Christian había oído llegar al asesino.
Pretendía moverse en silencio, pero, para el fino oído del shek, resultaba muy escandaloso. Sin embargo, el joven no se había movido, Había permanecido echado en su jergón, con los ojos cerrados, respirando con normalidad. Ni siquiera había permitido que se aceleraran los latidos de su corazón. Nada delataba que estaba despierto y alerta.
Oyó al intruso detenerse en la puerta de la cabaña. Oyó su respiración. Sabía perfectamente que no se trataba de Victoria. Y a nadie más le habría permitido entrar en su cabaña, de noche y en silencio. Fuera quien fuese, el intruso estaba muerto desde el mismo momento en que se atrevió a poner los pies allí. Pero aún no lo sabía.
Christian esperó a que el asesino se acercase más a él. Oyó cómo desenfundaba la daga, incluso dejó que la alzara sobre él, antes de levantarse de un salto, más rápido que el pensamiento, extraer su propio puñal y hundirlo en el cuerpo del intruso, que murió antes de saber siquiera qué era lo que lo había atacado.Jack y Victoria llegaron a la cabaña de Christian justo cuando éste salía de ella. Victoria, inquieta, percibió un brillo acerado en la mirada del shek.
-Christian, ¿Qué...?
El trató de apartarla para marcharse, pero Jack lo retuvo. -¡Eh! -En aquel momento descubrió el bulto inmóvil que yacía al fondo de la cabaña-. ¡Por todos los...!
Entonces oyeron la voz de Alexander, que llegaba con una luz.
-¿Qué es lo que pasa?
La luz bañó el interior de la cabaña, y todos vieron la figura de un hombre, tendido de bruces sobre el suelo, con un puñal clavado en la espalda. Victoria reconoció al punto la daga de Christian, y lo miró, inquieta.
El rostro del muchacho permanecía impenetrable, y su voz sonó neutra cuando dijo:
-Ha intentado matarme.
Alexander lo observó un momento, serio. A la luz del farol, sus rasgos poseían un punto siniestro. Pero Christian sostuvo su mirada sin parpadear siquiera.
Jack había entrado en la cabaña para darle la vuelta al cuerpo. Descubrió entonces el puñal que había en el suelo, cerca de él, y comprendió que Christian decía la verdad. Al mirar la cara del asesino reconoció en él a uno de los mercenarios humanos que habían pedido, aquella misma mañana, la muerte para el shek. Jack se imaginó enseguida la escena, el humano entrando en la cabaña de Christian, creyendo caminar con sigilo, creyendo dormida a su víctima... creyendo que tenía alguna oportunidad de sorprenderlo, o siquiera de salir de allí con vida. Jack no sabía si Christian llegaba a dormir alguna vez, pero lo que sí tenía claro era que lo había sentido acercarse mucho antes de que el mercenario viera su silueta en el fondo de la cabaña. Christian era rápido y letal cuando era necesario. Y tenía una sangre fría que habría hecho palidecer de envidia al más mortífero de los asesinos.
Jack alzó la cabeza y se topó con la mirada de Alexander. También él había visto la daga, había reconocido al muerto. Se volvieron hacia Christian, los dos a una. Su semblante seguía siendo indiferente, pero parecía más sombrío de lo habitual.
A su lado, Victoria se esforzaba por parecer resuelta, pero la palidez de su rostro delataba sus sentimientos. Por supuesto que sabía que Christian era un asesino, pero tal vez había logrado olvidarlo, o simplemente no pensar en ello cuando estaba con él. Ahora la evidencia la golpeaba con la fuerza de una maza, le recordaba que él era capaz de quitar una vida sin titubear, sin lamentarlo. Sobreponiéndose, tomó la mano de Christian... y Jack sorprendió al shek oprimiéndosela con suavidad, en un gesto tierno que no era propio de él.
Desvió la mirada hacia el cadáver, inquieto. No cabía duda de que Christian era cada vez más humano... pero en algunas cosas se notaba que no había dejado de ser un shek.
-Podrías haberlo inmovilizado sin esfuerzo -gruñó Alexander-. ¿Era necesario matarlo?
-Era una amenaza -dijo Christian.
-¡Sabes perfectamente que no era rival para ti!
-Alexander, ese hombre ha intentado asesinar a Christian -protestó Victoria.
-Y él trato de matarme a mí, y todavía no le he clavado a Sumlaris en las tripas, ¿verdad?
-Me gustaría verte intentándolo -respondió Christian sin alzar la voz.
Jack suspiró. Tampoco era normal que el shek, habitualmente tan frío, reaccionara de esa forma a las provocaciones de Alexander.
-Callaos los dos un momento, esto es serio -ordenó-. ¿Qué creéis que va a pasar cuando descubran lo que ha ocurrido?
-¿A qué te refieres? -inquirió Victoria, perpleja-. Christian ha actuado en defensa propia.
-Disculpad, ¿tenéis algún problema que podamos...? -Se oyó la voz cantarina de una de las hadas menores-. ¡Sagrada Wina! -chilló el hada al descubrir el cuerpo en el interior de la cabaña.
En apenas unos minutos, la mitad del poblado de los refugiados de Awa se había reunido allí. Victoria no se había apartado de Christian ni un centímetro, y sostenía, inquieta pero desafiante, las miradas, cargadas de odio y desconfianza, que les dirigían algunos de los presentes.
