HUMANIDAD

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Victoria se dejó caer junto a Jack, sombría. El muchacho la miró.
-¿Qué te pasa?
-Nada -gruñó ella-. Que ha sido un día espantoso.
-Y que lo digas -suspiró Jack; hizo una pausa y añadió-: Parece que Shail sigue de mal humor. Alexander ha estado hablando con él. Le ha contado todo lo que ha pasado, creo que para distraerlo y darle otras cosas en qué pensar.
El corazón de Victoria dio un vuelco.
-Tengo que ir a verle.
-Ahora no, Victoria. Está con Zaisei, parece que ella quería decirle algo importante.
Victoria apretó los puños.
-¿Y qué va a decirle? ¿Que es un héroe por haberse sacrificado por la Resistencia? ¡Maldita sea! Ninguno de nosotros quiere ser un héroe. Y él menos que nadie.
Jack se quedó mirándola, un poco sorprendido por la rabia que reflejaba su rostro. Intentó pasarle un brazo por los hombros, pero ella se apartó de él, volviendo la cabeza bruscamente y encogiéndose sobre sí misma. Jack se dio cuenta de que había estado llorando. Era evidente que había tratado de disimularlo, secándose los ojos y lavándose bien la cara con agua del río. Pero a Jack no podía engañarlo. Con un suspiro, la abrazó, venciendo la débil resistencia de ella.
-¿Qué te ha hecho esta vez? -le preguntó en voz baja.
Victoria parpadeó para retener las lágrimas, y Jack supo que había dado en el clavo. Se dio cuenta de que ella trataba de hablar, pero no podía, porque tenía un nudo en la garganta.
-No quiero hablar de ello -logró decir.
-¿No confías en mí?
Ella bajó la cabeza. Seguía sin mirarlo. Jack sospechaba que, si sus ojos se encontraban, Victoria no sería capaz de retener las lágrimas. La abrazó con más fuerza, maldiciendo en silencio al shek por seguir haciendo daño a la muchacha.
-Claro que confío en ti -susurró ella-. Es sólo que no quiero molestarle con estas cosas. No tienes... no tienes por qué aguantarlo. No es justo.
«No es justo que yo tenga que curarlas heridas que él le causa-, comprendió Jack.
-No me importa -dijo, atrayéndola hacia sí-. Llora, si es lo que necesitas.
-No quiero llorar.
Pero era tan evidente que tenía el corazón roto que Jack no le hizo caso, y guió el rostro de ella hacia su hombro. La sintió temblar un instante, luego su cuerpo sufrió una pequeña sacudida... y Victoria comenzó a llorar, suavemente y en silencio, como si se sintiera avergonzada de su propio dolor. Jack la dejó desahogarse un rato, y luego le preguntó en voz baja:
-¿Es por algo que te ha dicho?
Sabía que no debía preguntar, pero no pudo evitarlo. Sentía una siniestra curiosidad por saber qué había motivado la caída de su rival.
Victoria titubeó. No podía contarle a Jack que había visto a Christian con Gerde. Porque, a pesar del dolor que eso le había causado, tenía la esperanza de que el joven no los hubiera traicionado, de que siguiera con la Resistencia... a su manera, claro. Pero tal vez Jack no lo entendiera como ella.
Comprendió entonces, de golpe, que no le había molestado tanto el hecho de ver a Christian con otra mujer, como el detalle de que esa otra fuera Gerde.
«Puedo entender que se vaya con otra -reflexionó, mientras la mano de Jack acariciaba su cabello con suavidad, calmándola- Puedo asimilarlo y no tengo derecho a reprochárselo, puesto que yo sé, mejor que nadie, lo que significa amar a dos personas a la vez. Pero ¿por qué Gerde?»
Gerde había tratado de matarla en varias ocasiones, y volvería a hacerlo, si se le presentaba la oportunidad. La había torturado brutalmente, había disfrutado viéndola sufrir.
Y no era la primera vez que Victoria veía a Christian besando a Gerde. La vez anterior había sabido que lo había perdido; que, independientemente de lo que el shek hiciera con su cuerpo, su corazón había dejado de pertenecerle. En cambio, ahora...
«Quizá seas capaz de comprender por fin hasta qué punto soy tuyo», había dicho él.
Victoria se estremeció. ¿Lo había dicho en serio? Si de verdad la quería, ¿por qué la había traicionado, por qué estaba tan a buenas con la aliada de Ashran?
Sacudió la cabeza, confusa.
-Odio que te haga daño -dijo entonces Jack, interrumpiendo sus pensamientos.
-No es culpa suya...
Jack dejó escapar un suspiro exasperado.
-¿Cuántas cosas más vas a perdonarle?
Victoria cerró los ojos y recostó la cabeza en su hombro.
-No lo sé, Jack. De veras, no lo sé. Quizá debería haber aprendido la lección hace ya mucho tiempo, debería haber sabido que somos muy diferentes y que lo nuestro no puede funcionar. Sí, me ha hecho daño, y soy tan estúpida que sólo puedo pensar en que ya lo estoy echando de menos, en que tal vez lo haya perdido para siempre...
Se le quebró la voz.
-Debes de quererle mucho -comentó Jack en voz baja.
-Sí, Jack. Lo siento.
Hubo un breve silencio.
-Vale -dijo Jack entonces-. Puedo asumirlo. Lo veía venir, de todas formas.
Victoria entendió de golpe lo que el chico le estaba diciendo, y se separó bruscamente de él.
-Pero...
-No, no digas nada. Está claro lo que sientes, está claro que es a él a quien quieres. Pero ojalá tuviera la certeza de que esa serpiente puede hacerte feliz; me quedaría mucho más tranquilo.
-Pero...
-Sigo sin entender cómo eres capaz de perdonarle tantas cosas, pero si puedes hacerlo, eso sólo puede ser amor, de forma que no me queda más remedio que...
-¡Pero es que no lo entiendes! -casi gritó Victoria.
Cerca de la hoguera había un grupo de van que jugaban a un extraño juego con piedras pintadas, hablando muy deprisa y gesticulando mucho, pero se callaron todos a una y se volvieron para clavar en ellos sus ojos brillantes como carbones encendidos. Victoria enrojeció.
-No lo entiendes -repitió, bajando la voz; los yan reanudaron su juego-. Te quiero a ti también. Con locura. No quiero que pienses ni por un segundo que no siento nada especial por ti, porque...
No fue capaz de seguir hablando. Bajó la mirada, confusa. Sintió que Jack le acariciaba el pelo, y se dejó llevar por su caricia. Antes de que pudiera darse cuenta, se estaban besando, con suavidad, con dulzura. Se separaron, respirando entrecortadamente, e intercambiaron una mirada llena de cariño y complicidad.
-No quiero hacerte daño -suspiró Victoria, apoyando la cabeza sobre su hombro.
Jack se había-quedado sin habla, maravillado. Ninguna palabra, ninguna mirada, podían revelarle tanto acerca del corazón de Victoria como aquel beso que habían compartido.
Ahora sabía que ella no fingía, no estaba jugando, iba en serio. Lo que sentía por él seguía estando ahí, era real y verdadero. Y muy intenso.
-Todavía me quieres -dijo, feliz.
-Y tanto -sonrió ella, ruborizándose un poco-. Todo sería mucho más sencillo si pudiera quererte solamente a ti. ¿Verdad?
Jack calló, pensando, al mismo tiempo que la abrazaba con fuerza y acariciaba su cabello oscuro. El corazón le latía muy deprisa mientras terminaba de asimilar el hecho de que Victoria todavía lo amaba.
-Creo que aún no estás preparada para elegir -dijo por fin. -¿Entonces...?
Jack dudó. Era su oportunidad, no debía dejarla escapar. Pero Victoria sufría por Christian, lo echaba de menos, lo quería de veras. Igual que él a ella. Suspiró para sus adentros. Qué diablos, pensó.
-... Entonces, deberías ir a hacer las paces con Christian -concluyó-. Además... -titubeó un poco antes de seguir-, no está pasando por un buen momento.
Por la mente de Victoria cruzó de nuevo, fugaz, el recuerdo de Christian besando a Gerde. Frunció el ceño, preguntándose ni aquélla era la manera que tenía él de conjurar los malos momentos; pero Jack no había terminado de hablar.
-No sé lo que ha pasado entre vosotros, pero lo único que sé acerca de Christian, lo único que comprendo... es que está loco por ti. Creo que eso no debes dudarlo jamás.
Victoria se quedó mirándolo un momento.
-Jack, ¿cómo...? -No le salieron las palabras, y probó otra vez-: ¿Por qué me dices esto? ¿Precisamente tú?
-Porque soy tu mejor amigo, y tengo que cuidar de ti -sonrió él.
Victoria sonrió otra vez. Lo abrazó con todas sus fuerzas, lo besó de nuevo, con cariño.
-Gracias, Jack -susurró.
Después, se levantó y se alejó hacia la espesura, en busca de Christian. Jack se quedó de nuevo solo junto a la hoguera, contemplando el lugar por donde se había marchado, preguntándose si había hecho bien, y sintiéndose tremendamente estúpido por haber dejado pasar la oportunidad.
Recordó lo que el Padre le había contado acerca de Christian. El shek tenía una forma muy particular de demostrar su amor... pero amaba intensa y dolorosamente a Victoria. Cada día que pasaba, Jack estaba más convencido de ello.
Los dos eran muy diferentes, y se habían hecho mucho daño el uno al otro. Y volverían a hacérselo, una y otra vez, aunque no lo quisieran. Pero nunca dejarían de amarse, por mucho dolor que pudiera causarles aquella relación. Jack suspiró, cansado. Sabía que Christian había herido a Victoria en varias ocasiones, pero sabía también lo mucho que el shek había sufrido por ella. Y, sin embargo, separarlos sería peor para ambos, mucho peor... Jack conocía lo bastante bien a Victoria como para saber esto, y la quería lo suficiente como para no desearle tanto sufrimiento.
«Quizás es ése mi problema», se dijo, abatido.


De camino, Victoria pasó junto a la cabaña de Shail, y se le ocurrió que, si Zaisei ya se había marchado, podría intentar hablar con su amigo. Se acercó en silencio, preguntándose qué podía decirle...
-...Tienes que hablar con ella -dijo entonces una voz desde el interior-. Tienes que convencerla de que deje atrás al shek.
Victoria se detuvo en seco y se arrimó a la pared de la cabaña, ocultándose entre las sombras. Había reconocido aquella voz: era la suave voz de la sacerdotisa celeste. Y la chica estaba segura de que hablaban de Christian.
-Ese muchacho la ha protegido de Ashran mucho mejor que cualquiera de nosotros -respondió la voz de Shail, y Victoria detectó un tono amargo en sus palabras-. ¿De verdad crees que podéis sacarla de aquí, separarla de sus amigos, llevarla al Oráculo y pensar, siquiera por un instante, que estará más segura o será más feliz?
-El Oráculo está protegido por las diosas -replicó Zaisei, y su voz, habitualmente dulce, sonó ahora fría y severa-. Ellas lo han guardado de Ashran y los sheks para que fuera un refugio seguro para Lunnaris.
Shail resopló, malhumorado.
-No me hagas reír. Los dioses nos abandonaron hace mucho tiempo, y lo sabes. Si el Oráculo sigue en pie es porque los sheks tienen interés en que así sea.
-¿Cómo te atreves a dudar de los dioses? -le reprochó ella, sin levantar la voz-. Oh, los magos sois tan arrogantes... creéis que vuestro poder superior os da derecho a cuestionar a los Seis. Y es vuestra ambición y descreimiento lo que ha amenazado tantas veces la paz de Idhún.
Shail suspiró, y Victoria adivinó que no era la primera vez que él y la sacerdotisa mantenían aquella discusión.
-¿Y qué hay de Jack? -preguntó el mago, cambiando de tema-. ¿También vais a separarla de él?
-El dragón vendrá con nosotras, por supuesto. Pero de ninguna manera podemos permitir que ese shek se acerque a Lunnaris, nunca más.
Victoria sintió como si un puñal de hielo le desgarrara el corazón. Comprendió que no soportaría que la apartaran de Christian, que la obligaran a romper su relación con él.
«¿Cuántas cosas más vas a perdonarle?», había dicho Jack.
Victoria sonrió con tristeza. «Al menos una más», pensó.
Prestó atención a la conversación de la cabaña, porque Shail seguía hablando.
-Sabes lo que Victoria siente por él. Sabes que él la corresponde. Lo sabes, Zaisei, lo has leído en su corazón. ¿Y aun así hablas de separarlos?
-Es una relación que sólo les causará dolor a ambos... y a Yandrak.
Hubo un breve silencio. Victoria cerró los ojos.
Shail dijo entonces:
-Es un error. No podéis presentarlos en el Oráculo y esperar que los dioses hagan el resto. Tenemos que luchar, organizar una rebelión, desafiar a Ashran en una guerra abierta.
-¡Luchar! ¡Guerra! -repitió Zaisei, horrorizada-. Sin duda no será necesario nada de todo esto, ahora que Yandrak y Lunnaris han regresado, ¿verdad?
