REUNIONES

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Los rebeldes trabajaron deprisa. Exploraron las ruinas de la Fortaleza y establecieron la base en el sector sur, que era el que mejor conservado estaba. Descargaron las armas de la barcaza, levantaron barricadas, establecieron puestos y turnos de guardia. Allegra, por su parte, se encargó de las defensas mágicas que protegerían la nueva base de los rebeldes. Pronto se dio cuenta de que era demasiado para ella sola. Qaydar y Tanawe, los otros dos magos del grupo, viajaban en aquellos momentos, en dirección a Nurgon, en sendas barcazas como la que los había llevado a ellos hasta allí. No tardarían en llegar, pero Allegra no tenía tanto tiempo. De modo que subió a lo más alto de la muralla más alta y dirigió la mirada de sus ojos negros hacia la otra orilla, donde se alzaban los límites del bosque de Awa. Y escuchó la canción de los árboles, intentando captar en ella señales de su gente. Sabía que el escudo de protección del bosque de Awa todavía funcionaba; si los feéricos pudieran extenderlo un poco más, hacer que cubriera la Fortaleza con su manto protector, la Resistencia estaría a salvo una vez más.
Detectó entonces algo curioso en la otra orilla: una luz que se movía de un lado a otro, haciéndoles señas.
Más abajo, uno de los vigías también la había visto. Su grito de alerta resonó sobre las ruinas del castillo.
Allegra bajó al patio, donde se reunió con los demás. Denyal y Kestra llegaron juntos; la maga detectó enseguida la expresión sombría de la joven, y supo que el líder de los rebeldes, la había reprendido por su temeridad. Al fondo, junto a una pared semiderruida, descansaba Fagnor. El hechizo se había roto y ahora no parecía otra cosa que un extraño armatoste de madera. Uno de los armazones de las alas aparecía torcido en un ángulo extraño. Allegra supuso que Rown y Tanawe tendrían que trabajar mucho para volver a ponerlo a punto.
-¿Qué sucede? -preguntó Denyal, ceñudo; desde que los Nuevos Dragones habían abandonado su refugio en las montañas de Nandelt, su humor había empeorado mucho.
Allegra no podía culparlo por estar tan preocupado. El plan de Alexander era tan arriesgado como lo había sido la maniobra de Kestra aquella misma tarde. Pero Denyal tenía autoridad sobre Kestra y podía reprochárselo, mientras que, como vanissardo que era, sentía que debía una lealtad ciega a Alexander.
-Nos hacen señas desde el otro lado del río -respondió Allegra-. Parece que por fin vamos a conocer a nuestros aliados.
No dejó de mirar a Kestra mientras hablaba. Se dio cuenta de que la muchacha se volvía a menudo para echar un vistazo a su Fagnor, sin prestar apenas atención a Denyal y a la hechicera. Pensó, de pronto, que no parecía una joven acostumbrada a recibir órdenes. Y empezó a plantearse si de verdad Denyal tenía tanto dominio sobre ella como pensaba.
No tuvo tiempo de seguir reflexionando, porque Denyal echó a andar a grandes zancadas hacia la ribera del río. Allegra lo siguió. Descubrieron ya la silueta de Alexander saltando de roca en roca, haciendo gala de su agilidad sobrehumana. Lo alcanzaron cuando ya se reunía con los vigías junto al lugar donde habían atracado la barcaza.
La luz seguía allí, vibrante e inquieta, como si tuviera vida propia. Volaba de un lado a otro, nerviosa, iluminando con su tenue resplandor un grupo de sombras que estaban allí plantadas, entre la maleza, al otro lado del río.
-Eso es un fuego fatuo -dijo Allegra, sorprendida-. Es muy raro verlos tan lejos del corazón del bosque.
Se llevó las manos a ambos lados de la boca y emitió un sonido claro y agudo que sonó como el canto de un ave nocturna. Desde el otro lado del río, alguien le respondió en la misma clave.
-Son amigos -concluyó Allegra-. Pero quieren saber quiénes somos y qué derecho tenemos a pisar la Fortaleza.
-¿Eso te han dicho? -gruñó Alexander, frunciendo el ceño-. Extrañas palabras para un feérico. Déjame probar una cosa.
Avanzó un par de pasos y gritó a los que aguardaban en la otra orilla:
-¡Suml-ar-Nurgon, Nandelt camina bajo la luz de Irial!
-¡Bajo la luz de Irial defendemos a nuestra gente! -le respondió una potente voz masculina.
A Alexander le resultó familiar, pero no terminó de ubicarla
-¡Por la gloria de Nurgon, hermano! ¿Quién eres?
-¿Quién lo pregunta?
Fue Denyal quien tomó la palabra en el lugar de Alexander.
-¡Estás hablando con Alsan de Vanissar, uno de los reyes de Nandelt!
Hubo un breve silencio.
-¡Alsan de Vanissar está muerto! -respondió la voz, y en esta ocasión Alexander sí supo reconocerla-. ¡Su cobarde hermano es quien reina ahora en su tierra!
-¡Por todos los dioses, Covan! -exclamó Alexander-. ¿Es esa manera de recibir a un amigo? ¿Predicando su muerte? Se oyó un sonoro juramento.
-¡Alsan, muchacho! ¿Eres realmente tú?
-¿Por qué no vienes a comprobarlo?
Hubo un movimiento al otro lado del río. Pareció que el grupo conferenciaba. Al cabo de unos instantes, se oyó de nuevo la voz de Covan.
-¡Izad el puente!
Algo se movió entre la maleza, y las aguas se agitaron. Loas rebeldes tardaron un rato en comprender lo que estaba pasando: los de la otra orilla tiraban de unas sogas que se hundían bajo el río. Y, según iban tirando, algo emergía a la superficie.
Alexander y los suyos contemplaron cómo tensaban las cuerdas hasta conseguir que las tablas del puente quedaran firmes sobre el río. Denyal buscó el sitio de donde partían las sogas en la orilla en la que ellos se encontraban, y las halló sólidamente amarradas a unas rocas, no lejos del lugar donde habían anclado su barcaza, ocultas entre la maleza de la ribera. Cuando en el otro lado terminaron de atar el otro extremo de las sogas en los árboles del lugar, el puente de tablas, todavía chorreando, unía ya las dos orillas.
-¡Covan! -gritó Alexander-. ¿Estás seguro de querer cruzar por ahí?
El hombre de la otra orilla rió.
-Llevo años haciéndolo, chico. Si de verdad eres tú, y no tu fantasma, no vas a librarte de un buen tirón de orejas.
Los rebeldes contemplaron, entre atónitos y recelosos, cómo Covan y los suyos cruzaban el puente con paso ágil. Eran cuatro: tres hombres y un silfo. Ante ellos revoloteaba el fuego fatuo, iluminándoles el canino. La aguda vista de Allegra detectó que había quedado más gente al otro lado del río, pero nadie lo mencionó.
Covan saltó a la orilla con gran agilidad, a pesar de que aparentaba edad suficiente como para ser el abuelo de Alexander. Pero su rostro enjuto parecía cincelado en piedra, y su cuerpo, duro y membrudo, había sido adiestrado en la Academia mucho tiempo atrás.
Bajo la luz del fuego fatuo y de las tres lunas, los dos se estudiaron mutuamente.
-Por el amor de Irial -murmuró Covan-. Si no eres el espectro de Alsan, te pareces mucho a él. Hace quince años que no sé nada de ti, pero no pareces haber envejecido mucho desde entonces. Y, sin embargo, eres muy diferente a como te recordaba.
-Han pasado muchas cosas, viejo amigo -sonrió Alexander con cansancio-. También yo me alegro de verte con vida. Me dijeron que todos los caballeros de Nurgon habían sido exterminados.
-Ziessel -escupió Covan-. Esa maldita shek se encargó de perseguirnos a todos y matarnos como a alimañas. Pero algunos sobrevivimos, y nos ocultamos en los alrededores de la Fortaleza, como mendigos. Cuando no hay serpientes por los alrededores, cruzamos el río, como ahora hemos hecho, y regresamos a nuestro hogar.
-O a lo que queda de él -murmuró Alexander con pesar.
-¿Dónde has estado tú todo este tiempo? -quiso saber Covan, receloso de repente.
-Fui en busca de nuestra última esperanza. Para traerla de vuelta.
Covan movió la cabeza.
-No quise creer los rumores. Me parecieron demasiado fantásticos. Algo acerca de un dragón y un unicornio que sobrevivieron a la conjunción maldita... Pero hemos visto a ese dragón rojo esta tarde...
-No era un auténtico dragón -aclaró Alexander-. Ése no.
-Un dragón artificial, ¿eh? He oído hablar de ellos. No derrotarán a los sheks.
-Tal vez no, pero ayudarán. Hay un dragón de verdad, van, uno auténtico. Yo mismo lo encontré y lo traje de vuelta. Y pronto se reunirá con nosotros. Por eso hemos vuelto; para hacer de este lugar la base de la Resistencia, el punto desde el que reconquistaremos todo Idhún.
-Aunque eso fuera cierto... ¿qué puede hacer un solo dragón contra Ashran y todos sus sheks? Ya has visto lo que pude hacer uno solo de esos monstruos.
Y tú has visto que uno solo de nuestros dragones puede hacerle frente -interrumpió una voz con orgullo.
Todos se volvieron hacia Kestra, que era quien había hablado. Exasperado, Denyal iba a mandarle callar, pero una exclamación ahogada de Covan lo interrumpió.
El viejo se había quedado mirando a la muchacha, pálido y desencajado.
-Dos fantasmas en un solo día -murmuró-. Niña, niña. ¿dónde te habías metido?
Avanzó hacia ella, pero Kestra retrocedió y le dirigió una mirada de advertencia.
-No -dijo-. Ya no soy la misma de antes. No pronuncies mi nombre. No recuerdes quién fui. Eso pertenece al pasado.
Dio media vuelta y se perdió en la oscuridad. Hubo un silencio desconcertado.
-Covan -murmuró entonces Alexander-. Maestro de armas de la Fortaleza. Esa chica estuvo a tu cargo, ¿no es cierto? Estudió en Nurgon.
El caballero negó con la cabeza y exhaló un suspiro pesaroso.
-No, Alexander, te equivocas. Han pasado quince años desde que la Fortaleza fue destruida. Ella es demasiado joven para haber estudiado en Nurgon. Pero su hermana mayor no lo era. -Clavó su mirada en él-. Coincidisteis en la Academia, pero es probable que no la recuerdes, porque ella acababa de entrar cuando tú ya casi te graduabas. Y quizá sea mejor que la hayas olvidado. Porque la hermana mayor probablemente esté muerta, y en cuanto a la más joven... tal vez tenga razón, y lo mejor para ella sea que su nombre y su historia no vuelvan a ser recordados. Como todo lo que existió una vez sobre el reino de Shia.
Alexander esperó a que siguiera hablando, pero el viejo maestro de armas se encerró en un severo silencio.
-Tenemos que darnos prisa -intervino entonces Denyal-.
No nos queda mucho tiempo. Los sheks ya saben que estamos aquí y no tardarán en atacar.
-Necesitamos que ampliéis el escudo que protege al bosque -dijo entonces Allegra, dirigiéndose al silfo-. Sé que la Fortaleza es una construcción humana y que no está viva, pero os ruego que hagáis una excepción en este caso.
El silfo inclinó la cabeza.
-Eso podemos hacerlo. Pero tendréis que dar algo a cambio.
-¡En la lucha contra Ashran todos debemos aliarnos! -casi gritó Denyal.
Allegra lo hizo callar con un gesto.
-Es lo justo, y es la manera de actuar de los feéricos. -Se volvió hacia Alexander, Covan y los demás caballeros-. Protegerán la Fortaleza a cambio de extender el bosque un poco más.
Ellos se removieron, incómodos.
-Durante todo este tiempo -dijo Covan- hemos mantenido una estrecha relación con los feéricos de la linde del bosque. Ellos nos acogieron y nosotros colaboramos con su lucha. Cedimos los terrenos al otro lado del río para que Awa fuera creciendo. Pero no podemos darles la Fortaleza.
-La Fortaleza no -puntualizó Allegra-. Sólo el terreno de alrededor. El pueblo de Nurgon no volverá a ser habitado por humanos; dejad que el manto verde de Wina recubra las ruinas. Dejad que el bosque crezca en las antiguas tierras de labranza. Respetarán vuestra Fortaleza y la protegerán con el escudo feérico, porque será, de alguna manera, parte del bosque.
Los caballeros aún dudaban.
Alexander fue el primero en ceder.
-El escudo feérico ha sido lo único que ha resistido a Ashran en estos quince años -señaló-. Ni siquiera los poderosos hechiceros de la Orden Mágica han sido capaces de defender su último bastión. La Torre de Kazlunn ha caído, pero el bosque de Awa sigue siendo libre.
Covan suspiró y asintió.
-Que así sea -dijo-. Espero que sepas lo que estás haciendo.
-Sabemos lo que estamos haciendo -sonrió Alexander -¿Oyes eso?
Guardaron silencio y escucharon entonces el chapoteo de los remos de una embarcación que remontaba el río.
-¡Dragones! -llamó una voz en la noche.
Denyal sonrió. Era la voz de Tanawe.
-Llegan los refuerzos -dijo solamente.


«Podrías haber sido mía. Sólo mía. Para siempre», susurró una voz en su mente.
Victoria abrió los ojos, parpadeando. La voz había sonado muy lejana y, aunque aguardó un momento, ya no volvió a escucharla, por lo que supuso que habría sido sólo parte de un sueño. Respiró hondo. Sentía la energía fluyendo por su interior, llenándola de nuevo, reparándola y reconfortándola. Estaba viva.
Entornó los párpados para proteger sus ojos de los rayos solares que se filtraban por entre las hojas de los árboles. ¿Qué había pasado?
Los recuerdos acudieron entonces a su mente... «No pienso salvarle la vida a un dragón...» «No me iré sin Jack...»
