Hacía frío.
Muchísimo frío. Un frío que le congelaba las entrañas y ralentizaba los débiles latidos de su corazón. Y sin embargo... también había sentido calor, mucho calor. Todavía le ardía la piel.
Su instinto le alertó sobre algo que se acercaba. Eran varios, pero pequeños. Aun así, deseaba matarlos.
Trató de moverse, pero su cuerpo no le obedecía; ni siquiera logró abrir los ojos. Estaba demasiado débil.
Se acercaron. Pudo oír sus siseos en la oscuridad. Percibió que se estaban comunicando telepáticamente, aunque no capto sus pensamientos. Al fin y al cabo, no estaban hablando con el. Los sintió muy cerca. Una fría presencia rozó su piel. Quiso sacárselos de encima, pero seguía sin poder moverse.
Entonces se oyó un silbido amenazador. Las criaturas se retiraron, intimidadas. Algo se deslizó cerca de él, y su instinto se disparó. Logró abrir los ojos y vio una gran muralla escamosa que protegía su cuerpo. Cuando se retiró un poco, distinguió entre las sombras a los seres que lo habían estado observando Eran crías de shek, pero eso ya lo había sabido, de alguna manera.
La serpiente que las había ahuyentado, sin embargo, adulta, una hembra. Lo supo cuando ella volvió hacia él su cabeza triangular. Lo supo apenas un momento antes de que sin ojos hipnóticos relucieran un instante para hacerlo caer, de nuevo, en la oscuridad.
Cuando volvió a abrir los ojos ya no tenía frío. Pero aquella inquietud seguía allí.
No recordaba qué había pasado. En aquel momento, ni siquiera recordaba su nombre ni su condición. Y, sin embargo, el mensaje era tan claro que no podía ignorarlo.
«Sheks. Tengo que matarlos. A todos.»
El odio seguía palpitando en sus sienes, por encima del dolor, de la soledad o del desconcierto. Poco a poco fue fluyendo a través de todo su cuerpo. Había tantas serpientes a su alrededor, las sentía, las detectaba, las olía. No podía quedarse parado.
Un grito de furia y desesperación, un esfuerzo sobrehumano. Una transformación.
Con un rugido, se abalanzó hacia ellos. Pero algo lo retuvo con violencia, dejándolo sin aliento un momento. Volvió a intentarlo, hasta tres veces, antes de que se dejara caer, desalentado, pero aún hirviendo de ira. Giró la cabeza para ver qué era aquello que lo aprisionaba.
Y vio que una cadena plateada rodeaba sus miembros y lo mantenía sujeto a la roca. No era muy gruesa y, sin embargo, no había podido romperla.
El instinto lo reclamó de nuevo, esta vez con mayor urgencia. Tiró con todas sus fuerzas. La cadena no se rompió.
Una sombra sinuosa avanzó hacia él desde la oscuridad. El sentimiento de odio se disparó otra vez, nada más verla. Tiró y tiró de la cadena, con furia, con rabia, desesperado por abalanzarse sobre la hembra shek y hacerla pedazos. Y aquel impulso era lo único que entendía en aquellos momentos.
Ella observó sus esfuerzos, impasible. Sabía que no lograría alcanzarla. Y él pareció comprenderlo también, porque finalmente se dejó caer, rendido, y las cadenas tintinearon en torno a su cuerpo.
«Instinto -dijo la serpiente-. Ah, qué cosa tan incómoda, ¿verdad? Qué ganas tengo de matarte, dragón. Y qué poco me conviene.»
Dragón.
Un rayo de entendimiento iluminó su mente. Aquella palabra significaba mucho... demasiadas cosas.
-Dragón... -repitió.
La serpiente se acercó más a él, y sus ojos tornasolados se clavaron en los suyos.
«¿Quién eres?», le preguntó.
Daba la sensación de que ella conocía perfectamente la respuesta. Pero fue la pregunta lo que le hizo detenerse a reflexionar, y trajo de vuelta a su mente un aluvión de recuerdos, que lo inundaron como un torrente imparable.