-Es un shek, sabíamos que era un asesino -estaba diciendo el Archimago, de mal humor-. ¡He aquí la prueba!
-¡Él era el asesino! -dijo Victoria por enésima vez-. ¡Ha intentado matar a Christian a traición!
«Divina Neliam -se oyó la voz sin voz de Gaedalu, profunda y pausada, como el tañido de una campana, en el fondo de sus mentes-. Entonces, es verdad.»
La vieron allí, todavía empapada, con las ropas chorreando, pegándosele al cuerpo cubierto de escamas. Las hadas habían ido a despertarla al río, donde dormía, como todos los varu refugiados, para que su piel no se resecase. Victoria se volvió hacia ella, inquieta. Sin darse cuenta, se había pegado mucho a Christian, que seguía allí, firme, sereno y, sobre todo, imperturbable, como si aquello no fuera con él. Victoria se dio cuenta de que Gaedalu los miraba a ambos con una mueca de disgusto, pero no entendió por qué. Christian, sin embargo, sí lo intuyó, porque entrecerró los ojos y observó a la Madre, alerta.
-Madre Venerable, ese hombre ha entrado en la cabaña de Christian, ha intentado matarlo -le explicó Victoria.
Pero Gaedalu no la escuchaba.
«Los rumores eran ciertos -dijo-. Sientes algo por ese shek.»
La palabra «shek» sonó en sus mentes cargada de desprecio. Hubo algunas exclamaciones ahogadas, murmullos escandalizados. Christian se separó un poco de Victoria, tal vez para protegerla, pero ella estaba ya cansada de aquella farsa.
-Sí -dijo, con orgullo-. ¿Algún problema?
Los ojos oceánicos de Gaedalu se estrecharon, su boca se torció en un gesto de desagrado.
«No seas impertinente, muchacha. No tienes ni idea de a qué estás jugando, porque se dice por ahí que Kirtash, el hijo del Nigromante, alberga el espíritu de una serpiente en su interior, y yo no conozco ningún otro shek que haya adoptado forma humana permanentemente.»
Hubo más comentarios indignados, incluso alguna exclamación de horror. Victoria no dijo nada. Tanto Jack como Alexander desviaron la mirada.
Qaydar dio un paso atrás.
-¿Lo sabíais? ¿Sabíais que este shek es el hijo del Nigromante?
-Sí, lo sabíamos -suspiró Jack.
-No puedo creerlo -escupió el Archimago-. Un unicornio... y un shek. -Los miró a ambos con profunda repugnancia-. Lunnaris y el hijo de Ashran.
Victoria sacudió la cabeza, incapaz de soportarlo por más tiempo. Por un lado, se sentía incómoda con tanta gente comentando su relación con Christian, que era algo tan íntimo y especial para ella. Por otro, quería gritar a los cuatro vientos su amor por el shek, dar la cara por él, defender hasta la muerte sus sentimientos. Sintió que enrojecía levemente cuando alzó la cabeza para mirar a Qaydar y Gaedalu. Sin embargo, sus ojos seguían limpios y claros como estrellas, y su voz no tembló ni un ápice cuando anunció, con firmeza:
-Estamos juntos, sí. Y seguiré con él, pase lo que pase.
Hubo un silencio incrédulo y sorprendido. Victoria se pegó todavía más a Christian, situándose ante él para protegerlo de la multitud, y desde allí les lanzó una mirada de advertencia. Fue un movimiento instintivo, pero a todos les quedó claro que su preciosa Lunnaris estaba dispuesta a luchar, y tal vez a matar y a morir, por el hijo de Ashran.
Gaedalu se había quedado sin habla. Qaydar entornó los ojos y siseó:
-La Resistencia aliada con el enemigo...
-... un «enemigo» que desafió a su propio padre para unirse a nosotros -sonó entonces, clara y serena, la voz de Allegra-. Sabes muy bien que Kirtash es el shek de la profecía.
«¿Qué sabéis los magos de las profecías? -replicó Gaedalu-. Los Oráculos hablan el lenguaje de los dioses, un lenguaje que vosotros no entendéis. No eres quién para tratar de interpretar una profecía.»
-¿Niegas acaso que ocultaste a los idhunitas una parte de la profecía? -la acusó Allegra-. ¿Esa parte de la profecía... que hablaba de la intervención de un shek en la caída de Ashran?
Hubo murmullos sorprendidos y escandalizados; sorprendidos por la revelación, y escandalizados por el tono con que Allegra había osado dirigirse a la Madre.
Gaedalu entornó los ojos.
«No sé cómo llegó hasta los magos esa información», dijo. Victoria pensó en Zaisei, y se preguntó si Shail había conocido la profecía a través de ella.
-Desde luego, no fue gracias a ti -intervino el Archimago con frialdad.
«No voy a discutir eso de nuevo, Qaydar. Ya habíamos hablado de ello. En cualquier caso, eso no cambia las cosas. La profecía dijo que un shek abriría la Puerta. Él ya lo hizo, ya cumplió su papel, y no lo necesitamos más. Lo que ha ocurrido esta noche nos ha demostrado hasta qué punto es peligroso conservarlo con nosotros. No hemos de olvidar... jamás hemos de olvidar... que no sólo es un shek sino que, además, se trata del hijo del Nigromante.»
-Él es de los nuestros -replicó Victoria, malhumorada-. Traicionó a su padre para unirse a nosotros, ¿cuántas veces he de decirlo? Shail fue testigo de cómo ambos se enfrentaron en un combate a muerte.
«¿Y fue Shail testigo de cómo logró escapar el shek? -preguntó Gaedalu-. Porque, que sepamos, ninguno de los dos murió en ese supuesto combate a muerte.»
Todos callaron, incómodos. Christian había abierto la Puerta interdimensional en los alrededores de la Torre de Drackwen y se había quedado a cubrir la huida de Shail y Victoria, plantando cara a Ashran. Horas después había aparecido en Nimbad, gravemente herido. Nadie sabía cómo había conseguido escapar de la ira del Nigromante.
-Sin duda él nos lo contará -afirmó Allegra.
Victoria se volvió hacia Christian, esperando que hablara, pero descubrió, al igual que todos los presentes, que el shek se había esfumado.
-¡Cobarde! -masculló Alexander, y sus ojos relucieron con un brillo salvaje.
-Lo ha hecho para proteger a Victoria -le susurró Jack-. Para no meterla en más problemas.
-Hay que encontrarlo -declaró Qaydar-. Ahora que ha sido descubierto, acudirá a informar a Ashran de todo lo que ha visto aquí. Tenemos que capturarlo antes de que abandone el bosque.
Victoria dudaba de que tuvieran una mínima posibilidad de atrapar a Christian, ni aunque lo atacaran todos a la vez, pero no dijo nada. Todavía estaba conmocionada por la súbita desaparición del joven.
Sintió la fresca presencia de Gaedalu junto a ella, y su voz la sobresaltó.
«No temas, Lunnaris -le dijo la varu-. Estás confundida, y es natural. Nuestro enemigo ha nublado tu mente, te ha hecho creer que existía algo entre vosotros. Su poder mental es grande, es difícil resistirse a él. Lo comprendo. En el Oráculo podremos purificarte de esos pensamientos envenenados, y la tríada de diosas... »
-No -cortó Victoria, turbada-. No es cierto. Lo que sentimos el uno por el otro es real, no es un engaño.
Mientras hablaba, hizo girar en su dedo a Shiskatchegg, el Ojo de la Serpiente, hasta que la piedra mágica quedó hacia abajo, oculta por la palma de su mano. Ahora, a simple vista no parecía más que un aro de plata adornando su dedo. Tenía que ocultarlo de Gaedalu, porque probablemente intentaría arrebatárselo si llegaba a descubrir lo que era.
«Niña -siguió diciendo la Madre-. Déjate guiar por los que somos más viejos y hemos visto más cosas. Ese shek no te ama no puede amar a nadie. Mira qué rápido ha huido al verse descubierto, dejándote atrás. Sólo te ha estado utilizando.»
En los ojos oscuros de Victoria brilló una llama de cólera.
-Aquí los únicos que intentáis utilizarme sois vosotros -declaró, furiosa-. No tenéis derecho a decidir sobre mi vida ni mis sentimientos.
Y dio media vuelta y se alejó de ella, irritada y confusa, pero, sobre todo, preocupada por Christian, y preguntándose si él había decidido partir del bosque de Awa sin ellos, y si volvería a verlo.
Jack la vio marchar, resignado. Le había hecho mucha ilusión saber que iba a pasar la noche junto a ella, sobre todo porque al día siguiente, al rayar el alba, pensaba emprender el viaje que había estado planeando, y pensaba hacerlo solo. Suspiró. En fin, ahora ya no tenía sentido esperar al amanecer. Tal vez fuera mejor aprovechar el revuelo que había ocasionado aquel incidente para marcharse sin que nadie lo advirtiera.
Había visto a Victoria hablando con Gaedalu, pero había oído solamente las palabras de su amiga, no las de la Madre, que había enviado su pensamiento sólo a la mente de la muchacha. No sabía, por tanto, qué era lo que le había dicho la varu para enfurecerla tanto, pero tenía una idea bastante aproximada.
También él había pensado, al enterarse de su relación con Christian, que el shek la había estado utilizando. Pero ahora sabía que no era así.
La reunión se había dispersado, y Jack se dispuso a volver a su cabaña. Alexander lo retuvo.
-¿Qué piensas? -le preguntó, señalando con un gesto al grupo de personas que se internaban por el bosque, persiguiendo a Christian.
-Que dudo mucho de que consigan darle caza -respondió el muchacho-. Creo que deberíamos ir a dormir y hablarlo mañana con más calma. Y con Shail -añadió, antes de que su amigo pudiera replicar.
Alexander quedó pensativo un momento y asintió. Pero Jack sintió los ojos negros de Allegra clavados en él, y tuvo la incómoda sensación de que sabía lo que estaba pensando.
Esperó en su cabaña a que todo estuviera más tranquilo. Y, cuando le pareció que nadie podía escucharlo, salió en silencio al claro del bosque, cargado con un morral en el que había guardado algunas cosas útiles. Sabía que no llevaba gran cosa como equipaje, pero no podía entretenerse más.
Se detuvo un momento ante la cabaña de Alexander, dudó, pero finalmente decidió no entrar, y deseó que él lo perdonara por marcharse sin despedirse. Se internó en el bosque, remontando el curso del arroyo. Sabía, si lo hacía, que tarde o temprano saldría del bosque. Pero no había caminado ni cinco minutos cuando una voz lo sobresaltó:
-¿Crees que es una buena idea?
Jack miró a su alrededor, entre aliviado y molesto.
-¡Christian! -susurró-. ¿Dónde estás?
Descubrió su silueta sobre una de las ramas bajas de un enorme árbol, observándolo como una pantera al acecho.
-Están todos buscándote -dijo Jack, algo inquieto.
-Lo sé. Por eso no voy a volver. Y contaba contigo para que cuidaras de Victoria.
Jack apoyó la espalda en el tronco del árbol, con un suspiro.
-No quiero que venga conmigo al lugar a donde voy. Es demasiado peligroso. ¿Y tú? -añadió, alzando la cabeza-. ¿No vas a llevártela contigo?
El shek tardó un poco en responder.
-No -dijo por fin.
-Es su amor lo que te está matando, Christian, no su presencia -le recordó Jack-. Vayas a donde vayas, seguirás queriéndola. No vas a ser menos humano porque la apartes de tu lado.
-Lo sé. Pero tampoco quiero que me acompañe al lugar a donde voy.
-¿También es peligroso?
-Seguramente.
Jack sonrió.
-Entonces, te deseo buena suerte -le dijo-. Pero, antes de que te vayas -añadió, repentinamente serio-, me gustaría preguntarte una cosa. He de hacerlo ahora, porque no sé qué pasará la próxima vez que nos encontremos. No sé... si seremos como ahora. No sé si seremos capaces... de hablar sin intentar matarnos el uno al otro.
-Entiendo, habla, pues.
Jack respiró hondo. Luego preguntó, en voz baja: -¿Mataste tú a mis padres?
Los segundos que Christian tardó en responder le parecieron eternos.
-Sabes que no. La muerte de tus padres fue obra de Elrion
-¿Los... habrías matado, si no se te hubiera adelantado?
-Si hubieran sido idhunitas, sí. Pero no lo eran. Así que me habría limitado a sondear sus mentes y a dejarlos en paz. Al fin y al cabo, sus muertes no me habrían reportado ningún beneficio. En realidad... iba a por ti.
-Lo sé -dijo Jack en voz baja, evocando su primer encuentro, tres años atrás-. ¿Qué hiciste... qué hiciste con sus cuerpos? Nunca los encontraron.
-Los cuerpos de los renegados los enviaba todos a Ashran, como prueba de su muerte. También le llevé los de tus padres -añadió-, como prueba de la ineptitud de Elrion.
-¿Y después?
-Están enterrados junto a la Torre de Drackwen. Si algún día nos encontramos allí, en circunstancias más... favorables... puedo mostrarte el lugar, si quieres.
Jack asintió, con los ojos llenos de lágrimas. Agradeció que estuviera oscuro, para que el shek no lo viera llorar. Se aclaró la garganta antes de preguntar, cambiando de tema:
-¿Hacia dónde vas? Quizá llevemos el mismo camino.
-No lo creo. Yo voy hacia el norte, y tú hacia el sur. ¿Me equivoco?
-No -gruñó Jack-. ¿Cómo lo sabías?
-Es obvio. Sólo hay un lugar en Idhún que pueda llamarte tanto la atención como para que decidas ir por tu cuenta y riesgo, sin decir nada a tus compañeros.
-Tal vez -suspiró Jack-. ¿Crees que... servirá de algo?
-Por vuestro propio bien, espero que sí. Te deseo... -pareció dudar antes de añadir- buena suerte a ti también.
Jack asintió, y se separó del tronco del árbol, pensando que aquello era una despedida. Pero Christian no había terminado de hablar.
-Antes de marcharte... me gustaría pedirte un favor.
-¿Cuál?
-Un poco más allá, río arriba... está Victoria, sola. Está muy preocupada, y no me gustaría dejarla así.
-¿Por qué no vas a hablar con ella, entonces?
Hubo un breve silencio, y entonces la voz de Christian volvió a sonar en la oscuridad:
-Porque, si la miro a los ojos una vez más, ya no tendré valor para marcharme.
-¿Y qué te hace pensar que yo sí?
Pero Christian no respondió. Jack alzó la cabeza hacia la rama y descubrió que el shek se había marchado. Dudó un momento, pero después optó por esconder su macuto y avanzó un poco río arriba, como Christian le había dicho. Pronto oyó unos sollozos apagados, vio una figura acurrucada entre unos arbustos que tenían una textura que parecía tan suave como el diente de león. La chica se mecía entre ellos, dejando que la envolvieran en su cálido abrazo. Jack se acercó a ella.
Victoria alzó la cabeza al oírlo llegar y se secó rápidamente las lágrimas.
-No estaba llorando -le aseguró.
Jack llegó hasta ella y la estrechó entre sus brazos.
-Odio este sitio, Jack -le confió Victoria-. Todo ha ido de mal en peor desde que llegamos. Y no encuentro a Christian -añadió-, por ninguna parte. Espero que no lo hayan cogido, porque no sé lo que le harán si...
-No podrán atraparle -la tranquilizó él.
Respiró hondo. Allí, con Victoria entre sus brazos, la sola idea de marcharse y abandonarla se le hacía insoportable. Pero recordó a Christian y Victoria juntos, recordó las últimas palabras del shek, y supo que no era justo, que ellos dos no debían separarse.
Sabía lo que tenía que hacer.
-Victoria -le dijo, sintiendo que cada palabra que pronunciaba pesaba como una lápida-, he visto a Christian. Se marcha hacia el norte, lejos del bosque. No hace mucho que se ha ido, tal vez lo alcances.
Victoria se separó de él un momento y lo miró, llena de gratitud.
-Jack, esto es...
-Corre -la apremió él.
-Jack, esto nunca lo olvidaré.
Jack sonrió con tristeza.
-Lo sé. Y ahora, vete, o no lo alcanzarás.
Victoria lo miró intensamente. Le besó, con infinita dulzura, le sonrió y salió corriendo, río arriba. Jack la vio marchar, con el corazón roto en pedazos. Tardó un poco en sobreponerse y en dar la vuelta para ir, río abajo, en busca de su morral.
Christian se dio cuenta de que Victoria iba tras sus pasos. Se detuvo y la observó un momento desde la oscuridad, intentando contener las emociones que inundaban su pecho, y que amenazaban con desbordarse. La chica no se había percatado de su presencia, pero él sí la había descubierto a ella, y detectó que caminaba con decisión, con urgencia, completamente segura de que iba por el camino correcto. Lo estaba siguiendo a él, no cabía duda, y Christian comprendió muy bien por qué.
-Condenado dragón -suspiró para sí mismo.
Podía dejar que Victoria pasara de largo, podría marcharse sin permitir que ella lo viese por última vez.
Pero no tuvo valor, y cuando salió de las sombras para mostrarse ante ella sabía perfectamente que Jack había contado con ello.
-¿Me estás siguiendo, Victoria? -le preguntó.
Ella se detuvo y se volvió hacia él, alerta, con rapidez, como un cervatillo sorprendido en un claro del bosque. Cuando reconoció su voz y su silueta se lanzó a sus brazos. Christian sonrió y la abrazó.
-Ibas a marcharte sin despedirte -le reprochó la muchacha. -Me pareció que era lo mejor.
-¿Vas a intentar resucitar tu espada? Christian asintió.
-Voy a llevársela a la persona que la forjó. Tal vez él pueda darme alguna pista, ya que también fue él quien la reparó la primera vez, cuando Jack la partió en dos.
Victoria contuvo el aliento, recordando cómo, apenas unas semanas antes, Jack y Christian habían luchado en un duelo a muerte, y el fuego de Domivat, la espada de Jack, había logrado quebrar a Haiass, que hasta ese momento había parecido indestructible. Parecía que había pasado una eternidad desde entonces.
El shek prosiguió:
-Lejos, en el norte, más allá de Nandelt, más allá de Kazlunn, está Nanhai, las Tierras del Hielo, un frío mundo de altas cordilleras y picos escarpados. Es allí donde viven los gigantes.
-Gigantes -repitió Victoria en voz baja.
-Son seres solitarios que rara vez salen de su patria. Pero uno de ellos forja espadas mágicas. Fue él quien creó a Haiass a petición de mi padre y de Zeshak, el rey de las serpientes.
-¿Vas a entrevistarte con un aliado de tu padre? -preguntó Victoria en voz baja-. ¿Y si es una trampa?
-Correré el riesgo. De todas formas, este gigante del que te hablo no es aliado de mi padre. No es aliado de nadie, en realidad. Ya te he dicho que los gigantes viven de espaldas al mundo. Les da igual quién gobierne en Idhún, les da igual la profecía. Así que él forjaría una espada para Ashran, pero también para Jack, o para ti, si se lo pidierais. Si acudo a hablar con él, no me delatará. No le interesan las guerras, los pactos ni las traiciones. Sólo le interesan las espadas.
Victoria lo abrazó con más fuerza.
-Quiero ir contigo -le dijo.
-Sabía que me lo pedirías -respondió Christian con suavidad-. Por eso pensaba marcharme sin decirte nada. No ha funcionado, por lo que veo.
Victoria vaciló, y Christian adivinó que no quería revelarle que Jack lo había delatado. El joven sonrió, preguntándose si debía decirle que no era necesario, porque ya lo sabía. Decidió que no; además, conocía el modo de devolverle la jugada.
-Si vienes conmigo, tendrás que dejar atrás a Jack.
-Hablaré con él, le pediré que nos acompañe...
-No lo convencerás. Además, él tiene sus propios planes. -Hizo una pausa antes de añadir, con voz neutra-. El también se marcha esta noche, en otra dirección.
Sintió que Victoria se ponía rígida entre sus brazos.
-¿No te lo ha dicho? -prosiguió Christian, sonriendo para sí-. Se dirige al sur, al confín del mundo. Para aprender a ser dragón, supongo.
-No lo estás diciendo en serio -susurró Victoria, aterrada.
-¿Vas a dejar que vaya solo? Si lo dejas marchar, puede que no vuelvas a verlo nunca más. Claro que también es posible que tú yo no volvamos a vernos, pero tal vez eso sí puedas superarlo. La muchacha se separó un poco de él.
-¿Por qué me dices esto? ¿Por qué lo haces más difícil? Christian le dirigió una mirada penetrante. -Porque tienes derecho a elegir -respondió solamente. Victoria se volvió hacia el lugar por donde había venido, angustiada. Después miró de nuevo a Christian.
-Elegir... -repitió con suavidad-. Entonces, ¿es eso lo que me estás pidiendo?
Christian sacudió la cabeza.
-No, no me has entendido. Sé lo que hay entre tú y yo, y no pienso renunciar a ello. Pero también sé lo que sientes por Jack. Así que no puedo pedirte que elijas entre los dos. Sólo te pido que decidas a quién acompañarás en esta ocasión..., hasta que volvamos a encontrarnos. Porque es obvio que no puedes acompañarnos a los dos; vamos en direcciones opuestas. También puedes quedarte aquí, con Alexander y los demás, pero no me hago ilusiones al respecto. Sé que preferirás ir con Jack, o conmigo, antes que quedarte a salvo con la Resistencia.
Victoria respiró hondo y se mordió el labio inferior.
-Estoy seguro de que remontará el río para llegar hasta las montañas -prosiguió Christian-. Si quieres alcanzarlo tendrás que acortar cruzando el poblado. ¿Ves esa estrella de allí? -señaló un punto brillante en el cielo-. Atraviesa el poblado y, cuando salgas, justo desde detrás de nuestras cabañas, avanza dejándola siempre a tu derecha. Si sigues esa dirección llegarás al límite del bosque más o menos a la vez que Jack.
Victoria se volvió hacia él, con los ojos brillantes.
-¿Qué te hace pensar que voy a ir con él, y no contigo?
Christian alzó una ceja, pero no dijo nada. Cruzaron una mirada intensa, profunda.
-¿Qué te hace pensar...? -repitió Victoria, en voz baja, pero él la interrumpió.
-Se te rompe el corazón sólo de pensar en separarte de él, Victoria -le dijo con suavidad-. ¿Crees que no me he dado cuenta?
-También se me rompe el corazón sólo de pensar que vas a marcharte -susurró ella-. Y que tal vez no vuelva a verte nunca más.
-Dijiste que no intentarías retenerme.
-Y no voy a hacerlo. Quiero acompañarte. Pero también quiero ir con Jack. Christian, Christian, ojalá pudiera estar en dos sitios a la vez. ¿Cómo voy a quedarme quieta viendo cómo te marchas? ¿Y cómo voy a dejar que Jack se vaya solo?
-Confía en mí. Sabes que puedo cuidar de mí mismo. Aunque en el caso de Jack... no estaría tan seguro. Creo que él te necesita más que yo en estos momentos.
Victoria lo miró, con los ojos llenos de lágrimas, pero no fue capaz de pronunciar una sola palabra. Se besaron, entregando toda su alma en aquel beso, conscientes de que podía ser el último. Cuando se separaron, Christian le susurró al oído:
-Sé prudente. Y cuida de Jack. Os necesitáis el uno al otro... más de lo que ambos pensáis.
-Lo sé -sonrió Victoria-. Lo he sabido siempre.
-También yo. Pero tendrás que explicárselo con más claridad, porque parece que él no ha entendido todavía que es el hombre de tu vida.
La sonrisa de Victoria se hizo más amplia.
-¿Eso crees? ¿Y qué eres tú para mí, entonces?
Christian le devolvió una enigmática sonrisa.
-Soy el otro hombre de tu vida. ¿Todavía no te has dado cuenta?
Victoria sacudió la cabeza, perpleja, pero aún sonriendo.
-Cuídate -le dijo-. No te dejes engatusar por Gerde. Si se atreve a hacerte daño, le sacaré los ojos.
Christian sonrió de nuevo.
-Por lo que más quieras, regresa sano y salvo -le pidió Victoria.
-Por ti, Victoria, regresaré sano y salvo -le prometió él.
La chica hundió los dedos en el cabello castaño de Christian, acariciándolo con ternura. Sus dedos rozaron la mejilla de él.
-Estás... cálido -dijo ella con sorpresa; habitualmente la piel del shek presentaba una suave frialdad que a Victoria, lejos de parecerle extraña, le había gustado desde el primer día. Christian ladeó la cabeza.
-Es mi humanidad. Hasta en eso se parece a una enfermedad.
-Lo siento, Christian -dijo Victoria, con un nudo en la garganta-. Es culpa mía. Soy yo quien te está matando.
-Pero vale la pena -susurró él-. Te juro que, aunque salve mi parte shek, haré lo posible por no perder esto, Victoria, por no olvidarte. Guarda mi anillo. Mientras lo lleves puesto estaré cerca de ti. Y volveré a buscarte, no lo dudes ni un solo momento. No creas que voy a dejar las cosas así.
Christian tomó su mano, con delicadeza, y la alzó para depositar un beso en ella, sin dejar de mirarla a los ojos. Después, con una media sonrisa, retrocedió... y desapareció en la oscuridad, apenas una sombra deslizándose en la noche, con Haiass prendida a su espalda.
Y allí se quedó Victoria, ¡ni momento más, sintiendo que si¡ corazón se partía en dos, y que cada una de las dos mitades tomaba un rumbo distinto, tal vez para no volver a encontrarse nunca más.
Allegra sabía que Christian había abandonado la Resistencia. Sabía que lo habría hecho tarde o temprano, de todos modos, pero no podía evitar sentirse molesta con Qaydar, Gaedalu y los demás por haber acelerado las cosas.
También sabía que Jack planeaba hacer algo, porque lo había visto sombrío y pensativo toda la noche, y le preocupaba que el muchacho se precipitara y tomara la decisión equivocada.
Hacía rato que había advertido, con inquietud, que Victoria no había regresado del bosque. Por eso se sintió muy aliviada cuando la vio volver y entrar en su cabaña, pero no tardó en darse cuenta, intranquila, de que volvía a salir con su báculo y un zurrón colgado al hombro, y se internaba de nuevo en el bosque. La siguió.
Victoria estaba tan preocupada por alcanzar a Jack que no vio a su abuela hasta que casi topó con ella. La muchacha soltó una exclamación alarmada, dio un salto atrás y se relajó cuando las lunas le mostraron los rasgos feéricos de Allegra.
-Un poco tarde para pasear, ¿no?
A Victoria se le cayó el alma a los pies.
-Abuela... tengo que irme, déjame pasar -imploró-. Se va a marchar sin mí. Tengo que alcanzarlo.
-¿Vas detrás de Christian?
Victoria vaciló, y Allegra entendió lo que estaba sucediendo. -Jack? Jack se ha ido?
Victoria no contestó. Allegra la cogió por los hombros y la obligó a mirarla a los ojos.
-Dime dónde se ha ido, Victoria. No podemos dejarlo marchar solo.
-Yo voy con él -respondió Victoria con suavidad-. Nos vamos juntos.
Alzó la cabeza, resuelta y desafiante, y Allegra vio que sus ojos brillaban con la claridad de una estrella, y recordó que ella era Lunnaris, el último unicornio. La soltó.
-La Madre quiere llevaros al Oráculo -dijo a media voz.
-No podemos ir, abuela. Tienes que comprenderlo. Y tampoco podemos... atacar la Torre de Kazlunn, como quiere el Archimago.
-¿También sabes eso? -sonrió Allegra, entre divertida y preocupada-. Entonces sabrás que yo tengo que quedarme -añadió, más seria- para vigilar a Qaydar. Quiere resucitar la Orden Mágica, pero ya no quedan muchos magos en Idhún. Y tú eres la única que puede consagrar más, ¿entiendes? Sin ti, sin el último unicornio, la Orden Mágica está perdida. Qaydar no quiere perderte de vista. No, si puede utilizarte para crear más hechiceros.
Victoria se quedó sin aliento.
-Pero no puedo hacer eso -dijo, horrorizada-. Abuela, no puedo entregar la magia así, sin más. Eso es algo demasiado...
-...íntimo -adivinó Allegra, sonriendo-. Lo sé. Lo he hablado con Alexander, habíamos decidido alejaros a Jack y a ti del Archimago. Por otra parte, aunque Gaedalu y las sacerdotisas de la tríada lunar confíen en la protección de las diosas, yo sé que tampoco estaríais seguros en el Oráculo. Así que habíamos pensado dirigirnos a Vanissar, donde reina el hermano de Alexander.
-¿Todos juntos?
-Salvo yo, naturalmente. Si la Orden Mágica resurge de sus cenizas, con Qaydar al frente, debo estar allí porque soy la única que puede llegar a plantarle cara. Algunos dicen -añadió, bajando la voz- que la tragedia de la Torre de Kazlunn lo ha trastornado. No sé cómo reaccionará cuando se entere de que estás fuera de su alcance.
Victoria guardó silencio un momento. Luego dijo en voz muy baja:
-Abuela, ahora estoy todavía más convencida de que Jack y yo tenemos que marcharnos lejos de esta gente. Por lo menos hasta que asimilen quiénes somos y para qué hemos venido. Si es que llegan a hacerlo alguna vez.
»Vosotros tenéis cosas que hacer aquí, y, por otra parte, no sé qué es lo que pretende Jack, pero creo que es algo que debe hacer solo... o, como mucho, con mi ayuda. ¿Entiendes?
Allegra miró a su protegida y la vio mayor, más sabia y madura, y respiró hondo, abatida, porque comprendió que Victoria estaba a punto de volar sola, y que no podría retenerla.
-Lo entiendo, Victoria. Y, si es lo que realmente quieres, os dejaré marchar. Pero dime sólo que no vais al encuentro de Ashran.
Victoria titubeó.
-Creo que no -dijo por fin-, porque la Torre de Drackwen queda al oeste, y Christian dijo que, Jack se dirige al sur. Hacia los confines del mundo.
-Awinor -adivinó Allegra-. Va a visitar la tierra de los dragones.
Victoria se quedó sin aliento. Su abuela la miró con gravedad.
-Antes fue una tierra rica y fértil, pero ahora no es más que un inmenso y macabro cementerio. Está más allá de Derbhad, más allá de la Cordillera Cambiante, atravesando el desierto de Kash-Tar. En los confines del mundo, como dijo Christian. ¿Aun quieres ir?
-Más que nunca -dijo Victoria-. No quiero separarme de él -añadió en voz más baja.
Allegra no dijo nada, pero se acercó a ella y la abrazó, con fuerza.
-No puedes detenerme -dijo la muchacha suavemente.
-Lo sé. -Los negros ojos del hada brillaban bajo la luz de las tres lunas, y Victoria vio que estaban húmedos-. Pero deja que te haga un regalo... de abuela, de madrina, de amiga... como quieras llamarlo.
Colocó las manos sobre la cabeza de Victoria, y la chica sintió de repente como si algo muy cálido la envolviera en un manto de protección. Pero, en cuanto el manto se cerró sobre ella, Victoria jadeó, sorprendida, y respiró hondo, porque sentía que se asfixiaba.
-No he terminado -dijo Allegra, y repitió la operación.
De nuevo, Victoria tuvo aquella contradictora sensación de seguridad y opresión. Y vio que cubría su cuerpo una ligera capa marrón, muy suave al tacto, pero que a simple vista parecía pesada, burda y vulgar
-Es un manto de banalidad -le explicó Allegra-. Mientras lo lleves puesto, reducirás la posibilidad de que alguien se fije en ti. No te vuelve invisible, pero hace que no le llames la atención a nadie.
-Me agobia -dijo Victoria-, aunque no pese nada.
-Es porque reprime todo lo extraordinario que hay en ti. Que no es poco -sonrió Allegra-. Por eso no debes abusar de él. No lo lleves puesto en lugares despoblados, sólo en aquellos sitios donde realmente creas que pueden descubrir quién eres.
-Pero Jack...
-Te he puesto dos capas, una encima de la otra. Una de ellas es para él.
Victoria la abrazó de nuevo.
-Gracias, abuela.
Allegra sacó entonces un rollo de la bolsa que llevaba colgada al cinto.
-Toma; esto es un mapa de Idhún, bastante detallado. Os será útil y... -Vaciló de pronto, y abrazó a Victoria una vez más que los Seis os protejan, niña.
Victoria le devolvió el abrazo y se separó de ella. La miró sólo un momento antes de desaparecer entre las sombras, y fue una mirada llena de emoción, pero también inteligente, serena y segura. Allegra la vio marchar y supo que su misión había terminado, que Victoria, Lunnaris, ya no era responsabilidad suya; pero, por alguna razón, no se sintió mejor.
Jack había remontado el curso de uno de los afluentes del río que cruzaba el bosque. Había sido difícil, muy difícil, avanzar a través de él; en ocasiones, la vegetación era tan cerrada que no había tenido más remedio que penetrar en el arroyo y marchar aguas arriba, luchando contra la corriente. Pero incluso en los lugares en que el bosque le dejaba suficiente espacio para avanzar, no había sido una marcha cómoda. Los sonidos, los olores y las oscuras formas de la floresta lo inquietaban; y, por otra parte, tenía la impresión, completamente irracional, de que todo el bosque lo estaba observando...
Por fin alcanzó sus límites cuando estaba ya a punto de amanecer. Se detuvo, jadeante. Había caminado a buen ritmo, porque temía que Alexander y los demás fueran en su busca en cuanto descubrieran que se había marchado, y quería alejarse todo lo posible... para que no lo alcanzaran, pero, también, para acabar con toda tentación de regresar. Pensó en Christian y Victoria, y que aquello era lo mejor para todos. Además, con ellos dos viajando hacia el norte, Alexander y los demás en Vanissar, la Madre en el Oráculo, el Archimago organizando la reconquista de la Torre de Kazlunn y él mismo de camino hacia el sur, hacia Awinor, Ashran tendría muchos frentes que atender y le costaría un tiempo localizarlos.
Respiró hondo. No tenía muy claro qué era lo que iba a encontrar en Awinor, pero quería saber más cosas de los dragones, quería ver el lugar donde habían vivido y donde Alexander lo había encontrado quince años atrás, salvándolo de una muerte segura bajo la mortífera conjunción astral. Quería ver si de verdad se habían extinguido todos los dragones del mundo. Pero, sobre todo, esperaba que el contacto con Awinor despertara al dragón que había en él.
Estaba cansado, muy cansado, porque apenas había dormido, pero decidió seguir adelante de todas formas.
Y entonces, en la última fila de árboles, vio una figura que lo aguardaba envuelta en las primeras luces del alba. Jack contuvo la respiración. La habría reconocido en cualquier parte.
Por un momento pensó que era un sueño, un fantasma, una quimera. Pero cuando ella le sonrió, entre tímida y afectuosa, Jack se dio cuenta de que era real.
-Victoria... ¿qué haces aquí?
-Voy contigo. A dondequiera que vayas. Jack no supo qué responder al principio.
-Pero... ¿no estabas con Christian?
-Fui a despedirme de él. Me dijo que te habías marchado. Me dijo cómo alcanzarte.
-Maldita serpiente -gruñó Jack, comprendiendo la jugada del shek; sonrió, a su pesar.
Victoria le cogió de la mano y le miró a los ojos.
-Me dijiste que no volverías a marcharte. Que estarías siempre conmigo, ¿recuerdas? No podía perderte otra vez.
Jack la miró, confuso y emocionado. Aquello no podía ser real.
-Pero, Victoria... voy muy lejos. A Awinor. Eso está...
-... en el confín del mundo -lo cortó ella-. Sí lo sé, pero me da igual: quiero ir contigo. Más allá del confín del mundo, si es necesario. Ya no quiero volver a separarme de ti nunca más.
Jack la abrazó, con todas sus fuerzas.
-Tampoco yo -reconoció con voz ronca-, pero ¿qué iba a hacer, si no?
-Confiar en mí -susurró ella-. Creer que soy una digna compañera de camino, que soy sincera cuando te digo que te quiero, que de verdad quería pasar la noche contigo.
Jack sonrió, pero no pudo contestar porque la emoción lo había dejado sin palabras.
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Triada
AdventureLa resistencia ha logrado su objetivo y an llegado a su destino, Idhun. Ahora tendrán que enfrentarse a su enemigo, Ashran. Como recibirán los rebeldes de la resistencia el amor entre Kirtash y Victoria?