«Que así sea... »
«Si te quedas aquí, morirás... »
«Me alegro de verte...»
«Tendrás que llevarme por la fuerza...» «... por favor... »
Se incorporó de un saltó, con el corazón latiéndole con fuerza. Jack, tenía que ir a buscar a Jack, no importaba donde estuviese, debía regresar...
Un movimiento a su lado llamó su atención. Alguien yacía junto a ella, bajo el mismo árbol. Se le paró el corazón un momento cuando lo reconoció.
Era Jack.
Estaba en un estado lamentable, sucio, herido, inconsciente y muy pálido, pero vivo. Y ambos yacían sobre la hierba, el uno junto al otro. Con los ojos llenos de lágrimas, Victoria se abrazó a él y lo estrechó con fuerza, cubriéndolo de besos y caricias. Aún no se sentía del todo recuperada, pero no perdió tiempo e inició el ciclo de curación para aliviar a Jack. Sólo cuando le pareció que él ya estaba mejor, que las heridas más graves habían sanado, que el veneno szish había desaparecido por completo de su cuerpo, se detuvo a pensar en lo que había pasado, y en lo que ello significaba.
Christian había salvado también a Jack, a pesar de todo. Se estremeció sólo de pensarlo.
Lo había detectado nada más mirarlo a los ojos. El exilio de Christian en Nanhai había dado sus frutos, y el joven había conseguido equilibrar su parte humana y su parte shek. Pero ahora había vuelto a reprimir su instinto para ayudar a Jack... y Victoria se preguntó cuánto daño habría hecho aquel gesto al shek que habitaba en el interior de Christian.
Se levantó, dispuesta a averiguarlo. Se aseguró de que Jack estaba bien, durmiendo un sueño profundo y reparador, y se alejó en busca de Christian. Sabía que no andaba lejos.
Más allá de los árboles discurría el cauce de un río. Victoria se olvidó por un momento de Jack y de Christian y contempló el agua con avidez. Corrió hasta la orilla y remontó el curso del río un rato hasta que encontró un remanso tranquilo y delicioso. Entró en el agua, sin quitarse las botas siquiera; bebió durante un largo rato y se lavó la cara, disfrutando de la frescura del agua.
Percibió entonces a Christian tras ella, aunque él no había hecho ningún ruido, y se volvió para mirarlo. El shek la observaba desde la orilla, serio.
El corazón de Victoria dio un vuelco de alegría y empezó a latir con fuerza. Sonriendo, avanzó hasta él, feliz de verlo y agradecida por lo que había hecho por ellos. Pero Christian retrocedió y la miró con frialdad.
-Apestas a dragón -dijo solamente, por toda explicación.
Victoria no dijo nada. Lo miró, desolada. Christian sabía que la había herido, pero no había podido evitarlo. Le dio la espalda para volver a internarse en el bosque.
Entonces oyó un chapoteo tras él y se dio la vuelta de nuevo.
Y vio que Victoria había saltado a la parte más profunda del agua. Inquieto, corrió hasta la orilla; ella volvió a asomar la cabeza fuera del agua y nadó hasta él. Christian le tendió la mano para ayudarla a salir del río, pero Victoria rechazó su ayuda y trepó sola hasta la orilla. Se alzó ante él, chorreando de pies a cabeza. Le dirigió una mirada intensa.
-¿Y ahora? -le dijo-. ¿Me he quitado ya el olor del dragón?
Christian la miró. El pelo le caía como una cascada por la espalda, chorreando agua hasta el suelo. La blusa mojada se pegaba a su cuerpo. El joven se preguntó si Victoria era consciente de esta circunstancia. Comprendió enseguida que no, y sonrió para sí. Los grandes ojos de Victoria lo contemplaban, suplicantes, esperando su aprobación y su permiso para acercarse a él, aunque sólo fueran unos pasos más.
Christian tiró de ella hacia sí, sin una palabra, y la besó. Solo entonces se dio cuenta de lo mucho que la había echado de menos.
El gesto cogió a Victoria por sorpresa al principio, pero enseguida cerró los ojos y se abrazó a él, disfrutando del momento
-Christian -susurró, cuando él apartó la cara para mirarla a los ojos.
Quiso decirle que lo había añorado muchísimo, que se sentía feliz de volver a verlo y aliviada de comprobar que estaba bien; quiso contarle muchas cosas, pero no encontró palabras
Lo intentó de nuevo.
-Christian, yo...
-Ssssh, calla -le dijo él en voz baja-. No hables.
Victoria obedeció, comprendiendo que las palabras estropearían el momento. Hundió la cara en el pecho de Christian, sintió los brazos de él rodeándola en silencio, sus dedos jugando con su cabello mojado. Cerró los ojos y dejó que su suave frialdad refrescara su alma y la llenara por dentro. «Cuánto te he echado de menos», pensó.
Notó que Christian respiraba profundamente. Fue su única reacción, pero la chica sabía que, por dentro, el shek estaba sintiendo lo mismo que ella. Y lo que ambos sentían era algo muy, muy intenso. Tragó saliva y se preguntó cómo había aguantado tanto tiempo lejos de Christian.
-Muchas gracias -susurró entonces.
Christian se puso tenso. Victoria sabía que había echado a perder el momento, recordándole a Jack, pero necesitaba decírselo.
-No lo he hecho por él. Sabes que lo quiero muerto.
-Lo sé -respondió ella con suavidad-. Por eso es tan importante para mí lo que has hecho hoy. Sé lo mucho que te cuesta.
Christian le dirigió una fría mirada.
-No -dijo-. No creo que lo sepas.
Le dio la espalda y se alejó de ella; pronto desapareció entre los árboles.
Victoria no lo siguió, ni trató de retenerlo. Tiritó, consciente de pronto de que estaba empapada, y se dirigió de nuevo al lugar donde estaba Jack.
Dedicó el rato siguiente a cuidar de él, a limpiar la sangre seca de su piel, a verter agua sobre sus labios, a enfriarle la frente y las sienes, con infinito cariño. Se sentía feliz porque estaban de nuevo los tres juntos, y descubrió que cada vez le resultaba más sencillo querer a Jack y a Christian, a los dos a la vez. Pero no era tan ingenua como para no darse cuenta de que, ahora que Christian parecía haber recuperado su parte shek, su odio hacia Jack se había renovado igualmente. Pensó, inquieta, que también Jack era ahora más dragón que nunca.
Y supo que, si Christian se quedaba con ellos, los días siguientes iban a ser muy, muy difíciles.
Jack se despertó al cabo de un rato. Estaba aturdido, y Victoria no quiso hablarle de lo que había sucedido para no confundirlo más. Sólo le dijo que estaban a salvo, le dio las gracias por haberse enfrentado al swanit para salvarla, pero también lo riñó por haber puesto su vida en peligro de aquella manera. Jack se dejó mimar, feliz de tenerla de nuevo junto a él. Pero, según fue despejándose, no tardó en preguntarse cómo habían salido del desierto.
Victoria desvió la mirada.
-Nos rescataron.
-¿Quién?
En aquel momento, la sombra de Christian surgió junto a ellos, de entre los árboles. Jack dio un respingo y trató de incorporarse, pero Victoria lo retuvo junto a ella.
El shek les dirigió una breve mirada y arrojó algo al regazo de Victoria.
-Descansad -dijo solamente-. Partiremos mañana al amanecer.
-¿Qué? -pudo decir Jack, receloso-. ¿Partir? ¿Adónde? No pienso...
Pero Christian ya se había marchado.
Victoria examinó lo que el shek le había dado. Era una bolsa que contenía víveres y un odre con agua. Había bastante para Jack y para ella.
-Haz el favor de ser un poco más educado, Jack -dijo con suavidad-. Christian nos ha salvado la vida a los dos. Si no fuera por él, estaríamos muertos.
Jack se encerró en un silencio enfurruñado. Victoria lo comprendía en el fondo. Habían pasado muchos días juntos, compartiéndolo todo, y el chico había tenido a su amiga sólo para él. Por si fuera poco, acababa de jugarse la vida por ella, como un auténtico héroe, y Victoria no lo culpaba por esperar a cambio algo distinto a tener que soportar la presencia de su enemigo, a tener que asumir, de nuevo, la relación que existía entre Christian y ella.
Victoria se preguntó cómo resolverían aquel rompecabezas. Tiempo atrás había elegido marcharse con Jack, pero ahora ella y Christian habían vuelto a encontrarse, y la chica había sabido desde el mismo momento en que lo había mirado a los ojos en el desierto, que no era tan sencillo romper el lazo que los unía a ambos, que, por muchas vueltas que dieran, por muchas veces que se separaran, siempre volverían a encontrarse, una y otra vez...


Brajdu se inclinó, temblando, ante Sussh, el shek. Ni siquiera un hombre poderoso como él osaba mirar a los ojos a la gran serpiente alada.
Sussh era uno de los sheks más viejos de los que habían llegado a Idhún. Había luchado contra dragones en el pasado. El día de la conjunción astral había sido el primero en seguir a Zeshak a través de la Puerta interdimensional que conducía a Idhún desde el oscuro mundo de las serpientes, una puerta que se había abierto de nuevo gracias al poder de los seis astros. Se había dado tanta prisa en cruzar el umbral porque deseaba encontrar a algún dragón con vida para matarlo. Y había tenido la satisfacción de luchar contra uno de ellos, una hembra verde bastante joven. Pero la pelea no había tenido emoción, ya que ella ya estaba medio muerta. El placer que sintió Sussh al matarla había sido sólo momentáneo. Al fin y al cabo, comprendió, aquella hembra de dragón no habría sobrevivido mucho tiempo más al poder de la conjunción astral, de modo que la intervención del shek sólo había acelerado las cosas.
Y ahora había un dragón, joven, fuerte, perfectamente sano, deambulando libremente por Kash-Tar. Se ocultaba en el interior de un cuerpo humano, por eso era difícil de localizar. Pero era un dragón, no cabía duda. Los sheks que vigilaban la frontera de Awinor lo habían visto caer al mar de Raden días atrás. Sussh sabía que, desde el mismo momento en que aquel dragón había caído al agua, estaba en su territorio y, por tanto, era su responsabilidad.
Sus szish lo habían encontrado moribundo en pleno desierto, junto al cadáver de un swanit. El shek entornó los ojos al recordarlo. Un swanit, nada menos. Aquel condenado dragón era un rival a tener en cuenta, no cabía duda.
Pero algo había salvado a aquel dragón y al unicornio que lo acompañaba. Sussh había recibido los confusos informes telepáticos de los hombres-serpiente, los últimos antes de que una sombra veloz y letal se cerniera sobre ellos. A Sussh le había parecido un shek.
No había logrado contactar mentalmente con aquel shek, ni tampoco con nadie de la patrulla, después de aquello. Se había desplazado hasta el lugar para averiguar lo que había sucedido. Había visto el cuerpo del enorme insecto y los cadáveres de los hombres-serpiente.
Había reconocido en ellos la marca de Haiass.
Justo entonces habían llegado Brajdu y su gente, sin duda con intención de hacerse con el valioso caparazón del swanit. Las noticias corrían deprisa en el desierto, pero Sussh sabía que ni siquiera Brajdu podría haberse enterado tan pronto... a no ser que lo supiera de antemano.
Había informado a Zeshak de que el traidor Kirtash se había interpuesto en su camino, salvando la vida del dragón. Aquello era inconcebible y cualquier shek lo encontraría repugnante. Pero Zeshak no le había concedido importancia.
Sussh sospechaba que el Nigromante tenía algo que ver en ello, que seguía protegiendo a su hijo, por alguna razón que le resultaba desconocida. Podía entenderlo, al fin y al cabo no era más que un débil humano, por mucho poder que la magia le hubiera conferido. Lo que no entendía... y jamás llegaría a entender... era que el gran Zeshak, rey de los sheks, le siguiera el juego, sometiéndose a su voluntad.
Ahora descargaba su mal humor sobre Brajdu. Sondeando su mente había averiguado que el muy canalla había mantenido prisionera a la chica unicornio en lugar de entregarla a los sheks; que se había entrevistado con el dragón, aquel condenado dragón, a pesar de que había tenido la oportunidad de capturarlo a él también.
-Te pido perdón, mi señor -balbuceó el humano-. Sólo soy un hombre débil, dominado por la codicia... pero aún puedo serte útil...
«Has tenido una oportunidad de serme muy útil, Brajdu -repuso el shek-. Y la has dejado escapar.»
-¡Puedo buscar a la chica por ti! -exclamó Brajdu, desesperado-. La semiyan que estaba con el dragón, ella...
Sussh no lo estaba escuchando. Acababa de recibir una llamada en su mente, una llamada de Zeshak, su rey. Entornó los ojos, ignorando al humano, y se concentró en el mensaje telepático que le enviaba el señor de las serpientes.
Eran instrucciones. El dragón y el unicornio se dirigían al norte, hacia Vaisel, y el traidor los acompañaba. Bien, pensó Sussh, entonces será fácil alcanzarlos y acabar con ellos. Pero, ante su sorpresa, Zeshak se lo prohibió. No podréis acercaros a ellos, dijo. La profecía los protege... a los tres, y ésta es la razón por la cual nadie ha podido matarlos hasta ahora. Pero existe una manera...
Sussh prestó atención. Lo que Zeshak proponía resultaba interesante y era muy posible que diera resultado. Pero eso significaba que él no tendría el placer de matar al último dragón personalmente.
Cuando Zeshak se retiró de su mente, el gobernador de Kash-Tar volvió a la realidad. Aquellas noticias lo habían puesto de muy mal humor.
Oyó aún la voz de Brajdu:
-... todos mis hombres rastreando el desierto en busca de la semiyan....
Estas fueron las últimas palabras que Brajdu pronunció. El shek, irritado por el nuevo curso de los acontecimientos, descargó sobre él su poderosa cola, aplastando al humano como si fuera un molesto insecto.


Shail y Zaisei habían conseguido una pareja de torkas en los límites del desierto, y ahora bordeaban Kash-Tar en dirección a Kosh.
Al segundo día de viaje llegaron a un oasis, y allí se encontraron con una caravana que descansaba bajo los árboles antes de proseguir el viaje. Los dos, recorrieron los puestos del rudimentario mercadillo instalado junto a la laguna, con intención de comprar algunos víveres. Mientras Zaisei examinaba el género que exhibía un vendedor de frutas, Shail inspeccionó el lugar, para asegurarse de que no había cerca ningún szish que pudiera reconocerlos.
Junto a ellos, una mujer yan explicaba algo en rápidos susurros a un grupo de personas que se habían congregado en torno a ella. Shail no estaba prestando atención a la conversación, pero en un momento dado ella pronunció la palabra «unicornio», y el joven se volvió hacia el grupo como movido por un resorte.
-¿Cómo habéis dicho?
Ellos lo miraron con desconfianza. Shail se acercó hacia ellos, apoyado en su bastón, y habló con suavidad:
-Los unicornios se extinguieron hace tiempo, ¿no es cierto? Pero se cuentan muchas leyendas sobre ellos. ¿Estabais acaso contando un cuento? Me gustan las historias. ¿Os importaría que la escuchara?
-Eresunmago -dijo la yan.
Shail asintió.
-Vi un unicornio cuando era niño -respondió en voz baja-. ¿Tu cuento habla de unicornios?
-Habladeunadoncellaunicornio -dijo la mujer yan, clavando en él sus ojos de friego-. Perotambiénhabladeunamujerdel desiertoaquienellaentregósudon.
El corazón de Shail dio un vuelco.
-¿Qué cuenta la historia acerca de esa mujer del desierto?
-Quefuelaprimeraenllegaralaluzdespuésdemuchosañosdeoscuridad. Queem prendióunviajeportodoKash-Tarhablandoalosyandelaluzdelunicornio. Queanuncia baquelamagiavolveríaalmundo. Yquenosotroslosyanllamados«losúltimos»fuimoslos primerosestavezporqueladoncellaunicornioentrególamagiaaunamujerporcuyas venascorríasangredenuestraestirpe.
Shail tuvo que esforzarse mucho para entender todo lo que le estaba diciendo, pero captó lo esencial: que Victoria había empezado a consagrar magos, y que la primera había sido una mujer yan.
-¿Y qué fue de aquella que vio la luz en la oscuridad?
Ella le dirigió una mirada desconfiada y replicó:
-Noconozcoelfinaldelahistoria.
Shail abrió la boca para insistir, pero comprendió enseguida que no le respondería, así que se despidió con una inclinación de cabeza y se reunió de nuevo con Zaisei, que conversaba con el vendedor de frutas.
-Shail -dijo ella cuando el mago se situó a su lado-, dice este hombre que, si no se retrasa, al anochecer llegará al oasis la caravana que cubre la ruta de Lumbak a Kosh. Si nos unimos a ella podremos atravesar el desierto de forma segura y... -Se interrumpió al ver el gesto de su amigo-. ¿Ocurre algo?
Shail se la llevó aparte para contarle lo que había averiguado. Estaba terminando de relatárselo cuando sintió que le tira han de la manga, y se volvió.
Era la mujer yan.
-EstáenKosh -susurró en voz baja.
-¿Que?
-EstáenKosh -repitió ella-. Laquehavistolaluzenlaoscuridad. Lasserpienteslabuscanporquepredicalallegadadeldragonyelunicornioquesalvarán Idhún. Talvezlahaganprisionerapero suspalabrasyacorrenporeldesiertoysumen sajeprontoseráconocidoentodoKash-Tar.
-¿Cómo se llama? -susurró el mago con urgencia. -LallamanKimaralasemiyan.
No dijo más. Se alejó de la pareja con la rapidez propia de los yan, evitando mirarlos, como si tuviera miedo de lo que había dicho.
Shail no dijo nada al principio. Luego alzó la cabeza para mirar a Zaisei.
-¿Una caravana hacia Kosh, has dicho?


Los rebeldes no perdieron tiempo. Mientras los feéricos expandían el bosque hacia los alrededores de la Fortaleza, y tejían sobre ella su escudo protector, Allegra y Qaydar se encargaron de reforzar con su magia la vieja muralla.
Rown y Tanawe ya se habían puesto a trabajar en más dragones artificiales. Habían traído tres contando a Fagnor, que se apresuraron a reparar en cuanto llegaron a Nurgon. Pero sabían que no sería bastante si los sheks contraatacaban. Los sótanos de la Fortaleza, relativamente intactos, resultaron ser un lugar perfecto para instalar el taller.
Alexander y Denyal, entretanto, organizaban las defensas del castillo. Entre todos levantaron una nueva muralla, un tanto improvisada y rudimentaria, pero que serviría por el momento. Repartieron las armas, apostaron vigías y discutieron diferentes estrategias de defensa.
Para cuando las primeras tropas llegaron, los rebeldes estaban listos para recibirlas.
Eran parte del ejército del rey Kevanion de Dingra, pero todos sabían que en realidad era Ziessel quien las había enviado.
No obstante, ella no las dirigía. Había enviado a otro shek en su lugar, un shek que estaba al mando de cerca de un centenar de humanos y de szish. Tal vez pensaron que aquello bastaba para reconquistar las ruinas de Nurgon y aplastar a los rebeldes, pero no contaron con los feéricos y su escudo. Los árboles de Awa, bendecidos por las sacerdotisas de Wina y regados con el poder feérico, crecían deprisa. Y las tropas de Ziessel se encontraron con una barrera vegetal que se alzaba entre ellas y lo que quedaba de la Fortaleza.
No pudieron pasar.
Alexander y los suyos contraatacaron. Los tres dragones artificiales atacaron al shek desde los cielos, los arqueros y ballesteros dispararon desde las murallas y desde las ramas de los árboles, y Allegra y el Archimago contribuyeron con su magia más mortífera.
Los caballeros, por su parte, atacaron todos juntos.
De la poderosa Orden de Nurgon ya sólo quedaban cinco representantes: Covan, Alexander y otros tres caballeros, dos hombres y una mujer. Y ni siquiera tenían caballos.
Pero pelearon a pie, cubriéndose unos a otros, y pocos de los guerreros de Dingra los igualaban en el manejo de la espada. Capitaneaban un grupo de dos docenas de voluntarios, que no sabían luchar ni mucho menos tan bien como ellos, pero que estaban dispuestos a hacer lo que fuera por defender el bastión rebelde.
Al frente de todos ellos estaba Alexander. La lucha había desatado su furia animal, que había alterado sus rasgos, lo cual fue una sorpresa desagradable para muchos de sus aliados. Pero peleaba con ferocidad, abriendo una brecha entre las líneas enemigas, y la mayoría lo siguieron al corazón de la batalla.
De todas formas, sabían que ellos solos no iban a vencer a sus enemigos. Su mayor esperanza eran los dragones.
En el cielo, los tres dragones artificiales se concentraron en atacar al único shek del ejército contrario. Los soldados de uno y otro bando trataban de no prestar atención a la batalla que se desarrollaba sobre sus cabezas, pero resultaba difícil, puesto que la mayoría de ellos no había visto jamás nada semejante. Los dragones rodeaban al shek, volviéndolo loco de odio, vomitaban sus llamaradas sobre él, nublando sus sentidos, desgarraban sus alas con uñas, cuernos y dientes...
Cuando, finalmente, el shek se precipitó contra el suelo muerto, dejando así a los soldados de Dingra sin su líder, todo fue mucho más sencillo. Los rebeldes habían perdido a uno de los dragones, pero los otros dos comenzaron entonces a hostigar a las tropas de tierra enemigas, planeando sobre ellas, exhalando su fuego y sumiéndolas en el más absoluto terror.
Amparándose en la muralla, en el escudo y en los árboles, y protegidos por los dos dragones que patrullaban el cielo, los rebeldes lucharon por defender Nurgon, su última esperanza d(establecer una base que plantara cara a Ashran y los suyos.
Al anochecer, lo que quedaba de las tropas enviadas por Ziessel se retiró de nuevo hacia Aren, la capital del reino.
Los rebeldes habían vencido la primera batalla. Pero sabían muy bien que no sería la última.


Durante los días siguientes, Jack, Christian y Victoria avanzaron hacia el norte, siguiendo el curso del río Yul, que separaba Drackwen, el país del oeste, del territorio central del continente. Jack había supuesto que Christian los guiaba de vuelta a Vanissar, donde se reunirían con el resto de la Resistencia, y por eso no había comentado nada al respecto; al fin y al cabo, ésos eran también sus planes, y de todos modos no le apetecía nada cruzar una sola palabra con Christian. La simple presencia de1 shek lo sacaba de sus casillas.
La primera noche se preguntó qué había sido de la camaradería que habían llegado a compartir ambos en el bosque de Awa, de aquella conversación que habían mantenido antes de separarse. El chico había llegado a pensar que eran amigos... todo lo amigos que podían ser, dadas las circunstancias. Y, sin embargo, desde que él estaba de vuelta, Jack tenía que reprimir constantemente el impulso de desenvainar a Domivat y lanzarse contra él, o de transformarse en dragón y destrozarlo con sus garras (estaba muy orgulloso de sus garras; eran algo de lo que los sheks carecían, a pesar de ser parecidos a los dragones en otros sentidos). ¿Qué había cambiado en aquel tiempo?
Las cosas no mejoraron en los días siguientes. Jack y Christian no se hablaban y, si lo hacían, era sólo lo imprescindible, siempre con palabras secas y cortantes; habían dejado de llamarse por sus nombres. Para Christian, Jack era «el dragón», y Jack no podía olvidar que su compañero de viaje no era más que «la serpiente».
Victoria había acabado por hartarse de aquella situación. Tras comprender que no lograría hacerlos entrar en razón, se comportaba ahora con ellos de forma más fría que de costumbre. De nuevo, se acabaron los besos, los mimos y las caricias, para ambos. Se acabó el dormir abrazada a Jack, se acabaron los momentos a solas con Christian. A éste no parecía importarle; seguía siendo atento con ella, seguía preocupándose por su seguridad, pero no hizo mención, en ningún momento, al sentimiento que los unía, ni al alejamiento de la muchacha. A Jack le costaba más trabajo aceptar aquella nueva situación, aunque sabía de sobra que, con su actitud, Victoria estaba castigándolos a los dos por ser tan poco razonables.
El viaje se prolongó por espacio de varios días más. A ambas riberas del río crecía un ligero bosque que los ocultaba de la mirada de los sheks que pudieran sobrevolar la zona. Por si acaso, Victoria insistió en seguir llevando la capa de banalidad. Ella había perdido su capa al caer al mar días atrás, pero Jack aún la conservaba, puesto que, durante el vuelo, todas sus cosas habían permanecido guardadas en la bolsa que llevaba Kimara. Hubo una breve discusión acerca de quién debía protegerse bajo la capa. Jack insistía en ponérsela a Victoria.
-No, dragón, eres tú quien debe llevarla -intervino Christian-. Eres más fácil de detectar que un unicornio. Además, cuando la llevas puesta me resultas menos desagradable.
Jack se había llevado la mano al pomo de su espada, y Christian había hecho también un gesto parecido.
-¡Basta ya, los dos! -cortó Victoria, exasperada-. Jack, estoy de acuerdo con Christian, creo que eres tú quien debe utilizarla.
Jack había terminado por ceder, de mala gana.
No se trataba de una tierra deshabitada. A veces encontraban pequeños poblados a la orilla del río, y, aunque normalmente los evitaban, por si acaso había vigilancia szish, Victoria advirtió desde lejos que las gentes que vivían en ellos eran humanos y celestes en su mayoría, y también, a veces, algún semifeérico.
Una tarde sucedió algo que hizo aún más profunda la antipatía que Jack y Christian se profesaban.
Ocurrió cuando atravesaban un terreno algo más accidentado. El río producía saltos, rápidos y pequeñas cascadas junto a ellos, y los tres jóvenes trepaban por las rocas, remontando el curso, En un momento dado, Christian se volvió para tender la mano a Victoria con el fin de ayudarla a subir, y ella la aceptó de manera mecánica.
Los dos se estremecieron y cruzaron una mirada.
Hacía días que no se tocaban. El contacto despertó intensas sensaciones en su interior. Se quedaron un momento quietos perdidos en los ojos del otro.
-¿Subís ya, o qué? -los llamó Jack desde arriba, gritando para hacerse oír por encima del estruendo del agua.
Christian y Victoria volvieron a la realidad. Se apresuraron a llegar hasta Jack. Victoria miró al shek de reojo, pero él seguía tan impasible como siempre.
Jack se había detenido en lo alto de una roca y miraba a su alrededor, sombrío.
-¿Qué pasa? -preguntó Christian.
-Apesta a serpiente por aquí.
-Jack, no empieces otra vez... -protestó Victoria, pero Christian la cortó con un gesto.
-No, espera. Tiene razón.
Antes de que pudieran detenerlo, Jack saltó de la roca y corrió hacia el río, mientras desenvainaba a Domivat con un entusiasmo siniestro. La espada de fuego llameó ante él.
Christian y Victoria se apresuraron a ir tras él. Siguiendo su instinto, Jack Fue directo a una pequeña oquedad entre las rocas. Christian frunció el ceño.
-¡Ahí no cabe un shek! -exclamó Victoria, extrañada. Pero se oyó un siseo, y Jack, sin dudarlo, alzó su espada sobre la serpiente.
La mano de Christian detuvo su brazo, con autoridad.
-¡Suéltame! -protestó el muchacho-. ¡Es un shek!
-Míralo otra vez -dijo Christian con calma.
Jack se sacudió la mano de su compañero, exasperado, y miró con más atención a la criatura que se ocultaba entre las piedras.
Era una serpiente, fluida como un arroyo, de escamas plateadas como rayos de Erea, no más grande que una pitón terrestre. De su lomo nacían dos pequeñas alas membranosas. Siseaba, furiosa, mientras las agitaba, esforzándose por alzarse en el aire, sin conseguirlo.
-Es un shek -concluyó Jack, alzando la espada de nuevo.
-¡Es un bebé! -intervino Victoria-. Jack, es muy pequeño, no puede hacernos daño.
-Seguro que estos bichos son venenosos ya desde que salen del huevo. No es más que un proyecto de serpiente gigante asesina...
No había terminado de hablar cuando la cría se abalanzó sobre él e hincó sus colmillos en su brazo. Jack se la sacudió de encima, con un grito, y descargó su espada sobre ella, furioso.
El filo de Domivat chocó contra la gélida Haiass.
Jack retrocedió un paso, temblando de ira. Christian se había interpuesto entre él y el pequeño shek, y parecía muy dispuesto a defenderlo. La serpiente se había enroscado en torno a su pierna, y desde allí, sintiéndose algo más segura, enseñaba a Jack sus colmillos, siseando amenazadoramente.
-¿Quieres pelea? -dijo Jack, sombrío-. Muy bien; por mí, encantado.
-No seas estúpido -repuso Christian con calma-. Sólo es una cría. Además, conviene que te cure Victoria, o se te hinchará el brazo y pronto no podrás usarlo.
-Pero ¡me ha mordido!
-¡Lo has asustado! ¿Qué esperabas que hiciera si lo amenazas con esa espada?
Jack, temblando de rabia, se sobrepuso a duras penas. Envainó la espada y se apartó de Christian y el pequeño shek para ir a sentarse sobre una roca. Desde allí les dirigió una mirada asesina.
Sintió que Victoria se colocaba tras él, sintió las manos de ella sobre sus hombros, y cómo la energía fluía a través de su cuerpo. Cerró los ojos para disfrutar del momento. Una parte de él hasta agradeció a la cría de shek aquel oportuno mordisco, que le permitía ahora compartir un momento íntimo con Victoria. Porque ser curado por ella era como recibir una dulce caricia.
Además, la curación vino acompañada por una caricia de verdad. Cuando Victoria terminó su trabajo, sus manos rozaron al retirarse, el cuello de Jack, con cariño.
El muchacho sonrió. Se sentía mucho mejor.
Echó un vistazo a Christian y se topó con una escena curiosa
El joven se había sentado junto al río. La pequeña serpiente a la que había salvado había trepado por su brazo, y ahora se alzaba ante él, mirándolo fijamente a los ojos. Jack se dio cuenta de que ambos estaban compartiendo algún tipo de infamación telepática. Eso lo inquietó.
-¿Estás seguro de que es prudente mirar a esa víbora a los ojos, shek? -le preguntó cuando rompieron el contacto visual.
-Es demasiado pequeño para estar unido a la red telepática de los sheks adultos -contestó Christian-. Sólo quería saber cómo ha llegado hasta aquí.
-¿Y? -preguntó Victoria.
-Se ha perdido. Su nido está muy lejos de aquí. Está solo y confuso...
-No me digas que quieres adoptarlo -soltó Jack. Christian sostuvo su mirada, pero no dijo nada. -¡Por favor, si es una serpiente!
Christian se levantó y reemprendió la marcha, sin una palabra. La cría de shek descansaba sobre sus hombros, y había enrollado su cola en torno a su brazo izquierdo. Parecía sentirse cómoda y segura allí.
Jack gruñó por lo bajo. Victoria se rió.
-Sólo es un bebé.
-Y si vuelve la madre, ¿qué?
-No lo entiendes, dragón -le llegó la voz de Christian mi poco más allá-. La madre no volverá nunca más.


Shail y Zaisei encontraron Kosh sumido en el caos. Parecía que uno de los caudillos locales, un tal Brajdu, había sido ejecutado por el shek que gobernaba la región, y todo lo que había levantado en aquellos años se estaba viniendo abajo. La gente que había trabajado para él asistía, con creciente confusión, a las luchas entre los que habían sido los lugartenientes de Brajdu, que ahora se disputaban su puesto.
Entretanto, los szish estaban trabajando duro para poner orden en la ciudad. Se rumoreaba que los aspirantes a heredar el pequeño imperio de Brajdu estaban luchando en vano, porque sería Sussh, el shek, quien acabaría por asumir el mando de manera definitiva.
Kosh nunca había sido una ciudad especialmente acogedora, pero en aquel momento era incluso más hostil que de costumbre. Se decía también que, bajo la aparente intención pacificadora de los soldados szish que recorrían la ciudad, se ocultaba en realidad una búsqueda, la búsqueda de La-Que-HaVisto-La-Luz-En-La-Oscuridad.
En aquellos días, Shail había asistido, con sorpresa, al nacimiento de una leyenda entre los yan. Los rumores acerca de la mujer mestiza a la que se le había entregado la magia se conocían ya en todo Kosh. Nadie se atrevía a contar la historia en voz alta por temor a los szish, pero, aun así, se relataba en rápidos susurros por las esquinas, en el mercado o en la taberna, cuando no había ninguna serpiente cerca.
Y cada vez se conocían más detalles. Cualquiera habría pensado que eran debidos a la imaginación de los que relataban aquellos hechos, que cada narrador añadía un elemento de su cosecha; pero Shail sabía que todas las cosas que contaban eran verídicas: la descripción de la chica unicornio y del báculo que portaba, así como del joven dragón que la acompañaba... eran demasiado precisas y se ajustaban tanto a la realidad que Shail entendió que era cierto que la mujer mestiza, la nueva hechicera consagrada por Victoria, continuaba en la ciudad y, a pesar de que las serpientes la estaban buscando, seguía relatando su historia a quien quisiera escucharla.
Y era una historia llena de esperanza y de fe en el futuro, algo que los yan jamás habían tenido. Acostumbrados desde tiempo inmemorial a habitar en el tórrido desierto que era su hogar, los yan sólo se preocupaban del presente, y desconfiaban de todo lo que el futuro pudiera depararles. Pero el mensaje de La-Que-Ha-Visto-La-Luz-En-La-Oscuridad decía con claridad que la magia había vuelto al mundo, que un unicornio seguía vivo, que la profecía podía cumplirse... y que Kash-Tar había sido el lugar que aquellos elegidos habían escogido para manifestar su poder por primera vez.
Shail no quería pasar la noche en Kosh, ya que incluso la posada más honrada de la ciudad era un lugar poco recomen dable, y le hubiera gustado ofrecer a Zaisei un lugar mejor don de pernoctar. Pero ella insistió en que era importante que permanecieran en Kosh hasta poder entrevistarse con Kimara, la semiyan, a quien las gentes del desierto llamaban La-Que-HaVisto-La-Luz-En-La-Oscuridad. La primera maga en Idhún después de quince años.
Tardaron un tiempo en averiguar que Kimara recibía, de cuando en cuando, a aquellas personas que quisieran escuchar su historia de sus labios. Y les costó todavía más que alguien les revelara la hora y el lugar de la siguiente cita. Fue una anciana semimaga humana quien accedió a darles aquella información; y lo hizo porque sabía que Shail era un mago y, por tanto, ellos dos compartían con Kimara el secreto que sólo conocían aquellos que, alguna vez en su -vida, habían visto un unicornio.
Por lo que habían oído, cada reunión se celebraba en un sitio diferente, y en aquella ocasión la cita tuvo lugar en las ruinas de un templo antiquísimo, dedicado al dios Aldun, a las afueras de la ciudad.
A Shail le sorprendió la cantidad de gente que acudió aquella noche a escuchar a Kimara. Todas aquellas personas estaban jugándose la vida en aquella reunión, y sólo para que la mujer mestiza, La-Que-Ha-Visto-La-Luz-En-La-Oscuridad, hiciera renacer la llama de la esperanza en sus corazones.
Shail y Zaisei se sentaron en un rincón, el uno ,junto al otro, y escucharon la historia que Kimara había ido a contar a aquel lugar. Llena de entusiasmo, la joven de los ojos de fuego contó una vez más cómo había conocido a Jack y Victoria en un campamento limyati; cómo los había acompañado a través del desierto, evitando a las serpientes, en dirección a Awinor. Relato todos los detalles del viaje, sí, pero también habló del carácter v la determinación del muchacho dragón, de la serenidad y la valentía de la chica unicornio, y del intenso amor que los unía a ambos.
Shail y Zaisei cruzaron una mirada y sonrieron. A la sacerdotisa no se le escapó el brillo de nostalgia que iluminaba los ojos de Kimara cuando hablaba de Jack. Y ella, que podía leer con facilidad los sentimientos de las personas, supo que Kimara tenía el corazón roto, pero que no guardaba rencor a Jack, que la había tratado siempre con cariño y con respeto, y tampoco a Victoria, que, a cambio de haberse llevado al joven lejos de ella, le había entregado lo más valioso que alguien, en aquellos tiempos, podía poseer. La mano de Shail buscó la de Zaisei durante la narración, y la estrechó con fuerza. La joven celeste sonrió con dulzura.
-Jack me pidió que acudiera al norte, a Nandelt -concluyó Kimara-, para decir a todo el mundo que el dragón y el unicornio han regresado y que pronto se enfrentarán a Ashran y a los sheks. En Nandelt, el príncipe Alsan ha iniciado una rebelión para reconquistar los reinos humanos. Muy pronto viajaré hasta allí para unirme a él. Pero antes -añadió, clavando en la concurrencia la intensa mirada de sus ojos rojizos- quería decir a mi gente, a las gentes de Kash-Tar, las gentes del desierto, que la magia ha regresado al mundo, y ha sido aquí, en nuestra tierra. Que, por una vez en la historia, los yan, los hijos de Aldun, no hemos sido los últimos... sino los primeros.
Al final de la reunión, Shail y Zaisei se acercaron a hablar con Kimara y le contaron quiénes eran y qué estaban buscando. La semiyan sonrió, contenta de encontrar a alguien que conociera a Jack y Victoria. Les relató lo que no contaba en las reuniones, y era que Brajdu había apresado a Victoria, y acto seguido había enviado a Jack a realizar una tarea imposible para salvarla.
-Sé que Victoria escapó -concluyó-, porque Sussh ha ejecutado a Brajdu. No lo habría hecho si ella estuviera muerta, o la hubiera entregado a los sheks. Por otro lado, me he enterado también de que alguien está haciendo un gran negocio con placas de caparazón de swanit en el mercado negro -añadió-, así que creo... quiero creer... que Jack consiguió matar a una de esas criaturas. No sé si fue por eso por lo que Brajdu decidió liberar a Victoria... pero lo dudo mucho.
-No -dijo de pronto una voz a sus espaldas-. No fue por eso.
Se volvieron, con un ligero sobresalto, y vieron allí al anciano mago que había asistido a la reunión.
-Me llamo Feinar -dijo el mago-, y doy fe de que la muchacha escapó de Brajdu. Yo mismo le abrí la puerta. No sé si es verdad que esos chicos tienen poder para desafiar a Ashran y los sheks, y soy demasiado cobarde como para unirme abiertamente a la rebelión. Pero sí tengo clara una cosa, y es que... vaciló un momento antes de añadir, en voz baja- no podía quedarme quieto viendo morir al último unicornio que queda en el mundo.


Christian se despertó de madrugada, inquieto. Miró a su alrededor, buscando aquello que lo había sacado de su sueño, pero todo parecía estar en orden. Las lunas iluminaban suavemente la noche, la hoguera se había apagado hacía rato y Victoria dormía en un rincón; temblaba de frío, pero no había querido acercarse a Jack.
El dragón.
Christian frunció el ceño al ver que no estaba con ellos. levantó de un salto y se deslizó entre los árboles, como una sombra, dispuesto a encontrarlo.
Vio a Jack algo más lejos, en un lugar donde el bosque se abría un poco. Las lunas iluminaban su figura, y Christian vio el fuego que llameaba en sus ojos cuando se volvió para mirarlo.
El joven supo que él lo estaba esperando. Y tenía claro para qué.
Desenvainó a Haiass, y sintió que su parte shek se estremecía de alegría. Todo su cuerpo, su alma, su ser, le exigían que luchase contra el dragón. Jack extrajo a Domivat de la vaina y plantó cara, con una sonrisa siniestra. Los dos sabían que tenían que matarse el uno al otro, era irremediable. Y ahora que Victoria no estaba para interponerse entre ellos, nadie iba a impedir el enfrentamiento que sus respectivas naturalezas les esta han exigiendo a gritos.
Fue una lucha breve, pero intensa. El dragón era poderoso no cabía duda. Pero Christian llevaba demasiado tiempo esperando aquel momento, soñando con él, y no pensaba dejarlo escapar. Cuando, con un grito de triunfo, hundió a Haiass en el corazón de Jack, los ojos de su enemigo se abrieron un momento, sorprendidos... y su sangre bañó el filo de Haiass, que palpitaba, complacida.
Con una sonrisa, Christian sacó su espada del cuerpo de Jack, y contempló cómo caía al suelo, sin vida. Sintió la vibración de su espada, exultante de poder y de energía. Se miró las manos y las vio cubiertas de sangre. Sangre de dragón.


Christian se despertó, con el corazón latiéndole con fuerza, y se miró las manos. Estaban limpias.
Respiró hondo y se sobrepuso. Sólo había sido un sueño.
Miró a su alrededor y vio a Victoria, dormida, acurrucada sobre sí misma, temblando de frío, lejos de él, y lejos de Jack, que también dormía cerca de los restos de la hoguera. El odio palpitó de nuevo en su interior, pero se esforzó por reprimirlo y volvió a tumbarse.
Cerca de él, el pequeño shek al que había rescatado se alzó un momento desde su rincón, al abrigo de una roca, y sus ojos relucieron hipnóticamente en la oscuridad.

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