-Yo... soy Yandrak -murmuró.
«Sí, es lo que pensaba» , asintió la shek, observando, con cierta curiosidad, cómo su prisionero volvía a transformarse en un simple muchacho humano.
-Soy... soy Jack -murmuró él, antes de perder la conciencia de nuevo.
Seguía encadenado en aquella estrecha y oscura cueva.
Seguía sin entender qué había pasado, pero el odio iba calmándose, poco a poco, y también el dolor físico que le producía la herida del pecho.
Ahora otra cosa lo atormentaba, y era la soledad.
Echaba de menos a alguien. Desesperadamente. Tanto que sin ella se sentía muerto, vacío y tan frío como el corazón de la serpiente que lo había capturado. Tenía la horrible sensación de que la había perdido para siempre, y sólo por eso habría querido morir.
Pero no moría. O tal vez ya estuviera muerto. Alzó la cabeza y miró a la shek.
-¿Dónde estoy?
«Has tardado en preguntarlo -observó ella-. Claro que los de tu especie nunca han sido demasiado listos que digamos.
-¿Dónde estoy? -repitió él.
«No estás en ningún lugar de Idhún.» -Entonces, ¿estoy en la Tierra?
«Tampoco.»
Sacudió las cadenas, irritado.
-¡No te he preguntado dónde no estoy!
«Ah, no lo entiendes. En estos momentos, para ti es mucho más importante saber dónde no estás. ¿No te das cuenta?»
El muchacho reflexionó un momento, ceñudo.
-No estoy en Idhún. Pero no... no es posible. ¿He abandonado el mundo? ¿Cuándo he hecho eso?
Se esforzó por recordar. Cerró los ojos un momento y le vinieron a la mente imágenes de una batalla. Un shek, un dragón..., los dos habían luchado, y entonces Kirtash había hundido su espada de hielo en el pecho del dragón y lo había arrojado a una sima de lava.
Se estremeció. No podía haber sobrevivido a aquello, era imposible.
-Estoy muerto.
«Para muchos lo estás -concedió la serpiente-. Pero tú deberías saber que sigues vivo. Tu corazón late.»
Jack tuvo que admitir que tenía razón.
-¿Cómo es posible?
Se abrió la camisa para ver la herida del pecho. Todavía seguía allí, una terrible brecha abierta en su carne; pero estaba cubierta por una extraña capa de escarcha, que escocía, ardía y lo enfriaba al mismo tiempo. Se preguntó si serían los efectos de Haiass o si se trataba de la forma que tenían los sheks de curar las heridas. Desechó la idea porque le pareció demasiado absurda. Ningún shek curaría jamás a un dragón.
«Una espada de hielo -dijo la hembra shek-. Si hubieras sido un simple humano sí estarías muerto; pero el fuego de tu interior te protegió de sus efectos por un tiempo, lo suficiente como para que yo pudiera salvarte la vida. Por no mencionar el hecho de que el que quiso matarte no tiene muy buena puntería. No rozó tu corazón.»
-No tiene... -repitió Jack, desconcertado-. No, espera, estarnos hablando de Kirtash. Sabe perfectamente dónde tiene que clavar una espada. -Sacudió la cabeza-. Esto no tiene sentido.
La serpiente emitió un bajo siseo. Parecía molesta de pronto, pero sus palabras sonaron calmadas cuando dijo:
«Probablemente en el fondo no quería matarte. Ah, es lo que ocurre cuando uno tiene que cargar con un alma humana.
No se hacen las cosas ni la mitad de bien que sin ella.»
-¿Conoces a Kirtash? -le preguntó Jack.
«Ah, todos los sheks hemos oído hablar de ese engendro -dijo la shek con profundo desagrado-. Tú eres como él.»
-¿Y tú? ¿Quién eres tú?
«Me llamo Sheziss. Y, como puedes ver, soy una shek.»
