EPILOGO: ESPÍRITU

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El alma volaba, ligera, entre las hojas de los árboles, entre las ramas y las flores, movida por la brisa, en un eterno mundo verde en el que no existía el dolor, la pena, el odio ni el sufrimiento. Había sido así siempre, o al menos eso le parecía, a pesar de que hacía poco tiempo que estaba allí. Y recorría los rincones más hermosos del bosque de Awa sin ser consciente de los seres vivos que los habitaban, o tal vez percibiéndolos simplemente como un bello cuadro, o como destellos en una noche estrellada. De modo que aquella alma feérica flotaba, feliz y en paz, entre las almas de otros muchos de su raza que habían muerto antes que ella, y que ya no tenían rostro, ni nombre, porque habían dejado muy atrás todas aquellas cosas materiales, cuando la Voz la llamó. El alma quiso resistirse. No deseaba regresar, de ningún modo. El mundo era algo incómodo y pesado, sujeto a las leyes de lo material, y en absoluto tan hermoso y agradable como la dimensión en la que se movía. Pero la Voz insistía, y la arrastró con ella, separándola de las demás...
Habría gritado, de haber tenido boca para gritar.
Pronto, no obstante, la tuvo de nuevo. Sintió que la oprimían otra vez los límites de un cuerpo, se expandió rápidamente por cada célula, mientras su corazón volvía a latir y de nuevo bombeaba sangre a través de sus venas. Trató de abrir la boca para gritar, pero no fue capaz. Tampoco pudo abrir los ojos, al menos no enseguida.
Su alma terminó de acomodarse... y fue entonces cuando descubrió, con desagrado, que ya había un inquilino en aquel cuerpo.
«¿Quién eres?», quiso preguntar.
«Soy yo, hija de Wina -dijo la Voz-. Pero ahora también soy tú.»
El cuerpo sufrió un espasmo. El hada abrió los ojos súbitamente e inhaló aire. Le dolieron los pulmones, pero ignoró el dolor y se incorporó, sobresaltada, intentando asimilar la idea de que momentos antes estaba muerta, pero ahora estaba viva de nuevo. Se miró las manos, y las vio tan suaves y perfectas como siempre. Se tocó el pelo. «Soy yo -pensó-. Pero no soy yo. No del todo.»
«Eres yo -dijo la Voz-. Pero también soy tú. Te he devuelto a la vida para que seamos uno solo.»
El hada se estremeció de terror, pero la Voz siguió hablando mientras, poco a poco, su esencia, la esencia del Séptimo, iba tomando posesión de su alma.
«Aquí estaremos seguros», dijo la Voz, pero en su lugar fue la voz de ella la que dijo en voz alta: -Aquí estaré segura.
Se levantó poco a poco. Hacía tiempo que no caminaba. ¿Cuánto? ¿Días? ¿Meses? ¿Años? Pero su cuerpo estaba bien, no se había corrompido, había estado aguardando, en perfectas condiciones, a que regresara para habitarlo de nuevo. Comprendió que Ashran lo había mantenido así, en previsión de lo que pudiera suceder.
Alzó los brazos por encima de la cabeza. Se había acabado la paz, era cierto, pero sentirse viva de nuevo era algo maravillosa Gritó. Le sentó bien escuchar su propia voz.
Volvía a ser ella misma y, a la vez, no lo era. Sabía que un nuevo poder oscuro habitaba en su cuerpo, pero no lo consideró algo extraño, ni una intrusión. Era parte de sí misma, con sus conocimientos, con sus recuerdos. No obstante, también los propios recuerdos del hada seguían intactos, y cuando empezó a rememorar el pasado, el odio y el rencor inundaron su alma.
Pero no el miedo. Había dejado de sentir miedo, porque aquellas criaturas que la habían dañado tiempo atrás no podían ya tocarla.
-Sé quién soy -dijo en voz alta.
Cerró los ojos un momento. Aquella esencia oscura era parte de sí misma, más que nunca. Y era inmortal e indestructible. Sonrió. Jamás se había sentido tan bien en su vida.
Miró a su alrededor, con curiosidad, y descubrió que estaba en una especie de sótano abandonado. Lo reconoció: era el sótano de la Torre de Drackwen. Parte del techo se había derrumbado sobre ella, pero algún tipo de conjuro de protección había mantenido intacto el altar de piedra donde había sido depositado su cuerpo, tiempo atrás. Se estremeció de placer. Estaba maravillosamente viva. Y sentía que podía hacer lo que quisiera, porque el mundo entero le pertenecía.
Su mirada se detuvo sobre un objeto que descansaba muy cerca de ella, en una hornacina excavada en la pared. Alargó la mano para cogerlo, pero se detuvo un momento, indecisa. Sin embargo, enseguida empezó a recordar los detalles.
-Fue ella quien me lo entregó. Por lo tanto, me pertenece.
Sus largos y finos dedos se cerraron en torno al cuerno de unicornio, lo cogieron con delicadeza, lo sacaron del lugar donde había estado guardado hasta entonces. El cuerno apenas emitió una leve vibración, pero se rindió a ella. Puede que aquel cuerpo no fuera el mismo al que había sido entregado, puede que su alma tampoco fuera exactamente la misma... pero la poderosa esencia que lo alentaba no había cambiado.
El hada sonrió, acariciando el cuerno de unicornio con las yemas de los dedos, y esbozó una aviesa y encantadora sonrisa.
-Sé quién soy -repitió-. Soy Gerde. Y soy una diosa.

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2015 ⏰

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