¿QUÉ DARÍAS A CAMBIO?

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Victoria entró como una tromba en la cabaña y miró a su alrededor. Shail estaba tendido sobre un jergón, y junto a él se encontraba la sacerdotisa celeste que los había rescatado cerca de la Torre de Kazlunn. Tenía cogida la mano del joven mago, y con la otra refrescaba su frente con un paño húmedo.
Cuando la mujer celeste alzó hacia ella sus profundos ojos violetas, Victoria tuvo la sensación de haber interrumpido algo muy íntimo, y reprimió el impulso de dar media vuelta y salir de allí.
-Dama Lunnaris -dijo la sacerdotisa, levantándose con ligereza. Era más alta que Victoria, y, a pesar de que carecía completamente de cabello, como todos los de su raza, sus rasgos suaves y armónicos poseían una delicada belleza-. Me llamo Zaisei, y soy una sacerdotisa al servicio de la diosa Wina.
-¿Qué le pasa a Shail? -preguntó Victoria, sin rodeos.
Zaisei levantó, sin una palabra, la sábana que cubría el cuerpo de Shail. Victoria lanzó una pequeña exclamación ahogada al ver que la pierna izquierda del mago se había vuelto completamente negra.
-Es veneno shek -dijo Zaisei-. Las hadas han conseguido evitar que el veneno se extienda al resto del cuerpo, pero me temo que su pierna ya está muerta.
Victoria la miró, horrorizada.
-No puedes estar hablando en serio.
Se apoyó contra la sedosa pared de la cabaña, sintiendo que le faltaban las fuerzas. Zaisei inclinó la cabeza. Parecía tan afectada como ella.
-Las hadas curanderas han ido a buscar lo necesario para la operación y volverán enseguida, pero, mientras tanto, necesitaremos que sigas transmitiéndole parte de tu magia.
-Claro -musitó Victoria, con el corazón encogido.


No cabían todos en el interior de la cabaña, de modo que Jack, Allegra y Alexander aguardaron fuera mientras Victoria entraba a ver a Shail. Ha-Din se acercó a Jack y le dijo en voz baja:
-Yandrak, ¿tienes un momento? Hay algo de lo que quiero hablar contigo.
-Pero Shail... -empezó Jack; se interrumpió, dándose cuenta de que él no podía hacer nada por su amigo, y aceptó-. Claro.
Ha-Din lo guió hasta un rincón más apartado. Jack, inquieto, cambiaba el peso de una pierna a otra, y volvía la mirada, casi sin darse cuenta, al lugar donde estaban los demás.
-No te entretendré mucho, Yandrak.
Jack -corrigió el muchacho automáticamente-. Mis... mis amigos me llaman Jack -añadió al ver la expresión confusa de su interlocutor.
-Jack -repitió Ha-Din-. Sólo quería decirte que sé lo de Lunnaris y ese shek.
Jack se quedó helado.
-También sé que ese muchacho no es una serpiente cualquiera. Es Kirtash, el hijo del Nigromante. ¿Me equivoco?
Jack se apoyó contra el tronco de un árbol y apretó los dientes. No dijo nada, pero Ha-Din leyó la verdad en su rostro.
-¿Por qué le proteges, hijo?
Jack llevaba tiempo haciéndose la misma pregunta, de modo que tenía varias respuestas preparadas. Aunque ninguna lo convenciera de verdad.
-Supongo... que porque lo ha dejado todo por unirse a nosotros. Supongo que... porque todos merecemos una segunda oportunidad -aventuró.
El Padre movió la cabeza, preocupado.
-Es un shek. No ha dejado de ser un asesino, y dudo de que se arrepienta de los crímenes que cometió. El mismo afirmó que, si está con nosotros, es por Lunnaris. Sólo por eso.
-Quizá sea ésa la razón -murmuró Jack-. No puedo entender por qué hace todo lo que hace, no puedo ponerme en su lugar. Pero sí puedo comprender que sienta algo por ella.
Enseguida se arrepintió de haber dicho aquello, de estar abriendo su corazón a un perfecto desconocido. Sin embargo, había algo en Ha-Din que inspiraba confianza; el celeste irradiaba una extraña paz que relajaba y reconfortaba a Jack profundamente.
-Lo sé -asintió el Padre-. He visto el lazo que une a Kirtash y Lunnaris, he visto también el vínculo que os une a ti y a ella. Una extraña alianza.
-A mí me lo van a contar -sonrió Jack.
-La profecía hablaba de esto -prosiguió el sacerdote-. No deberíamos sorprendernos.
Jack alzó la cabeza.
-Es verdad, Shail nos contó algo acerca de eso. Todos pensaban que la profecía se refería sólo a un dragón y un unicornio, pero Shail nos dijo que también había un shek implicado. ¿Es eso verdad?
El Padre asintió, con un suspiro.
-Los Oráculos hablaron de un shek también. Yo era partidario de hacer pública la profecía completa, pero la Madre Venerable no estaba de acuerdo. Ya te habrás dado cuenta de que no confía en los sheks. Estaba convencida de que debía de tratarse de un error de interpretación, de que era imposible que un shek pudiera salvarnos. Al final accedí a mantener en secreto esa parte de la profecía, pero por razones muy diferentes. Si era cierto que los sheks volverían a invadirnos, si la profecía se cumplía, y un shek iba a estar implicado en ella, nuestros enemigos no debían saberlo. Nadie debía saberlo. Sería nuestra baza secreta en el caso de que llegara a suceder lo peor. Sería un elemento que golpearía a nuestros enemigos desde dentro.
Jack no dijo nada. Seguía con la mirada perdida en el vacío, serio, pero escuchando atentamente las palabras del Padre.
-Es él, ¿verdad, Jack? Kirtash, el hijo de Ashran, es el shek de la profecía.
-Supongo que sí.
-Pero no es por eso por lo que lo proteges.
-No -admitió Jack de mala gana-. Es que... una vez pensamos que él había muerto, y Victoria... quiero decir, Lunnaris... -se corrigió; dudó un momento antes de proseguir-. Lo pasó muy mal. Fue como si algo muriera dentro de ella. No quiero volver a verla así, nunca más. Yo... no sé, no entiendo muy bien qué pasa entre ellos, pero a veces... me da la sensación de que no soy quién para estropearlo.
Hubo un breve silencio.
-Te subestimas, Yandrak -dijo Ha-Din por fin, utilizando a propósito el nombre del dragón que dormía en el interior del muchacho-. Eres el otro extremo del triángulo, el tercer elemento de la tríada. Eres tan importante como ellos dos. El vínculo que te une a Lunnaris es igual de sólido e intenso que el que los une a ella y a Kirtash.
Jack desvió la mirada, incómodo. Estaba empezando a descubrir cuál era el secreto poder de Ha-Din. Tal vez no fuera capaz de leer en las mentes de las personas, como hacían los sheks o los varu más poderosos; pero sí podía leer en sus corazones. Jack se preguntó si eso era algo que sólo podía hacer Ha-Din, como Padre de la Iglesia de los Tres Soles, o, por el contrario, era una capacidad que todos los celestes poseían.
-Sois tres -prosiguió Ha-Din-. Tres, como los soles, como las lunas, como los dioses y las diosas. En ese vínculo que hay entre vosotros está vuestra fuerza... pero también vuestra mayor debilidad.
-Yo soy el eslabón débil de la cadena -dijo Jack, sin poder quedarse callado por más tiempo-. Todavía no he sido capaz de transformarme en dragón. Es como si Yandrak no quisiera despertar en mi interior.
El Padre clavó su mirada violácea en los ojos verdes de Jack. El muchacho esperaba un reproche por su parte, y por eso su pregunta lo desconcertó:
-¿De qué tienes miedo, Yandrak?
-De quedarme solo -respondió Jack inmediatamente; una vez lo hubo dicho, ya no pudo parar-. De ser el único. El último. De no encontrar mi lugar en el mundo. De ser... el elemento que sobra...
-... en la vida de tu amiga -adivinó el celeste.
Jack le dio la espalda, mordiéndose el labio inferior, lamentando haber hablado más de la cuenta.
-¿Qué sabes de los dragones, muchacho? No gran cosa, ¿no es cierto?
-¿Y qué más da? -replicó Jack, con más amargura de la que pretendía-. Están todos muertos.
-Te equivocas. Tú eres el último, hijo, y eso significa que todos los dragones que han existido en el mundo viven ahora en ti. No vas a estar nunca solo, ¿comprendes?
No, Jack no lo comprendía. Pero no se sentía cómodo con aquella conversación, de modo que cambió de tema:
-Lo de Christian... -empezó, pero Ha-Din lo interrumpió con un gesto.
-No lo sabrá nadie por mí, no temas. Aunque es cuestión de tiempo que se descubra su verdadera identidad. Es una lástima... -añadió para sí mismo.
-¿El qué?-
-Es paradójico -dijo el Padre-. Ese chico rebosa amor, Jack, y el amor, según tengo entendido, es una emoción que los sheks no pueden experimentar.
-Es por su parte humana. El...
-Eso es lo que me preocupa. Está aquí gracias a su parte humana, pero, cuanto más intenso se hace ese amor, más deprisa agoniza el shek que hay en él. Los sentimientos humanos son veneno para esas criaturas.
-¿Agoniza? -repitió Jack, sorprendido-. ¿Qué significa eso?
-Significa que una parte muy importante de Christian está muriendo sin remedio, Jack. Y, cuando eso suceda, es muy posible que él muera con ella.
-Entiendo -murmuró Jack, aunque sólo llegaba a intuir las implicaciones de las palabras del Padre-. Entonces, tal vez deberíamos decírselo, ¿no?
-No es necesario, hijo. Porque él ya lo sabe desde hace mucho tiempo.


Tres pequeñas hadas llegaron en aquel momento y aguardaron a la puerta de la cabaña de Shail. Zaisei y Victoria salieron para dejarlas entrar.
Fuera las esperaba el resto de la Resistencia, excepto Christian, a quien nadie había visto en varias horas. Victoria se volvió hacia la entrada de la vivienda, mordiéndose el labio inferior, preocupada. Estaba al tanto de lo que iban a hacer las hadas y una parte de ella deseaba impedirlo; pero en el fondo sabía que debía dejarlas hacer su trabajo, porque sólo así salvaría la vida de su amigo.
Cerró los ojos, cansada de todo aquello, de aquella guerra.
Shail no se merecía un sufrimiento así, pensó. Y, de pronto, recordó la pierna ennegrecida de su amigo, y recordó a Christian transformado en un shek, y que sus colmillos inoculaban el mismo veneno que había estado a punto de matar a Shail.
Sacudió la cabeza para apartar de su mente aquellos pensamientos, y se reunió con Jack. Su presencia siempre la hacía Sentir mejor.
-¿Cómo está? -preguntó Alexander enseguida; Shail y él habían sido los líderes de la Resistencia en Nimbad, y, aunque al principio habían tenido sus diferencias, habían acabado por hacerse amigos.
-Saldrá de ésta -murmuró Victoria-. Pero las hadas dicen que ha perdido la pierna derecha.
Sobrevino un breve silencio, sólo interrumpido por una maldición que soltó Alexander por lo bajo.
-No es justo -resumió Jack los pensamientos de todos.
Nadie añadió nada más. No había palabras que pudieran expresar lo que sentían.


Shail seguía sumido en un sueño profundo cuando las hadas curanderas entraron a hacer su trabajo. Pertenecían a una raza poco común dentro de la gran familia feérica. Eran tres, de baja estatura, cabellos como pelusa de diente de león y piel rugosa, como corteza de árbol, que las hacía parecer más viejas de lo que eran en realidad. Jamás habían salido del bosque de Awa, pero conocían las propiedades de cada semilla, cada árbol, cada hierba y cada hoja que crecía en él. Y sabían cómo utilizar las ramas de sinde, un árbol que crecía en lo más profundo del bosque, de ramas tan finas como los cabellos de un niño, que caían en torno a él formando una cascada hasta el suelo, ocultando el tronco. Pero aquellas ramas estaban dotadas también de una dureza extraordinaria; nada podía romperlas. Y, empleadas correctamente, podían segar casi cualquier superficie.
La mayor de las hadas sacó de su zurrón una de las ramas de sinde que había traído. Era tan tenue que había que mirarla a contraluz para poder verla. Rodeó con ella la pierna de Shail, un palmo por encima de la rodilla, un poco más arriba del lugar donde terminaba la zona de carne ennegrecida por el veneno del shek. Mientras, las otras dos entonaban cánticos a Wina, la diosa de la tierra. El hada aseguró el lazo y entregó un extremo a cada una de sus compañeras. Ellas aguardaron un momento, mientras la mayor preparaba la cataplasma de hierbas que iba a necesitar después.
Entonces, a su señal, las dos tiraron de los extremos, a la vez, con fuerza y seguridad. El hilo se hundió en la carne de Shail, cortándola con tanta facilidad como si fuera mantequilla, limpiamente. Un nuevo tirón más y la rama de sinde, más afilada que la hoja de cualquier cuchilla, segó también el hueso.
El mago no se despertó en todo el proceso. Las hadas siguieron trabajando, aplicando en la herida la cataplasma de hierbas para detener la hemorragia, sellándola con su propia energía feérica, mientras sus melódicas voces continuaban entonando himnos en honor de su diosa. No vacilaron en ningún momento, ni mostraron pena por el joven al que estaban mutilando. Porque era la única manera de mantenerlo con vida, y las liadas amaban la vida sobre todas las cosas.
Pronto, la herida se cerró. Shail se agitó en sueños, pero una de las hadas acercó a su rostro un puñado de flores anaranjadas, y el mago, tras aspirar su embriagador perfume, se sumió de nuevo en un profundo sopor.
Las hadas recogieron sus cosas y salieron en silencio de la cabaña. Sabían que haber perdido una pierna sería un duro golpe para el joven, pero ellas no estarían allí cuando despertara. Su labor ya había terminado.


-A los sheks no les gusta luchar en grupo -dijo Christian-. Normalmente cazan mejor en solitario, así que eso nos dice algo muy importante acerca de la emboscada que nos tendieron en la Torre de Kazlunn: o bien están desesperados, o nos consideran enemigos muy peligrosos. Yo me inclino más bien por la segunda opción.
Hizo una pausa, por si alguien quería comentar algo al respecto, pero nadie dijo nada.
Jack, Victoria y Alexander se habían reunido en torno a una cálida hoguera que sus anfitriones habían encendido junto al río. Allegra se había marchado hacía algunas horas, en busca de supervivientes de la Torre de Derbhad que se hubieran refugiado en el bosque tiempo atrás; o de alguien que pudiera informarle acerca de la gente que había estado a su cargo. Hacía quince años que no sabía nada de ellos.
Habían pasado el resto del día esperando a que Shail despertase de su sueño, poniéndose al corriente de la situación en Idhún, recuperándose de las emociones pasadas y haciendo planes para el futuro inmediato. Alexander había propuesto viajar a Vanissar para entrevistarse con su hermano; Allegra, en cambio, parecía reacia a abandonar el bosque tan pronto. Se la notaba inquieta por alguna razón, pero no compartió sus temores con sus compañeros, aunque Jack la había visto hablando en privado con Alexander, comunicándole algo que, a juzgar por el gesto serio de los dos, debía de ser muy grave.
Por fin habían optado por posponer aquella conversación hasta que Shail estuviese en condiciones de participar en ella y exponer su opinión.
Al caer la tarde, Christian había regresado al campamento de los refugiados, y después de la cena, compuesta por distintos tipos de frutas, bayas y raíces, Victoria había aprovechado para pedirle que les enseñara cómo enfrentarse a los sheks. Todos se esforzaban ahora por prestar atención a lo que el joven les estaba diciendo, pero sus pensamientos estaban lejos de allí... con Shail.
-Cabría pensar -prosiguió Christian- que, con lo grandes que son, prefieren atacar en lugares descubiertos. Pero, al contrario, se sienten más cómodos en lo más profundo del bosque, donde pueden camuflarse entre la espesura; o en las montañas, para ocultarse en las grietas, cuevas y quebradas, y atacar cuando su víctima está desprevenida.
-Ya sabíamos que son tramposos y traicioneros -gruñó Alexander-, y que prefieren atacar por la espalda a dar la cara y pelear con honor.
Christian se lo quedó mirando un momento, pero no respondió a la provocación.
-No tienen garras ni nada que se le parezca -prosiguió-, y las alas les estorban a la hora de pelear en tierra. No están preparados para luchar contra humanos y similares, porque éstos son pequeños en comparación con ellos y les cuesta clavarles los colmillos. De modo que son buenos en la lucha cuerpo a cuerpo, siempre y cuando ésta se desarrolle en el aire, y contra adversarios de su tamaño, o incluso mayores.
-Los dragones, por ejemplo -dijo Jack a media voz. -Exacto -asintió Christian, con suavidad.
-¿Tienen algún punto débil? -quiso saber Alexander. -Odian... odiamos el fuego -admitió Christian-. Y lo tememos. Es algo contrario a nuestra naturaleza, que no podemos controlar. Por eso los dragones -añadió, mirando a Jack- pueden vencernos en ocasiones. Y por eso es importante que aprendas a usar el fuego de dragón.
Jack desvió la mirada, entre incómodo y molesto. No le hizo gracia que Christian le recordara que como dragón no valía gran cosa. Victoria entendió lo que sentía y cambió de tema:
-¿Qué nos puedes contar acerca de los poderes telepáticos de los sheks? -preguntó; aquello siempre le había fascinado.
Christian la miró con una media sonrisa, adivinando lo que pensaba.
-Que son peligrosos para otros seres telepáticos -respondió-. Las ondas telepáticas de los sheks sólo pueden ser captadas por otros seres telépatas, con mentes lo bastante sensibles como para percibirlas.
-Pero tú puedes leer las mentes de las personas, ¿no es así? -preguntó Victoria, sin poderse contener-. Incluso puedes obligarlas a hacer cosas que no quieren hacer...
-... mirándolas a los ojos -completó Christian, asintiendo-. Es lo que os iba a explicar a continuación. Los ojos son la puerta de la mente de las criaturas no telépatas. Un shek puede comunicarse con vosotros por telepatía, puede hacer sonar su voz en vuestra mente, pero no puede manipularla, a menos que os mire a los ojos. Con criaturas como los szish o los varu, más sensibles al poder mental, esto no es necesario.
-¿Y los propios sheks? -preguntó Jack-. ¿Puede un shek controlar a otro de esta manera?
-Nosotros conocemos maneras para proteger nuestra propia mente de las intrusiones -respondió Christian a media voz-. Aunque no nos hace falta protegernos contra los de nuestra especie... normalmente.
Jack comprendió lo que quería decir, y se abstuvo de añadir nada más. Su preocupación por el estado de salud de Shail le había impedido pensar en lo que Ha-Din le había dicho, pero ahora lo recordó, y observó a Christian con un nuevo interés. Era cierto que había en él algo diferente. Su mirada parecía más cálida que de costumbre, y Jack se preguntó si era debido a que él era cada vez más humano... o se trataba, simplemente, del reflejo del fuego de la hoguera en sus ojos.
Christian percibió su mirada y se volvió hacia él. Jack volvió a sentir que algo se estremecía en el ambiente. Ambos pertenecían a dos razas poderosas que se habían odiado desde el principio de los tiempos, y hasta entonces siempre les había costado mucho reprimir el instinto que los empujaba a luchar el uno contra el otro... hasta la muerte. Pero, en aquel momento, Jack descubrió que cada vez le resultaba más difícil odiarle.
Christian pareció comprenderlo también. Jack creyó detectar en sus ojos un breve destello de tristeza.
Alexander volvía a la carga:
-Es decir, que los sheks matan con la mirada. Eso me resulta familiar.
Christian se volvió hacia él, con una expresión indescifrable. Todos entendieron enseguida a qué se refería Alexander. Christian había asesinado a mucha gente mediante Haiass, su espada mágica, pero otros muchos habían encontrado la muerte en sus ojos de hielo.
-También a mí -respondió sin alterarse.
Alexander lo miró un momento. Un salvaje fuego amarillo relucía en sus pupilas, y Jack temió que fuera a perder el control. Hacía rato que las tres lunas brillaban en el firmamento; aunque, en teoría, los cambios de Alexander seguían las fases del satélite de la Tierra, el muchacho no pudo evitar preguntarse hasta qué punto las lunas de Idhún podían tener poder sobre él. Por otro lado, el joven estaba furioso por lo de Shail, y tenía que descargar su frustración con alguien. Era lógico que atacase a Christian.
Pero Alexander logró controlarse. Sacudió la cabeza, se levantó y se alejó de ellos, sin una palabra.
Jack, Christian y Victoria se quedaron solos. Jack y Victoria estaban sentados el uno al lado del otro, muy juntos, y el brazo del muchacho rodeaba la cintura de ella. Los tres se dieron cuenta enseguida de lo incómodo de aquella situación, pero fue Christian quien reaccionó primero. Se despidió de la pareja con una inclinación de cabeza... y desapareció entre las sombras.
Jack y Victoria cruzaron una mirada. Jack se preguntó si debía decirle a su amiga lo que Ha-Din le había contado acerca de Christian... pero no tuvo ocasión de hacerlo, porque en aquel momento llegó un hada con la noticia de que Shail había despertado de su sueño.


Cuando Shail abrió los ojos, sólo Zaisei estaba junto a él. Le pareció que debía de ser un sueño; el rostro de la sacerdotisa desapareció un momento de su campo de visión, y la oyó decirle a alguien que fuera a avisar a sus amigos. Se esforzó por despejarse.
-¿Qué... dónde estoy?
-En el bosque de Awa -dijo la celeste con suavidad-. A salvo.
Shail intentó recordar lo que había sucedido. Las imágenes de la desesperada batalla junto a la Torre de Kazlunn le parecían confusas, y más propias de una pesadilla que de una experiencia real.
-¿Zai... sei? -murmuró al reconocerla. Ella sonrió con cariño.
-Me alegro de volver a verte.
Shail le devolvió una cálida sonrisa. La había conocido al regresar a Idhún, dos años atrás; eran amigos desde entonces. -También yo -confesó.
Los ojos de ella estaban llenos de emoción contenida, y Shail fue consciente de que él la estaba mirando de la misma forma. Incómodos, ambos desviaron la mirada.
-¿Están bien los demás? -dijo Shail entonces.
-Tus amigos están bien -respondió Zaisei-. Era por ti por quien temíamos.
La sonrisa de Shail se hizo más amplia.
-Estoy bien. Sólo un poco cansado, pero creo que puedo levantarme.
Y, antes de que Zaisei pudiera detenerlo, retiró las mantas que lo cubrían e hizo ademán de incorporarse.
El tiempo pareció congelarse durante un eterno segundo.


Jack y Victoria llegaron a la cabaña de Shail, siguiendo al hada, justo cuando salía Zaisei. El bello rostro de la sacerdotisa estaba dominado por la pena. Sus ojos estaban húmedos.
-No quiere ver a nadie -dijo en voz baja; le temblaba la voz. -¿Qué? -se sorprendió Jack-. Tú nos habías mandado a buscar...
-Está... Quiere estar solo -simplificó Zaisei; no tenía sentido contarles la reacción de Shail, no serviría de nada preocuparlos más-. Ha sido un duro golpe para él.
Victoria sintió que se le encogía el corazón.
-Pero a nosotros puedes dejarnos pasar. Nosotros somos sus amigos...
-Marchaos, por favor -se oyó la voz de Shail, cansada y rota, desde el interior de la cabaña-. No quiero ver a nadie. -Pero...
-Victoria, por favor. Dejadme solo.
Jack y Victoria cruzaron una mirada y, lentamente, dieron media vuelta. Jack pasó un brazo en torno a los hombros de Victoria, para reconfortarla.
-Es normal que esté así -le dijo- Piensa en lo que le ha pasado. Necesita hacerse a la idea...
Pero ella, desolada, fue incapaz de hablar.
-Voy a buscar a Alexander -decidió Jack-. Tal vez Shail sí quiera verle a él. ¿Vienes?
Victoria negó con la cabeza, todavía conmocionada. -Tengo un mal presentimiento -dijo de pronto. -¿Acerca de Shail?
-No, acerca de... Es igual -concluyó, desviando la mirada, incómoda.
Jack la miró y adivinó lo que pensaba. Estuvo a punto de decir algo, pero lo pensó mejor. Oprimió suavemente la mano de su amiga y le susurró al oído:
-Ten cuidado.
Después, dio media vuelta y se alejó hacia el arroyo, en busca de Alexander. Victoria lo vio marchar, suspiró y, tras dirigir una mirada apenada a la cabaña de Shail, se fue en dirección contraria, internándose en la espesura.


Christian se había alejado del poblado porque necesitaba estar solo. Se sentía cada vez más confuso, y no estaba acostumbrado a experimentar ese tipo de sensaciones.
Era la gente. No le gustaba estar rodeado de gente, pero, desde que se había unido a la Resistencia, encontraba difícil hallar un momento para estar a solas. Echaba de menos la soledad... no obstante, y esto era lo que más le preocupaba, al mismo tiempo la temía, cada vez más.
Encontró una roca solitaria sobre el río, y se sentó allí, para reflexionar.
Percibió entonces una presencia tras él, y se volvió a la velocidad del relámpago para acorralar al intruso contra un árbol. Apenas unas centésimas de segundo después, el filo de su daga rozaba la garganta de un hada de seductora belleza.
Christian la reconoció. No le sorprendió que hubiera logrado traspasar la principal defensa del bosque de Awa, un escudo invisible tejido por feéricos, que sólo podía ser contrarrestado por ellos. A nadie le había parecido que eso pudiera ser un problema, dado que a ningún feérico se le habría ocurrido venderlos a Ashran.
Era obvio que nadie se había acordado de Gerde.
-¿Ha así como recibes a los amigos, Kirtash? -preguntó ella con voz aterciopelada, sin parecer en absoluto preocupada por su situación de desventaja.
Christian ladeó la cabeza y la miró con un destello acerado brillando en sus ojos azules.
-Dame una sola razón por la que no deba matarte -siseó.
-En el pasado, Kirtash, no habrías detenido esa daga, me habrías matado sin vacilar. Si no lo has hecho es porque te recuerdo a lo que eras antes... esa parte de ti que esa chica te está robando poco a poco... y que, en el fondo de tu alma, añoras.
El filo del puñal se clavó un poco más en la suave piel de Gerde.
-¿Qué es lo que quieres?
-Te he traído un regalo.
Christian no dijo nada, pero tampoco retiró la daga. -Sabes de qué se trata -prosiguió Gerde, con suavidad-. La dejaste abandonada en la Torre de Drackwen, cuando saliste huyendo... cuando nos traicionaste para protegerla a ella.
-Haiass -murmuró Christian.
-Es eso lo que has venido a buscar, ¿no es cierto? Porque, de lo contrario, no comprendo cómo te has atrevido a regresar a Idhún. Ashran ha puesto un precio muy alto a tu cabeza.
Christian retiró el puñal y se separó de ella.
-No lo dudo. Por eso me sorprendería que hubiera decidido devolverme mi espada. Sería todo un detalle por su parte...un detalle que no creo que esté dispuesto a tener conmigo, dadas las circunstancias.
-Y, sin embargo, aquí está. Mírala. La has echado de menos, ¿no es verdad?
Gerde alzó las manos, y entre ellas se materializó la esbelta forma de una espada que Christian conocía muy bien. A pesar de que la vaina protegía su filo, el joven la reconoció inmediatamente. Miró a Gerde con desconfianza.
-¿Qué me vas a pedir a cambio?
El hada dejó escapar una suave risa cantarina. Se acercó más a él, y el muchacho percibió su embriagador perfume.
-¿Qué estarías dispuesto a darme? -susurró. Christian entrecerró los ojos.
-No voy a traicionar a Victoria. No la entregaré a Ashran otra vez.
Gerde rió de nuevo.
-Qué patético que no seas capaz de dejar de pensar en ella ni un solo momento, Kirtash. Estás perdiendo facultades. Tiempo atrás habrías adivinado enseguida cuáles son mis intenciones. -No pongas a prueba mi paciencia. Dime qué quieres a cambio de mi espada.
-Nada que no puedas darme. -Gerde se acercó más a él y alzó la cabeza para mirarle directamente a los ojos-. Bésame.
-¿Cómo has dicho?
-No es tan difícil de entender. Bésame, y la espada será tuya. Christian enarcó una ceja.
-¿Sólo eso? ¿Sólo me pides un beso a cambio de Haiass?
-Ya te he dicho que estaba a tu alcance.
-¿Y dónde está el truco?
-Lo sabes muy bien -respondió ella, con una risa cruel. Christian se separó de ella con un suspiro exasperado.
-A estas alturas ya deberías haber aprendido que tus hechizos no pueden afectarme, Gerde.
-Entonces, por qué dudas?
Él la cogió del brazo y la atrajo hacia sí, casi con violencia. -Sé cuál es tu juego -le advirtió-. Conozco las reglas.
-Entonces deberías saber que no puedes perder -sonrió ella- A no ser, claro... que hayas perdido ya.
Christian entornó los ojos. Entonces, sin previo aviso, se inclinó hacia ella y la besó, con rabia.
Gerde echó los brazos en torno al cuello del muchacho, pegó su cuerpo al de él, enredó sus dedos en su cabello castaño. Christian sintió el poder seductor que emanaba de ella. Lo conocía, lo había experimentado en otras ocasiones, aunque nunca se había dejado arrastrar por él.
Aquella vez, sin embargo, el contacto de Gerde lo volvió loco. Trató de resistirse pero, cuando quiso darse cuenta, estaba bebiendo de aquel beso como si no existiera nada más en el mundo, había cerrado los ojos y se había rendido al deseo. Sus brazos rodearon la esbelta cintura del hada, sus manos acariciaron su cuerpo, con ansia, buscando fundirse con él.
Fue entonces cuando oyó una exclamación ahogada a sus espaldas, y se dio cuenta, de pronto, de lo que estaba sucediendo. Furioso porque, por primera vez, Gerde había conseguido envolverlo en su hechizo, Christian la apartó bruscamente de sí y se dio la vuelta, sabiendo de antemano a quién iba a encontrar allí.
Se topó con la mirada de Victoria, que los observaba, profundamente herida. Christian le devolvió una mirada indiferente.
La muchacha recuperó la compostura y se volvió hacia Gerde, con los ojos cargados de helada cólera.
-¿Qué estás haciendo tú aquí?
Gerde la obsequió con su risa cantarina.
-¿No es evidente?
Victoria miró a Christian, esperando ver algo parecido a culpa o arrepentimiento en su expresión, pero el rostro de él seguía siendo impasible. Intentó borrar de su mente la imagen de Christian besando a Gerde, acariciando su cuerpo...
Pero la imagen seguía allí, atormentándola. Y se entremezclaba con recuerdos que habría preferido olvidar, recuerdos que tenían que ver con una torre en la que ella estaba prisionera, con un hechicero que la había utilizado de forma salvaje y cruel, con Kirtash viéndola morir, impasible, mientras besaba a Gerde.
Se sintió enferma de pronto, sólo de recordarlo. La angustia de lo que había sufrido entonces volvió a oprimir sus entrañas como una garra helada. Las náuseas la hicieron tambalearse y tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol para no caerse, cerró los ojos un momento y trató de sobreponerse. No era posible que él la hubiera traicionado otra vez. Tan pronto...
-Es una lástima que nos hayan interrumpido -comentó Gerde-. Pero en fin, has cumplido tu parte del trato, así que...
Victoria vio cómo Gerde depositaba la espada en manos de Christian, y entendió lo que había pasado.
-Lárgate -dijo Christian solamente.
Gerde se puso de puntillas para besarlo otra vez, pero Christian se apartó de ella y la miró con frialdad.
-No abuses de tu suerte.
-Eras mío, Kirtash, te guste o no -susurró Gerde, con una encantadora sonrisa-. No lo olvidarás fácilmente.
El hada desapareció entre las sombras. Victoria le dio la espalda a Christian, temblando, esperando una disculpa o, al menos, una explicación. Pero casi enseguida comprendió que él no iba a darle ninguna de las dos cosas, de modo que fue ella quien habló primero:
-Así que ha venido a devolverte la espada. ¿Gerde también venía en el lote?
-Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío, Victoria -replicó Christian.
Ella se volvió hacia él, furiosa.
-Al final va a resultar que Alexander tenía razón, y que no podemos confiar en ti. ¡Te pierdo de vista un segundo y te encuentro en pleno arrebato pasional con esa... furcia de pelo verde!
-Victoria...
-¡Por poco me mata, maldita sea! -gritó ella-. ¡Sabes lo que ella y Ashran me hicieron, lo viste con tus propios ojos, estabas allí mientras la... la besabas! ¡Y vuelves a hacerlo ahora! ¿Cómo quieres que me sienta después de esto? ¿Qué quieres que piense de ti? ¡Te importa más esa condenada espada que yo!
Le dio la espalda de nuevo para que él no la viera llorar. No pensaba darle esa satisfacción.
Sintió la presencia de Christian muy cerca de ella. Deseó por un momento que la abrazara, que la consolara, que le susurrara palabras de amor al oído, pero sabía, en el fondo, que no iba a hacerlo.
-No intentes controlarme, Victoria -le advirtió Christian con cierta dureza-. No pretendas ser la dueña de mi vida. No me digas qué es lo que he de hacer. Nunca.
Ella se esforzó por reprimir las lágrimas.
-Entonces, es verdad que los sheks no podéis amar -dijo a media voz.
-¿Eso es lo que crees?
La voz de él la sobresaltó, porque había sonado muy cerca de su oído. Victoria se apartó de él, molesta, pero todavía herida en lo más hondo.
-He renunciado a todo cuanto conozco -prosiguió Christian tras ella- A todo el poder que me pertenecía por derecho. He dado la espalda a mi gente, a mi padre... incluso he renunciado a mi identidad... a mi nombre... por ti. Dime, ¿qué más he de hacer? Quizá cuando me veas caer a tus pies, muriendo por tu causa, seas capaz de comprender por fin hasta qué punto soy tuyo.
Había hablado con calina, sin levantar la voz, pero Victoria percibió la profunda amargura que se ocultaba tras sus palabras, y ya no pudo aguantarlo por más tiempo. Se volvió hacia él, queriendo decirle, con el corazón en la mano, lo mucho que significaba para ella... pero Christian ya se había marchado.




Gerde debería haberse ido tras entregar la espada a Kirtash, pero no pudo evitar la tentación de acercarse al poblado de los renegados.
No era la primera vez que entraba en el, bosque de Awa a espiar para su señor. Aunque su poder no bastaba para hacer caer las defensas feéricas y franquear a los sheks la entrada en el bosque, sí le permitía penetrar en él sin problemas. Había comprendido que, después de su conversación con Kirtash, la Resistencia estaría advertida de aquello, y en lo sucesivo le sería mucho más difícil infiltrarse en el poblado. Por eso quería aprovechar al máximo aquella incursión, antes de que Victoria los pusiera a todos sobre aviso.
Pero sabía que tenía tiempo todavía. No dudaba que la chica le montaría a Kirtash una escena de celos, y eso convenía a sus planes. De momento, estaría demasiado trastornada como para alertar a la Resistencia.
Suspiró, exasperada. Había conseguido seducir a Kirtash, lo cual significaba que Ashran tenía razón, y su hijo se estaba volviendo cada vez más humano... y perdiendo poder. Si Victoria no hubiese intervenido, Gerde lo habría recuperado aquella noche, habría podido devolverlo a su padre... que se habría encargado de extirpar de él aquella molesta humanidad... para siempre.
Pero las cosas no habían ido mal del todo. Ahora, Gerde sabía que Kirtash era vulnerable... Ashran lo sabría también... y, sobre todo..., el propio Kirtash se había dado cuenta de ello. No tardaría en adivinar por qué Ashran le había devuelto la espada... y, lo mejor de todo..., sabría que no tenía más opción que hacer con ella lo que todos esperaban que hiciera.
Por no hablar del hecho de que Victoria no le perdonaría fácilmente lo que había visto aquella noche. Gerde frunció el ceño. Estúpida Victoria. No comprendería nunca lo que implicaba amar a alguien como Kirtash. No lo aceptaría jamás tal y como era. El hada se preguntó, una vez más, qué habría visto él en ella.
Se detuvo cuando el resplandor de la hoguera fue ya claramente visible entre los árboles. Se ocultó en la maleza, consciente de que nadie podría verla ni aunque mirasen fijamente al lugar donde se encontraba, porque en el bosque las hadas eran casi tan difíciles de sorprender como los unicornios. Echó un vistazo, con curiosidad, y entre los renegados que descansaban en torno a la hoguera descubrió a Jack.
Lo observó con interés. El muchacho contemplaba el fuego, sumido en profundas reflexiones. Gerde entrecerró los ojos para observar su aura, y descubrió que, a pesar de lo abatido que parecía, su poder se había incrementado mucho desde su último encuentro. Valía la pena recordarlo.
Dio media vuelta para marcharse... y se topó con unos ojos tan negros como los suyos propios, pero más viejos, sabios... y llenos de disgusto.
-¿Otra vez enredando, pequeña arpía?
Gerde retrocedió unos pasos.
-¡Aile! -pudo decir.
Allegra d'Ascoli avanzó hacia ella, muy enfadada.
-¿Qué andas tramando esta vez? Si te has atrevido a acercarte a mi protegida...
Gerde levantó la cabeza, serena y desafiante. Ya había alzado todas sus defensas mágicas en torno a ella y, aunque sabía que Allegra era una rival peligrosa, también intuía algo que ella había intentado mantener en secreto.
-¿Qué? -le espetó-. ¿Me matarás? ¿Te arriesgarás a enfrentarte a mí?
Allegra entrecerró los ojos.
-No lo dudes, Gerde.
-¿De verdad? -rió ella-. ¿Lucharás contra mí... en tu estado? Sé que esos quince años que has pasado en la Tierra han menguado tu poder, Aile. Y que aún tardarás mucho tiempo en recuperarlo.
Allegra vaciló; fue sólo un breve instante, pero bastó para que Gerde adivinara que había acertado.
-Lo sabía -se rió el hada-. No puedes hacerme daño.
Pero entonces la mano de Allegra salió disparada y abofeteó la mejilla de Gerde, que chilló y retrocedió, furiosa.
-Puede que mi magia no sea la que era, pero mis reflejos siguen siendo excelentes, niña -le advirtió Allegra con frialdad.
-Te mataré por esto -susurró Gerde-. Y también a esa chica a la que tanto proteges.
-Eres una maga, Gerde -replicó Allegra, reprimiendo su ira-. Fue un unicornio quien te entregó el poder que tienes, quien te hizo como eres. ¿Cómo te atreves a levantar la mano contra el último de ellos?
Los bellos rasgos de Gerde se contrajeron en una mueca de odio.
-Porque, cuando la miro... no veo en ella a un unicornio.
-Entiendo. Ves en ella a la mujer que te ha robado a Kirtash. ¿Actúas así por celos... o sólo por ambición? ¿Qué significa para ti ese muchacho? ¿Es para ti algo más que el hijo de tu señor, el que podría haber sido el futuro soberano de Idhún?
El hada dejó escapar una risa cantarina.
-Dejaré que te quedes con la duda, Aile.
Aún sonriendo, Gerde dio un paso atrás... y desapareció.

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