LA ÚLTIMA BATALLA

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Este asedio no tiene sentido -estalló el rey Kevanion-. Podemos pasarnos años sitiando la Fortaleza de Nurgon; mientras ese escudo siga ahí, y mientras ellos tengan el bosque de Awa a sus espaldas, no lograremos conquistarla.
Ziessel no respondió. No lo estaba escuchando. Pese a que el rey de Dingra pensaba que la shek lo veía como a un igual, lo cierto era que ella apenas prestaba atención ;i sus balbuceos. Los humanos eran una raza estúpida en general, pero algunos se llevaban la palma, y aquel Kevanion era uno de ellos.
Seguía molesta por haber perdido Nurgon, porque aquellos rebeldes la habían derrotado en el río. Pero días atrás había recibido una información a través de la red telepática de los sheks, una información que había mejorado mucho su humor.
-Mis tropas llevan casi tres meses acampadas en torno a Nurgon -seguía lamentándose el rey-. Y en todo ese tiempo, los rebeldes se han estado dedicando a reconstruir la Fortaleza, a hacer crecer el bosque en torno a ellos y a construir más de esas máquinas voladoras. Los pueblos de la zona ya no pueden seguir alimentando a mis soldados. Se ponen nerviosos, empiezan a quejarse...
«Prescinde entonces de los soldados humanos -replicó Ziessel, aburrida-. Los szish no causan problemas.»
-Ésa no es la cuestión. Aunque los generales consiguieran mantener la disciplina, ¡ya no tengo con qué alimentar a tanta gente! He recibido un mensajero del rey Amrin. Pronto se presentará aquí también con los suyos. Más les valiera quedarse en Vanissar.
«No, es aquí, en Dingra, donde tienen que estar», replicó Ziessel, que sabía, como todos los sheks, que la decisión de Amrin de abandonar Vanissar por fin le había sido dictada por Eissesh, quien a su vez había recibido instrucciones del mismo Zeshak. Alzó la mirada hacia el cielo nocturno. «Dentro de cuatro días exactamente, rey Kevanion -prosiguió, con suavidad-, dejarás de preocuparte del avituallamiento de las tropas, de si causan problemas, de si se aburren... dentro de cuatro días, rey Kevanion, tendrás que ocuparte solamente de conducir a tu ejército hasta la victoria.»
-...o hasta el escudo de Awa, ¿no? -replicó Kevanion, ácidamente.
«Humanos..., siempre tan obtusos -suspiró Ziessel-. ¿De veras crees que te aconsejaría enviar a tus tropas a estrellarse contra el escudo? No, Kevanion. Confía en Ashran, tu señor. Cree en él, y en mis palabras. Dentro de cuatro días, cuando las tres lunas se alcen en el firmamento, ya no habrá escudo que proteja el bosque de Awa ni la Fortaleza de Nurgon. Porque, para entonces, Ashran lo habrá destruido.»


Victoria se despertó bien entrada la noche, sobresaltada y con el corazón latiéndole con fuerza. Había soñado, de nuevo, que Jack caía a la sima de fuego, con la herida producida por Haiass adornando su pecho como una flor de escarcha. Trató de serenarse. Jack dormía profundamente junto a ella, estaba bien, estaba a salvo. Suspiró. Sabía que aquella imagen seguiría poblando sus pesadillas durante mucho, mucho tiempo, y que el recuerdo de aquellos días oscuros nunca abandonaría del todo su corazón.
Se recostó de nuevo en la cama, acurrucándose junto a él todo lo que pudo, y cerró los ojos un momento. Le resultaba increíble que por fin pudiera descansar en una cama en condiciones, en un cuarto en condiciones. Sonrió para sí. Aunque en la Torre de Kazlunn había habitaciones de sobra, le había parecido espantosa la sola idea de dormir lejos de Jack aquella noche. Abrió los ojos para contemplar al joven bajo la luz de las tres lunas. Se había dormido boca arriba, y en su pecho desnudo se veía claramente la cicatriz de la herida producida por Haiass. Victoria la recorrió con la punta de los dedos, estremeciéndose al notarla tan fría bajo su piel. Sabía que, aunque la espada no hubiera rozado su corazón, aquélla era una herida mortal de la que Jack no habría podido recobrarse solo. Alguien lo había curado, alguien le había ayudado a regresar, pero el chico no había querido desvelar su identidad. Y aunque Victoria estaba segura de que ese alguien era una mujer, no le habría preguntado nada al respecto. Si el muchacho sentía la necesidad de callar, ella no iba a forzarle a revelarlo.
Lo miró intensamente. Jack había cambiado. Ahora era mayor y más maduro, y tenía secretos para ella, cuando antes se lo había confiado todo sin reservas. Pero Victoria sabía que su amor seguía ahí, intacto, más sólido que nunca. Y estaba junto a ella de nuevo. Le parecía un sueño demasiado hermoso para ser real.
Le acarició el pelo y el rostro con cariño. No iba a despertarse, ya que tenía el sueño muy profundo. Lo contempló unos instantes, dormido, y de pronto sintió la urgente necesidad de besarlo, de abrazarlo con todas sus fuerzas y decirle lo mucho que lo amaba. Pero sabía que, por muy dormido que estuviese, aquello sí que lo despertaría. Y sospechaba que Jack no había dormido tan a gusto en mucho, mucho tiempo. Necesitaba descansar. Los tres necesitaban descansar, en realidad.
Sonrió al recordar los momentos que habían pasado juntos aquella noche. Jack había respetado su deseo de ir poco a poco en su relación, de no pasar todavía de los besos y las caricias; pero sus besos habían sido más apasionados que nunca, y sus caricias, mucho más audaces. Enrojeció sólo de pensarlo.
Suspiró y se levantó, en silencio. De pronto se sentía cansada, muy cansada. Había acumulado mucha tensión en los últimos tiempos, y ahora sentía que le dolía todo el cuerpo. Lo habría dado todo por un buen baño caliente.
Recordó entonces que Jack le había contado que había unos baños en el sótano de la torre, una piscina tallada en la roca que se llenaba de agua de mar cuando subía la marea. La magia mantenía la roca caliente, y el agua resultaba agradablemente cálida. Victoria sonrió al recordar que Jack le había comentado esto sin mucho interés; él prefería bañarse con agua fría, pero los altos acantilados que rodeaban la torre no eran el lugar más idóneo para tomar un baño. De forma que no le había hecho mucha ilusión tener que utilizar las termas de la torre.
Victoria se levantó en silencio y se puso por encima una suave capa que había encontrado en el armario de una de las habitaciones de la torre. Había descubierto otra llena de ropa femenina, pero no la había tocado, ésa no. Aquellas prendas sutiles y delicadas, que insinuaban más de lo que pretendían ocultar, le habían recordado a alguien que ya no estaba allí. Por respeto, Victoria lo había dejado todo como estaba en aquella habitación.
Salió del cuarto con paso ligero; tenía intención de estar de vuelta antes de que Jack despertase. Bajó las escaleras deprisa. En un recodo se encontró con un szish, que la saludó con una inclinación de cabeza. Victoria correspondió al saludo.
Había menos gente en la torre que cuatro días antes, cuando ella había llegado allí para matar a Christian. Ni él ni Jack le habían comentado nada al respecto, pero Victoria sabía que habían hecho una selección entre los szish y los magos que guardaban la torre. Primero había sido Jack, mientras Christian y ella dormían su sueño curativo; se había encargado de deshacerse de todos aquellos que siguieron siendo fieles a Ashran. Victoria sintió un escalofrío. No sólo porque Jack había aprendido a matar a sangre fría, sino también porque intuía que un oscuro poder le respaldaba. De lo contrario, no habría podido controlar él solo a toda la torre.
Después, Christian había hecho una segunda criba. Tampoco había tenido piedad con aquellos en los que intuyó un atisbo de rebelión.
Victoria comprendía que estaban en guerra, y que en la guerra no había lugar para la compasión. Además, ellos dos sólo trataban de protegerla. Estaba convencida de que ella misma habría sido capaz de matar a cualquiera que amenazase sus vidas. Pero, aun así, prefería no pensar en ello. Tal vez por eso Jack y Christian no habían hablado del tema.
No obstante, Victoria se había dado perfecta cuenta de que había menos gente. Y tenía una idea muy clara de lo que había sucedido con ellos.
Se acordó entonces de Yaren, el semimago al que días atrás le había entregado una magia sucia y oscura, preñada de dolor y de angustia. Lo habían buscado por los alrededores de la torre, pero no lo habían encontrado. Victoria lo compadecía, pero a pesar de todo no podía sentirse culpable. Había hecho lo que tenía que hacer, y punto. Sin embargo, no podía dejar de preguntarse dónde estaría Yaren, ni qué haría con aquel don que, al haber sido entregado en el momento inapropiado, se había convertido en una maldición para él.
Llegó por fin al sótano y entró en los baños. El ambiente estaba cargado de vapor de agua, que flotaba sobre la alberca de agua de mar. Victoria se relajó al ver que no había nadie, y que la piscina estaba medio llena. Sabía que se vaciaba cuando bajaba la marea.
Se desnudó rápidamente y descendió por la escalera. Sólo mojarse un poco y salir, pensó. Pero el agua era cálida y curiosamente aromática, y relajó sus músculos y suavizó su piel. Victoria disfrutó del baño y, cuando salió un rato después, se sentía mucho mejor. Se envolvió en su capa y se sentó en el borde de la alberca. Se asomó para contemplar su reflejo en el agua.
También ella había cambiado. Sus rasgos se habían afilado un poco, definiéndose más y perdiendo los últimos restos de redondez infantil. Sus ojos eran más grandes y hermosos que nunca, y su pelo había crecido, cayendo por su espalda en ondas indomables.
Pero Victoria no se percató de todo esto. Se palpó el cuello con los dedos, donde todavía tenía una marca rosácea, fruto de uno de los ardientes besos de Jack. Parpadeó, perpleja, y movió la cabeza, sonriendo, un poco azorada. No cabía duda de que el joven dragón la había echado mucho de menos. «También yo a ti, Jack -pensó-. Tanto que me volví loca. Tanto que estuve a punto de matar a tu asesino. Si él hubiera muerto, yo habría muerto con él; pero eso entonces no me importaba.»
Sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente. Se levantó, en busca de su ropa, pero se detuvo un momento, alerta.
La temperatura del ambiente había bajado un poco. Victoria suspiró y se envolvió un poco más en la capa.
-Christian -lo llamó con suavidad.
El joven se dejó ver entre la nube de vapor de agua, apenas una sombra recortada en la pared contra la que estaba apoyado.
-Es de mala educación espiar a una dama cuando se baña -sonrió ella.
-También es muy interesante -replicó él con calma.
Victoria volvió a sentarse en el borde de la alberca y esperó a que él se acercara. Como siempre, sintió un escalofrío cuando lo notó próximo a ella.
Ya estaba casi recuperado de la herida que Victoria le había infligido, pero aún se sentía débil, y por esta razón los tres seguían allí, en la torre. Si habían de enfrentarse a Ashran, había decidido Jack, era mejor que estuvieran todos en perfectas condiciones.
-Tienes mejor aspecto -le dijo ella-. Aunque se te ve un poco pálido.
-Y he perdido reflejos. Me noto torpe y lento. -Victoria lo miró, un poco sorprendida; le había parecido que él seguía moviéndose con la agilidad y sutileza que le caracterizaban-. Pero espero estar en forma pronto.
Ella suspiró. Su rostro se nubló al evocar días pasados.
-No quiero tener que volver a pasar por esto -murmuró. Christian supo exactamente a qué se refería. No hizo ningún comentario.
-Otra vez tuve ocasión de matarte -prosiguió Victoria-. Tuve tu vida entre mis manos. Sin embargo, retrasé tu ejecución para darte el beso que me habías pedido.
Christian sonrió.
-A pesar de eso, me clavaste la espada.
-Podía habértela clavado en el corazón -hizo notar ella; se estremeció-. Ahora mismo podrías estar muerto.
-¿Acaso no es lo que merezco? -preguntó él con suavidad; Victoria lo miró, muy seria-. Hay tanta gente que me quiere muerto -prosiguió él-, que a menudo tengo la sensación de que no tardarán en salirse con la suya.
-Por encima de mi cadáver -replicó ella en voz baja; habló con un helado tono amenazador que hizo que el propio Christian sintiera un escalofrío-. Sé todo lo que has hecho, todo el daño que has causado, sé que muchos de los que te odian tienen motivos justificados para hacerlo. -Lo miró fijamente-. Pero a pesar de todo yo no puedo dejar de amarte, y actuaré en consecuencia. No voy a permitir que nada ni nadie te haga daño.
Christian no respondió. Tampoco se movió, ni hizo el menor gesto. Sostenía su mirada con seriedad, y sus ojos de hielo no traicionaban sus sentimientos.
-Sin embargo -añadió Victoria-, si vuelves a hacer daño a Jack, pasaré a ser una de esas personas que quieren verte muerto. Habló con calma, pero sus ojos se oscurecieron un instante, y su voz se volvió un tanto fría e inhumana; Christian comprendió que la oscura criatura sedienta de venganza todavía se agazapaba en algún rincón del alma de Victoria, y que la cólera del unicornio herido, una cólera que podía llegar a ser tan terrible como la de un dios, volvería a aflorar contra cualquiera que le arrebatase a un ser amado.
-Si vuelves a hacer daño a Jack -repitió ella, con suavidad yo misma me encargaré de acabar con tu vida. Y en esta ocasión no habrá beso de despedida, ni espada clavada en el vientre. Si vuelves a tocar a Jack, te mataré.
Christian sabía que lo decía en serio. Recordó una noche en Seattle, tiempo atrás, en que él mismo le había puesto a Victoria una daga en la mano, le había sugerido que acabase con su vida, había amenazado con matar a Jack. Entonces, a pesar de todo, ella no había sido capaz de utilizar aquella daga. Christian había contado con ello. No necesitaba someterla a aquella prueba para conocer los sentimientos que ella albergaba en su interior; sabía que eran lo bastante intensos como para detener la mano que había de matarlo.
Entonces él lo sabía, pero Victoria todavía no. La prueba del puñal había estado destinada exclusivamente a ella. A demostrarle lo enamorada que estaba, antes incluso de que la joven fuera consciente de ello.
Pero en aquel momento, en las termas de la Torre de Kazlunn, mucho tiempo después, Christian comprendió que, aunque el amor de Victoria por él era más sólido e intenso que nunca, su odio podía alcanzar las mismas proporciones.
«Si vuelves a tocar a Jack, te mataré», había dicho ella. Parecía una amenaza, pero ni siquiera lo era. Se trataba, simplemente, de un hecho obvio, inevitable, incuestionable.
-Y después morirás conmigo -dijo Christian sin embargo.
-Y después moriré contigo -asintió Victoria con suavidad.
Hubo un breve silencio.
-No puedo permitirlo -dijo él entonces-. No volveré a hacer daño a Jack.
Ella le sonrió con dulzura. La oscuridad fue, lentamente, desapareciendo de sus ojos.
-No temo a la muerte -prosiguió Christian-. Pero no quiero volver a hacerte sufrir de esa manera. Ya sabes lo mucho que me importas.
-Lo sé -susurró ella-. Y tú sabes que yo siento lo mismo.
Hubo un breve instante de incertidumbre. Entonces, como atraídos por un imán invisible, se acercaron el uno al otro... un poco más. Quedaron un momento en silencio, muy juntos pero sin llegar a rozarse todavía.
-No obstante -añadió Christian, pensativo-, si alguien tiene que matarme, prefiero que seas tú, o incluso Jack. Nadie más.
-Tampoco voy a permitir que Jack te haga daño -dijo Victoria en voz baja, y a Christian le sorprendió detectar la misma fría amenaza en sus palabras.
-Si él me matase... ¿qué harías tú? -tanteó. Ella no respondió enseguida.
-Eres el otro hombre de mi vida -dijo sencillamente, citando las palabras que el shek le había dirigido tiempo atrás, en el bosque de Awa-. Perderte a ti supondría para mí lo mismo que perder a Jack. Actuaría de la misma manera. Deberías saberlo ya.
Christian sonrió, pensando que ahora era ella quien le daba lecciones, quien dejaba las cosas claras y establecía las bases de su relación. Siempre había sido al revés.
-Por lo visto, lo mejor para los tres será que nadie pierda a nadie -hizo notar.
Victoria respondió con una risa tan cristalina como los arroyos de las montañas. Lo miró con cariño, y Christian volvió a ver en sus ojos la luz de siempre. Se sintió tan reconfortado que le dirigió una amplia sonrisa. Victoria apoyó la cabeza en su hombro, con un suspiro, y cerró los ojos un instante, dejando que la presencia del muchacho llenase su alma. Christian no se movió.
Contemplaron un rato el agua, en silencio. Entonces, Victoria habló, y su voz sonó ya desprovista de aquel timbre inhumano cuando dijo:
-Quiero preguntarte algo. ¿Qué ha sido de Gerde?
Había oído rumores de que Ashran le había entregado el mando de la torre antes de la llegada de Christian.
-La maté -respondió él simplemente. Victoria ya lo intuía. Respiró hondo.
-Estaba enamorada de ti.
Christian se encogió de hombros.
-Jamás la correspondí, y ella lo sabía.
-Pero estuviste con ella, ¿verdad? La noche en que... la noche en que Ashran me utilizó -concluyó en voz baja.
Christian la miró.
-Claro que lo suponía -sonrió Victoria ante la muda respuesta de él-. No soy tan ingenua como pareces creer. Dime, ¿no significó nada para ti?
-Sabes que no, Victoria. ¿Por qué me lo preguntas?
-Amas a una mujer y luego la matas. Así... tan simple.
-Nunca la he amado. Y de todas formas ella te habría matado si hubiera podido.
-Ya lo sé, pero... a pesar de todo, no soy capaz de odiarla.
-Tampoco yo la odiaba. Simplemente me era indiferente. Y se lo dejé bien claro en todo momento.
-Lo sé. -Se incorporó para marcharse; al pasar por detrás de él, colocó una mano sobre su hombro y le susurró al oído-. Si tanto te cuesta amar, si para ti no es más que placer, no deberías volver a pasar la noche con una mujer que esté enamorada de ti. Le romperás el corazón.
Christian la cogió por la muñeca y la retuvo a su lado. La miró a los ojos.
-También tú estás enamorada de mí -hizo notar.
-Cierto -sonrió Victoria-. Pero yo no te he invitado a pasar la noche conmigo.
-Todavía no. Sigo esperando.
-¿Me romperías el corazón después?
-Sabes que tú no me eres indiferente. También te lo he dejado claro desde el principio.
Victoria quiso retirarse, pero él no la dejó. La atrajo hacia sí y la besó con suavidad. Victoria fue entonces incómodamente consciente de que debajo de la capa no llevaba nada. Se separó de él, azorada, con el corazón latiéndole con fuerza. Los brazos de Christian la rodearon para retenerla junto a él.
-Acabo de estar con Jack -le advirtió ella; se estremeció y se le escapó un breve gemido cuando los labios de él besaron su cuello, suavemente, pasando también por la marca que Jack le había dejado-. Supongo que, como dices tú... apesto a dragón.
-Lo sé -susurró él en su oído-. Es parte de tu encanto.
Victoria sonrió, a su pesar. Soltó una exclamación de alarma cuando sintió las manos de él explorando su cuerpo, lenta y suavemente.
-¿Qué haces?
Christian se detuvo un momento para clavar en ella la mirada de sus ojos azules.
-Aprovechar mis momentos a solas contigo. Me hundiste a Domivat en el estómago; creo que merezco una compensación.
-¡Qué! -soltó Victoria, sin dar crédito a lo que oía-. ¡Tú por poco matas a Jack! ¡Por no mencionar el hecho de que me entregaste a tu padre para que me torturara!
-Entonces compensémonos mutuamente -replicó Christian, y volvió a la carga-. Te aseguro que no te arrepentirás.
La besó otra vez. Victoria jadeó y lo apartó de sí, con suavidad.
-Para, por favor. No lo entiendes.
-Lo entiendo -respondió él, mirándola a los ojos-. Sé que quieres que Jack sea el primero en amarte, cuando llegue el momento.
Victoria se quedó helada.
-No... no lo había decidido todavía. -Sí que lo habías decidido.
Victoria respiró hondo y apoyó la espalda en la pared. Christian se separó de ella, dejándole el espacio que le había pedido.
-Tienes razón -susurró-. No es que. lo hubiera decidido, pero... en el fondo, es lo que desearía. Y no es que te quiera menos que a él. Es sólo que...
-... que para esa primera vez prefieres a alguien que pueda darte el cariño, la comprensión y la confianza que necesitas para sentirte segura. Y él no ha dejado de ser tu mejor amigo. Te sentirás más cómoda con él.
Victoria no se sorprendió de que él la entendiera tan bien. Se iba acostumbrando.
-También quiero estar contigo. Y lo deseo tanto que a veces me da miedo. Porque todavía no te conozco tanto como querría. Todavía siento que tengo un largo camino que recorrer contigo.
-Ya lo sé -sonrió Christian-. Esperaré tranquilamente mi turno, ya te dije que no tenía prisa. Además -añadió-, no me siento para nada un segundón. Por ejemplo, sé que fui el primero en besarte. En eso me adelanté a Jack. Y a cualquier otro.
Victoria se quedó de piedra.
-¿Cómo ...? -empezó, boquiabierta-. ¿Cómo sabes...?
-¿Que fui el primero en probar el sabor de tus labios? -Él la miró intensamente-. Lo sé. ¿O acaso no fue así?
Victoria desvió la mirada, con una tímida sonrisa.
-Sí que fuiste el primero -dijo en voz baja.
Y el corazón se le aceleró de nuevo al recordar aquella noche, en un parque de Seattle, cuando había acudido al encuentro de su enemigo; cuando había sido incapaz de matarlo, y él a cambio le había robado un beso. Su primer beso.
-Pero de todas formas -dijo Christian, acercándose de nuevo a ella- sigo pensando que nada me impide disfrutar un poco de tu compañía. Respetando los límites que tú quieras marcar, por supuesto.
Ella sonrió. Se sonrojó un poco y bajó la cabeza cuando dijo:
-Hay más -susurró; tragó saliva-. Tu presencia... tu contacto... me vuelven loca -confesó-. Si vuelves a acariciarme como lo has hecho antes, perderé el control -añadió, enrojeciendo todavía más.
-Lo sé -respondió él, sonriendo enigmáticamente-. Cuento con ello. Pero yo sí que puedo mantener el control, y ya te he dicho que respetaré tus límites. Llegaré sólo hasta donde tú quieras llegar. ¿Te fías de mí?
Ella lo miró largamente.
-¿Puedo fiarme de ti?
-No deberías -replicó él, muy serio-. Pero puedes.
Victoria quedó perdida en su mirada. Dejó que Christian se acercase, que la besara, que la abrazara de nuevo y empezara a acariciarla. Se estremeció entre sus brazos. Cerró los ojos y se dejó llevar. Una parte de ella todavía temía a Christian, al asesino despiadado que la había entregado a Ashran, al shek henchido de odio que había estado a punto de matar a Jack. Pero su corazón le decía a gritos que lo amaba, que necesitaba estar ' junto a él, tenerlo cerca...
Le sorprendió que sus caricias fueran tan suaves y tan sutiles y que, sin embargo, despertaran en ella tantas nuevas sensaciones. Christian no era cálido, apasionado y entregado como Jack; incluso se mostraba un tanto frío y distante, y sólo el brillo en el fondo de sus ojos de hielo delataba el intenso sentimiento que latía en él. Y, sin embargo, sus gestos, calmosos y estudiados, y su roce, suave y delicado, la invitaban a disfrutar de cada caricia, de cada instante, como si fuera único.
-Ya... déjalo -jadeó ella-. No sigas. Yo...
-Lo sé, tranquila -le susurró él al oído-. Tranquila.
La estrechó entre sus brazos. Victoria sentía que le ardía la piel, el corazón le latía tan deprisa que pensaba que se le iba a salir del pecho. Apoyó la cabeza en el hombro de Christian, tragó saliva y trató de calmarse. Apenas percibió que él volvía a cubrirla suavemente con la capa.
-Estoy un poco asustada -le confesó-. Pero una parte de mí está tranquila. No sé muy bien qué me pasa.
Le pareció que él sonreía, aunque, como no lo estaba mirando a la cara, no podía saberlo con seguridad. Aguardó su respuesta, pero Christian no dijo nada. Jugueteaba con un mechón de su cabello y, cuando lo oyó respirar profundamente, entendió que él también necesitaba un momento para tranquilizarse. Se sintió sorprendida, turbada y contenta a la vez. Había llegado a pensar que él no había sentido nada.
-Quiero estar contigo -susurró-. Pero...
-Cuando llegue el momento, Victoria -respondió Christian-. No estás preparada aún. Pero no tengas prisa. Las cosas pasan cuando tienen que pasar.
Se quedaron así un momento, abrazados, en silencio. -También para mí es algo nuevo y extraño -dijo entonces Christian.
Victoria sonrió, un poco perpleja. -Me estás tomando el pelo.
-En absoluto. -Se separó un poco de ella, le tomó el rostro con las manos y la miró a los ojos, muy serio-. Me refiero a lo que me sucede por dentro. Nunca había sentido esto por nadie.
Victoria tragó saliva. Dejó que él la besara de nuevo. Disfrutó de aquel beso como si fuera el primero... o el último.
Acabó con tanta brusquedad que Victoria se quedó sin aliento. De pronto, Christian se separó de ella y, antes de que se diera cuenta, le había dado la espalda y escudriñaba las sombras, alerta como un felino.
-¿Qué...?
-Shhhhh.
Victoria calló inmediatamente, comprendiendo que Christian había detectado algún tipo de peligro. Sus dos primeras reacciones se le antojaron a Victoria muy estúpidas segundos después, pero no pudo evitarlo. Lo primero que hizo fue cubrirse aún más con la capa y atarse el cinturón para asegurarla. Lo siguiente, preguntarse, dolida, cómo era posible que Christian hubiera escuchado algo en medio de aquel silencio, y en mitad de aquella situación, hasta qué punto estaba prestando más atención a lo que sucedía a su alrededor que al beso que estaba compartiendo con ella.
Sacudió la cabeza para apartar de su mente aquellos pensamientos y avanzó, decidida, hasta situarse junto a Christian. Miró en torno a sí, inquieta, y pareció oír un leve siseo. Frunció el ceño. Deseó tener el báculo en sus manos, pero se había quedado demasiado lejos, en la habitación, y Victoria dudaba de que su fuerza de voluntad, que era la que llamaba al báculo cuando lo necesitaba, pudiera moverlo a tanta distancia. Adoptó una posición de combate. Sabía pelear cuerpo a cuerpo, y lo haría, si era necesario.
Christian había extraído una daga de no se sabía dónde, y Victoria tuvo otro pensamiento absurdo: «¿Va armado incluso cuando está compartiendo un momento íntimo conmigo?».
Entonces, Christian habló en voz alta. Dijo algo en el idioma de los szish, aquel extraño lenguaje de siseos y silbidos. Victoria lo miró, inquieta.
Alguien le respondió desde las sombras en el mismo idioma. Y entonces, lentamente, los hombres-serpiente salieron de sus escondites, emergiendo como sombras de entre las nubes de vapor de agua, cercándolos por todas partes.
Victoria los contó. Eran doce. Los últimos szish que se habían quedado en la torre. Estaban armados, y los tenían rodeados.
Los hombres-serpiente estrecharon el círculo. Christian se inclinó un poco hacia delante, en tensión. Victoria se preparó también para pelear, colocándose de espaldas a él.
Hubo un breve momento en que todos se quedaron inmóviles, como si el tiempo se hubiese detenido.
Y entonces los szish atacaron, todos a la vez. Christian avanzó, rápido, letal, con su daga reluciendo en la mano. Victoria se movió hacia un lado y se deslizó hacia el otro, encadenando un par de patadas que acertaron al primer szish, primero en el estómago y después en el mentón. Tuvo que saltar a un lado para que el sable de la criatura no la atravesara de parte a parte, y dejó escapar un grito cuando la hoja del arma raspó la piel de su pierna, abriendo un tajo en ella. Al caer, lanzó una nueva patada, esta vez a la cara del hombre-serpiente. Los dos cayeron al suelo; aprovechando que estaba aturdido; Victoria le arrebató el sable y lo hundió en su pecho, sin dudar. Jadeando, se incorporó, con el arma en la mano, y miró a su alrededor. Hizo una mueca de dolor al apoyar la pierna; el muslo le sangraba mucho, pero en aquel momento no le prestó atención.
Christian se había deshecho de dos de los hombres-serpiente y ahora peleaba contra el tercero. Victoria alzó el sable. Ahora por lo menos tenía un arma, pero aun así supo que estaban en clara desventaja. Se preguntó por qué Christian no se había transformado en shek todavía.
Vio de pronto una sombra que emergía de entre la niebla para atacar a Christian por la espalda. Victoria reaccionó por puro instinto para salvar la vida del shek; se arrojó sobre el hombre-serpiente e interpuso su arma entre él y el cuerpo de Christian. Los dos aceros chocaron con violencia. Victoria aprovechó el breve momento de vacilación del szish para acabar con su vida, fría y decidida. Christian volvió apenas la cabeza y le dedicó una breve sonrisa de agradecimiento.
Fue entonces cuando una figura bajó por las escaleras con un grito salvaje, enarbolando un arma que parecía envuelta en llamas. Victoria reprimió una sonrisa cuando lo vio situarse junto a Christian, pero no dejó de pelear.
Mientras Jack y Christian luchaban juntos, Victoria se dio cuenta de que las estocadas del szish la empujaban cada vez más hacia la pared. Su técnica con la espada era muy pobre; a la joven no le quedaba otra cosa que defenderse como buenamente podía, y pronto comprendió que sin su báculo estaba perdida. Tardó unas centésimas de segundo más en levantar el sable, pero era demasiado tarde: la hoja del arma del szish ya estaba sobre ella. Victoria cerró los ojos instintivamente...
Y cuando los abrió, ya no se encontraba allí, sino justo detrás del szish, que acababa de descargar su espada sobre un espacio de aire. Victoria parpadeó, desconcertada, pero no perdió tiempo: sepultó la hoja de su sable en la espalda del hombre-serpiente.
Se volvió justo para ver que había otros tres szish rodeándola. Enarboló su sable, pero en el fondo sabía que era inútil.
En ese momento, una enorme sombra emergió del agua con la rapidez del relámpago, y, de pronto, todos los szish se llevaron las manos a la cabeza y gritaron y sisearon de dolor. Victoria los miró, turbada, sin entender qué estaba pasando. La agonía de los hombres-serpiente duró apenas un par de segundos. Uno tras otro, cayeron al suelo, muertos. Uno de ellos se precipitó de cabeza al agua de la alberca, con un sonoro chapoteo.
Victoria se volvió rápidamente, pero la sombra ya no estaba allí. Cojeando, avanzó hasta el agua y aún llegó a ver una última ondulación en la superficie, y le pareció entrever el lomo escamoso de una enorme serpiente...
Pero desapareció, y la muchacha llegó a pensar que lo había imaginado.
Nada se movió. Victoria, desfallecida, se dejó caer al suelo.
-Bien hecho, Christian -oyó la voz de Jack.
«Claro, ha sido Christian -pensó ella, aturdida-. Ha usado su poder telepático.»
Intentó levantarse para reunirse con los dos chicos, pero no fue capaz. Esperó, por tanto, a que ellos emergieran de la nube de vapor de agua y se acercaran a ella.
-¿Estás bien, Victoria? -preguntó Jack, preocupado.
Ella asintió. Se dejó abrazar por él.
Se dio cuenta entonces de que Christian se había detenido al borde de la piscina y escudriñaba las sombras, preocupado.
-¿Qué es, Christian? -preguntó Victoria, inquieta.
-No he sido yo -respondió él con calma-. No puedo llegar a las mentes de los szish bajo forma humana si no los miro a los ojos, y no he podido transformarme en shek porque todavía estoy débil. Ese ataque telepático ha debido de hacerlo otro, probablemente otro shek.
-Eso es absurdo -replicó Jack-. Si hubiera otro shek aquí, nos habría matado, no se habría molestado en salvarnos la vida.
Christian ladeó la cabeza y le dirigió una mirada inquisitiva, pero no dijo nada.
-A veces hacemos cosas que no sabíamos que podíamos hacer -añadió Jack-. Yo por ejemplo juraría haber visto a Victoria aparecer y desaparecer como un relámpago hace un momento.
Los ojos de los dos se clavaron en ella. Victoria tragó saliva.
-Habrán sido imaginaciones tuyas...
-No, Victoria, puedes hacerlo -intervino Christian-. Yo también lo he visto. No ahora, sino hace unos días, cuando peleaste contra mí. Tienes el poder de moverte con la luz. Así fue como me venciste el otro día.
Victoria se quedó perpleja. Por alguna razón, ya no le parecía tan descabellado.
-¿Así fue como te vencí? No parece muy noble por mi parte.
-Tampoco lo es lanzar un ataque telepático a criaturas que no poseen el mismo poder y, sin embargo, así es como peleamos los sheks.
Volvió a girarse hacia las sombras de la alberca, intrigado.
-Aquí todo el mundo pelea como puede -dijo Jack entonces-. Por eso hay que estar prevenido y no bajar la guardia. Y vosotros dos -añadió, señalándolos acusadoramente- me vais a explicar ahora mismo qué hacíais aquí.
Christian clavó en él una mirada de hielo. Victoria enrojeció. Jack se dio cuenta de que lo habían malinterpretado.
-Es decir -se corrigió, un poco azorado-, imagino perfectamente lo que hacíais aquí. Lo que quiero decir es que lo hagáis en otro lado... quiero decir... que bajasteis la guardia, y yo tengo el sueño muy pesado, y si no llega a ser por... -se interrumpió de pronto-, bueno, que tal vez no me habría despertado, o habría llegado demasiado tarde para ayudaros, y... en fin... que para la próxima vez tengáis más cuidado, ¿vale? Y que, si os quedáis solos, por lo menos tengáis las armas a mano.
Se dio la vuelta bruscamente. Christian y Victoria cruzaron una mirada. Victoria corrió hasta Jack, cojeando. Lo alcanzó al pie de las escaleras, lo hizo girarse y lo abrazó, con fuerza. Jack sonrió y correspondió a su abrazo.
-Ven, vamos a curarte esa pierna -dijo cogiéndola de la mano-. Sangras mucho.
-No es nada grave, sólo es muy aparatoso.
-En cualquier caso, vámonos de aquí. Me pone nervioso este sitio.
Se volvieron hacia Christian para ver si los seguía. Pero el shek se había acuclillado junto a uno de los cuerpos de los szish. -Éste sigue vivo -anunció con calma. -¿Vas a...? -empezó Victoria, pero él negó con la cabeza. -Nos puede proporcionar una información muy valiosa.
Quiero saber quién está detrás de esto... y si seguimos estando seguros en esta torre.


Kimara se despertó, sobresaltada. Alguien la sacudía enérgicamente.
-¿Qué...?
No pudo hablar más, porque la persona que estaba junto a ella le tapó la boca y susurró en su oído:
-Sssshhhh, no hagas ruido. Soy Kestra.
Kimara se incorporó, sorprendida.
-¿Se puede saber qué te pasa? -susurró a su vez, irritada.
-Quiero enseñarte algo. Te va a gustar. ¿Vienes?
Ella la miró, un poco desconfiada al principio. Pero a la clara luz de las lunas pudo ver que el gesto de Kestra era sincero. De modo que se levantó, en silencio, y siguió a la joven shiana a través de la gran habitación donde se había habilitado uno de los dormitorios para mujeres. Las dos se movieron con cuidado para no despertar a nadie.
Kestra guió a Kimara hasta el patio. Las lunas daban tanta claridad aquella noche que casi parecía que fuera de día, de modo que las dos tuvieron buen cuidado de moverse pegadas a las paredes. Hasta que Kestra se dejó caer sobre la hierba, junto a una ventana abierta a ras de suelo de la que salía luz.
-¿Qué...? -empezó Kimara, pero Kestra tiró de ella para que se agachara y mirara a través de la abertura.
Kimara se asomó, intrigada. Vio que la ventana daba al sótano, es decir, al taller de Rown y Tanawe. O, por lo menos, lo habría visto si no hubiera sido porque algo atrapó su mirada y le impidió apartar los ojos de allí.
En el centro de la habitación había un soberbio dragón dorado, un dragón dorado que desplegaba las alas y estiraba el cuello como si quisiera ser aún más alto de lo que era. Sus escamas brillaban con luz propia, su cresta se encrespaba sobre su esbelto lomo, y de sus fauces salía un fino hilo de humo. Cuando el dragón se alzó sobre sus patas traseras, Kimara vio que sus ojos eran verdes como esmeraldas. Le dio un vuelco el corazón.
- Jack! -gritó.
Su grito retumbó por las paredes y se oyó por todo el sótano. Alarmada, Kestra tiró de ella para apartarla de la ventana. Kimara forcejeó.
-Te has vuelto loca? -siseó Kestra-. ¡No deben vernos! ¡Todavía es un secreto!
Kimara comprendió de pronto lo que estaba sucediendo, y volvió a rompérsele el corazón en mil pedazos, como cuando Victoria trajo las noticias de la muerte de Jack.
-Es uno de tus dragones de madera -comprendió-. No es real.
Parecía tan decepcionada que Kestra la miró, sin comprender.
-Pensé que te gustaría -dijo-. ¿Se le parece o no?
-Sí que se le parece -admitió Kimara-. Mucho. Pero es cruel, especialmente para los que lo conocimos. ¿Qué dirán Shail, Aile y Alexander cuando lo vean? Kestra sonrió.
-Por lo que yo sé, fue idea de ellos. Fue Shail quien dio la descripción de Yandrak. De otro modo, Tanawe no habría podido reconstruir su imagen con tanta fidelidad.
Kimara sacudió la cabeza.
-Me cuesta trabajo creer que hayan sido capaces de algo así. Kestra la miró, muy seria.
-Aún no lo entiendes, ¿verdad? -¿El qué?
-Para qué es ese dragón. ¿Qué crees que pasará cuando llegue la última batalla, cuando salgamos de Nurgon para combatir a todas esas serpientes que nos aguardan ahí fuera? ¿Qué piensas que sucederá cuando vayamos a pelear y el último dragón no acuda en nuestro auxilio?
Kimara se dejó caer sobre la hierba, anonadada.
-No lo había pensado. Entonces... ¿se supone que éste va a ser Yandrak? ¿Les vamos a decir a todos que es Jack, que ha venido a ayudarnos?
Kestra suspiró.
-Puede parecerte injusto, pero no tenemos otra salida. Ya te lo dije una vez: los dragones están muertos, ahora sólo nosotros podemos combatir en su lugar. Y la gente necesita creer en algo, aunque sólo sea una ilusión.
-Pero no es real, Kestra.
-¿Cómo de real quieres que sea? Vuela, igual que un dragón. Echa fuego, igual que un dragón. Parece un dragón, y puede pelear como lo haría un dragón de verdad. ¿Qué es más real: esa maravilla que has visto en ese sótano o el recuerdo de un dragón que ya no regresará al mundo de los vivos?
»Eso de ahí abajo simboliza nuestra esperanza, nuestro deseo de luchar por nuestro mundo, por lo que consideramos más justo. Cientos de rebeldes pelearán con esperanza cuando lo vean surcar los cielos, será nuestro emblema, nuestro guía en la batalla. ¿Te atreves a decirme que no es real?
Hubo un incómodo silencio.
-Supongo que tienes razón -admitió Kimara de mala gana.
Volvió a asomarse, con precaución. Vio entonces a Rown y Tanawe junto al dragón, que descansaba ahora hecho un ovillo sobre el suelo, con los ojos cerrados. Los dos comentaban algo en voz baja. Tanawe acarició suavemente el lomo del dragón, y el hechizo se deshizo. Y Kimara lo vio como era en realidad, un artefacto de madera cubierto con una piel que imitaba la de los verdaderos dragones.
Una esperanza.
Comprendió que, cuando aquel dragón se elevara sobre los cielos de Nurgon, sería como si el espíritu de Jack volviera a la vida.
Kestra tiró de ella con urgencia.
-Ya lo has visto. Tenemos que volver.
Kimara no se movió. No había apartado los ojos del dragón.
-Enséñame a pilotarlo -dijo de pronto.
Kestra se quedó de piedra.
-¿Cómo has dicho?
-Que quiero aprender a pilotarlo. -Se volvió hacia ella, y la shiana vio que los ojos de fuego de Kimara ardían con más intensidad que nunca-. Quiero ser yo quien lo haga volar.


Jack comprobó que Victoria se había dormido ya; se levantó de la cama en silencio y fue hasta el mirador. Esperaba encontrarse con Sheziss; quería darle las gracias por haberlos ayudado en los baños, pero fue a Christian a quien vio allí.
Se acercó, con cautela. Había pasado mucho tiempo cerca de Sheziss, había aprendido a controlar su odio. En teoría Christian, al tener también una parte humana, debería inspirarle menos rechazo que la propia Sheziss. Pero prefería no arriesgarse. Recordaba muy bien qué había sucedido la última vez que ellos dos se habían enfrentado, y lo cerca que habían estado de echarlo todo a perder.
El shek se había sentado sobre la balaustrada, con los pies colgando sobre el imponente vacío, y contemplaba las lunas, ensimismado, con una expresión más sombría de lo habitual. Jack saludó, y él correspondió al saludo. Hubo un incómodo silencio.
-Ya no estamos seguros en la torre -dijo Christian entonces.
-Ya lo había notado -asintió Jack; pero se le encogió el corazón.
Aunque sabía, después del ataque de aquella noche, que los días de paz se habían terminado, las palabras de Christian se lo habían confirmado. Suspiró. Había sido tan bonito compartir aquellos momentos con Victoria que le dolía en el alma pensar que pronto tendrían que estar otra vez huyendo, escondiéndose... o salir a luchar, y probablemente a morir.
-Sabrás entonces que tenemos que marcharnos.
-Sí. Supongo que tardaremos varios días en llegar hasta Nurgon, incluso aunque fuéramos volando. Así que, cuanto antes partamos, mejor.
Christian lo miró de una manera extraña.
-No, Jack, no podemos ir a Nurgon. Ya no.
-¿Por qué no? Victoria me dijo que Nurgon está protegido
por el escudo de Awa.
-Sí, pero pronto dejará de estarlo.
El corazón de Jack se detuvo un breve instante.
-¿Qué?
-He sondeado la mente del szish que sobrevivió al ataque -explicó Christian a media voz-. Estaba muy deteriorada, pero sí he podido averiguar por qué nos atacaron. Todos los szish han sido movilizados, a través de la red telepática de los sheks. Todas las serpientes van a reunirse para la batalla, y la batalla no va a librarse aquí. Y ellos querían marcharse de la torre, querían responder a la llamada y unirse al ejército de Ashran, pero algo los retenía aquí. -Miró a Jack inquisitivamente, pero el joven no se alteró-. Su única opción era luchar.
-Ya. Y la batalla de la que me hablas es un ataque contra Nurgon, ¿no?
-El ataque definitivo. Dentro de tres días, o de tres noches, para ser exactos, Ashran hará caer el escudo de Awa, y Nurgon estará perdido.
Jack se quedó helado.
-No puede ser. ¡Tenemos que ir a ayudarlos!
Christian lo retuvo por el brazo cuando ya se iba.
-Espera, Jack. No llegaríamos a tiempo, y por otra parte, no podríamos hacer nada para ayudar.
-¿Me estás diciendo que he de quedarme con los brazos cruzados mientras masacran a mis amigos?
-Por supuesto que no. Creo... -Dudó un instante, pero finalmente prosiguió-. Creo que nuestra única opción es ir a Drackwen a enfrentarnos a Ashran esa misma noche. Con todos los sheks atacando Nurgon, y mi padre ocupado en hacer caer el escudo, tendremos más oportunidades que en ningún otro momento. Y si lo derrotamos entonces, y evitamos que destruya la cúpula feérica... salvaremos Nurgon también.
Jack meditó la propuesta.
-Pero para llegar a Drackwen a tiempo -objetó- tendríamos que salir ya. Y no sé si tú estás en condiciones, y por otro lado Victoria...
Calló, angustiado. Christian le dirigió una breve mirada.
-Si saliésemos ahora, todos nos verían. Pero hay una forma mucho más rápida y discreta de llegar a la Torre de Drackwen.
Jack lo miró, intrigado.
-¿De veras?
Christian asintió.
-Estoy trabajando en ello. Espero poder mostrártelo mañana, como muy tarde.
Jack comprendió que no iba a explicarle más cosas, y no insistió.
-¿Por qué tu padre se centra en Nurgon, y se olvida de nosotros ahora? ¿No se supone que somos lo único que podría derrotarle?
-Ha intentado acabar con nosotros desde que llegamos. No lo ha conseguido. Por otra parte, ahora tiene la oportunidad de aplastar a toda la Resistencia de golpe. Piénsalo, Jack. Si Nurgon cae, si caen todos los rebeldes... estaríamos solos. ¿Qué nos quedaría entonces? No tendríamos ningún sitio a donde ir, ningún lugar donde refugiarnos. Sería cuestión de tiempo que los sheks nos encontraran.
»También puede ser que se trate de una trampa. Y que, si vamos a la Torre de Drackwen esa noche, estemos haciendo exactamente lo que mi padre quiere que hagamos. Y no sería la primera vez. Pero, dime, ¿qué otra opción tenemos?
Jack meditó la respuesta y asintió, lentamente.
-Tres días... -murmuró-. Es poco tiempo.
El shek se encogió de hombros.
-Hace casi cinco meses que llegamos a Idhún -hizo notar-. En realidad... ha pasado demasiado tiempo.
-Ya, pero... todo eso de enfrentarnos a Ashran y hacer cumplir la profecía... parecía algo muy abstracto. Antes no teníamos fecha. Ahora la tenemos. -Hizo una pausa-. No me gustaría decírselo a Victoria todavía -añadió-. Ya sé que tres días es muy poco tiempo, pero... acaba de recuperarnos a los dos, me gustaría que disfrutara al menos de otro día de paz antes de saber lo que vamos a hacer. No quiero preocuparla tan pronto.
-Me parece bien -asintió Christian.
A Jack le extrañó su respuesta. Él mismo sabía que, si iban a enfrentarse a Ashran, debían estar preparados, y cuanto antes lo supiese Victoria, mejor. Comprendió entonces que, en aquel momento, Christian había hablado con el corazón, y no con la cabeza. Como solía hacer él mismo. Sonrió.
-Te importa de verdad, ¿no es cierto?
-¿A ti qué te parece? -replicó el shek, con calma.
-Ya sé que era una pregunta estúpida -respondió Jack, conciliador-. Es sólo que, si te paras a pensarlo... todo esto es una gran locura. Nada parece tener sentido y, sin embargo... todas las piezas encajan.
Christian sacudió la cabeza.
-Todo dejó de tener sentido para mí la primera vez que miré a Victoria a los ojos -dijo en voz baja-. Todavía no sé si las piezas encajan. Estoy intentando averiguarlo.
Jack sonrió de nuevo. Se despidió de Christian con un gesto y dio media vuelta para volver a entrar en la torre. Pero el shek lo detuvo de nuevo.
-Espera, Jack. -El joven se volvió hacia él, interrogante; la mirada de hielo de Christian se clavó en él, seria-. Espero que sepas lo que estás haciendo.
-¿Qué quieres decir?
-Lo sabes perfectamente. Hay otro shek en la torre.
Jack no se inmutó.
-Sé lo que estoy haciendo -respondió, con calma-. Y no me preguntes más al respecto. No te conviene saber más, al menos por el momento. Créeme.
Christian no dijo nada, pero siguió mirándolo fijamente.
-No puedo contarte más, Christian. ¿Confías en mí?
El shek enarcó una ceja.
-¿Me pides que confíe en un dragón?
-De la misma manera que yo confié en un shek -respondió Jack con suavidad.
Era una frase con doble sentido, y no estaba muy seguro de que Christian lo captara. Pero el joven asintió lentamente, comprendiendo.
-Confío en ti -dijo-. Espero que tú tengas claro en quién debes confiar, y en quién no.
-Lo tengo claro. Descuida.
Dio media vuelta para marcharse, pero enseguida volvió sobre sus pasos.
-¿Christian? ¿Por qué Ashran va a hacer caer el escudo dentro de tres días? ¿Por qué tres, y no cuatro, ni dos, ni diez?
Christian no respondió, pero señaló el cielo con expresión sombría. Jack alzó la mirada y sólo vio las tres lunas: la gran Erea, la luna plateada; Ilea, la luna verde; y la pequeña y rojiza Ayea, la luna de las lágrimas. Le parecieron más hermosas y rotundas que nunca, pero no vio nada extraño en ellas. Al principio.
Pero entonces lo entendió, y cuando lo hizo, soltó una maldición por lo bajo.

TriadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora