LO MÁS PRECIADO QUE PUEDE ENTREGAR UN UNICORNIO

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Kimara no se había movido del lugar donde la habían dejado. Estaba encogida sobre sí misma, al pie de la roca, muy quieta, y eso no era habitual en ella, siempre tan activa y nerviosa. Alzó la cabeza al verlos aparecer entre las brumas.
Se quedó sin aliento. Victoria avanzaba hacia ella, seria y serena. Y junto a ella, caminando en silencio, despacio...
La semiyan se dejó caer de rodillas sobre el polvo, con los ojos llenos de lágrimas. Guando la joven y el dragón llegaron frente a ella, bajó la cabeza, temblando, con reverencia.
-Kimara -dijo el dragón, con una voz profunda y cadenciosa, que sin embargo tenía la suavidad y el cariño de la voz de Jack-, por favor, no hagas eso. Levántate.
Kimara tardó un poco en alzar la cabeza. Pero siguió de rodillas ante él. Lágrimas de emoción surcaban sus mejillas.
-Sabía que eras tú -murmuró-. El dragón que volaba sobre las montañas. Pensé que lo había soñado, pero no, lo vi de verdad. Y cuando te vi con los limyati... supe que eras tú, aunque ya no parecieses un dragón. Me lo dijo el corazón.
Victoria la miró, extrañada.
-¿Qué quieres decir con que volaba sobre las montañas?
El dragón estiró el cuello y dejó escapar un suave sonido gutural. Entonces cerró los ojos y volvió a transformarse en Jack.
Fue sencillo, al menos al principio; pero, cuando regresó a su cuerpo humano, se vio preso de una extraña debilidad, se le doblaron las piernas y tuvo que apoyarse un momento en Victoria. Y se sintió oprimido, como si estuviese encarcelado en una celda demasiado pequeña. Respiró hondo y, poco a poco, aquella angustiosa sensación fue disipándose.
-Vi a un dragón volando sobre las montañas -estaba explicando Kimara-, un par de días antes de conoceros a vosotros.
Jack y Victoria cruzaron una mirada.
-Pero eso es imposible -dijo Victoria-. Jack nunca se había transformado en dragón, ésta es la primera vez... y no quedan más dragones en Idhún. Seguramente te confundiste con otra cosa, tal vez un shek.
-No, no, no -negó Kimara, moviendo la cabeza con nerviosismo-. Era un dragón. Lo sé. Era... era Jack -concluyó, mirándolo con cierta timidez.
Victoria iba a responder, cuando Jack dijo de pronto:
-Sí. Sí, es verdad, era yo. -Se volvió hacia Victoria, un poco desconcertado-. Era eso lo que no recordaba, Victoria. Así fue como escapamos del árbol. Me transformé en dragón y te llevé volando... y luego... luego perdí el sentido.
-¿Y lo olvidaste todo? -Victoria ladeó la cabeza, perpleja-. ¿Me estás diciendo que hace diez días que te transformaste en dragón por primera vez, y no lo recordaste? Y tú -añadió, volviéndose hacia Kimara- ¿por qué no nos lo dijiste?
-¿Cómo iba a saber que Jack nunca se había transformado?
Victoria no sabía si reír, llorar o enfadarse.
-Podríamos habernos ahorrado todo el viaje a través del desierto.
-Pero yo debía venir aquí, Victoria -dijo Jack entonces-. No me arrepiento de haber conocido el lugar donde nací.
Ella lo miró y sonrió, comprendiendo.

Buscaron refugio en las ruinas de la Torre de Awinor, debajo de los elegantes arcos que habían presidido la entrada. La mayoría se habían derrumbado ya hacía tiempo, pero las grandes piedras les proporcionaron cobijo en aquella tierra de hueso y ceniza.
Jack sabía que no sería fácil salir de allí; las gentes de As11ran los aguardarían en cada camino y cada senda que saliese de la tierra de los dragones, pero no quiso tocar el tema aquella noche: los tres necesitaban descansar. Al día siguiente decidirían qué hacer.
Le costó conciliar el sueño, sin embargo. Incluso cuando ya hacía rato que Victoria se había dormido entre sus brazos, como todas las noches, él seguía contemplando las pavesas de la hoguera, con gesto preocupado.
Tampoco Kimara se había dormido. -¿Te encuentras bien? -le preguntó ella. Jack sacudió la cabeza.
-No, es este lugar. Me recuerda constantemente que todos los dragones están muertos. Que soy el último de mi raza. Es... -intentó encontrar palabras para expresarlo- como si todo Awinor me susurrase que nuestro tiempo ya pasó, que yo estoy fuera de lugar, que no debería existir. Que debería ir... con todos los demás dragones, donde quiera que estén. En el cielo de los dragones, si es que existe algo así.
Kimara asintió, aunque no había entendido del todo sus Últimas palabras.
-Yo tengo un mal presentimiento -dijo-. Los vientos se mueven, las arenas cambian. Debemos estar alerta.
Jack la miró, interrogante, pero ella no dijo nada más.
Terminó por dormirse, sintiendo junto a él la cálida presencia de Victoria. Kimara, en cambio, permaneció despierta toda la noche, vigilante.
Se despertó de golpe horas más tarde, con el corazón latiéndole con fuerza, y miró a su alrededor, alerta. Todavía era de noche, pero una fina línea rosa empezaba a pintar el horizonte.
Se levantó de un salto, despertando a Victoria. Kimara estaba cerca; había trepado a una de las gigantescas losas que habían formado los arcos y desde allí, en cuclillas, escudriñaba el horizonte, escuchando con atención. Jack se reunió con ella.
-¿Oyes algo? -susurró.
-No, y tampoco veo nada. En apariencia no hay nada que temer, pero...
-Shek -cortó Jack, sombrío-. Hay un shek por aquí cerca, lo noto.
-Pero los sheks no se atreven a entrar en Awinor.
-Yo conozco a uno que se atreve a eso y a mucho más -masculló el chico.
-No es él -replicó Victoria, rozando su anillo con la yerna del dedo-. Christian está muy lejos de aquí.
Por toda respuesta, Jack desenfundó su espada y se volvió hacia todos lados, ceñudo.
-Huele a serpiente -insistió-. ¿No notáis el frío?
Victoria asintió. Lo percibía; quizá no con tanta claridad como Jack, pero sí sentía la presencia de un shek, como habría sentido la presencia de Christian sin necesidad de verle.
Kimara no, y por eso, tal vez, en lugar de mirar hacia todos lados, como hacían sus compañeros, clavó sus ojos en Jack, indecisa.
El muchacho había abandonado los restos del pórtico y caminaba al aire libre. Quizá tiempo atrás habría ido con más cuidado, habría intentado ocultarse; pero ahora era un dragón y lo que sentía hacia los sheks no era miedo, sino odio. Estaba deseando que la serpiente saliese de su escondite y plantara cara, para pelear y matarla, tal y como su instinto le exigía.
No contó con que un shek no atacaría de frente, sino por detrás. Y así no vio a la serpiente que se agazapaba sobre la bóveda, encima de él, y a la que acababa de dar la espalda.

TriadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora