DIOSES Y PROFECÍAS

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Un poco más allá, el túnel terminaba.
El corazón de Jack se aceleró. Llevaba ya tiempo añorando el aire libre, sintiendo que se asfixiaba en el laberinto subterráneo de Umadhun, deseando respirar aire puro. Se dispuso a echar a correr hacia la salida, Sheziss lo retuvo con un movimiento de su poderosa cola.
«No tan deprisa, niño -dijo-. Quédate cerca de la boca del túnel. No salgas jamás al aire libre sin echar antes un buen vistazo.»
Jack se relajó sólo un poco. Se obligó a caminar detrás de la shek.
Se dio cuenta, sin embargo, de que más allá no había tanta luz como había supuesto. Tal vez fuera de noche. Intrigado, recorrió con paso ligero el trecho que lo separaba de la salida.
«Cuidado», repitió Sheziss, antes de retirarse un poco para dejarlo pasar.
Jack se asomó, con precaución.
«Ésta es la superficie de Umadhun -oyó la voz de Sheziss en su mente-. O lo que queda de ella.»
Las últimas palabras de la serpiente sonaron tan débiles que al muchacho le costó captarlas. De todas formas, estaba tan conmocionado que apenas las escuchó.
Ante él se abría una tierra yerma en la que no crecía nada. Un pesado manto de nubes negras recubría el cielo, proyectan do oscuridad sobre la piel rocosa de Umadhun. Y aquellas nubes, henchidas de electricidad, descargaban rayos que herían la tierra con una frecuencia escalofriante. Jack contempló, sobrecogido, aquel tenebroso mundo de piedra, iluminado por los relámpagos que partían el cielo.
«Siempre es así -dijo Sheziss-. Nubes, rayos, relámpagos. Pero ni una gota de lluvia. Jamás.»
Jack alzó la mirada hacia las nubes.
-¿Tampoco sale nunca el sol?
«Desconocemos siquiera si hay un sol, o varios -respondió ella-. Las nubes siempre han cubierto el cielo, desde que tenemos memoria. Y la electricidad que acumulan impide que podamos atravesarlas volando para averiguarlo.»
Jack se estremeció.
-Es... horrible.
«Es un mundo muerto. Por eso nunca salimos a la superficie. La única manera de sobrevivir es refugiándose en los túneles.»
-Pero... -vaciló Jack-. ¿Qué es exactamente este lugar?
«¿Qué crees tú que es?»
Jack reflexionó. A Sheziss le gustaba contestar a sus preguntas con otras preguntas, dejar que fuera él quien dedujese las respuestas. Eso al principio irritaba e impacientaba a Jack, pero estaba empezando a acostumbrarse, y a veces hasta le gustaba. Se daba cuenta de que muchas de las cosas que le parecían un misterio, en realidad sí las comprendía, si se paraba a pensar en ellas. Su problema era que normalmente no se paraba a pensar. Sheziss estaba intentado corregir ese defecto, por el bien de los dos; según ella, mientras siguiera siendo tan impulsivo tendría altas probabilidades de acabar muriendo joven.
-Dijiste que Umadhun era el reino de las serpientes aladas -recordó-. Me contaron hace tiempo que los dragones habían condenado a los sheks a vagar por los límites del mundo para toda la eternidad. -Alzó la mirada hacia los ojos tornasolados de su compañera-. ¿Estamos en los límites de Idhún?
«Crees que Idhún tiene límites?»
-Si es un planeta como la Tierra, no debería tenerlos, ya que tendría forma esférica. O tal vez sus límites se encuentren en la propia atmósfera.
¿Te parece esto los límites de Idhún?»
Jack miró de nuevo a su alrededor.
-No -admitió-. Me parece otro mundo diferente, un mundo nuevo, extraño y atroz.
«Es un mundo diferente, extraño y atroz -concedió Sheziss-. Pero no es un mundo nuevo. ¿Sabes lo que significa la palabra Umadhun?»
Jack frunció el ceño. En idhunaico, Umadhun tenía un significado. Quería decir «Primer Mundo».
-¿La clave está en el nombre, pues? Sheziss asintió.
«Los sangrecaliente cuentan su historia por eras. Hablan la Primera Era, cuando Idhún era joven y ellos empezaron a poblar sus tierras, cuando las distintas razas comenzaron a conocerse y a relacionarse entre sí.
»A1 final de la Primera Era, el día de la primera conjunción astral, el primer unicornio pisó Idhún y marcó el inicio de una nueva etapa, la Era de la Magia, también llamada la Era Oscura, porque finalizó con la derrota del humano al que llamaron Emperador Talmannon. La Tercera Era, llamada Era de la contemplación, instauró de nuevo el poder de los Seis sobre la tierra, y los hechiceros fueron perseguidos y expulsados del mundo, a la vez que los sheks.
»Ahora estamos finalizando la Cuarta Era, Jack. La Era de los Archimagos, hechiceros poderosos a los que los mismos dragones trataban como a sus iguales. ¿Qué vendrá después?, se preguntan los sangrecaliente. Ah, todos ellos creen conocer la historia de Idhún. Pero ignoran que esta historia no comienza con su Primera Era, no comienza con la creación del mundo que ellos habitan.
»Su historia, nuestra historia, comienza aquí, en Umadhun. El Primer Mundo.»
Jack se quedó sin aliento. Se recostó contra la pared de roca.
-¿Quieres decir que Umadhun es anterior a Idhún? Sheziss asintió.
«Todas las leyendas de los sangrecaliente relatan cómo sus seis dioses llegaron aquí y crearon Idhún. Esas leyendas se equivocan. Antes de la Primera Era, antes de Idhún, los dioses crearon Umadhun.
»Y después lo destruyeron.»
-¿Que lo destruyeron? ¿Por qué?
El cuerpo de Sheziss se estremeció con una risa baja.
«Las leyendas muestran a los Seis en armonía, todos unidos en su eterna lucha contra el Séptimo. Pero las historias más antiguas dejan entrever pequeñas rencillas, discusiones... »
Jack recordó la leyenda que Kimara les había contado a él y a Victoria, acerca de cómo la diosa Wina se había enfadado con el dios Aldun por incendiar Kash-Tar.
«En tiempos remotos, Umadhun fue un inundo rico y rebosante de vida. Los dioses se esmeraron con él, no en vano era el primer mundo que creaban. Pero en aquellos tiempos, niño, los dioses peleaban muy a menudo. Y eran discusiones violentas.»
Sheziss calló. Jack quiso preguntar algo, pero finalmente se contuvo y aguardó a que ella siguiera hablando.
«Cuando los humanos pelean entre ellos, probablemente sin saberlo estén destruyendo a muchas pequeñas criaturas en las que no reparan. Plantas, insectos..., que mueren bajo sus pies. Cuando pelean los sheks y los dragones, los sangrecaliente y sangrefría que tienen la desgracia de cruzarse en su camino ron aplastados sin remedio.
»Pero cuando los dioses pelean, niño, todo un mundo puede resultar destruido. ¿Entiendes?»
Jack se estremeció. Contempló de nuevo la superficie arrasada de Umadhun, iluminada por los relámpagos.
-¿Crearon un mundo para destruirlo después? Me resulta difícil entenderlo -confesó.
«Los dioses son poderosos. Y peligrosos. Los sangrecaliente les rezan en sus templos, como si realmente ellos fueran a escucharlos. Ah, los dioses son seres grandiosos, para los cuales nosotros no somos más que pequeños insectos. Nos aplastan sin apenas darse cuenta. Tienen la vaga impresión de que existimos, pero en el fondo no nos ven. Somos demasiado pequeños, demasiado poco importantes.»
Jack temblaba. La idea de que de verdad existieran seis dioses, o siete, le resultaba chocante y turbadora. Pero que esos dioses tuvieran el poder de destruir un mundo sin apenas darse cuenta... era todavía peor. Mucho peor.
«Con todo, los dioses lamentaron la pérdida de Umadhun -prosiguió Sheziss-. Y crearon Idhún, más grande y complejo, más perfecto, y lo poblaron con criaturas. Al principio todo fue bien, pero pronto volvieron las peleas, y apareció un Séptimo dios que los desafió a todos. Aquél podría haber sido el fin de Idhún, si los dioses hubieran iniciado una nueva guerra.»
-Pero no lo hicieron.
«Oh, sí, lo hicieron. Iniciaron una guerra eterna, los Seis contra el Séptimo, una guerra que dura todavía. Pero en esta ocasión decidieron que ellos no lucharían. Y abandonaron Idhún, y dejaron aquí a aquellos que librarían esa guerra en lugar. Criaturas poderosas, mucho más que los sangrecaliente y los sangrefría, criaturas dignas de representarlos en la contienda, pero lo bastante pequeñas, en comparación con ellos, COMO, para no destruir el campo de batalla en el cual se desarrollaría la guerra que los estaban condenando a librar.»
Jack sintió un escalofrío cuando entendió lo que Sheziss le estaba contando.
-Sheks y dragones -dijo a media voz.
«Umadhun es nuestro origen, niño. Si los dioses no lo hubieran destruido, no habrían decidido después crearnos a nosotros para que lucháramos por ellos. Y por eso nos odiamos. Jack. Porque nos crearon para odiarnos. Porque nuestra misión en la vida es luchar en su guerra, nos hicieron así, para que no pudiéramos escapar del propósito con el cual fuimos creados.
Jack imaginó de pronto el mundo de Idhún como un inmenso tablero de ajedrez, en el cual dos contrincantes manejaban unas piezas cuya función consistía en enfrentarse a las piezas del otro color. Ellos, sheks y dragones, eran las piezas. Ganara quien ganase, no eran ellos, sino los jugadores que los manejaban.
-No te creo -se rebeló-. No, no te creo. No existen los dioses. No manejan nuestro destino.
«Entonces, ¿por qué no puedes dejar de odiar a los sheks» se rió Sheziss.
Jack volvió la cabeza con brusquedad. Temblaba violentamente, mientras trataba de borrar de su memoria las palabras de Sheziss. Pero la voz telepática de ella seguía sonando en su mente.
«¿Comprendes ahora por qué nos aliamos con Ashran, por qué aceptamos a cambio la extinción de los unicornios? Prometió la muerte de todos los dragones, y lo cumplió con creces. Una vez desaparecidos nuestros enemigos, nosotros seríamos libres y ya no estaríamos obligados a luchar nunca más...»
-¡Cállate! -estalló Jack, pero su voz fue ahogada por el retumbar de un trueno.
La voz de Sheziss, en cambio, no sonaba en sus oídos, sino en su cabeza, por lo que ni todo el ruido del mundo podría silenciarla.
«Vosotros, dragones, habríais hecho lo mismo. Intentasteis acabar con todos nosotros al final de la Segunda Era, y muchos los nuestros fueron exterminados. Pero los supervivientes regresamos a Umadhun... y todos nosotros, dragones, sheks, sabíamos que la guerra no había concluido, que no terminaría asta que no destruyéramos al último enemigo. Por esa razón, Jack, los sheks han decidido que debes morir; la profecía sólo le importa a Ashran, maldito sea siete millones de veces. Nosotros lo único que deseamos es acabar con los dragones para ser libres... y mientras exista un hálito de vida en ti, dragón, seguirás luchando contra los sheks, peleando en una guerra que no es la tuya... condenado a morir por los dioses que te hicieron lo que es, unos dioses cuyos rostros no contemplarás jamás, porque os abandonaron hace mucho, mucho tiempo... mientras nosotros seguimos aquí, matando y muriendo por su causa, y así será, por toda la eternidad... o hasta que una de las dos razas sea exterminada por completo.»
- ¡Basta! -gritó Jack.
Las palabras de Sheziss creaban imágenes en su mente, retazos de una guerra tan antigua como irrevocable, generaciones de sheks, de dragones, odiándose sin saber por qué, matándose unos a otros. Letales colmillos destilando veneno, fauces vomitando fuego, garras, alas, escamas..., todo se confundía en su mente, hielo, fuego, sangre, odio y muerte...
No pudo soportarlo más. Con un grito que terminó en un rugido, se transformó violentamente en Yandrak, el dragón dorado; se volvió hacia Sheziss, envuelto en llamas. Percibió por un instante el horror en los ojos de la shek, intuyó lo intenso que era el pánico que los sheks sentían hacia el fuego, un elemento que ellos no podían controlar.
Aterrado y confuso, Jack desplegó las alas y, con un poderoso impulso, se elevó en el aire, desafiando los rayos que las nubes descargaban sin piedad sobre la superficie de Umadhun. Y se alejó de allí, de Sheziss y sus palabras, que lo herían como la luz de los soles hiere los ojos de quien ha permanecido largo tiempo en la oscuridad.
Voló durante un rato, errático, sorteando los rayos de manera instintiva, buscando simplemente huir de Sheziss y de la verdad que ella le había revelado...
Hasta que un rayo que cayó cerca de él lo obligó a detenerse bruscamente, y una corriente de aire lo empujó y le hizo perder el control.
Momentos después, caía con estrépito en una hondonada. Jadeó; sacudió la cabeza, aturdido, y el instinto lo llevó a arrastrarse hasta una enorme roca, bajo la cual halló refugio. Plegó las alas sobre su cuerpo y se acurrucó allí, temblando sin fuerzas ni ganas de moverse. Cerró los ojos, todavía conmocionado.
Durante mucho tiempo había sido un muchacho normal había creído conocer su identidad. Después, todo aquello se había hecho pedazos, había empezado a intuir algo grande en él. Al conocer su auténtica naturaleza, su esencia de dragón, ti saber que era parte de la profecía que había de salvar el mundo, se había sentido parte de algo importante. Pero ahora, si las palabras de Sheziss eran ciertas, acababa de descubrir que en el fondo no era nada, no era nadie, sólo un insecto que podía morir en cualquier momento, aplastado bajo los pies de un titán.
Había matado a varios sheks, y ello le había proporcionado un gran placer, una satisfacción que debería haberle parecido siniestra. Pero se había dejado arrastrar por ella. Y ahora que sabía cuál era el origen de aquel sentimiento, quería rebelarse contra él, pero no podía. No era capaz.
Y seguramente miles de sheks y dragones habían experimentado aquel mismo dilema, a lo largo de los siglos. Y muchos de ellos habrían sido conscientes de que no podían escapar del odio, de aquella interminable guerra que estaban condenados a librar. Era... ¿cómo había dicho Sheziss?
«Trágico», pensó Jack.
Respiró hondo. Comprendió entonces la esencia de lo que Sheziss había tratado de enseñarle. No podían escapar del odio, que corría por sus venas igual que su sangre..., pero, con esfuerzo y disciplina, podían elegir contra quién dirigir ese odio.
«No es cierto -se rebeló una parte de él-. Es una serpiente es mentirosa y traicionera. Sólo intenta confundirme. Los dragones odiamos a los sheks porque son malvados. Libramos las guerras que queremos librar. Si quisiéramos, podríamos dejar de luchar. No es verdad lo que dice ella. No puede ser verdad... »
No habría sabido decir cuánto tiempo permaneció bajo la roca, en un estado intermedio entre el sueño y la vigilia. Se despejó cuando percibió un movimiento un poco más lejos. Alzó la cabeza. Descubrió que volvía a ser humano.
Se pegó a la roca y se quedó quieto, alerta.
Sí, allí había algo, una forma oscura que se movía entre las rocas. Frunció el ceño. Era demasiado pequeño para ser un shek. Y no reptaba, caminaba.
Con el corazón palpitándole con fuerza, Jack se puso en guardia y se llevó la mano a la espalda, buscando su espada. Recordó entonces que la había perdido al caer por la sima de fuego. Se sintió indefenso de pronto, y dudó un momento. Podría transformarse en dragón, pero no estaba seguro de si era una buena idea. Ya había llamado bastante la atención.
La forma se movió de nuevo un poco más allá. El corazón de Jack se aceleró.
Parecía un ser humano.
Lo había visto, no cabía duda, de forma que no valía la pena tratar de esconderse hasta averiguar quién era aquella persona, y qué hacía allí. Decidió poner las cartas sobre la mesa.
-¡Eh! -exclamó-. Hola, soy amigo. ¿Quién eres?
Oteó las rocas. Un nuevo relámpago iluminó el desolado paisaje de Umadhun, y Jack pudo ver, consternado, que aquella persona, fuera quien fuese, había desaparecido.
Se incorporó un poco, con cautela, y estiró el cuello, intentando ver mejor.
Y entonces algo le cayó sobre la espalda y lo tiró al suelo.
Jack lanzó una exclamación ahogada. Su atacante lo había sorprendido por detrás; se aferraba a él con brazos y piernas, y el muchacho trató de sacárselo de encima. Los dos rodaron por el suelo rocoso.
Jack logró ponerse encima de su agresor y sujetarlo contra el suelo. Un nuevo relámpago iluminó su rostro. El chico se quedó sin aliento al verlo.
Era una mujer. O, al menos, parecía una mujer...
Pero era muy extraña. Sus facciones eran rudas, su frente demasiado ancha, su nariz, pequeña y aplastada, sus ojos estaban hundidos y su mandíbula, muy grande, se proyectaba hacia delante. El cabello oscuro, grueso y enmarañado, enmarcaba un rostro sucio y semibestial.
-¿Quién...? -empezó Jack, confuso, pero no fue capaz de terminar la pregunta, porque algo lo golpeó por detrás.
Antes de caer al suelo, aturdido, pudo ver entre las sombras a más seres parecidos a aquella mujer. Vestían ropas bastas caminaban inclinados hacia delante, con sus largos y velludos brazos balanceándose ante ellos. Sus rostros, aunque barbudos eran similares al de la mujer que había atacado a Jack: de rasgos burdos y primitivos y ojos hundidos. Pertenecían a una raza que Jack no conocía.
Los oyó proferir una salva de sonidos inarticulados que parecían algún tipo de lenguaje. Los sintió acercarse a él, rodearlo, y luchó por no perder el sentido.
Aquellos hombres y mujeres estaban armados con piedras afiladas, y Jack comprendió que, a pesar de lo primitivo de aquellos objetos, él mismo no tendría nada que hacer contra ellos si no se transformaba en dragón.
Trató de incorporarse.
-Esperad... -empezó, pero la mujer que lo había atacado primero lo tiró de nuevo al suelo de un puntapié.
El instinto de supervivencia fue más poderoso. Con un rugido, Jack se transformó en dragón y plantó sus poderosas zarpas sobre la negra roca. Los atacantes lanzaron exclamaciones de sorpresa y retrocedieron un poco. Algunos le lanzaron piedras. Jack gruñó. Antes los había juzgado amenazadores, pero ahora, desde su arrogante altura de dragón, resultaban insignificantes. Podría aplastarlos con facilidad. Pero no quería hacerlo.
Algo se deslizó entonces entre sus patas, con rapidez Jack giró la cabeza y vio a cuatro niños que corrían en torno a él llevando los extremos de dos cuerdas. Cuando entendió lo que estaba pasando, quiso alzar el vuelo, pero era demasiado tarde: las cuerdas habían inmovilizado sus alas y sus patas. Furioso, exhaló una llamarada.
Esto pareció desconcertar a la tribu, porque lanzaron exclamaciones aterradas, y algunos de ellos huyeron. Hubo dos que fueron alcanzados por el fuego del dragón. Entre colérico y confundido, Jack los vio arder en llamas, oyó sus gritos de pánico.
Y entonces llegó Sheziss.
Como un relámpago plateado, su elegante cuerpo ondulante descendió en picado desde el cielo y cayó, con las fauces abiertas, sobre aquellos seres que parecían humanos, pero que no lo eran del todo. Consternado, Jack vio cómo la shek hincaba los colmillos en el cuerpo del atacante más próximo, que se debatió un momento entre sus fauces antes de sucumbir al mortal veneno de la serpiente. Sheziss barrió a otros tres con un golpe de su poderosa cola, como si no hieran más que molestos insectos. Soltó al que había atrapado, y su cabeza descendió de nuevo, como un rayo, buscando una nueva víctima.
Pronto los había ahuyentado a todos. Y los que no habían corrido lo bastante rápido, vacían en torno a ella, muertos.
Con el corazón palpitándole con fuerza, Jack miró a la serpiente, mareado.
-¿Qué... ¿quiénes eran? -acertó a preguntar.
«Sangrecaliente -respondió ella sin mucho interés-. Vámonos de aquí, niño, antes de que te parta un rayo. Hemos de ponernos a cubierto.»
-No, espera, necesito saberlo. ¿Eran humanos?
«¿Qué más da?»
-¿Lo eran, Sheziss?
La serpiente hizo una pausa. Después, con movimientos lentos y calculados, se deslizó hasta colocarse bajo la enorme roca, junto a Jack. El dragón reprimió el odio que su presencia provocaba en él.
Sheziss replegó su largo cuerpo y se hizo un ovillo. Apoyó la cabeza sobre sus anillos y entornó los ojos.
«Puedes llamarlos humanos, si quieres -contestó-. Pero si yo fuera humana, consideraría insultante que me comparasen con ellos.»
-¿Por qué-, ¿Qué son?
«Lo que queda de una de las razas que poblaron Umadhun en tiempos remotos. Una primera versión de los humanos, si quieres llamarlo así. Esta claro que los dioses se esmeraron más con los sangrecaliente que crearon para habitar Idhún. Las cosas no siempre salen bien a la primera, ni siquiera en el caso de los dioses.»
Jack sacudió la cabeza. Se sentía muy débil de pronto, sin fuerzas para sostener su cuerpo de dragón; de manera que cerró los ojos y dejó que su esencia humana volviera a transformar su cuerpo en el de un muchacho de quince años.
-Pero... -dijo entonces, confuso-. ¿Son inteligentes?
El cuerpo anillado de Sheziss se estremeció con una risa baja.
«¿Inteligentes, eso?», dijo con desprecio. Jack recordó que la inteligencia de los sheks era muy superior a la de los humanos.
-Tan inteligentes como los humanos, quiero decir.
«No, son mucho menos inteligentes que los sangrecaliente. Sólo algo más listos que las bestias, en todo caso. El lenguaje que utilizan es tan tosco y primitivo que no merece llamarse lenguaje.»
-¿Por qué me han atacado?
«Estaban de caza.»
Jack se quedó helado.
-¿De caza? ¿Quieres decir que me habrían...?
«.,. Comido, oh, sí. Crudo, además. Los sangrecaliente por lo menos saben utilizar el fuego para cocinar sus alimentos. Estos aún no han llegado a tanto.»
-Pero... pero... -pudo decir Jack, perplejo-. Han estado a punto de atraparme en mi forma de dragón. Me han atado...
«Llevan siglos intentando cazar sheks, y ya ves que han desarrollado ciertas tácticas. Muy toscas y poco efectivas.»
-¿Me han confundido con un shek al transformarme?
«No has debido de parecerles muy diferente a nosotros.. hasta que los has chamuscado un poco, claro. Ya te he dicho que no son muy listos.»
Jack contempló, pensativo, los cuerpos de los atacantes muertos.
-Éste es un mundo muy extraño -dijo-. Peligroso. Y muy poco acogedor. Entiendo que los sheks quisierais regresar a Idhún.
Sheziss abrió la boca en algo parecido a un bostezo que dejo ver su larga lengua bífida.
«Extraño, peligroso, poco acogedor -repitió-. No nos preocupan esas cosas. Podemos vivir en mundos así. Eso no es lo peor de Umadhun, niño.»
-¿Ah, no? ¿Y qué es lo peor, pues?
Sheziss contempló el eterno manto de nubes que cubría el cielo. Un relámpago iluminó su rostro de serpiente.
«Que es feo. Espantosamente feo. Y aburrido. Espantosamente aburrido.»
Regresaron a los túneles, deprisa. En más de una ocasión estuvieron cerca de ser alcanzados por un rayo, pero por fin lograron llegar a las montañas, sanos y salvos. Se detuvieron un momento en la boca del túnel para descansar.
Jack contempló largo rato el cielo desgarrado por los relámpagos.
-Soy una pieza importante en una guerra de dioses -dijo a media voz-. Una pieza muy importante, pero sólo una pieza al fin y al cabo. ¿Qué sentido tiene luchar en una guerra que no es la mía? La profecía anunció que Victoria y yo mataríamos a Ashran. Siempre pensamos que las palabras de la profecía eran la voz de los dioses, un aviso de lo que iba a suceder. Pero ahora sé que no es así. Los Oráculos no nos dicen lo que va a pasar, ¡no lo que debemos hacer. No nos transmiten el consejo de los dioses, sino sus órdenes. Pero ¿y si yo me negara a cumplirlas? Y si desobedeciera a la voz de los Oráculos?
«¿Lo harías?»
Jack se encogió de hombros.
-¿Por qué no? Por culpa de esa profecía, de esa misión que os dioses nos encomendaron, han muerto todos los dragones y los unicornios. Murieron también mis padres, y tanta otra gente... Participar en este juego sin sentido se paga con sangre, es un precio demasiado alto.
«Ashran entró en el juego. Escuchó la voz de los Oráculos, supo que los dragones y los unicornios tenían órdenes de acabar con él. Y los mató a todos.»
Jack no respondió. Seguía con la mirada perdida en el oscuro horizonte de Umadhun. Y estaba serio, extraordinariamente serio. En aquel momento parecía mayor de lo que era, no un muchacho, sino casi un hombre.
«Tal vez haya llegado la hora de dejar de luchar por la profecía, y por los dioses -insinuó Sheziss-. Tal vez haya llegado el momento de empezar a luchar por ti.»
-¿Por mí? -repitió Jack, con voz neutra.
«Por todo lo que Ashran te ha arrebatado. Los sheks y los dragones luchamos por instinto. ¿Por qué lucha Ashran?»
-Por ambición, supongo. ¿Qué sé yo? Cuando empecé con esto tenía las cosas muy claras, sabía quiénes eran los buenos y quiénes los malos, sabía por qué luchaba: para vengar la muerte de mis padres, para descubrir mi verdadera identidad, para apoyar a la Resistencia, que me había salvado la vida... para proteger a Victoria... había tantas razones...
«¿Ya no tienes razones para luchar?»
-No lo sé. Estoy confuso. Mi deseo de venganza se apagó hace tiempo, y ya sé quién soy. Y la profecía... maldita sea, no me gusta la idea de que los dioses me manejen a su antojo, no quiero seguir su juego. Y en lo que respecta a Victoria...
Calló un momento. Su corazón seguía sangrando por ella, la echaba de menos. Pero recordaba las palabras que Christian había pronunciado tiempo atrás: «Tienes que morir, es la única forma de salvar a Victoria». Ahora sabía qué había querido decir. Si él moría, la profecía no se cumpliría. Entonces, ni Ashran ni los sheks tendrían motivos para matar a Victoria.
-Puede que ella esté mejor sin mí -dijo de pronto-. Todos piensan que estoy muerto. Victoria ya no supondrá una amenaza para Ashran, la dejarán en paz. Christian cuidará de ella. Si no vuelvo, Victoria no tendrá que luchar nunca más. También ella podrá escapar de un destino que no eligió.
Sheziss lo observó con interés.
«¿De veras crees que ése es el camino? ¿Ocultarte aquí para siempre? ¿Es lo que quieres?»
-No -gruñó Jack-. Detesto este lugar, y...
No terminó la frase. No encontraba palabras para describir lo muchísimo que añoraba a Victoria, lo solo y perdido que se sentía sin su presencia. Se preguntó cómo sería pasar el resto de su vida sin ella. La sola idea le resultó aterradora.
-Pero si no vuelvo a Idhún -prosiguió, sobreponiéndose-, habré escapado del destino que me impusieron los dioses. Victoria estará a salvo. Y los sheks no tendrán que seguir luchando,
«Tenía entendido que odiabas a Ashran. Aquel que exterminó a toda tu raza.»
Por la mente de Jack cruzó, fugaz pero intenso, el recuerdo del macabro cementerio que era ahora Awinor, la tierra de los dragones. Los pequeños esqueletos de sus hermanos, muertos al nacer. Los huesos de su madre...
... el cuerpo de su madre humana, muerta a manos de Elrion en su casa de Dinamarca, en la Tierra.
Sintió que hervía de ira.
«Si no quieres luchar en una guerra que no es la tuya... -sugirió Sheziss-. Hazla tuya. No luches por los dioses, ni por la profecía, ni por salvar Idhún que, al fin y al cabo, nunca ha sido tu mundo y, dado que ya no quedan dragones, nunca más lo será. Lucha por ti mismo. Por el odio que sientes, y que no puedes evitar. Si tienes que sucumbir a ese odio, mejor será que odies a alguien a quien realmente tengas motivos para odiar. Y que actúes en consecuencia.»
-Ésta no es mi guerra -repitió Jack, pensativo-. Pero puede ser mi guerra.
Se volvió hacia Sheziss, desconfiado.
-Me dirás cualquier cosa con tal de que sirva a tus propósitos, ¿verdad?
Los ojos de la shek brillaron, divertidos.
«¿Crees que trato de manipularte? No, dragón, no me resultaría conveniente eso. No tiene sentido engañar a alguien para que se alíe conmigo. Porque en cualquier momento puede dejar de ser un aliado. Estoy intentando descubrir si tienes verdaderos motivos para luchar contra Ashran. Y si los tienes, serás un aliado perfecto, a pesar de que me repugnas por ser un híbrido, de que te odie por ser un dragón. Porque lucharás por ti, y no por mí. Lucharás de corazón. Con todas tus fuerzas. »
-Podrías obligarme con tu poder telepático, ¿no?
«Podría, sí, pero el vínculo podría romperse en cualquier momento, y yo me encontraría sola. Es mejor buscar a alguien que tenga los mismos objetivos que yo que tratar de convencer a alguien para que haga lo que yo quiera.»
Jack exhaló un largo suspiro.
-No sé lo que debo hacer -confeso.
«Duerme -le recomendó ella-. Cuando estés más descansado, verás las cosas con más claridad.»
Jack se dio cuenta entonces de que estaba muy cansado. Se dejó caer sobre el suelo de piedra y apoyó la espalda en la pared del túnel. No quería dormirse porque tenía muchas cosas en qué pensar, pero sin darse cuenta cayó en un sueño pesado y profundo.
Soñó con Victoria. Soñó con su mirada, preñada de luz, con su dulce sonrisa; sintió, por un glorioso momento, la calidez de su cuerpo entre sus brazos, la suavidad de su pelo, su olor.
Pero entonces ella desapareció como si jamás hubiera existido, y Jack la echó tanto de menos que creyó volverse loco. Y entonces vio ante sí el rostro de Christian, sus ojos fríos y ligeramente burlones.
«Yo estoy con ella -decía el shek-. ¿De qué lado estás tú?
«Yo estoy con ella», respondía Jack.
«No lo estás -dijo Christian-. La has dejado sola. Jamás deberías haberla abandonado.»
«¿Abandonado?», repitió Jack, desorientado.
Christian inclinó la cabeza. Jack vio entonces que sostenía a Victoria; la muchacha yacía entre los brazos del shek, pálida y en apariencia, sin vida. Jack la llamó por su nombre, pero ella no reaccionó.
«Se está muriendo -dijo Christian; sus ojos azules estaban húmedos-. Yo solo no puedo salvarla. Jack, ella te necesita, te necesita, estúpido, no puedes darle la espalda ahora.»
Jack alargó el brazo hacia ella, tratando de alcanzarla.. pero su mano pasó a través de su imagen, como si fuera un fantasma.
«Demasiado tarde...», murmuró Christian.
Los dos se fundieron con la bruma.


Jack se despertó con un jadeo ahogado y el corazón latiéndole con fuerza. Se llevó la mano a la cara y descubrió que tenía las mejillas empapadas de lágrimas. Temblando, se acurrucó junto a la pared de piedra.
-Sheziss -llamó.
Percibió un movimiento en la oscuridad del túnel.
«¿Sí?», dijo ella.
-¿Cuándo volveremos a Idhún?
«Cuando estés preparado.»
-¿Qué significa eso?
«Que aún tienes mucho que aprender.»
-¿Qué es lo que he de aprender?
«Tienes que aprender lo que significa ser un dragón. Pero también lo que significa ser un shek. Cuando sepas controlar tu odio sin reprimirlo, cuando seas capaz de canalizar ese sentimiento de la manera adecuada..., entonces estarás preparado para enfrentarte a Ashran.»
-¿Cómo sabes que quiero enfrentarme a Ashran?
«Porque quieres volver a Idhún. Y si vuelves a Idhún, no tendrás más remedio que enfrentarte a Ashran. Claro que puedes desafiar a los dioses y quedarte aquí. Tú mismo.»
Jack respiró hondo y recapacitó. Aquel extraño sueño le había llenado el corazón de angustia. Tal vez fuera sólo un estúpido sueño, pero en cualquier caso ya no podía negar por más tiempo el hecho de que echaba de menos a Victoria, desesperadamente. Tenía que regresar con ella. Si no lo hacía...
Sintió un escalofrío. Comprendió que habría sido capaz de vivir el resto de su vida en Umadhun, con Victoria a su lado para desterrar con su luz las tinieblas de aquel mundo. Pero sin ella...
... sin ella, nada tenía sentido.
Cerró los ojos.
Tal vez fuera sólo un estúpido sueño.
Pero, si no lo era, quizás había subestimado el poder de Ashran. Quizás él tenía planes para ella, quizás estaba en peligro, quizá Christian no podía protegerla. O quizá simplemente Victoria lo echaba de menos tanto como él la añoraba a ella. En cualquier caso, no podía abandonarla. Debía volver a su lado, y si ello implicaba luchar contra Ashran para hacer cumplir la profecía... que así fuera.
-Si aprendo a ser un dragón -dijo a media voz-, seré más fuerte y poderoso, ¿verdad?
«Así es. »
-Y si aprendo también lo que significa ser un shek -prosiguió él-, seré capaz de controlar mi odio. Podré aliarme contigo, y después, también con Christian. Y él, Victoria y yo, los tres, unidos, seremos más fuertes. Tendremos más posibilidades de derrotar a Ashran.
«Ésa es la idea.»
Jack alzó la mirada, sereno y resuelto.
-Haré lo que haga falta, pues. Si ésta ha de ser mi guerra, la será.
Sheziss entornó los ojos y emitió un suave siseo.
«Bien», dijo solamente.
Dio media vuelta entonces y se internó por el túnel. Jack se incorporó y la siguió.
Avanzaron un buen rato en silencio, hasta que Jack dijo:
-Si vamos a ser aliados, hay algo que quiero saber.
La shek no respondió, pero Jack percibió en su mente algo parecido a un mudo asentimiento.
-Estás luchando contra Ashran -prosiguió el muchacho- Buscabas un aliado, y antes has dicho que querías asegurarte de que ese aliado también tenía sus propios motivos para luchar contra Ashran. Porque así sabrías que no te abandonaría en medio de la batalla.
»Ya conoces mis motivos, mi historia. Sabes quién soy y por qué quiero enfrentarme a él. Pero yo no sé nada de ti. No me parece justo. También yo tengo derecho a saber que tienes tus motivos para odiarle. Que no vas a abandonar a mitad.
«¿Sí?», dijo Sheziss, aparentemente desinteresada; pero Jack percibió en su mente un ligero matiz amenazador.
No se arredró.
-¿Por qué odias a Ashran? ¿Qué ha hecho ese humano merecer el odio de un shek?
Sheziss no contestó enseguida. Siguió reptando por el túnel, sin mirarlo siquiera, y por un momento Jack pensó que no iba a responder a su pregunta. Pero entonces captó la voz de ella en algún rincón de su mente, como un susurro lejano que, sin embargo, oyó con escalofriante claridad, y cada una de palabras golpeó su conciencia con la fuerza de una maza:
«Me robó todos mis huevos... y los usó en un repugnante experimento de nigromancia.»



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