Habrán detectado ya la muerte de este shek. Saben dónde estamos y es cuestión de tiempo que nos alcancen.
-Poco tiempo -asintió Alexander, que iba, lentamente, recuperando su fisonomía humana-. No estamos en condiciones de avanzar muy deprisa.
-Avanzar hacia dónde? -dijo Victoria de pronto-. La Torre de Kazlunn ha sido conquistada por Ashran. Era el único refugio con el que podíamos contar -alzó la mirada y añadió-: ¿Por qué no volvemos atrás, a Nimbad?
Alexander iba a responder, pero Christian se le adelantó:
-No podemos. Ya lo he intentado, traté de abrir la Puerta interdimensional cuando nos rodearon los sheks al pie de la torre, pero no lo conseguí.
-¿Por qué? -preguntó Jack, inquieto ante la posibilidad de haberse quedado atrapado en aquel mundo.
-Porque Ashran ha bloqueado la Puerta, incluso para ti -intervino Allegra, mirando a Christian-. ¿No es así?
El joven asintió, sombrío.
-Nos ha dejado volver porque sabe que, sin mí, no tiene ninguna posibilidad de acabar con la Resistencia en la Tierra. No puede enviar sheks a través de la Puerta, y tardaría años en crear a otro híbrido como yo. Pero, ahora que estamos en Idhún, un mundo que él controla totalmente, no quiere dejarnos escapar.
-Entonces, no nos queda a donde ir -murmuró Jack.
-Queda el bosque de Awa -dijo Christian a media voz.
Allegra asintió.
-El bosque de Awa resiste todavía -dijo, cerrando los ojos un momento-. Puedo sentir que mi gente nos llama desde allí.
-El bosque de Awa está demasiado lejos -objetó Alexander, frunciendo el ceño.
-Ya lo sé. Pero ¿qué otra opción tenemos?
-Vanissar, el reino de mi padre, está mucho más cerca. Tal vez allí...
-Vanissar no es un lugar seguro para Victoria -cortó Christian, rotundamente.
Para él, todo se reducía a aquello: proteger a Victoria. Jack pensó que Christian podría ver morir a todos y cada uno de los miembros de la Resistencia sin lamentarlo ni un ápice, mientras la muchacha estuviera a salvo.
Victoria, ajena a la discusión que mantenían sus compañeros, se esforzaba por emplear su magia curativa con Shail.
-No puedo -dijo por fin, desalentada-. He conseguido paralizar la acción del veneno, pero no he podido hacerlo desaparecer. Estoy demasiado cansada. No sé si Shail aguantará el viaje -añadió, con un nudo en la garganta.
Christian, Allegra y Alexander cruzaron una mirada de circunstancias. Jack se dio cuenta de que dudaban de que Shail fuera a sobrevivir a la terrible herida infligida por la serpiente, pero no querían decirlo en voz alta. Y, a pesar de lo cansado que estaba, algo se rebeló en su interior ante la idea de rendirse tan pronto.
-Tenemos que intentarlo -dijo-. Tenernos que luchar hasta el final. Cuanto antes nos pongamos en marcha, antes llegaremos... a Vanissar o al bosque de Awa, me da igual. Lo importante es alejarnos de aquí.
Alexander lo miró un momento, pero finalmente asintió.
Comenzaron a caminar hacia oriente, Jack y Alexander cargando con Shail, pero avanzaban muy lentos, y pronto incluso Jack comprendió que no lograrían escapar. Sobre todo porque tras ellos, el horizonte comenzaba a cubrirse de largas siluetas amenazadoras.
Los sheks los perseguían, y no tardarían en alcanzarlos. Jack lo sabía, pero sencillamente no podía rendirse, no podía parar, a pesar de lo agotado que estaba, y esperar la muerte. De modo que seguía caminando, mientras las sombras del horizonte se hacían más grandes.
Christian y Victoria avanzaban tras ellos. Christian todavía cojeaba, y a veces tenía que apoyarse un poco en Victoria para poder andar. Jack evitaba volver la cabeza atrás para mirarlos. Intuía que la muchacha ya había elegido entre los dos y, por desgracia, no lo había elegido a él. Por eso se quedó sorprendido cuando Victoria apresuró el paso para colocarse junto a él, y le tomó la mano que tenía libre. Jack la miró, un poco perplejo. Victoria le devolvió la mirada, como intentando decirle algo importante, pero estaban rodeados de gente y aquél no parecía el momento más oportuno. Y, sin embargo, la sombra de las alas de los sheks cubría el horizonte, lo cual significaba que, probablemente, no habría otro momento para ellos. Nunca más.
Alexander echó una breve mirada atrás y dijo:
-No podemos seguir así. No tardarán en alcanzarlos. Tenemos que plantar cara y pelear, porque...
-... Es mejor que darles la espalda -completó Jack con una sonrisa.
Los miembros de la Resistencia cruzaron una mirada. Sabían lo que eso significaba. Si seguían caminando, los sheks los alcanzarían y los matarían. Si se detenían a luchar, los sheks acabarían por matarlos de todos modos. Hicieran lo que hiciesen, había llegado el fin para ellos.
-Es mejor que darles la espalda -repitió Victoria, alzando la cabeza con orgullo.
Los demás asintieron, sombríos. Sabían que aquella batalla sería la última, pero estaban dispuestos a librarla. De modo que prepararon las armas y esperaron a sus enemigos, y cuando los sheks se abatieron sobre ellos, las manos de Jack y Victoria se buscaron y se estrecharon, con fuerza, quizá por última vez.
Victoria alzó el báculo, lista para pelear. Sus ojos se detuvieron un momento en Christian, que aguardaba un poco más lejos, con la vista fija en los sheks que descendían sobre ellos. El joven percibió su mirada y se volvió hacia ella.
«Lo siento muchísimo, Christian -pensó Victoria-. Es culpa mía.» Él captó aquel pensamiento y le dedicó una media sonrisa.
«Fui yo quien tomé la decisión de traicionar a los míos, Victoria -respondió telepáticamente-. Y estoy aquí porque así lo he querido.»
A Victoria se le encogió el corazón. Por Jack, por Christian, por Shail, Allegra y Alexander, y por ella misma. Y alzó el báculo, dispuesta a morir luchando.
Pero entonces Christian entrecerró los ojos, alzó la cabeza, como escuchando algo que sólo él pudiera oír, y se volvió hacia el este, donde aparecían las primeras luces del alba.
-¡Allí! -exclamó.
Sus compañeros miraron en la dirección que él señalaba, y vieron unas formas doradas que volaban hacia ellos. Los ojos de Allegra se llenaron de lágrimas.
-Estamos salvados -dijo solamente.
Los momentos siguientes fueron muy confusos. Victoria sólo recordaría que la maga los había reunido a todos en torno a ella para realizar, una vez más, el hechizo de teletransportación. No llegarían muy lejos, y en otras circunstancias sólo habría servido para retrasar unos minutos más el enfrentamiento contra los sheks; pero la salvación se acercaba desde la línea del alba, y si tenían una oportunidad de alcanzarla, debían aprovecharla.
Victoria hizo funcionar el báculo, forzándolo a extraer toda la magia posible del ambiente, y ella y Allegra combinaron su poder para arrastrar a la Resistencia lo más lejos posible, en dirección al este. La muchacha recordaría haberse mareado, haber sentido que las fuerzas la abandonaban, haberse materializado un poco irás lejos, un kilómetro o dos, tal vez, y unas fuertes garras que la aferraron con fuerza y la levantaron en el aire. Victoria vio que el suelo se alejaba de ella... y perdió el sentido.


Cuando despertó, volaba a lomos de un enorme pájaro dorado. Tras ella montaba Jack, sujetándola entre sus brazos, lo que impidió que la muchacha se cayera del susto al verse en aquella situación. Tardó un poco en situarse; cuando lo hizo, se volvió para mirar a su amigo.
-Jack? ¿Qué ha pasado?
El muchacho la miró, sonriente a pesar del cansancio que se adivinaba en sus facciones. El viento revolvía su pelo rubio, y parecía claro que a Jack le encantaba aquella sensación.
-Volamos lejos de la torre. Han venido a rescatarnos, y hemos dejado atrás a los sheks. Mira.
Victoria miró a su alrededor. Había visto antes aquellos pájaros dorados, semanas atrás, cuando los magos idhunitas habían intentado rescatarla del Nigromante en la Torre de Drackwen. Ahora había cerca de una docena de aquellas aves, montadas por hechiceros de distintas razas. El pájaro que montaban Allegra y Alexander volaba cerca de ellos, y Victoria descubrió, un poco más allá, al ave sobre la que cabalgaba Christian, completamente solo.
-¿Dónde está Shail? -preguntó, inquieta, recordando que su amigo se debatía entre la vida y la muerte.
-Allí, míralo. Va montado en el pájaro que guía la bandada.
Victoria estiró el cuello para mirar hacia delante, y Jack instó a su montura a volar un poco más rápido, para llegar más cerca del primer pájaro. Victoria vio entonces a Shail, mortalmente pálido, inconsciente, en brazos de la persona que guiaba al ave, y que vestía una túnica verde y plateada. El jinete detectó su presencia, porque se volvió para mirarlos, y Victoria vio que se trataba de una mujer de piel de un suave color azul celeste y cuyo cráneo, ligeramente alargado, carecía de cabello. Sus ojos, de mi violeta intensísimo, se clavaron en Victoria un breve instante y después descendieron hacia el rostro inerte de Shail. La joven no sabía quién era ella, pero sí supo, de alguna manera, que su amigo estaba en buenas manos.
Volvieron a quedar un poco más rezagados, y Jack respondió a la muda pregunta de Victoria:
-Ella ha guiado a los magos hasta aquí. Me imagino que es una hechicera importante.
-No, no es una hechicera -negó Victoria, que había estudiado las costumbres de los distintos pueblos idhunitas con más interés que Jack-. Es una sacerdotisa, y por los colores de su túnica, creo que sirve a Wina, la diosa de la tierra.
-¡Una sacerdotisa celeste! Creía que el dios de los celestes era Yohavir, el Señor de los Vientos, ¿no?
-Sí, pero Yohavir pertenece a la tríada de dioses, y las mujeres no pueden entrar como sacerdotisas en la Iglesia de los Tres soles.
Mientras hablaba, Victoria buscó de nuevo a Christian con la mirada. Lo vio un poco más allá. Detectó que el pájaro dorado que montaba no parecía muy satisfecho con el jinete que le había tocado en suerte, pero no se atrevía a desobedecerle. La muchacha se estremeció; el ave había adivinado que cargaba con un shek, uno de sus enemigos. Y por primera vez se preguntó qué sucedería cuando los magos, y especialmente los sacerdotes de los seis dioses, descubrieran la verdadera naturaleza de Christian.
Jack se había dado cuenta de que Victoria estaba mirando a Christian y, una vez más, se sintió fuera de lugar. Recordó cómo había intentado transformarse en dragón, sin conseguirlo, y quiso comentarlo con Victoria, hablarle de sus dudas, de su miedo a no estar a la altura de lo que se esperaba de él y, sobre todo, de no merecerla. Pero no dijo nada. A pesar de que Victoria todavía parecía sentir algo muy intenso por él, en el fondo Jack estaba convencido de que era demasiado tarde; de que, no importaba cuánto se esforzara, Victoria terminaría marchándose con Christian, antes o después. Y era algo de lo que no quería hablar con ella porque, por mucho que le doliera, si tenía razón, no debía poner trabas en su camino, no debía retenerla a su lado contra su voluntad.
Desvió la mirada, incómodo. Victoria lo notó. -Jack, qué te pasa? ¿Estás bien?
-Sí -mintió él-. No es nada, sólo estoy un poco cansado. En serio -insistió, al ver que ella no estaba convencida-. Relájate y disfruta del viaje -añadió con una sonrisa.
Victoria asintió, sonriendo a su vez. Se recostó contra Jack, cuyos bravos rodeaban su cintura, y echó un vistazo al cielo, donde relucían los tres soles de Idhún. Sus nombres eran Kalinor, Evanor e Imenor, tres esferas clavadas en el firmamento como joyas refulgentes. El más grande, Kalinor, era una enorme bola roja, casi el doble de grande que el sol que iluminaba la Tierra. Evanor e Imenor eran estrellas gemelas, blancas, y se situaban debajo del sol rojo, de manera que los tres formaban un triángulo en el cual Kalinor ocupaba el extremo superior.
-Da calor sólo de mirarlos -opinó Victoria, sobrecogida-. ¿Cómo es que no nos achicharramos todos?
Jack contempló los soles, pensativo.
-No sé mucho de estas cosas -reconoció-, pero el sol más grande parece una estrella vieja. Leí en alguna parte que las estrellas se vuelven grandes y rojas cuando envejecen, y justamente por eso calientan menos. O puede que estén más lejos de lo que creemos, ¿quién sabe? O quizás es por la composición de la atmósfera. Tal vez protege el planeta de los rayos solares con más eficacia que la atmósfera de la Tierra.
-El aire es más... pesado -asintió Victoria-. No sé qué tiene. De todas formas... me gusta. No sé cómo explicarlo. Huele muy bien.
Jack sonrió.
-Se respira muy bien -admitió-. Es como si cada bocanada que dieras te «alimentara», como si te llenara por dentro. Es raro, ¿verdad?
-¿Piensas que Idhún gira en torno a uno de los tres soles? -preguntó Victoria-. ¿O alrededor de los tres a la vez?
-Si no fuera así, nunca se haría de noche, ¿no te parece? Victoria alzó la cabeza hacia los astros, con aire soñador. -Quizá no tenga sentido intentar aplicar a este lugar las leyes del universo que conocemos -comentó-. Tal vez, al atravesar la Puerta, llegamos no solamente a otro mundo, sino también a otra realidad, otro universo. ¿No crees?
Jack sonrió.
-Sinceramente, me intrigan más otras cosas, como el misterio de como un espíritu puede introducirse en un cuerpo que no es el suyo, y hacerlo cambiar físicamente para adaptarlo a su verdadera esencia. Por ejemplo, tu cuerpo humano puede transformarse en el cuerpo de un unicornio. ¿No contradice eso todas las leyes físicas?
-Supongo que sí -sonrió Victoria.
Segura entre los brazos de Jack, se atrevió a asomarse un poco para contemplar el paisaje.
Sobrevolaban una inmensa llanura encajonada entre dos sistemas montañosos. Al norte, una ciclópea cordillera gris cuyos altos picos nevados aparecían envueltos en turbulentas nubes violáceas. Al sur, una cadena de montañas pardas de caprichosas formas, que se elevaban hacia el cielo como los pináculos de un gigantesco palacio. Entre ambas discurría un río que regaba una tierra fértil salpicada de poblaciones, pequeños bosques y campos de cultivo.
-Nandelt -dijo Victoria, recordando los mapas que había visto en Nimbad-. La tierra de los humanos. ¿Vamos a Vanissar?
Jack se encogió de hombros, pero fue Victoria quien respondió a su propia pregunta:
-¡No, mira aquello! ¡Esto no puede ser Nandelt!
Jack miró en la dirección indicada y vio una gran masa verdosa en el horizonte, envuelta en una bruma misteriosa. Parecía un enorme bosque, y la bandada se dirigía hacia él.
-¿No puede ser eso el bosque de Awa? -preguntó, sin entender la extrañeza de su amiga.
Victoria negó con la cabeza.
-Si no recuerdo mal, el bosque de Awa está muy lejos de la Torre de Kazlunn. No podemos haber atravesado Nandelt tan deprisa. Incluso volando, se necesitarían varios días para alcanzarlo.
Jack sonrió ampliamente.
-Claro, no te has dado cuenta porque estabas dormida. Los hechiceros nos han hecho avanzar más deprisa gracias a la teletransportación. No han podido llevarnos hasta nuestro destino, pero sí han acortado el viaje. De lo contrario, no habríamos podido dejar atrás a los sheks.
Victoria asintió, pero no dijo nada. Ambos contemplaron, sobrecogido, el paisaje del bosque, que se abría ante ellos, salvaje y magnífico. Pronto se dieron cuenta de que, aunque desde lejos se presentaba como una difusa línea verde, en realidad el bosque de Awa era una sorprendente explosión de colorido. Todo allí parecía enorme y, a la vez, delicado como el cristal. Había árboles cuyas copas adoptaban extrañas formas: árboles en punta, árboles en espiral, árboles entrelazados unos con otros como un brillante tejido multicolor, árboles de hojas tan inmensas que un dragón podría haberse posado en ellas. Y había muchísimas flores, flores del tamaño de árboles, flores más pequeñas que se agrupaban formando racimos que de lejos semejaban una única flor; flores que se abrían como sombrillas, flores que parecían erizos, llores esponjosas, flores de todos los colores, blancas, azules, rojas, violáceas, anaranjadas, jaspeadas e incluso flores transparentes como el agua. Había cascadas de plantas semejantes a enredaderas que caían desde los árboles más altos, y lechos de musgo tendidos entre las ramas umbrías. Había colonias de hongos del tamaño de hombres, tan extensas que se distinguían claramente desde el aire, y de tal variedad polícroma que mareaba a la vista. Y había torrentes de aguas cristalinas, cascadas que se adivinaban entre el exuberante follaje, y cuyo sonido llegaba hasta ellos como una refrescante promesa de vida nueva.
Los pájaros iniciaron la maniobra de descenso, y Jack y Victoria se sujetaron con fuerza a las plumas del ave para no caer. Jack llegó a ver algo que se elevaba desde los árboles como un surtidor de agua dorada, y se dio cuenta de que la bandada torcía el rumbo para dirigirse hacia allí, por lo que dedujo que se trataba de una especie de señal. Al acercarse más, vio que era en realidad un chorro de polvo dorado, polen tal vez, que se alzaba hacia las alturas. Pero sí era una señal, porque el primer pájaro, con un graznido, se zambulló entre las copas de los árboles, justo en el lugar indicado. «Por ahí es por donde tenemos que entrar», entendió Jack. Pronto, todas las aves siguieron a la primera, sumergiéndose en el bosque. A Jack y Victoria les pareció que bajaban durante mucho rato entre el follaje de los árboles, y en más de una ocasión tuvieron que apretarse contra el lomo del ave para no ser derribados por las ramas. Parecía imposible que la bandada encontrara huecos para atravesar aquel laberinto vegetal y, sin embargo, lo estaban haciendo con sorprendente facilidad. Minutos después, aterrizaron en un claro del bosque que se abría junto a un arroyo.
Jack bajó del lomo del pájaro de un salto, todavía sonriendo exultante tras el vuelo, y tendió la mano a Victoria para ayudarla a descender. Cuando ella lo hizo, y ambos miraron a su alrededor, se quedaron sin aliento.
Varias docenas de personas se habían reunido en torno a ellos y los miraban en un silencio sepulcral, casi con adoración. Había humanos entre ellos, pero también hadas, celestes, silfos, gnomos, duendes, varios yan, los habitantes del desierto, y dos varu, la raza anfibia, que los observaban desde el río, asomando únicamente sus cabezas escamosas fuera del agua. Muchos de ellos eran magos; vestían túnicas bordadas con símbolos místicos y se adornaban con diversos abalorios; pero algunos eran también sacerdotes, como la mujer celeste que había organizado su rescate, y había también un buen grupo de guerreros y mercenarios. Sin embargo, Jack vio a otros muchos que parecían, simplemente, refugiados: campesinos, granjeros, mercaderes o artesanos, que habían huido de sus tierras, temerosos de los sheks, para ir a ocultarse en el bosque de Awa.
Entonces, tres personajes se adelantaron y se detuvieron ante ellos: un hechicero humano y dos sacerdotes: un celeste y una varu. Arribos ceñían sus sienes con diademas doradas. Jack y Victoria detectaron enseguida que se trataba de gente importante, porque se movían con autoridad y cierta majestuosidad, y porque todo el mundo parecía estar conteniendo el aliento, a la espera de que hablaran. Jack se dio cuenta de que hasta Alexander, que en Idhún era el príncipe heredero de un gran reino, había bajado la cabeza ante ellos. Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, incómodo. El mago los miraba fijamente; era de mediana edad, y llevaba el cabello, de un extraño color verdeazulado, recogido en una larga trenza detrás de la cabeza. Sus ojos oscuros parecían haber visto mucho, y los observaban con cierta suspicacia.
-¿Sois vosotros aquellos de quienes habla la profecía? -preguntó con algo de brusquedad.
Jack no supo qué decir. Victoria se adelantó unos pasos, sujetando el Báculo de Ayshel, y respondió con suavidad:
-Soy Lunnaris, el último unicornio.
Hubo murmullos entre los presentes. Jack respiró hondo antes de decir.
-Yo... soy Yandrak.
No añadió más. No hacía falta. Su auténtico nombre va llevaba implícita su condición, su verdadera identidad.
Los murmullos aumentaron en intensidad. El mago asintió, pero no dijo nada. Fue la sacerdotisa varu quien tomó la palabra:
«Bienvenidos al bosque de Awa, Yandrak y Lunnaris -dijo en las mentes de todos; pues los varu, como los sheks, carecían de cuerdas vocales, y se comunicaban por telepatía-. Mi nombre es Gaedalu, Venerable Madre de la Iglesia de las Tres Lunas. Me acompañan Qaydar, el Archimago, y el Venerable Ha-Din, Padre de la Iglesia de los Tres Soles.»
Victoria tragó saliva y cruzó una rápida mirada con Jack. La expresión de él le indicó que había comprendido lo que estaba sucediendo. La Orden Mágica y las dos Iglesias eran los tres poderes que habían gobernado Idhún, por encima de reyes, príncipes y nobles... hasta la llegada de Ashran y los sheks. Y sus líderes estaban allí, ante ellos. Jack y Victoria llegaban a Idhún como los salvadores anunciados por la profecía, y el hecho de que los recibieran Qaydar, Ha-Din y Gaedalu era una señal de hasta qué punto esperaban grandes cosas de ellos. Y no era un sentimiento agradable; al fin y al cabo, sólo eran dos adolescentes, y sólo hacía tres semanas que se les había revelado su verdadera identidad.
-¿Habéis venido a hacer cumplir la profecía? -quiso saber Qaydar.
Ha-Din posó suavemente una mano sobre el brazo de su compañero para tranquilizarlo.
-Calma, Archimago. Habrá tiempo para hablar de la profecía... después. Estos jóvenes acaban de llegar de un largo viaje y han escapado de la muerte hace apenas unas horas. Sin duda estarán cansados.
El Archimago pareció relajarse un tanto.
-Tienes razón, Padre Venerable -dijo-. Perdonad mi rudeza, muchachos. Sólo hace cinco días que cayó la Torre de Kazlunn, y todavía no nos hemos recuperado del golpe que eso supuso para nosotros. Ya habíamos perdido toda esperanza.
-También hablaremos de ello más tarde. Debemos atender a nuestros invitados.
Sus ojos violáceos se posaron en el grupo de recién llega(los... y, de pronto, su expresión apacible se congeló en un gesto severo que no parecía habitual en él.
-Tú -dijo solamente.
Victoria sabía a quién se refería incluso antes de volverse y encontrar la mirada de Ha-Din clavada en Christian. El joven, no dijo nada, ni hizo el menor gesto. Se limitó a sostener su mirada, impasible.
-Eres un shek -concluyó el Padre a media voz.
Hubo nuevos murmullos entre la multitud y alguna exclamación ahogada. Varios guerreros avanzaron con la intención de atacar a Christian, pero Ha-Din alzó la mano, pidiendo silencio, y todos le obedecieron.
-Soy un shek -admitió Christian, pero no dijo nada más.
El Archimago se volvió hacia los recién llegados, irritado:
-¿Cómo os habéis atrevido a traer a una de estas criaturas al bosque de Awa?
-El no... -empezó Victoria, pero el pensamiento de Gaedalu inundó las mentes de todos, y no admitía ser ignorado:
«¡Éste era el último lugar seguro para nosotros! Ahora que los sheks han conseguido entrar en él, nada podrá salvarnos. Ni siquiera la profecía.»
-¡No, esperad! -gritó Victoria, al ver que las palabras de Qaydar y Gaedalu empezaban a sublevar a la multitud-. Él no es como los demás. Nos ha ayudado a llegar hasta aquí. ¡Escuchadme todos! Christian es de los nuestros. Me ha... salvado la vida en varias ocasiones -concluyó en voz baja-. Los otros sheks lo consideran un traidor por eso.
Ha-Din avanzó hasta ella y la miró a los ojos. Victoria sostuvo su mirada, resuelta y serena, esperando tal vez un sondeo telepático, o algo parecido, porque no le cabía duda de que el celeste estaba intentando averiguar si decía la verdad. Pero no notó ninguna intrusión en su mente. Y, sin embargo, el Padre concluyó su examen anunciando en voz alta:
-Es cierto lo que dice. Y no debemos olvidar que la profecía hablaba también de un shek.
Gaedalu asintió, de mala gana. El Padre se aproximó entonces a Christian, que no se movió.
-¿Estás con nosotros, muchacho?
-Estoy con ella -respondió el joven, señalando a Victoria con un gesto-. Si eso implica estar con vosotros, entonces, sí, lo estoy.
Hubo nuevos murmullos, algunos indignados e incluso escandalizados. Jack detectó enseguida lo que estaba sucediendo, y quiso advertir a Victoria, pero no tenía modo de hacerlo sin que lo oyesen Qaydar y Gaedalu, que seguían junto a ellos.
-A mi me hasta con eso -anunció Ha-Din.
«A mi, no -dijo Gaedalu-. Nos has recordado la profecía, Ha-Din, y si es cierto que este joven es el shek de quien hablaron los Oráculos, entonces su papel ya se ha cumplido. Sería innoble por nuestra parte ejecutarlo, es verdad, pero también sería una locura acogerlo entre nosotros. Ya no lo necesitamos, y dudo que haya dejado de ser lo que es.»
-El shek debe marcharse -concluyó el Archimago.
-¡Pero no puede marcharse! -gritó Victoria, para hacerse oír sobre el gentío-. ¡Si lo expulsarnos de aquí, lo estamos condenando a muerte de todas formas! ¡Los otros sheks lo matarán!
Se oyeron exclamaciones que pedían la muerte para Christian. Gaedalu negó con la cabeza; el semblante de Qaydar seguía siendo de piedra. Victoria se volvió hacia sus amigos, buscando apoyo, pero ni Allegra ni Alexander parecían dispuestos a llevar la contraria a los líderes de su mundo.
-No puedo creerlo -murmuró la chica, exasperada.
-Victoria, espera -la llamó Jack, pero ella no lo escuchó.
Se plantó delante de Christian, alzó la cabeza con orgullo y declaró:
-Si él se marcha, yo me voy también.
De pronto, reinó un silencio sepulcral en el claro.
-Eso no está bien, muchacha -murmuró el Padre, moviendo la cabeza, apesadumbrado.
Victoria se mordió el labio inferior. Sabía que no podía pedir a aquella gente que confiara en un shek, cuando llevaban más de una década sometidos a aquellas criaturas. Y que tampoco debía amenazarles con arrebatarles su única esperanza de salvación.
Pero no daría la espalda a Christian. No, después de todo lo que había pasado.
-Vaya donde vaya, yo iré con él -dijo con suavidad, pero con firmeza-. Y si lo enviáis a la muerte, yo lo acompañaré.
Ante su sorpresa, vio cómo algunos parecían decepcionados, horrorizados o incluso furiosos ante sus palabras.
La Madre avanzó hacia ella y le dirigió una fría mirada.
«Jamás pensé que un unicornio pudiera actuar de esta forma.»
Jack cerró los ojos un momento, respiró hondo y dio un paso al frente.
-Y si ellos se van, yo también -declaró en voz alta.
Todos lo miraron, incrédulos, pero Jack se mantuvo firme. Victoria le echó una mirada de agradecimiento. «No lo estoy haciendo por él, lo estoy haciendo por ti», quiso decirle Jack. Aquella gente la había esperado como a la heroína de la profecía, la que los salvaría de Ashran y los sheks. Jamás aceptarían la simple posibilidad de que Lunnaris se hubiera enamorado de uno de ellos; es más, la sola idea les resultaría repugnante. Y Jack no quería ni imaginar cómo podrían reaccionar los más extremistas. Sin embargo, si él intervenía, si hablaba en favor de Christian... apartaría de ellos la sospecha de que existiera una relación especial entre Victoria y el shek. O, al menos, eso esperaba.
Pero tendría que explicárselo a Victoria más tarde, cuando estuvieran a solas.
-Hemos pasado quince años en el exilio -dijo el muchacho, en voz alta y clara-. Hemos sobrevivido en un mundo que no era el nuestro. Este shek -añadió, señalando a Christian- traicionó a Ashran y a los suyos y fue duramente castigado por ello. Escapó de Ashran y se unió a nosotros. Nos permitió volver a Idhún cuando estábamos atrapados en la Tierra. Ha peleado a nuestro lado. Ha demostrado que es un miembro de la Resistencia.
»Hemos regresado a Idhún con la intención de desafiar a Ashran y hacer cumplir la profecía. Hemos llegado a este bosque esperando encontrar apoyo por vuestra parte. ¿Y qué es lo que hacéis? ¡Condenar a muerte a nuestro aliado!
Hubo nuevos murmullos. Pero Jack percibió que ya no miraban a Victoria con desconfianza.
-El shek se queda con nosotros -declaró el muchacho-. Si no estáis de acuerdo, nos marcharemos para situar nuestra base en otra parte.
-¡Pero es un shek! -exclamó alguien entre la multitud.
-Y yo soy un dragón -dijo Jack, fríamente-. El último dragón. Y digo que él debe quedarse con nosotros.
Sintió la mirada de hielo de Christian clavándose en su nuca, y se preguntó qué pensaría él de todo aquello.
¿Cómo sabemos que eres un dragón? -dijo alguien, y varios corearon la pregunta.
El Archimago alzó una mano para acallar las protestas.
-Es un dragón -dijo-. Es la criatura que enviamos a través de la Puerta hace quince años. Pero es más que eso, ¿no es cierto? "También tienes un alma humana.
Jack no respondió, pero sostuvo la inquisitiva mirada del hechicero.
-Tampoco el shek es sólo un shek -intervino Ha-Din, con suavidad-. ¿Tengo razón?
-Soy humano en parte -admitió Christian.
Pareció que iba a añadir algo más, pero lo pensó mejor y permaneció callado.
-Estamos cansados y heridos -añadió Jack-. Hemos escapado de la muerte por muy poco. Uno de nuestros amigos está vivo de milagro y necesita atención urgente. ¿Vais a acogernos... o tendremos que buscar otro lugar donde poder descansar?
El Archimago y los Venerables cruzaron una mirada. Qaydar dejó caer los hombros, derrotado. La Madre dejó escapar un leve suspiro. También ella parecía cansada, y Jack apreció que su piel escamosa comenzaba a cuartearse, seguramente por estar demasiado tiempo fuera del agua. Ha-Din clavó en Jack y Victoria la mirada de sus ojos azules y dijo:
-Bienvenidos al bosque de Awa. -Se volvió hacia Christian y añadió, con una sonrisa-: Todos vosotros.
El joven lo agradeció con una leve inclinación de cabeza. Victoria respiró hondo, aliviada.


«Han escapado», dijo Zeshak.
-No esperaba menos de ellos -sonrió Ashran-. Están destinados a enfrentarse a mí. Me decepcionaría mucho descubrir que son fáciles de matar.
«Se han refugiado en el bosque de Awa», informó el shek. -No me sorprende. Es el único lugar en todo Idhún en el que estarían seguros. O, al menos, eso es lo que piensan. -Se volvió hacia el rey de las serpientes-. ¿Has hecho lo que te pedí?
Por toda respuesta, Zeshak entornó sus ojos irisados y volvió la cabeza lentamente hacia la puerta. Una breve orden mental bastó para que la criatura que aguardaba al otro lado entrase en la habitación. Se trataba de un szish, uno de los hombres-serpiente que constituían las tropas de tierra de Ashran, y portaba un objeto alargado que depositó, con una reverencia, a los pies del shek.
«Aquí la tienes -dijo Zeshak con indiferencia-. Completamente muerta. Como pediste.»
El Nigromante se acercó para contemplar lo que había traído el szish.
-Haiass -murmuró-. Es una pena.
La magnífica espada mágica que había empuñado Kirtash, que encerraba todo el poder del hielo en su mortífero filo, ahora no era más que un vulgar acero. Aquel destello blanco-azulado que la había caracterizado, y que sugería la fuerza mística que atesoraba, se había apagado, tal vez para siempre.
Zeshak había enrollado su largo cuerpo y había apoyado la cabeza sobre sus anillos, y contemplaba a Ashran con gesto desinteresado.
«Jamás debería haber sido forjada -opinó-. Es un error entregar a un humano un arma que contiene el poder de los sheks y, por otro lado, tampoco nosotros necesitamos esas ridículas espadas humanas.»
-Entonces no te pareció tan mala idea -le recordó Ashran.
Se volvió hacia una figura que había estado aguardando en silencio, en un rincón en sombras.
-Acércate -le dijo.
Ella lo hizo. Era un hada de belleza salvaje y turbadora, de ojos negros, y largo y suave cabello color aceituna. Ashran le entregó la espada, que ella aceptó con una inclinación de cabeza.
-Ya sabes lo que has de hacer con ella, Gerde.
El hada esbozó una aviesa sonrisa.
-No te fallaré, mi señor.
Zeshak contempló la escena sin mucho interés. Cuando Gerde abandonó la estancia, llevándose consigo a la inutilizada Haiass, comentó:
«Dudo mucho de que eso funcione.»
-Esto no es más que el principio, amigo mío. La intervención de Gerde sólo es la primera parte de mi plan. Por supuesto que no espero que caigan con la primera maniobra. Sería demasiado fácil. Pero olvidas un detalle muy importante, Zeshak.
«¿Cuál?»
-El hecho de que, por mucho que te pese, Kirtash todavía es un shek. Y ya sabes lo que eso significa.


Los refugiados del bosque de Awa habían construido, con el paso de los años, una población entera entre las raíces y las ramas más bijas de los enormes árboles que se alzaban en el corazón de la floresta. En un sector cercano había un grupo de curiosas viviendas redondeadas, hechas de un suave material, parecido a la seda; cuando las vio, Jack no pudo evitar pensar en los capullos en los que algunos gusanos se envolvían para transformarse en mariposas. Pero, en aquel caso, aquellas cabañas deberían haber sido construidas por orugas gigantescas, del tamaño de un ser humano.
A una de aquellas extrañas viviendas se habían llevado a Shail para curarlo, en cuanto los pájaros dorados aterrizaron en el claro del bosque donde habían recibido a la Resistencia. Victoria sabía que debía dejar trabajar a las hadas curanderas, pero le costaba estarse quieta en la cabaña que le habían asignado, de modo que salió a dar un paseo.
Encontró a Jack, Allegra y Alexander reunidos no lejos de allí. Qaydar y Ha-Din estaban con ellos. Gaedalu se había ido sin duda a tomar un baño.
-Los feéricos han tejido un fuerte conjuro de protección en torno al bosque -estaba diciendo el Padre-. Es un poder que ni siquiera Ashran puede contrarrestar. Aquí hemos estado a salvo durante quince años... y espero que sigamos estándolo en el futuro.
-¿Qué sucedió con la Torre de Kazlunn? -preguntó Allegra.
-Fue todo tan repentino que ni siquiera podría explicar cómo ocurrió -respondió el Archimago con amargura-. Nos atacaron los sheks, y nuestras defensas mágicas cayeron... Parecía que ya no tenían suficiente fuerza como para resistir al poder del Nigromante. Pero fue, sencillamente, que la magia de Ashran se hizo más fuerte. Sin duda la revitalización de la Torre de Drackwen tuvo mucho que ver con ello.
Victoria desvió la mirada, incómoda. De alguna manera, era culpa suya. Ashran la había utilizado para renovar el poder de la torre, que hasta entonces había sido un bastión muerto y abandonado. Evocar aquella experiencia hizo que el estómago se le encogiera de angustia, y se esforzó por centrarse en el presente.
-Algunos hechiceros lograron escapar, pero la mayoría murieron en el ataque. Sobre todo aprendices. Eran los más vulnerables.
»Pensamos que destruirían la torre, tal y como habían destruido las demás. Pero la mantuvieron en pie. Respetaron cada piedra, y lo único que hicieron fue enviar a esos repugnantes hombres-serpiente a saquearla para depositar sus tesoros a los pies de Ashran.
-Nos tendieron una trampa -murmuró Alexander-. Por eso dejaron la torre intacta.
-¿Las otras dos han sido destruidas? -preguntó Allegra, aunque ya sospechaba la respuesta.
-La Torre de Awinor cayó la primera, como ya sabes. El mismo día de la conjunción astral. La Torre de Derbhad no tardó en correr la misma suerte -concluyó el Archimago tras una pausa.
Allegra entrecerró los ojos. Victoria comprendió cómo se sentía. La Torre de Derbhad había estado a su cargo tiempo atrás, pero ella la había abandonado poco después de la conjunción astral para acudir a la Tierra a buscar al dragón y al unicornio de la profecía.
-También los Oráculos -añadió Ha-Din- Los sheks no dejaron piedra sobre piedra. Sólo respetaron, por alguna razón que se me escapa, el Oráculo de la Clarividencia, que aún se yergue en lo alto de los acantilados de Gantadd.
-Sagrada Irial... -murmuró Alexander, y sus ojos despidieron un destello de ira.
-Por lo demás, los sheks no han causado demasiados destrozos -prosiguió el Padre-. Han dejado vivir en paz a la mayor parte de la población... de los reinos cuyos gobernantes les han jurado lealtad. Aquellos que se han rebelado contra ellos han recibido castigos ejemplares. -Miró a Alexander significativamente, y el joven se irguió, inquieto-. Hace mucho que nadie se opone a la voluntad de Ashran y los sheks. Se diría que la gente se está acostumbrando a su mandato. Como ya has visto, los refugiados de Awa no somos muchos.
-¿Y Vanissar? -preguntó Alexander de inmediato-. ¿Qué ha sucedido en el reino de mi padre?
Shail le había dicho que había caído bajo el gobierno de los sheks, pero no le había dado más detalles; Alexander había dado por supuesto que, o bien no sabía nada más, o bien las cosas no habían cambiado demasiado. De todas formas, enterarse de que en realidad habían transcurrido quince años desde su partida, en lugar de los cinco que él había contado, había supuesto para él un golpe que todavía estaba asimilando, y casi había preferido no preguntar más. Pero ahora consideraba que ya estaba preparado para saber.
-Muchos reyes acudieron a luchar contra los sheks después de la invasión, príncipe Alsan. El rey Brun fue uno de ellos. -Ha-Din hizo una pausa antes de proseguir-. Por desgracia, murió en la batalla.
Alexander cerró los ojos un momento. Jack colocó la mano sobre el brazo de su amigo, ofreciéndole apoyo.
-A ti también te daban por desaparecido -continuó el Padre-, de modo que fue tu hermano menor, Amrin, quien subió al trono tras la muerte del rey Brun.
-El no fue educado para gobernar -murmuró Alexander-. Tampoco estaba preparado para afrontar una crisis como ésta.
-Lo primero que hizo fue rendirse a los sheks y aceptar sus condiciones.
El joven desvió la mirada.
-No se lo reprocho. Supongo que no podía hacer otra cosa, dadas las circunstancias.
-Sus súbditos sí se lo reprocharon al principio, pero ahora encontrarás a pocos que se quejen. Vanissar disfruta de paz gracias a esa alianza con los sheks.
-Pero ¿no se unirán a la Resistencia? Las cosas han cambiado; ahora que el dragón y el unicornio han regresado a Idhún, tenemos alguna posibilidad de vencer.
-Tendrás que hablarlo con tu hermano, muchacho. Nunca me ha parecido muy dispuesto a ir a la guerra. -0 tal vez no haga falta -intervino el Archimago-. Alsan, tú eres el legítimo heredero del reino. Cuando vuelvas a Vanissar podrás reclamar el trono.
Alexander vaciló, y Jack comprendió su dilema. Ya no era la misma persona que había abandonado Idhún, años atrás. Un conjuro fallido lo había transformado en un ser semibestial, y su lado salvaje todavía afloraba en ocasiones. Hacía tiempo que el joven había abandonado la idea de ser rey de Vanissar algún día, simplemente porque no se veía digno de ello. No importaba cuánto le insistiera Jack en que él era digno de aquello y de mucho más, Alexander sentía que no podía presentarse como príncipe en aquel estado.
En aquel momento llegó volando un pequeño silfo. Se detuvo jadeando ante ellos, indeciso. Por un lado parecía que traía noticias urgentes; pero, por otro, temía interrumpir la conversación, y se sentía cohibido ante la presencia del Archimago, los Venerables, el príncipe de Vanissar y, por supuesto, los héroes de la profecía.
-Habla -dijo el Padre con amabilidad-. ¿A quién venías a buscar?
El silfo se posó en el suelo, todavía nervioso; sus alas aún vibraban cuando se inclinó ante Victoria con profundo respeto.
-Dama Lunnaris -dijo-. Me envía a buscarte Zaisei. Necesitan de tu magia para curar al joven hechicero.
-¿Shail? -exclamó Victoria, preocupada-. ¿No está bien?
-Las hadas temen por su vida, dama Lunnaris.

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