EL ÚLTIMO DE LOS DRAGONES

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¿Le vas a poner nombre? -preguntó Victoria
Christian miró la cría de shek, pensativo. Se había hecho un ovillo en el regazo de la muchacha, parecía estar a gusto allí. En cambio, a Jack no lo soportaba, y el sentimiento era mutuo.
-Llámala «serpiente» -sugirió éste, malhumorado.
-Entonces se llamaría Kirtash -dijo Victoria, casi riendo. En todo caso, tendríamos que llamarlo Kirtash junior.
Jack no captó el chiste, pero Christian le dedicó a la chica una media sonrisa. El pequeño shek los miraba, a unos y a otros con un brillo de inteligencia en los ojos.
-¿Entiende lo que decimos? -preguntó Jack, un poco inquieto.
-Todavía no, pero está aprendiendo-respondió Christian- Aún tardará un tiempo en averiguar cómo llegar a vuestras mentes. De momento, os esta estudiando.
-Qué mal rollo -comentó Jack, con un escalofrío.
-Para comunicarse con vosotros, no para controlaros. Para comunicarse con Victoria, más bien. Imagino que, cuando crezca, lo único que se le ocurrirá hacer contigo es intentar matarte.
-Pues qué bien.
-No lo entiendo -intervino Victoria, alzando a la cría mirarla de cerca; ella clavó sus ojos tornasolados en los suyos, con un suave siseo, y la muchacha percibió sus débiles intentos por alcanzar su mente, corno los primeros balbuceos de un bebé-. ¿Ya odia a los dragones? ¿Tan jovencito?
-El odio a los dragones no es una cuestión de educación, de cultura, Victoria. No es algo que se nos enseñe cuando somos pequeños. Es parte de nosotros, igual que los dragones odian a los sheks. Es un impulso que nos lleva a luchar hasta la muerte unos contra otros, tan natural para nosotros como lo es beber cuando tenemos sed, o dormir cuando estamos cansados.
-Es horrible -opinó Victoria, sombría.
Christian no respondió. La chica lo miró.
-Llevas todo el día muy serio -le dijo-. ¿Hay algo que te preocupe?
Christian alzó la cabeza y les dirigió, a ambos, una mirada fría como el hielo.
-El instinto, precisamente. Me preocupa que nos matemos el uno al otro antes de llegar a nuestro destino.
No les habló de su sueño. No les dijo que, cada vez que se recordaba a sí mismo hundiendo su espada en el pecho de Jack, le hervía la sangre y tenía que hacer grandes esfuerzos para no llevar la mano a la empuñadura de Haiass. Había sido diferente, muy diferente a pelear contra aquel gólem en las heladas tierras del norte. Porque sabía que el gólem no era el verdadero Jack. Y, sin embargo, aquel sueño le había parecido tan real que había tenido la seguridad plena de que estaba matando al dragón. Y había disfrutado del momento.
Sabía que Jack también deseaba matarlo, pero Christian dudaba de que hiera consciente de la importancia de controlar aquel impulso asesino. Hasta la noche anterior, el shek había creído que él mismo podría dominar su instinto mucho mejor que Jack, que siempre le había parecido irritantemente irreflexivo.
Ahora, después de aquel sueño, ya no estaba tan seguro.
-¿Y no se puede hacer nada para evitarlo? -dijo Victoria.
Christian le dirigió una breve mirada. También él se lo había estado preguntando, y creía tener una respuesta.
-Tal vez -contestó enigmáticamente.
Se acercó a ella, y Victoria lo miró, interrogante, tratando de adivinar cuáles eran sus intenciones. Pero no se esperaba lo que sucedió a continuación: Christian la cogió por los hombros, con suavidad, la acercó a él y la besó. Victoria ahogó una exclamación de sorpresa, pero todo su cuerpo respondió a aquel beso, y cuando quiso darse cuenta, había cerrado los ojos y le había echado los brazos al cuello, mientras sentía que se derretía entera. Los besos de Christian solían producir aquel efecto en ella.
Trató de volver a la realidad y se separó de él, con un jadeo -Qué... ¿por qué has hecho eso? -pudo decir. Christian enarcó una ceja y se volvió para mirar a Jack, que los miraba, fastidiado.
-Qué, ¿habéis disfrutado?
-Eh, eh, un momento -protestó Victoria, levantándose de un salto; la cría de shek abandonó su regazo con un siseo sobresaltado-. ¿Se puede saber qué pretendes, Christian? ¿A que clase de juego retorcido estás jugando?
Siempre se había esforzado mucho en no mostrarse cariñosa con Christian cuando Jack estaba delante. No pretendía ocultarle a Jack lo que sentía por el shek, él lo sabía de sobra, pero tampoco era necesario restregárselo por la cara. Christian nunca se había mostrado celoso; Jack, sí. Y Victoria no quería hurgar más en la herida. Había supuesto que Christian lo entendía y la apoyaba. De hecho, siempre había mantenido las distancias con ella cuando Jack estaba presente. Aquel súbito beso había sido un golpe inesperado para los dos. -No, déjalo, me voy y os dejo intimidad -cortó Jack, molesto.
-Espera -lo detuvo Christian-. ¿Tienes ganas de matarme ahora?
Jack se volvió hacia él, con cierta violencia. -¿Me estás provocando, o qué?
-Piénsalo. ¿Serías capaz de matar a alguien... por celos? Jack se detuvo un momento, sorprendido por la pregunta. Se lo planteó en serio.
-Claro... claro que no. No, por celos no. Eso no es un motivo para matar a nadie. Pero te daría un buen puñetazo -añadió, ceñudo-. De eso sí que tengo ganas.
-Una reacción muy humana y muy natural -asintió Christian-. Es tu parte humana la que se ha molestado ahora. Es lo que sentimos hacia Victoria lo que nos hace más humanos, así que, por nuestro bien, creo que no deberíamos reprimirlo.
-Sí, ¿y qué más? -protestó ella-. ¿Ahora soy parte de una especie de experimento?
Jack miró al shek, sombrío.
-Has pensado mucho en ello, ¿verdad?
-Llevo semanas pensando en ello.
«Pero hoy más que nunca», añadió en silencio. Miró a Jack un momento, muy serio, antes de añadir:
-Soy muy consciente de que lo único que nos mantiene con vida ahora es lo que sentimos por ella. El amor y los celos están incluidos en el lote de emociones humanas que controlan nuestra otra parte, esa parte que nos lleva a atacarnos el uno al otro, a pelear hasta la muerte. El equilibrio entre nuestras dos naturalezas, los lazos que nos unen a los tres, son algo muy delicado. Si ese equilibrio se rompe, jamás venceremos a Ashran.
Jack no dijo nada más.
Aquella noche, se acercó a Victoria, y ella no lo rechazó. Durmieron juntos, abrazados, como antes de que regresara Christian. Hablaron en voz baja, reiteraron sus sentimientos, intercambiaron palabras dulces, palabras de amor. Eso hizo que Jack se sintiera un poco mejor.
Un poco más allá, Christian dormía, con el sueño ligero que era propio de él.
Y soñaba, de nuevo, que Jack y él se enfrentaban en un combate a muerte. Y disfrutaba asesinando al dragón, y su parte shek aullaba de alegría en sueños.
Antes del amanecer se desató una fuerte tormenta. Buscaron resguardo, pero el terreno era completamente llano, y Jack hizo notar que no debían quedarse junto al río, por si se desbordaba. Reemprendieron la marcha, en mitad de la noche, calados hasta los huesos y soportando sobre ellos una lluvia inmisericorde.
Hasta que vieron a lo lejos la sombra de una pequeña cúpula, y cuando se acercaron más descubrieron que se trataba de una vivienda celeste.
Christian pareció indeciso.
-Sólo hasta que pase la lluvia -dijo Victoria, y el joven acabó por asentir.
Una casa celeste era un buen lugar para descansar. Su propietario no los traicionaría, porque sería incapaz de hacerlo. De todas formas, Christian dejó a la cría de shek resguardada en el cobertizo que había junto a la casa, antes de reunirse con sus compañeros en la puerta.
Los dueños de la casa eran una pareja joven, celestes, como los tres chicos habían supuesto, y aunque se quedaron sorprendidos de recibir visitas a aquellas horas de la noche, los acogieron enseguida.
Jack y Victoria se acercaron rápidamente al fuego. Victoria estornudó.
-Tendrías que quitarte esa ropa mojada, muchacha -dijo la mujer celeste-, o enfermarás. Ven conmigo, creo que tengo ropas que pueden servirte.
Su compañero, entretanto, preparaba una infusión caliente para los chicos. Jack alzó las palmas de las manos sobre el de la chimenea, disfrutando de su calor, pero Christian se mantuvo en un rincón en sombras, y sólo sacudió la cabeza para apartarse el pelo mojado de la frente. Observaba a Jack con un brillo sombrío en la mirada.
-Mala noche para andar al raso -comentó el dueño de la casa.
-No hay ninguna ciudad cerca -murmuró Christian.
-Es cierto, pero una vez crucéis el río que separa Kash-Tar de Celestia encontraréis muchas más poblaciones. Vaisel no está ya muy lejos, y hay un pueblo a menos de media jornada de camino de aquí.
Christian asintió, sin una palabra. El celeste les tendió sendos tazones de infusión. Jack la aceptó agradecido. El líquido caliente lo hizo sentir mucho mejor.
Regresó la mujer celeste, con mantas para cubrir los hombros de los chicos. Tras ella entró Victoria, pero se detuvo en la puerta, con timidez y colorada como un tomate.
Jack se volvió hacia ella y se quedó sin respiración. Claro, no había pensado que le darían ropa celeste.
Los celestes solían vestir coloridas prendas hechas de un tejido muy liviano que, contra todo pronóstico, resultaba que abrigaba bastante. Pero era tan fino como una gasa. Los celestes encontraban aquello perfectamente natural, estaban acostumbrados a revelar sus cuerpos debajo de sus vestidos, al igual que para los humanos era normal ir con la cara descubierta algo que, por ejemplo, los yan no comprendían, ya que ellos, sólo mostraban su rostro a la gente en la que confiaban. Jack había visto algunos celestes en el bosque de Awa y todos, excepto Zaisei y el Padre, que, como sacerdotes, vestían las túnicas propias de su oficio, llevaban aquellas prendas tan ligeras que chocaban a aquellas personas habituadas a tapar sus cuerpos.
Y Victoria vestía una de aquellas túnicas en aquellos momentos, una fina túnica de color verde que revelaba muchos detalles de su figura, más detalles de los que ella estaba acostumbrada a mostrar.
La chica no sabía hacia dónde mirar. Jack enrojeció también y desvió la vista, azorado, pero Christian alzó una ceja y la miró de arriba abajo con interés. Victoria se puso todavía más colorada; quería taparse, pero temía ofender a su anfitriona si lo hacía.
-Nirei -le dijo entonces el celeste, con una alegre carcajada-, por el amor de Yohavir, mira qué nerviosos se han puesto estos chicos.
Ella se sonrojó delicadamente.
-Perdonad, qué tonta he sido... olvidaba que las costumbres humanas son diferentes de las nuestras. Pero, Victoria, ¿por qué no me lo has dicho?
Victoria sonrió, y aceptó, agradecida, la manta que ella le tendió. Se la echó por encima de los hombros, y se sintió mejor, pero aún no se atrevía a mirar a sus compañeros. Percibió entonces la voz de Christian, que susurró en su mente:
«No tienes nada de qué avergonzarte.»
El corazón de Victoria se puso a palpitar alocadamente. Alzó la cabeza y miró a Christian, que se había sentado en un banco junto a la pared, y la observaba con una media sonrisa. Se preguntó qué había en él que la alteraba de aquel modo. Apenas un par de semanas atrás, cuando viajaba junto a Jack, los dos solos, había llegado a pensar que, tal vez en un futuro, podría olvidar a Christian y ser feliz para siempre con el que era, y siempre había sido, su mejor amigo. Pero ahora, Christian había vuelto, y su voz, su mirada, su contacto, su sola presencia, la confundían y hacían que el corazón le latiera con tanta fuerza que parecía que se le iba a salir del pecho.
Poco antes del mediodía, la lluvia cesó; Victoria volvió a ponerse su ropa, que ya estaba seca, y, después de almorzar, los tres prosiguieron su camino.
La pareja de celestes los vio marchar desde la puerta de su casa. Guando los jóvenes estuvieron ya lejos, ella dijo:
-¿Lo has visto?
Su compañero asintió.
-Lo he visto. Jamás habría imaginado que existieran lazos tan fuertes entre tres personas.
-No son humanos corrientes. No pueden serlo, y esos lazos... son mucho más que vínculos de amor y de odio. Son sentimientos mucho más intensos, más sólidos que los que puede sentir un humano, o un celeste. Oh, pobres muchachos, ¿Qué será de ellos?
El celeste negó con la cabeza, entristecido. No tenía respuesta para aquella pregunta.


Una noche en que se había alejado un poco del campamento para reconocer el terreno, Victoria acudió a su encuentro.
Christian se dejó encontrar. La percibió mucho antes de que ella se reuniera con él al pie del árbol bajo el cual se había detenido un momento.
-Tengo que hablar contigo -dijo ella con suavidad.
Christian asintió sin una palabra. Intuía de qué quería hablar; se sentó sobre la hierba y la invitó con un gesto a sentarse a su lado.
Victoria lo hizo. Lo contempló unos instantes en silencio antes de preguntarle:
-¿Por qué?
El joven sonrió.
-Deberías saberlo ya.
Victoria dudó. Parecía estar luchando contra el impulso de acercarse más a él. Christian la miró, con intensidad. Había sido así desde que se habían reencontrado en el desierto. Victoria estaba profundamente enamorada de Jack, pero había algo que la arrastraba sin remedio hacia el shek.
Por fin, con un suspiro, Victoria se acercó un poco más, casi con timidez. Cerró los ojos, con un estremecimiento, cuando los dedos de Christian acariciaron su cuello, sus mejillas, su pelo. Se entregó a su beso, bebiendo de él, disfrutando cada instante. Los dos se acercaron aún más el uno al otro, pero cuando los labios de Christian ya recorrían su cuello, despertando sensaciones insospechadas en ella, Victoria dijo con suavidad:
-Para, por favor.
Y Christian paró. Victoria apoyó la cabeza sobre su hombro, cerró los ojos y respiró hondo, intentando sobreponerse a lo que él había provocado en su interior.
-Pensaba que podía dejar de quererte -dijo ella en voz baja.
-¿Lo pensabas de verdad? -sonrió Christian.
-No -confesó Victoria tras un breve silencio-. Pero quise convencerme de que era posible.
-De modo que quisiste elegir. ¿Todavía quieres renunciar a una parte de ti?
-¿Eres una parte de mí?
-Sí, lo soy. Igual que Jack. ¿No lo sabías? -¿Es por la profecía?
-No lo sé. Y no me importa. Sé lo que siento por ti, y eso no va a cambiar, con profecía o sin ella. ¿Sabes tú lo que sientes, Victoria? ¿Lo tienes claro?
-Siempre lo he tenido claro. Pero la razón...
-La razón te dice que no puedes amar a dos personas al mismo tiempo. Pero lo estás haciendo, Victoria. ¿Por qué tu sentido común no acepta los hechos?
Ella sacudió la cabeza.
-¿Y por qué me dices todo esto?
-Estoy intentando ayudarte, eso es todo.
Victoria no preguntó nada más. Se recostó contra él, apoyando la cabeza en su pecho. Ambos disfrutaron de la presencia del otro, durante unos momentos en los cuales Victoria sintió que su amor por Christian la inundaba de nuevo por dentro, con más intensidad que nunca.
-Te quiero, Christian -susurró.
-Lo sé -sonrió él.
-¿Crees que Jack lo aceptará algún día?
-Tendrá que hacerlo. Tendrá que aceptar lo nuestro, o renunciar a ti. Lo que sientes por mí es tan tuyo como tu mirada, como tu sonrisa, como tu voz. No puedes deshacerte de ello, como quien se despoja de una vieja capa. Y no sigas intentándolo, porque sólo os causará dolor a los dos.
Victoria calló un momento. Después, alzó la cabeza para mirar a Christian.
-¿Y tú? ¿Qué piensas de todo esto? Dime, ¿qué soy yo para ti?
El joven respondió sin dudar: -Luz.
Victoria esperó que añadiera algo mas, pero Christian permaneció en silencio.
-No lo entiendo -dijo ella.
-No es necesario que lo entiendas. Por el momento, me basta con que lo sepas.
Tras unos momentos de silencio, Victoria habló de nuevo.
-Es extraño. Nos aguarda un destino que tal vez acabe con todos nosotros, y sin embargo yo no puedo dejar de pensar en lo mucho que te he echado de menos, y en cómo voy a encontrar una solución a lo que siento.
Christian la miró con una media sonrisa.
-¿Por qué lo haces tan complicado? Nos quieres a los dos, punto. ¿Qué tiene eso de malo?
-¿Me estás diciendo que podríamos convivir los tres juntos? -replicó Victoria, casi riéndose-. ¿Teniendo en cuenta lo bien que os lleváis Jack y tú?
-En ningún momento he dicho que yo pueda convivir con vosotros, Victoria. De hecho, dudo mucho de que pudiera convivir con nadie; ni siquiera contigo. Y que te quede bien claro una cosa: a pesar de lo que crea Jack, no eres tú quien nos tiene enfrentados, al contrario. Si no fuera por ti, nos habríamos matado el uno al otro hace ya mucho tiempo. ¿Lo entiendes
-Creo que sí. Y sé lo que siento, sé que es hermoso y que debería aceptarlo como un regalo, y alegrarme de compartir algo tan especial con dos personas que para mí significan tanto. Pero, entonces, ¿por qué me siento culpable de estar ahora contigo?
-Porque Jack te hace sentir así con esos estúpidos celos suyos. Y lo peor de todo es que en realidad una parte de él lo acepta y lo comprende. Pero me odia por instinto, y como tiene que buscar una explicación racional a ese odio, te utiliza a ti como excusa para justificarlo. Y no es así. Si alguna vez luchamos el uno contra el otro, criatura, quiero que sepas que tú no tendrás la culpa en ningún caso. De hecho, que yo sepa, con tu amor has logrado algo que nunca nadie había conseguido antes: que un shek y un dragón pudieran luchar en el mismo bando.
Victoria lo miró fijamente durante un momento antes de preguntar:
-¿Por cuánto tiempo, Christian?
Él vaciló, y la chica supo que había dado en el clavo.
-Te has dado cuenta -murmuró el shek.
-Has vuelto más poderoso, más frío y más seguro de ti mismo que cuando te marchaste del bosque de Awa -dijo ella en voz baja-. Has recuperado tu parte shek. Y todavía quieres matar a Jack. Ahora más que nunca.
-Sí, lo deseo con todo mi ser -confesó Christian, y en sus ojos brilló un destello de odio-. Casi tanto como deseo amarte a ti -añadió, y de nuevo clavó en ella su mirada de hielo, con tanta intensidad que Victoria jadeó y retrocedió un poco, el corazón latiéndole con fuerza.
Pero no se movió cuando él se acercó a ella para besarla, sino que se quedó esperándolo, temblando como una hoja. También ella deseaba con toda su alma dejarse llevar. Y seguramente no habría tenido fuerzas para resistirse a Christian, si él no se hubiera apartado de ella para mirarla con su serena sonrisa. Comprendió entonces que él seguiría controlándose por los dos, y lo agradeció para sus adentros. Le aterraba la simple idea de que la presencia de Christian la alterara hasta el punto de hacerle perder el dominio de sí misma.
-Si sobrevivimos a esto -dijo él, devolviéndola a la realidad-, si sobrevivimos al odio, y a Ashran, y a los sheks...
-¿Qué? -susurró ella.
-No me importará que permanezcas junto a Jack. Que vivas con él, si es eso lo que deseas. Pero -añadió, con una sonrisa mientras siga viendo en el fondo de tus ojos que sientes algo por mí... acudiré a verte de cuando en cuando. A veces buscaré el calor de tu cuerpo, la suavidad de tu piel... otras veces necesitaré solamente hablar, o mirarte a los ojos, o simplemente estar contigo y disfrutar de tu compañía... aceptaré siempre lo que tú quieras darme. No necesito más. Pero tampoco voy a conformarme con menos.
La miró intensamente, y Victoria sintió que enrojecía. Sacudió la cabeza, con una sonrisa entre perpleja, azorada y divertida.
-¿Te hace gracia? -prosiguió él, muy serio-. Una parte de tu corazón me pertenece. Y no pienso renunciar a ella, ¿comprendes? Podrías elegir, es cierto. Pero ya te pedí en una ocasión que vinieras conmigo, y tus sentimientos por Jack te impidieron aceptar. No creo que las cosas hayan cambiado, y sé que no van a cambiar en el futuro.
»O podrías pedirme que me alejara de ti para siempre, para no estorbar tu relación con Jack. Y lo haré, si es lo que deseas. Pero no es eso lo que quieres, ¿no es cierto?
Victoria desvió la mirada, confusa.
-No, no es lo que quieres -prosiguió Christian-. Y Jack sabe en el fondo, que, aunque renunciaras a mí, jamás serías completamente suya. Mírame.
Victoria giró la cabeza, pero él la obligó, con suavidad, a mirarlo a los ojos. Los dos compartieron, de nuevo, una mirada intensa, profunda.
-¿Lo ves? -susurró Christian-. Una vez te dije que no me perteneces. Puedes hacer con tu vida y con tus sentimientos lo que te plazca, y jamás te exigiré que te ates a mí. Pero en el fondo de tu alma, hay algo que sí es enteramente mío. Y regresare a buscarlo... mientras siga ahí. Y no me importa cuántos Jacks haya a tu lado, no me importa cuántas veces trates de negarlo o de alejarme de ti. El día que dejes de amarme desapareceré de tu vida, pero mientras siga viendo ese sentimiento en tus ojos cuando me miras volveré a buscar aquello que es mío y que me pertenece solamente a mí.
Victoria dejó escapar un suave suspiro. Dejó que él la besara de nuevo. «Mientras siga ahí», pensó. Le echó los brazos al cuello y se acercó más a él, esta vez sin dudas, sabiendo que no podía negar el hecho de que seguía amándolo, y que, de todas formas, nunca podría engañar a Christian al respecto.
-Un unicornio y un shek -murmuró el joven, rodeando con los brazos la cintura de Victoria-. Resulta extraño, ¿no crees? Y sin embargo... de alguna manera era inevitable, a pesar de todo lo que ha pasado.
-Sé lo que eres y lo que has hecho -susurró ella-. Y aun así... no, no puedo evitarlo, no soy capaz de dejar de sentir lo que siento. Tienes razón: no puedo negarlo. Y seguiré queriéndote siempre, Christian. Por mucho daño que puedas llegar a hacerme. Sólo hay una cosa que jamás podría perdonarte. Sabes qué es, ¿verdad?
-Sí -respondió él con suavidad-. Lo sé.
Victoria enterró el rostro en su hombro, con un suspiro, pero no llegó a ver la sombra que cruzó fugazmente la expresión de Christian.


Alexander no perdió el tiempo en celebraciones. Habían tenido muchas bajas, y sabía que pronto llegarían más batallas. Que Ziessel movilizaría a todo el ejército de Dingra, y que probablemente pediría ayuda a los otros sheks; a Eissesh, por ejemplo. Si sus superiores le daban permiso, el gobernador de Vanissar no dudaría en enviar a Nurgon todo el ejército del rey Amrin. Eissesh todavía recordaría cómo la Resistencia se le había escapado en las montañas, cómo la gente de Denyal lo había engañado con un dragón artificial, el dragón que había pilotado Garin. Y no perdonaría fácilmente la ofensa.
Por otra parte, la noticia de que el príncipe Alsan había vuelto y estaba iniciando una rebelión había corrido por todo Nandelt y seguía extendiéndose con rapidez. En los días siguientes acudió más gente a Nurgon para unirse a los rebeldes. La mayoría eran refugiados del bosque de Awa, que respondieron al llamamiento del pueblo feérico. Pero también acudió mucha gente de la arrasada Shia, que había sido duramente castigada por su revuelta contra los sheks; muchos de sus habitantes habían emigrado a otros reinos y, aprendida la lección, se habían integrado en la vida cotidiana de las naciones sometidas por los sheks. No obstante, en los corazones de otros muchos ardía aún el deseo de venganza, y éstos fueron quienes vieron en Alexander y su grupo de rebeldes la oportunidad de luchar por la memoria de su tierra y de sus gentes.
Se presentó también gente escapada de Dingra, e incluso de Nanetten y Vanissar; en menos de una semana, la Fortaleza era un hervidero de gente.
Los sheks tardaron bastante tiempo en dar señales de vida, y los espías de Alexander le informaron de que su hermano, el rey Amrin, estaba preparando a sus ejércitos para la batalla.
-Es cruel -opinó Denyal cuando lo supo-. Los sheks envían a los hombres de Vanissar y Dingra a luchar contra nosotros. Quieren enfrentarnos en una guerra fratricida.
-No es cruel -repuso Alexander con calma-. Es práctico. Muchos de los sheks que vigilaban Nandelt están ahora en Awinor, buscando al dragón y al unicornio. Eissesh y Ziessel no pueden reunir a un ejército de sheks, pero pueden dirigir a uno formado por humanos y szish.
Alexander, por su parte, también se preocupó de buscar aliados en otros lugares. Tiempo atrás, antes de abandonar Vanissar, había enviado a un par de emisarios a tratar con los bárbaros de Sur-Ikail. Los mensajeros habían regresado con una oreja menos cada uno, y la respuesta de Hor-Dulkar, el más poderoso señor de la guerra de la región: los bárbaros no unirían sus fuerzas a las de un príncipe extranjero, a no ser que éste les demostrase que de verdad era un digno aliado contra las serpientes. Aquellos emisarios habían acudido a proponerles una alianza con las manos vacías, y aquello suponía una tremenda ofensa para los bárbaros, pues si alguien se consideraba lo bastante poderoso como para osar pactar con Hor-Dulkar, debía presentarle antes un brillante historial de victorias que avalara sus méritos.
Los mensajeros habían tenido suerte de regresar con vida si Hor-Dulkar se había contentado con cortarles una oreja en castigo por su atrevimiento era porque en el fondo sentía curiosidad hacia Alexander y estaba dispuesto a esperar a ver que hacía.
Alexander sabía muy bien lo que se jugaba, y había dejado, bien claro que era peligroso tratar con los bárbaros; los mensajeros que habían acudido a Sur-Ikail eran conscientes del riesgo, que corrían y se habían presentado voluntarios para la misión. Pero Alexander no se habría molestado en tratar de ganarse a los bárbaros si no hubiera sabido que éstos, tras la caída de la Torre de Kazlunn, se hallaban en una situación muy delicada. Hasta entonces habían conseguido mantener cierta independencia ante la invasión shek. Al fin y al cabo, no eran más que un conglomerado de tribus que pasaban el tiempo luchando unas contra otras, a causa de antiguas rencillas cuyo origen se había olvidado hacía siglos, demasiado disgregadas como parte formar un ejército que peleara contra las serpientes y supusiera para ellas algo más que una pequeña molestia. Por otra parte, a pesar de que nunca habían confiado del todo en los magos, hasta Hor-Dulkar reconocía, aunque a regañadientes, que la cercanía de la Torre de Kazlunn les había otorgado cierta protección pero ahora que Kazlunn había sido conquistado por los sheks, y su nueva dueña era leal a Ashran, la independencia de sus bárbaros corría serio peligro.
Hor-Dulkar estaría más receptivo que de costumbre a una posible alianza con un príncipe de Nandelt. Y dado el talante que solía gastar habitualmente, perder una oreja no era lo peor que les podía haber pasado a los mensajeros.
Alexander estaba dispuesto a darle al jefe bárbaro lo que le había pedido. Así, cuando juzgó que la noticia de la reconquista de Nurgon se había extendido suficientemente a lo largo y ancho de Nandelt, envió nuevos mensajeros a Sur-Ikail para parlamentar con el jefe bárbaro.
Sabía que, en esta ocasión, regresarían con las dos orejas en su sitio.

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