-No seas ingenua -replicó Shail, con dureza-. ¿Por qué crees que Gaedalu quiere llevarse a Victoria al Oráculo? Los varu siempre se han sentido a salvo en sus ciudades submarinas, pero eso se ha acabado. ¿Crees que no lo sé? Los sheks han conquistado el continente, pero también pueden moverse bajo el agua y ahora quieren conquistar el mar. Atacaron Dagledu y paralizaron a todos sus habitantes con su poder telepático. Y otras ciudades del Reino Oceánico se están rindiendo también. El Oráculo de la Clarividencia está junto al mar, cerca de la capital de los varu.
-Eres retorcido, Shail -le echó en cara la sacerdotisa-. ¿Cómo puedes hablar así de la Madre? ¡Ella actúa por el bien de todo Idhún! Siempre estás pensando mal de todo el mundo.
-Y así es como la Resistencia ha logrado sobrevivir -respondió Shail con sequedad-. Vosotros lleváis quince años bajo el dominio de los sheks y os estáis acostumbrando a ellos... pero para nosotros ha pasado mucho menos tiempo y todavía tenemos fuerzas para luchar. Y eso es lo que haremos, ¿entiendes? Nuestra fuerza radica en que peleamos todos juntos. No debemos separarnos. Christian es de los nuestros; me salvó la vida en una ocasión, y sus sentimientos por Victoria son sinceros.
Victoria tembló un momento, recordando que acababa de ver juntos a Christian y Gerde. Intentó no pensar en ello.
-Es un shek, Shail -dijo Zaisei suavemente-. No, no dudo de sus sentimientos por Lunnaris, porque todos los celestes hemos podido percibirlos. Pero, dime, ¿cuánto tardará en aflorar de nuevo esa parte de su ser que rinde adoración al Séptimo? ¿Cuánto tardará en dejarse llevar por su instinto y atacar a Yandrak?
Shail guardó silencio, y Victoria no lo consideró una buena señal.
-Has hecho un gran trabajo, amigo mío -dijo ella con dulzura-. Los habéis traído de vuelta, sanos y salvos. Ahora, vuestra misión ha concluido. Dejad que otros más poderosos y más sabios cuiden de ellos en vuestro lugar.
-Quería estar a su lado cuando se enfrentase a Ashran -dijo Shail en voz baja.
-Son el último dragón y el último unicornio. ¿De verdad crees que es una buena idea enfrentarlos a Ashran, correr el riesgo de perderlos?
-Pero la profecía...
-La profecía se cumplirá de todas maneras, porque es la voluntad de los dioses. En el Oráculo, sin duda, se nos revelará cómo...
-¡Deja de hablar de los dioses! -casi gritó Shail-. ¡Los dioses no hicieron nada el día de la conjunción astral, no nos ayudaron a enviarlos a otro mundo, y tampoco nos pusieron las cosas fáciles para encontrarlos y traerlos de vuelta! Dime, Zaisei, si existen los dioses... ¿dónde estaban el día que Ashran exterminó a todos los dragones y todos los unicornios? ¿Por qué nos abandonaron?
Hubo un silencio tenso. Entonces, Victoria, conteniendo el aliento, oyó el suave murmullo de la túnica de la sacerdotisa, y se pegó aún más a la pared. La vio salir de la cabaña de Shail, y le pareció que había lágrimas brillando en sus bellos ojos violetas.
Esperó a que se perdiera de vista, y entonces entró ella en la vivienda. Se detuvo un momento en la puerta, indecisa.
Shail estaba tendido sobre el jergón; una suave manta le cubría hasta la cintura, por lo que Victoria no pudo ver los resultados de la intervención. Pero sí apreció el gesto de amargura de su amigo, y el brillo febril de sus ojos castaños, que destacaban en su pálido rostro.
-Hola, Vic -dijo él-. Pasa.
Ella lo hizo, llena de remordimientos por haber estado espiando.
-Qué cara traes -sonrió Shail-. ¿Por casualidad no estarías escuchando conversaciones ajenas?
Victoria se ruborizó.
-Yo... bueno, me pareció que, a pesar de ser una conversación ajena, me incumbía bastante.
-Y tenías razón -asintió Shail.
Victoria se sentó junto a él.
-Creo que has sido un poco duro con ella -opinó en voz baja.
La expresión del mago se suavizó un tanto.
-No puedo evitarlo -admitió-. A veces tengo la sensación de que los celestes no deberían existir en este mundo, es demasiado malvado para ellos.
-El Padre de la Iglesia de los Tres Soles es un celeste -le recordó Victoria.
-Sí, y lo ha pasado muy mal, pobre hombre. Ser Venerable no es más que otro puesto de poder, igual que tener a cargo una de las torres de hechicería, igual que ser rey de algún país. Ha-Din está en contra de todo tipo de violencia. Imagina lo que supone para él ser el líder de una Iglesia en tiempos de guerra.
-Me da la sensación de que Gaedalu le come terreno -opinó Victoria.
-Por supuesto que es así. Y no ayuda el hecho de que tanto el Oráculo de los Pensamientos, que pertenecía a la Iglesia de los Tres Soles, como el Gran Oráculo, que era un centro compartido por ambas Iglesias, hayan sido destruidos. El que queda en pie, el Oráculo de la Clarividencia, es la sede de la Iglesia de las Tres Lunas. Muchos fieles han interpretado que las diosas tienen más poder que los dioses, que ellas pueden protegerlos mucho mejor que la tríada solar. Gaedalu ha ganado mucho poder últimamente.
-Quiere llevarnos a Jack y a mí al Oráculo, ¿verdad? Quiere separarnos de vosotros.
-No es la única que tiene planes para vosotros. Alexander me ha contado que Allegra ha estado hablando con él acerca del Archimago. Por lo visto, está muy trastornado.
-¿Por qué?
-Es el último Archimago que queda. El último de los que se formaron en la Torre de Drackwen. Sabes lo que eso significa.
Victoria asintió. Conocía la historia. Las Iglesias tenían tres Oráculos, los magos tenían tres torres de hechicería, y así se mantenía el equilibrio entre el poder sagrado y el poder mágico. Pero tiempo atrás, la Orden Mágica había edificado una cuarta torre en el corazón de Alis Lithban, el bosque de los unicornios, el lugar más poderoso de Idhún. El equilibrio entre ambas fuerzas se había roto. Los hechiceros que habían recibido allí su educación sobresalían por encima de los magos de las otras torres; con el tiempo, se demostró que habían desarrollado su poder más allá del de los magos corrientes, y se les llamó Archimagos. Cuando, debido a la presión de los sacerdotes, la Orden Mágica accedió a clausurar la Torre de Drackwen, había ya cerca de una veintena de Archimagos en Idhún. Ninguno de ellos tenía especial interés en reabrir la escuela de la Torre de Drackwen; no les convenía que ésta generara más Archimagos que pudieran disputarles el poder.
Así, con el tiempo, los Archimagos, a pesar de su extraordinaria longevidad, fueron desapareciendo poco a poco. En los tiempos de la conjunción astral ya sólo quedaban tres. Dos de ellos gobernaban la Torre de Kazlunn y la Torre de Awinor. El tercero era Qaydar.
-A Qaydar le ofrecieron el gobierno de la Torre de Derbhad -le explicó Shail-, pero lo rechazó, porque no le interesaba la política, sólo el estudio de la magia. Así que fue tu abuela quien se encargó por fin de la escuela.
»Pero las tres torres han caído, y Ashran ha resucitado la cuarta torre, aquella que jamás debería haber sido edificada. Hasta hace poco, los tres Archimagos dirigían lo que quedaba de la Orden Mágica desde la Torre de Kazlunn. Sabes que hace menos de una semana que Ashran la conquistó. Alexander me ha contado que los otros dos Archimagos murieron en el ataque, y que sólo Qaydar sobrevivió.
-Entiendo -susurró Victoria, inquieta.
-La Orden Mágica está a punto de desaparecer, Victoria. Sus símbolos de poder han sido destruidos o conquistados por el enemigo. La responsabilidad de salvar la Orden ha caído sobre los hombros de Qaydar, el último Archimago... y me temo que se la va a tomar muy en serio. Parece ser que se le ha ocurrido la genial idea de organizar un ataque para recuperar la Torre de Kazlunn.
Victoria se quedó de piedra.
-¡Qué! -pudo decir.
-Está seguro de que, si vosotros lideráis esa batalla, nada puede salir mal -gruñó Shail-. Se han vuelto todos locos, Victoria. Os ven como los salvadores que liberarán Idhún pero, como nadie tiene ni la menor idea de cómo ni cuándo sucederá eso, todos están convencidos de que, hagáis lo que hagáis, os va a salir bien, porque sois aquellos de los que hablaba la profecía.
-Pero eso es... absurdo -musitó ella-. Además, ¿por qué todo el mundo planea nuestro futuro sin consultárnoslo? ¿No tenemos bastante con ser parte de un destino que ninguno de nosotros ha elegido?
El semblante de Shail se endureció de pronto.
-No importa que haya o no un destino -dijo-. Todos los días tomamos decisiones sobre cosas que nos parecen banales.... y que pueden cambiar nuestra vida para siempre. Por ejemplo, a mí hace unos años mis maestros me concedieron unos días de asueto. Pensé en ir al bosque de Alis Lithban a renovar mi magia. Pensé también en visitar a mis padres en Nanetten. Al final... fui a Alis Lithban.
Victoria entendió. La conjunción astral que había aniquilado a dragones y unicornios había sorprendido a Shail en Alis Lithban... donde había descubierto a una pequeña unicornio que, milagrosamente, todavía sobrevivía a la destrucción. Y había optado por rescatarla. Y sus vidas habían quedado ligadas desde entonces, tal vez para siempre.
-Muchas veces -prosiguió Shail, como si estuviera pensando lo mismo que ella-, las decisiones que tomas, por muy correctas que te parezcan, te conducen directamente al desastre.
Hubo un breve y pesado silencio. Victoria cerró los ojos un momento, algo desconcertada por el brusco cambio de humor de su amigo, pero sintiéndose herida y muy, muy culpable.
-Lo siento mucho, Shail -susurró; el mago volvió hoscamente la cabeza-. Nunca te he dado las gracias por todo lo que has hecho por mí. Por haberme salvado el día de la conjunción astral, por haberme enseñado tanto... por haberte jugado la vida por mí tantas veces. Si pudiera...
-Pero eso ya pasó -cortó Shail-. Es obvio que no lo he hecho tan bien como se esperaba, así que probablemente lo mejor sea que te vayas con ellos, con la Madre, con el Archimago, con quien sea. Tienes donde elegir.
-¿Qué...?
-Tal vez tengan razón -prosiguió Shail, implacable-. Y deba dejar la Resistencia en manos de otras personas. Al fin y al cabo, me parece que ya he hecho bastante.
Victoria guardó silencio un momento, mordiéndose el labio inferior.
-Entiendo -dijo en voz baja-. Muchas gracias por todo, Shail. No volveré a causarte problemas.
No lo dijo con resentimiento, ni con reproche. La misma Victoria se sentía incómoda con tanta gente dándolo todo por protegerla, y las palabras de Shail no hacían sino confirmar sus propios sentimientos al respecto. El mago tenía razón. Ya había perdido demasiado por su culpa.
-Buenas noches -susurró Victoria, y salió de la cabaña.
Shail no contestó. Respiró hondo y cerró los ojos, arrepintiéndose enseguida de lo que le había dicho, pero demasiado cansado como para, rectificar. Se sentía tan impotente y tan furioso consigo mismo que le costaba pensar con claridad, y ya hacía bastante rato que le dolía la cabeza. Había quedado inválido, pero todos se empeñaban en tratarlo como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, por más que se esforzaran, Shail seguía leyendo la conmiseración en sus ojos, y eso lo ponía furioso. Y Zaisei...
Hundió el rostro en las sábanas. Había sido duro volver a verla, y más en aquellas circunstancias. Jamás olvidaría el pánico que había sentido al retirar la manta y descubrir que le faltaba una pierna, pero, sin duda, lo peor de todo había sido ver la lástima y la compasión en el rostro de la sacerdotisa.


Victoria encontró a Christian en el mismo lugar de su última conversación. El joven se había sentado en la enorme roca sobre el río, y examinaba su espada bajo la luz de las tres lunas. La chica se detuvo a unos metros de él y lo contempló en silencio, consciente de que, aunque no se hubiera vuelto para mirarla, Christian sabía muy bien que ella estaba allí. Respiró hondo y avanzó para sentarse junto a él. Después de la dolorosa conversación que había mantenido con Shail, se sentía más dispuesta que nunca a hacer las paces con Christian.
El chico no dijo nada, y tampoco la miró. Siguió con la vista fija en Haiass.
Victoria tragó saliva. No sabía por dónde empezar. No sabía si debía disculparse o era él quien tenía que hacerlo, pero sí tenía claro que debían arreglar las cosas, cuanto antes. Lo miró un momento y sintió que el corazón se le aceleraba. Intentó controlar sus emociones. Sabía que lo quería, más que nunca. Pero no estaba segura de qué debía hacer, o decir, para recuperar su cariño, si es que lo había perdido.
-Has recobrado tu espada -dijo por fin, con suavidad.
Christian asintió en silencio. Victoria reprimió el impulso de preguntarle acerca del precio que había tenido que pagar por ella. Desvió la mirada hacia Haiass y fue entonces cuando se dio cuenta de que el suave brillo glacial de su filo se había extinguido.
-¿Qué le pasa? -preguntó-. ¿Por qué se ha apagado?
-Está muerta -respondió él en voz baja.
-No sabía que las espadas pudieran morir.
-Las espadas mágicas están vivas de alguna manera, y por esa razón sí pueden morir. Los sheks le han arrebatado a Haiass todo su poder. La han convertido en un metal corriente, sin vida.
-¿Por qué? -susurró Victoria.
-Es un mensaje. Una manera de decirme que ya no soy uno de ellos.
Victoria se estremeció.
-Es cruel -dijo.
Christian no respondió. Victoria se quedó mirándolo, y lo vio con la cabeza gacha, los hombros hundidos. Era como si hubiera envejecido varios años de golpe. Y no se debía sólo a la espada, comprendió ella enseguida.
-Christian, ¿qué te pasa? Hace un tiempo que estás diferente. Estás... cambiando. ¿Te encuentras bien?
Por fin, el muchacho alzó la cabeza para mirarla a la cara. Y, a la luz de las tres lunas, Victoria vio que los ojos azules de él estaban húmedos, cargados de emoción y de sufrimiento. Sintió como si el corazón se le rompiera en mil pedazos.
-¿Qué te está pasando, Christian? No me gusta verte así. Si puedo hacer algo por ti...
Se interrumpió de pronto, recordando que poco antes habían discutido, que le había dicho cosas de las que luego se había arrepentido.
Y perdonó de nuevo. Perdonó el dolor que había sentido al verlo con Gerde, al recordar la horrible experiencia de la Torre de Drackwen, al evocar, sin quererlo, la helada impasibilidad de él mientras Asuran la torturaba. Lo abrazó, con todas sus fuerzas, y el joven correspondió a su abrazo, de buena gana, lo cual tampoco era propio de él. Victoria acarició su suave cabello castaño.
-Lo siento, Christian -le susurró al oído-. Lo siento muchísimo. No te comprendo, no puedo entenderte... pero quiero hacerlo, de verdad. No quiero perderte.
Él no dijo nada, y Victoria supuso que estaba enfadado con ella.
-No es verdad lo que te he dicho antes -prosiguió-. Confío en ti. Sé que me quieres. Quiero... quiero estar contigo.
-Lo sé -respondió Christian, con suavidad.
Victoria se separó de él para mirarlo a los ojos. La conmovió el inmenso amor que veía en su mirada, pero también la inquietó, recordando que él no solía manifestar sus sentimientos de forma tan abierta.
-No pareces tú mismo. Es como si...
-... Como si me estuviera volviendo más humano -completó Christian, y Victoria contuvo el aliento, comprendiendo que eso era exactamente lo que le estaba pasando.
Christian se apartó un poco de ella y desvió la mirada.
-El shek que hay en mí está muriendo -explicó-. Repudiado por los de su especie, rodeado de personas, reprimiendo su instinto una y otra vez, superado por las emociones humanas que hay dentro de mí... agoniza cada vez más deprisa. Esto no es más que un aviso de lo que me va a suceder -añadió, señalando a Haiass.
Victoria calló un momento, asimilando sus palabras.
-Debería alegrarme -dijo por fin- de que tus sentimientos estén matando a la serpiente que hay en ti. Pero no puedo hacerlo. Detesto verte sufrir así.
-Me estoy volviendo más humano -sonrió Christian-. Pero tú no te enamoraste de un humano.
Victoria quiso decir algo, pero calló, porque comprendió que tenía razón.
-Estoy sintiendo cosas que no había sentido nunca -prosiguió él-. No sólo amor, sino también... dudas, angustia, miedo... dolor. Soledad. Me siento... cada vez más perdido, más confuso. Es como si estuviese enfermo. Estoy perdiendo poder, Victoria. Lo sospechaba, pero ha sido esta noche cuando me he dado cuenta de hasta qué punto soy vulnerable.
-Gerde -adivinó Victoria.
Christian asintió.
-Me ha pedido un beso a cambio de mi espada. Un beso es sólo un beso, ¿entiendes? Sólo tiene la importancia que tú quieras darle. Puede no significar nada... o puede cambiarlo todo.
La miró intensamente, y Victoria sintió que enrojecía, recordando el primer beso que ellos dos habían intercambiado.
Y lo mucho que había significado para ambos. Y cómo lo había cambiado todo.
-Era una manera de probarme -prosiguió Christian-. Ella sabe lo que me está pasando. Y yo sabía que, en mi estado, existía una posibilidad de que su magia pudiera afectarme.
-Y, sin embargo, la has besado -dijo Victoria en voz baja; pero no era un reproche.
Christian asintió.
-Si me hubiera negado, habría confirmado sus sospechas. Le habría demostrado que es verdad, que tiene poder sobre mí. No me ha dejado otra salida.
»Su hechizo nunca me ha afectado. Cuando he estado con ella, en todo momento he hecho exactamente lo que quería hacer, he controlado siempre la situación. Hoy he perdido el control, y eso significa que soy más humano de lo que pensaba. Si no hubieses llegado tú, Gerde me habría hechizado por completo. Y no sé lo que habría pasado después. No sé si habría tenido poder para matarme, o para llevarme de vuelta a la Torre de Drackwen, para que hubiese sido Ashran quien hubiese acabado con mi vida.
Victoria respiró hondo, comprendiendo muchas cosas. Se acercó más a él, apoyó la cabeza en su hombro, le cogió la mano.
-¿Por qué has dejado que se fuera, entonces? Puede volver a hacerte daño.
Christian tardó un poco en contestar.
-Supongo que... porque me traía noticias de mi padre -respondió por fin en voz baja.
Victoria calló, asimilando aquella sorprendente declaración.
-Christian, ya sé... que es tu padre y todo eso... pero... después de todo el daño que te hizo... ¿todavía le echas de menos?
-¿Tanto te extraña? Tú estás aquí, conmigo... después de todo el daño que te he hecho.
Victoria no supo qué responder.
-Es mucho más que eso -trató de explicarle Christian-. Verás, estoy aquí, a tu lado, porque así lo he querido. Pero éste no es mi ambiente, y tu gente nunca me aceptará tal y como soy. En cambio, antes... -Calló un momento, perdido en sus pensamientos, y prosiguió-: Antes lo tenía todo claro, antes me sentía parte de algo. Antes... de que empezara a manifestarse mi humanidad.
-Lo echas de menos -entendió Victoria-. Te gustaría volver a ser un shek.
Christian le dirigió una mirada penetrante.
-¿Dejarías tú morir a Lunnaris en tu interior?
-¡Claro que no! -respondió ella de inmediato, horrorizada-. Lunnaris es parte de mí, ella... -calló de pronto, comprendiendo lo que Christian quería decir.
-Si dejara morir al shek que hay en mí -prosiguió el joven-, sería para mí como si me arrancaran medio corazón. ¿Lo entiendes?
Victoria sintió un escalofrío. Comprendió de pronto lo que Christian le estaba diciendo: que, si se volvía del todo humano, acabaría por morir sin remedio. Que obligarlo a dejar de ser lo que había sido, un ser frío y despiadado, equivalía a condenarlo a muerte. Cerró los ojos. Era demasiado cruel.
-Lo he entendido -musitó-. ¿Qué vas a hacer, entonces?
-Me parece que sé por qué me han devuelto la espada. Si consigo resucitarla, devolverle su magia... revivirá también mi parte shek. Recuperaré mi poder...
-Pero puede que regreses con ellos entonces, ¿no?
-O, como mínimo, que me aleje de la Resistencia.
-Y puede incluso... que volvieras a ser... como entonces -susurró ella.
No especificó más, pero ambos sabían a qué se refería la muchacha. Los dos recordaron una trampa, un engaño, una traición. En el corazón de Victoria todavía ardía dolorosamente la fría mirada de Kirtash, de la cual había desaparecido todo rastro de emoción.
-Es un riesgo, sí -admitió Christian-. Pero no tengo otra opción.
Victoria se estremeció sólo de pensarlo. Christian se miró las palmas de las manos, abatido.
-Me siento tan... frágil, tan vulnerable. Las emociones son cada vez más intensas, y no me dejan pensar con objetividad.
Victoria colocó una mano sobre el brazo del muchacho, intentando reconfortarlo.
-Te recuerdo como eras antes -le dijo con cariño-, con tu espada de hielo. Implacable, poderoso, invencible. Me dabas miedo. Llevabas la muerte en la mirada. Nada podía escapar de ti. Y no te arrepentías de segar vidas, estabas por encima de todo eso, del odio, del miedo, de la culpa o del perdón. Me dabas miedo -repitió-, y te odiaba, y pensaba que eras un monstruo. Y, sin embargo...
Desvió la mirada, confusa. No podía olvidar que había sido Kirtash, en su versión más fría e inhumana, quien la había entregado a Ashran. Con todo lo que ello había implicado. Cerró los ojos y maldijo a Gerde en silencio. Desde la llegada del hada al bosque de Awa estaban sucediendo demasiadas cosas que le recordaban aquella experiencia que estaba tratando desesperadamente de olvidar.
-Porque no te enamoraste de un humano -repitió Christian con una sonrisa.
Ella respiró hondo. Al diablo, pensó. Tarde o temprano lo superaría, y al fin y al cabo, él tenía razón: humano o shek, lo amaba demasiado como para dejarlo morir.
-No me gusta verte así, Christian -declaró por fin, alzando la cabeza-. Si has de marcharte para recuperar lo que has perdido... no voy a intentar retenerte. No tengo derecho a pedirte que sigas con nosotros, no puedo quedarme sentada viendo cómo te mueres por dentro.
-No sé qué hacer -confesó él-. Mi instinto me pide que me marche, que me aleje de vosotros. Pero cada día que pasa... mi deseo de estar a tu lado se hace cada vez más intenso, más insoportable. -La miró fijamente-. Eres todo lo que tengo ahora, ¿comprendes, Victoria? Eres todo lo que me queda.
Victoria, emocionada, lo abrazó con todas sus fuerzas. «No voy a darle la espalda -pensó-. A pesar de todo, no puedo dar le la espalda.»
-Lo has perdido todo por mi culpa -murmuró-, y yo no puedo corresponderte de igual manera. Es verdad; no tengo derecho a exigirte... fidelidad, ni nada que se le parezca.
Christian tardó un poco en contestar. Cuando habló, lo hizo en voz baja:
-Ya que hablamos de fidelidad, quiero explicarte algo... acerca de lo de esta noche.
-No es necesario -lo cortó ella-. Ya no me importa. Puedo asumirlo, es solo que justamente Gerde...
-Escúchame, Victoria, porque quiero dejar claras algunas cosas. ¿De acuerdo?
La voz de él sonaba severa, y Victoria guardó silencio.
-Nunca te he sido fiel -dijo Christian-. Mi idea del amor no tiene nada que ver con el compromiso, con las ataduras, con la fidelidad. Ha habido otras mujeres, ¿Entiendes? Sin rostro, sin nombre. Para mí se trataba solamente de satisfacer una serie de necesidades físicas.
»Nunca te he sido fiel, ni lo seré en el futuro. Pero te soy leal. ¿Entiendes la diferencia? Lucharé por ti, a tu lado, por defender tu vida. Aunque esté lejos, pensaré en ti. Mataré y moriré por ti, si es necesario. ¿Me explico?
Victoria se había quedado sin aliento, tratando de asimilar todo lo que él le estaba diciendo, de modo que no respondió.
-No te dejes engañar por nada de lo que veas, por nada de lo que oigas, ¿me oyes? Mientras siga siendo Christian, mientras lleves mi anillo, seguiré siendo tuyo, por muy lejos que esté, por muchos besos que dé. ¿Me comprendes?
Victoria asintió, pero todavía se sentía muy confusa, y se apartó un poco de él, mientras esperaba a que los latidos de su corazón recuperasen su ritmo normal.
Christian no se lo permitió. La cogió por los hombros, la acercó a él, tanto que sus rostros casi se rozaban.
-¿Y tú? -le preguntó en voz baja-. ¿Envidias a Gerde? ¿Estarías dispuesta a darme lo que ella me ofrecía?
Victoria jadeó, comprendiendo lo que le estaba pidiendo, y trató de apartarse de Christian, pero sentía como si un poderoso imán la mantuviese pegada a él. Cerró los ojos un momento, intentando controlar sus emociones. Una parte de ella deseaba dejarse llevar, entregarse a él, a sus caricias, a sus besos... a lo que llegara después. Pero también tenía miedo, mucho miedo.
Yo... -pudo decir, y se dio cuenta de que tenía la boca seca-. Creo que aún no estoy preparada. -Se sintió mejor cuando lo dijo, aunque, cuando él se separó un poco de ella, no pudo reprimir un leve suspiro de decepción-. Sólo tengo quince años, Christian.
Temió que él se ofendiera, que le volviera la espalda, que se diera cuenta, por fin, de que Victoria no era más que una niña, y no la mujer que él esperaba encontrar en ella. Pero Christian sonreía.
-Sabía que dirías eso. No tengo prisa, criatura. Y nunca te obligaré a entregarme nada que no quieras darme.
-Pero puedo darte un beso -dijo ella, con una tímida sonrisa-. Si lo quieres, claro.
Calló, porque Christian se había acercado a ella de nuevo, y la miraba con una intensidad que la dejó sin aliento.
-¿Tienes idea de lo que sería capaz de dar por un beso tuyo?
Victoria quiso decir algo, pero no le salieron las palabras. Se sentía hechizada por la mirada de Christian y, aunque ya no vio el hielo que solía haber en sus ojos, todavía los encontraba fascinantes.
Le sonrió.
-¿Qué serías capaz de dar? -susurró-. Si te doy un beso... ¿qué me darías a cambio? -Christian fue a hablar, pero ella le selló los labios con los suyos, suavemente-. Como mínimo -concluyó, cuando se separaron-, podrías devolvérmelo.


Jack no podía dormir. Había arrastrado su jergón hasta la entrada de su cabaña, un redondo agujero abierto en aquel extraño material sedoso, y se había tumbado allí, contemplando las estrellas y las tres lunas a través de los resquicios que dejaba la bóveda vegetal del bosque de Awa. Se sentía como en una tienda de campaña, y añoró los campamentos de verano a los que solía acudir cuando vivía en Dinamarca.
Llevaba toda la noche dándole vueltas a una idea que había surgido en su mente, un plan descabellado, pero que, cuanto más perfilaba, más atractivo le parecía. Lo peor del proyecto era, sin embargo, que no podía compartirlo con Victoria, porque sabía que, si lo hacía, ella no le permitiría llevarlo a cabo.
Como un fantasma, la sombra de la muchacha apareció en la entrada de la cabaña. Jack se sobresaltó, como si sus pensamientos hubieran conjurado aquella presencia.
-Jack? -susurró la sombra, y Jack se dio cuenta de que era Victoria, la de verdad-. Hola, ¿puedo pasar?
-Claro. Entra -la invitó el chico, haciéndose a un lado para dejarle un poco de espacio.
La cabaña no era muy amplia, lo justo para poder tenderse en el suelo y dormir, pero había sitio para los dos.
-Gracias -murmuró ella, echándose a su lado; titubeó antes de pedirle-. ¿Puedo pasar la noche aquí contigo?
Jack tardo un poco en contestar, y Victoria se apresuró a aclarar:
-Pasar la noche nada más. Charlar un poco y dormir.
-Lo había entendido a la primera -respondió Jack, azorado, agradeciendo que estuviera lo bastante oscuro como para que Victoria no viera que se había puesto colorado.
Victoria enrojeció también. Desde la insinuación de Christian, no había podido evitar pensar que Jack no tardaría en proponerle algo semejante, y eso la ponía nerviosa.
-Sí, bueno... He visto a Shail -dijo ella, cambiando de tema-. Está... distinto.
Su semblante se entristeció al recordar las duras palabras que él le había dirigido. Jack lo notó.
-Sigue de mal humor, ¿verdad? -dijo, con suavidad-. ¿Qué te ha dicho?
Victoria abrió la boca, dispuesta a contarle que habían discutido, pero se lo pensó mejor. Le habló a Jack de la conversación que había oído a escondidas, y de lo que Shail le había contado acerca de los planes de la Madre Venerable y el Archimago.
-No me gusta -opinó Jack-. ¿Por qué no vienen a hablar directamente con nosotros? Me da mala espina. Y esa sacerdotisa... qué pena, me parecía que su preocupación por Shail era sincera.
-Y lo es, seguro -sonrió Victoria-. Se conocían de antes, ¿verdad?
-Eso parece. En cualquier caso, me da la sensación de que, aunque se lleven bien, están en bandos distintos.
-Magos y sacerdotes -asintió Victoria-. Por lo que tengo entendido, siempre ha habido cierta rivalidad entre ellos. Pero creo que Shail y Zaisei se gustan.
-¿Se gustan? Pero si son de razas distintas. Él es humano, y ella es una celeste.
-¿Y?
Jack se detuvo un momento, sorprendido, asimilando aquella nueva perspectiva.
-No es tan raro que se formen parejas mixtas entre distintas razas -prosiguió Victoria-. Mira al Archimago, ¿por qué crees que tiene el pelo de ese color tan raro?
-En un mundo donde hay tres soles y las serpientes vuelan, a mí no me pareció raro que alguien tuviera el pelo de color verde -opinó Jack, sonriendo.
-Creo que tiene algo de sangre feérica. Tal vez un abuelo, o una abuela.
«Mezcla de razas», pensó ella, inquieta, recordando que era medio unicornio, que Jack era medio dragón... Recordando que Christian, un híbrido de shek y humano, también podía sentirse atraído por un hada. Sacudió la cabeza para no pensar en ello.
Jack suspiró y se dio la vuelta hasta quedar tumbado boca arriba. La atrajo hacia sí, y Victoria se acomodó entre sus brazos y apoyó la cabeza en su pecho, con un suspiro.
-Creo que tardaré bastante en aprenderme las reglas de este lugar.
-Eso te pasa por no haber frecuentado más la biblioteca de Nimbad.
-Nunca pensé... que tuviera que quedarme aquí mucho tiempo -murmuró el chico-. Dime, Victoria... cuando todo esto acabe, ¿qué haremos?
Victoria calló un momento, pensativa. Luego dijo:
-No lo sé. Supongo que yo... tendré que quedarme aquí. El futuro de la magia en Idhún depende de mí. Soy la única que puede consagrar a más magos. Aún no sé cómo hacerlo, pero sospecho que no debe de ser muy diferente de curar. Quizá sea cuestión de canalizar más cantidad de energía.
-¿Y cómo vas a elegir a los futuros magos? ¿Les harás un examen, o algo así?
Victoria rió en voz baja, pero no contestó a la pregunta.
-Cuando vivía en Silkeborg -susurró el muchacho-, pensaba que de mayor sería médico, o biólogo, o quizá veterinario, como mi madre. Pero entonces llegaron ellos y mataron a mis padres, y Alexander me dijo que yo no debía volver a casa, porque en realidad habían ido a matarme a mí.
Victoria contuvo el aliento. Tras una breve pausa, Jack prosiguió:
-Y me robaron mi vida y mis sueños. Me lo quitaron todo. Nunca me gustó especialmente ir a la escuela, pero lo daría todo por volver a estudiar, por recuperar estos tres años que he perdido, por ir a la universidad y llevar una vida normal. En Silkeborg todavía me queda familia, ¿sabes? Mis tíos, mis abuelos... Hace tres años que no saben nada de mí, piensan que estoy muerto, igual que mis padres. Durante mi viaje por Europa los llamé varias veces por teléfono. Me bastaba con oír la voz de alguien, saber que estaban bien. Marcaba y esperaba a que alguien contestara, pero no tenía valor para decir: «Soy yo, Jack, estoy aquí. Ahora he de ir a salvar un mundo oprimido por un malvado hechicero, pero cuando todo esto pase volveré...».
Se le quebró la voz. Victoria le abrazó con más fuerza, y el chico concluyó, sobreponiéndose:
-... Así que colgaba enseguida, sin una palabra. Quiero creer que regresaré con ellos algún día. Sé que tú te quedarás aquí. Es lógico, nada te ata a la Tierra. Incluso tu abuela ha resultado ser idhunita. Pero yo... sabes, a veces pienso que es por eso por lo que no puedo transformarme en dragón. Tengo miedo de convertirme en Yandrak para siempre. Tengo miedo de no poder regresar a casa, simplemente como Jack. ¿Comprendes?
Victoria asintió en silencio. Jack agradeció su presencia, y le acarició el pelo con cariño. Quiso hablarle del sueño que lo había acosado en las últimas noches, pero no lo hizo, para no preocuparla.
En su sueño, él y Victoria se enfrentaban a Ashran en la batalla final. Soñaba que su amiga se transformaba en Lunnaris, hermosa pero temible, y que plantaba cara al Nigromante con su largo cuerno perlino temblando de ira como un relámpago en la noche. Pero no podía derrotar a Ashran sola. Y Jack se quedaba allí, paralizado, viendo cómo el Nigromante mataba a Victoria de cien maneras diferentes, mientras él seguía siendo incapaz de acudir en su ayuda bajo la forma de Yandrak, el dragón dorado.
Recordó entonces a Victoria peleando en la Torre de Kazlunn, montada sobre el lomo de Christian, que se había transformado en shek con insultante facilidad. Y cómo Jack había intentado despertar al dragón en su interior, sin éxito. Y la voz de Christian: «¡Transfórmate, Jack! ¡Así no puedes luchar contra ellos!».
En aquel momento, Jack había comprendido que sus pesadillas estaban muy cerca de hacerse realidad. Y había tenido la fugaz visión de Christian y Victoria enfrentándose juntos al Nigromante, derrotándole, haciendo cumplir la profecía y sellando el destino que los uniría para siempre.
Lo cual contradecía no sólo el vaticinio de los Oráculos, sino también las pesadillas de Jack, de alguna manera.
Porque, en ellas, el Nigromante tenía siempre la cara de Christian.
Trató de apartar aquellos pensamientos de su mente.
-Pero no hablemos del futuro -dijo, con una sonrisa forzada-. Todavía no sabemos ni qué es lo que haremos mañana, ¿no? Dime, ¿has arreglado las cosas con Christian?
-Sí -dijo Victoria, y Jack vio un brillo cálido en sus ojos-. Pero no quiero hablar de él, Jack. Esta noche, no. Quiero hablar de ti... de ti, y de mí.
Se acercó más a él para besarle con ternura; el gesto cogió a Jack un poco por sorpresa, pero no tardó en recuperarse, para disfrutar de aquel inesperado regalo. Cuando Victoria se separó de él, suavemente, Jack inspiró hondo y la contempló, tendida a su lado, iluminada por la luz de las tres lunas.
-Me encanta que vuelvas a ser cariñosa conmigo -dijo el chico, con franqueza.
Ella desvió la mirada.
-Siento haber estado tan fría últimamente. Es que... no quería daros celos. A ninguno de los dos. Pero es muy duro amar a alguien y no poder demostrárselo, así que... -Calló un momento, y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos-. Sólo estoy intentando -susurró- actuar de acuerdo con mis sentimientos. Te quiero muchísimo, Jack. Y también quiero muchísimo a Christian. Estoy tratando de... repartirme entre los dos, de daros a ambos lo que queréis de mí. Antes he estado un rato con Christian... también he pasado toda la noche pensando en él, preocupada por lo que había pasado entre nosotros... y eso no es justo, no es justo para ti, así que ahora quiero dedicarte mucho tiempo solamente a ti, a estar contigo. Sólo contigo. ¿Entiendes?
-Entiendo -dijo Jack; sonrió al ver el apuro de Victoria-.Pero ¿no es un poco complicado?
-Sí que lo es -confesó ella-. Pero siento que es lo que debo hacer.
Jack sonrió otra vez, y siguió mirándola en silencio. Le acarició el rostro, apartándole el pelo que le caía sobre los ojos. Se fijó en la esbelta figura de ella, recortada contra la suave semioscuridad de la cabaña.
-Te sienta bien esa ropa -comentó, haciendo referencia al atuendo idhunita que le habían proporcionado las hadas.
La Resistencia había cruzado la Puerta con poco equipaje, contando con que en la Torre de Kazlunn les prestarían ropas que llamasen menos la atención. Por suerte, los refugiados del bosque de Awa habían encontrado ropa para todos, excepto para Christian, tal vez porque no tenían prendas de color negro.
-Gaedalu quería que me pusiera una túnica. ¡Una túnica! -resopló Victoria, indignada-. ¿Cómo iba a pelear con eso puesto?
Jack sonrió. Victoria había elegido por fin unos pantalones ajustados, pero cómodos y flexibles, unas suaves botas de piel y una amplia blusa blanca que se cruzaba bajo el pecho y le ceñía la cintura. El chico no pudo evitarlo. Se acercó a ella y la besó de nuevo, con intensidad, con pasión. Victoria jadeó, sorprendida, pero le dejó hacer y, cuando se encontró, temblando, en brazos de Jack, suspiró:
-El trato era... charlar y dormir, ¿te acuerdas?
-Has empezado tú -le recordó Jack, sonriendo-. De todas formas, querías hablar de lo nuestro, ¿no? De ti y de mí. Pues bien -añadió, atrayéndola más hacia sí, con intención de besarla otra vez-, a mí no se me ocurre una manera mejor de decirte que te quiero.
Victoria sonrió. Pero entonces, los dos se detuvieron a la vez, alerta.
-¿Has oído eso? -susurró ella.
Jack asintió, sin una palabra. Escucharon atentamente y oyeron con claridad pasos furtivos muy cerca de ellos. -Viene de la cabaña de al lado -musitó Victoria. -Es la de Christian -dijo Jack.
Habían instalado a Christian en una cabaña entre la de Jack y la de Alexander, seguramente porque suponían que así ellos lo mantendrían vigilado. Pero eso implicaba muchas cosas. Jack y Victoria cruzaron una mirada, y los dos entendieron que habían tenido la misma idea.
Christian era tan sigiloso como un fantasma. Nadie le oía nunca acercarse. Jack sabía que estaba en su cabaña, porque estaba despierto cuando él regresó del bosque, un poco antes que Victoria, y lo había visto llegar, apenas una sombra sutil deslizándose entre los árboles. Pero no lo había oído.
-Vamos a ver qué pasa -dijo Jack.
Victoria lo retuvo, indecisa; por un momento le había pasado por la cabeza la imagen de Christian besando a Gerde, y, si por casualidad el hada había regresado para hacer más tratos con él, Victoria no tenía ganas de volver a sorprenderlos en mitad de una «transacción».
Pero se oyó entonces, con claridad, un gemido ahogado y un golpe, y los dos supieron inmediatamente que algo no marchaba bien.

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