Jack la miró con un poco más de detenimiento. Ya no era joven; el brillo de sus escamas estaba un poco desvaído, y tenía un par de desgarrones en un ala. Con todo, le pareció majestuosa y, como todas las serpientes aladas, letal. Se esforzó por controlar el odio que volvía a burbujear en su interior. Entonces recordó algo que ella había dicho, y que tenía todavía menos sentido que lo que le había contado acerca de Kirtash.
-¿Has dicho antes que me has salvado? No puedo creerte ¿Por qué harías algo así?
«Eres el dragón de la profecía», respondió ella, como si fuera obvio.
Jack se la quedó mirando. Sheziss mostró algo parecido i una larga sonrisa.
«La profecía dice que tú eres el único que puede matar a Ashran -añadió, y Jack percibió entonces, sorprendido, el intenso odio que emanaba de ella-. Y yo quiero que mates a Ashran. No es difícil de entender.»
-¿Quieres... la muerte de Ashran? -repitió Jack, confuso ¿Por qué?
Ella se estremeció con una risa baja.
«Porque lo quiero muerto -respondió sin más, y Jack supo que no iba a contarle más detalles-. Pero no podía hacer nada al respecto. Ah, cómo no iba a salvarte cuando te vi caer por el Portal. Qué gran oportunidad, y qué estúpida habría sido si la hubiera desaprovechado.»
-El Portal... -repitió Jack, atando cabos-. ¿Te refieres a esa sima de fuego? ¿Quieres decir que es como una especie de Puerta interdimensional?
«No -corrigió ella-. Quiero decir que es una Puerta interdimensional.»
-¿Y adónde me ha llevado?
«A otro mundo, por supuesto.» Sheziss se alzó sobre sus anillos y estiró un poco las alas; pareció mucho más grande y temible que antes, y sus ojos relucieron cuando añadió: «Bienvenido a Umadhun, el reino de las serpientes aladas».
-Echo de menos a alguien -dijo Jack a media voz.
Sheziss dormitaba cerca de él, hecha un ovillo. Jack sabía que lo había escuchado perfectamente y, sin embargo, no su dignó siquiera abrir los ojos.
El muchacho se acurrucó junto a la roca, retorciendo las muñecas, que tenía ya en carne viva. La shek no lo había soltado aún. Había estado alimentándolo con pedazos de carne seca, pescado, distintos tipos de hongos comestibles y cosas semejantes, y Jack, hambriento, lo había devorado todo sin rechistar. Ignoraba cuánto tiempo llevaba en Umadhun, pero ya le parecía demasiado.
«Cuando controles tu odio, te soltaré», le había dicho ella.
Al principio, Jack se había revuelto contra la serpiente, furioso. Se había transformado varias veces, envuelto en una nube de humo, había expulsado sus más violentas llamaradas, había arañado con las garras el suelo de alrededor, había lanzado furiosos mordiscos al aire. Todo era inútil; no conseguía llegar hasta ella ni soltar sus cadenas que, no importaba la forma que adoptase, siempre parecían ajustarse a sus miembros, ya fueran muñecas y tobillos humanos o garras de dragón.
«Ah, qué estúpido eres -le decía la serpiente a menudo-. Deseas soltarte para hacerme pedazos. Pero no entiendes que, sin mí, no sobrevivirás en Umadhun. Tienes suerte de que este mundo esté casi vacío. En otros tiempos no me habría sido tan sencillo ocultarte.»
-Quieres utilizarme -había dicho el chico con rencor.
«Quiero aliarme contigo -repuso ella-. Pero antes debo asegurarme de que vas a ser capaz de controlarte.»
En aquel momento en concreto, Jack no tenía ganas de pelear. Estaba agotado tras otra explosión de ira, y se había dejado caer sobre la roca, exhausto y desanimado. Entonces había vuelto la añoranza.
La sentía cada vez que el odio no lo cegaba. Si cerraba los ojos, veía en sus recuerdos tina mirada llena de luz, una sonrisa que amaba por encima de todas las cosas. Pero ella estaba demasiado lejos como para que pudiera siquiera percibir su existencia. Podía estar viva, en algún lugar al otro lado de la sima de fuego.
Pero también podía estar muerta. Y la simple idea de haberla perdido lo volvía loco de angustia y de pena.
Jack no sabía qué era peor, si el odio o la nostalgia. Los dos sentimientos resultaban insoportables. Y en aquellos momentos no tenía ya fuerzas para dejarse llevar por el odio.
La echaba de menos. Muchísimo. Y no tenía a nadie con quien compartir su soledad.
-La echo de menos -repitió a media voz; Sheziss no respondió, pero de todas formas Jack siguió hablando-: Daría lo que fuera por volver junto a ella. Incluso sería capaz de aceptar su relación con Kirtash, si tan sólo...
Se interrumpió, recordando que, tiempo atrás, en Limbhad, cuando Victoria permanecía prisionera en la Torre de Drackwen, había dicho algo semejante. Algo que después no había sido capaz de cumplir. Se preguntó, por primera vez, si al atacar a Kirtash junto a los Picos de Fuego había obrado por celos... o por puro instinto.
-Ahora ya no importa -murmuró-. Supongo que, si no regreso, eso solucionará el problema: ella podrá estar con Kirtash y dejará de tener dudas.
Se dio cuenta entonces de que Sheziss había alzado la cabeza y lo observaba con un brillo de interés en los ojos.
«No me digas que el unicornio siente algo por ese engendro, por el hijo de Ashran.»
Jack se volvió hacia ella, cauteloso, lamentando ya haber hablado demasiado. Recuperaba fuerzas y el odio volvía a manifestarse en su interior.
-¿Qué importa eso? -preguntó.
No le sorprendió que Sheziss hubiera adivinado de quién estaba hablando. El poder de deducción de los sheks era muy superior al de cualquier otra criatura.
El cuerpo de la serpiente se estremeció con una risa baja.
«Muy divertido -dijo ella-. De modo que Ashran crea un engendro para matar al unicornio y después...»
Dio un furioso coletazo que hizo retumbar todo el suelo y sacudió las cadenas de Jack. El muchacho se transformó en dragón casi sin darse cuenta, y se pegó al suelo, dispuesto a saltar sobre la shek. Ella lo miró con frío desprecio. Parecía divertida y colérica a la vez.
«Sí, muy divertido -siseó. El odio relució en sus ojos-. El engendro ha traicionado a los suyos. Ah, ojalá despelleje a su padre y lo entregue en pedazos a los sangrecaliente.»
-¿Los sangrecaliente? -repitió Jack.
Ella lo miró un momento. El odio palpitó un instante en sus ojos irisados, pero después se apagó.
«Humanos, feéricos, celestes, gigantes, varu, yan: las seis razas inferiores que se aliaron con los dragones en la guerra explicó con suavidad-. Para luchar contra nosotros y contra los szish, a quienes llamamos los sangrefría, porque son como nosotros en ese aspecto. Las otras seis razas apoyaron a los dragones porque son cálidos..., como ellos.»
-¿Y los unicornios? -preguntó Jack-. ¿De qué lado estaban?
«Los unicornios no entendían de esas cosas. Ellos nos trataban a todos por igual, sheks, dragones..., qué más da. Incluso sentían cierto cariño por los inferiores. En contra de lo que piensan los sangrecaliente, los unicornios nunca tomaron partido en la guerra. No fueron creados para eso. Ah, los unicornios, qué hermosas criaturas. El mundo no es el mismo desde que ellos ya no están.»
-Vosotros los asesinasteis a todos -acusó Jack.
«¿Eso te han dicho? -Sheziss lo miró, ladeando la cabeza. Parecía que se reía por dentro, y Jack se sintió estúpido, sin saber por qué-. La conjunción astral fue obra de Ashran, maldito sea siete millones de veces. Nos permitiría regresar a Idhún, dijo, y además destruiría a nuestros enemigos, los dragones, si nos aliábamos con él. No mencionó para nada a los unicornios.»
Había amargura en sus palabras. Jack quiso decir algo, pero se dio cuenta de que la serpiente aún no había terminado de hablar.
«Nunca tuvimos nada en contra de ellos. Pero cuando vimos lo que había sucedido, lo pasamos por alto. Al fin y al cabo, Ashran había cumplido su parte del trato. Nosotros estábamos de vuelta. Y los dragones estaban muertos. El odio nos cegó, como tantas otras veces..., ah, como tantas otras veces...»
La voz de Sheziss se apagó en su mente. Jack sintió un súbito sopor y, casi sin darse cuenta, cerró los ojos y se durmió.
-Déjame marchar -le pidió en otra ocasión.
Sheziss lo miró fijamente, pero no dijo nada.
-Tengo que volver con ella -insistió-. Necesito saber si está bien.
«Con esa criatura que, según me has contado, siente algo por el hijo de Ashran?»
-También me quiere a mí -replicó Jack, herido en su orgullo-. Y sé que en un futuro decidirá quedarse conmigo, porque Kirtash no puede quererla de la misma manera que yo.
Sus propias palabras le sonaron muy infantiles, y lamentó enseguida haberlas pronunciado. Sheziss se acercó a él, con movimientos ondulantes.
«¿Decidir? -preguntó-. ¿Un unicornio?»
Lo miró con aquella expresión que Jack ya conocía, como si se estuviera riendo de alguna broma que sólo ella entendiera. Al muchacho le sacaba de sus casillas, porque le hacía sentirse estúpido.
-¿Qué te hace tanta gracia? -le espetó.
«Los unicornios entregan la magia a algunos afortunados. Si escogieran a una sola persona en toda su vida, la magia habría muerto mucho tiempo atrás. Los unicornios están hechos para dar, para entregar, no conocen otra cosa. El amor es para ellos muy parecido a la magia. Es parte de ellos. Igual que los seres a los que deciden entregar sus dones.»
-No... no entiendo.
Sheziss entornó los ojos y se plantó ante él, con un furioso siseo y el cuerpo vibrando amenazadoramente. Jack retrocedió intimidado, tratando de controlar el odio que bullía en su interior.
«Ah, te ayudaré a entenderlo -se ofreció, con una sinuosa sonrisa-. Si tuvieras que elegir entre tus dos pulmones, ¿Con cuál te quedarías?»
-Pues... -empezó Jack, desconcertado, pero Sheziss lo interrumpió.
«Piénsatelo bien -dijo, y sus ojos relucieron malévolamente en la penumbra-. Porque en cuanto te hayas decidido por uno de los dos, te arrancaré el otro.»
Jack retrocedió, con el corazón latiéndole con fuerza.
Pero Sheziss se alejó de él, riéndose por dentro.
-Pero ¿por qué no puedo dejar de odiar? -preguntó él en otra ocasión.
«Vamos progresando -dijo Sheziss, con un brillo de aprobación en la mirada-. No puedes dejar de odiar porque para eso fuiste creado. Odiar a los sheks es tan natural para ti como respirar. Si dejaras de hacerlo, estarías muerto.»
-Entonces, ¿no se puede dejar de odiar?
«Si conociésemos una forma, los sheks la habríamos empleado hace ya tiempo. A los dragones nunca os ha importado, os habéis entregado al instinto con salvaje entusiasmo. También nosotros disfrutábamos con la lucha, para qué negarlo. Pero, a diferencia de vosotros, éramos conscientes de que estábamos haciendo algo que no habíamos elegido. Nadie nos preguntó nunca si queríamos odiar a los dragones. No se nos dio opción.»
-Pero tú no me odias... ¿o sí?
«Ah, sí, te odio con todo mi ser, dragón. Deseo matarte. Pero controlo ese sentimiento.»
-¿Y eso cómo se hace?
«Asumiéndolo. Hay quien lo reprime, trata de negar que existe. Pero no se puede reprimir el odio, porque estalla como un volcán en el momento más inesperado. No obstante, sí se puede controlar, dejándolo salir sólo en los momentos indicados. O encontrando una razón para odiar. ¿Tienes razones para odiar? »
-Los sheks mataron a toda mi raza -murmuró Jack.
«Ashran mató a toda tu raza, pero tienes razón, nosotros también lo habríamos hecho de haber podido. De hecho, muchos lamentamos que los dragones estén muertos, porque ya no podemos matarlos nosotros. Pero la extinción de los dragones no es el motivo de tu odio, sino una consecuencia del odio que ambas razas sentirnos.»
Jack frunció el ceño, desconcertado.
«No tenernos ninguna razón para odiarnos. Ninguna razón lógica, quiero decir. Pero yo, por ejemplo, sí tengo motivos para odiar a Ashran. De manera que, cuando te miro y siento ese odio ancestral, me esfuerzo por acordarme del hombre al que detesto, canalizo ese odio hacia otra persona.»
-Ojalá pudiera yo hacer eso -dijo Jack, impresionado; se sentía muy vacío de pronto.
«Para ti será mucho más fácil que para cualquier otro -dijo ella-. Pues también tienes un alma humana que puede ayudarte a controlar tus instintos de dragón. Aunque aún tienes mucho que aprender.»
Jack reflexionó.
-Antes dijiste que no se nos dio opción -recordó-. ¿Quién no nos dio opción?
«Los dioses, por supuesto. Nos crearon para odiarnos, para matarnos unos a otros. ¿No es gracioso? Los poderosos sheks, los poderosos dragones. Adorados desde tiempos remotos por los seres inferiores. Al final... no somos nadie, no somos más que peones en una guerra de dioses, incapaces de escapar de ella. Somos sus soldados, luchamos por ellos... morimos por ellos. Lo queramos o no.»
Jack se estremeció.
-No es gracioso -opinó-. Es horrible.
«Ah, sí, horrible. O trágico, diría yo.»
-Entonces, ¿de verdad existen los dioses? Yo pensaba que no eran más que leyendas.
Sheziss lo miró un momento.
«Cuando aprendas a controlarte y pueda dejarte suelto, te mostraré una cosa. Tal vez te ayude a hacerte una idea de cuan reales pueden llegar a ser los dioses.»
-Ya puedes soltarme -dijo Jack, cansado-. Ya no quiero luchar. Me parece que hasta empiezas a caerme bien.
La serpiente lo miró con su sinuosa sonrisa.
«Ah, no, estás reprimiendo tu odio, negando que existe. Pero tú me odias, dragón. Busca en tu interior y encuentra ese odio. Dime, ¿sigue ahí?»
-Sigue ahí -reconoció Jack tras un tenso silencio.
«¿Quieres matarme? ¿O deseas matarme?»
-¿Qué diferencia hay?
«El deseo viene del instinto, es irracional. Querer, en cambio, implica una voluntad racional.»
-Deseo matarte -admitió Jack, tras una breve reflexión-. Pero no quiero matarte.
«Christian tampoco quería matarme -recordó el muchacho de pronto-. Aunque lo deseara. Por eso no me clavó la espada en el corazón. En el último momento, su voluntad se impuso sobre su instinto. Y yo... ¿habría sido capaz de hacer lo mismo?»
-No quiero matarte -repitió, en voz alta-. No quiero luchar. Quiero aprender a controlar mi instinto. Sheziss sonrió.
«Mírame a los ojos, Jack.»
El chico alzó la cabeza, sorprendido. Tal vez en otras circunstancias se lo habría pensado dos veces antes de mirar a los ojos a un shek, pero era la primera vez que ella lo llamaba por su nombre, y eso lo desconcertó.
Cuando clavó la mirada en los hipnóticos ojos de Sheziss, ya era demasiado tarde para reaccionar. Quiso debatirse, pero no fue capaz; estaba como paralizado. Sintió que algo se soltaba en su mente, y trató de moverse, desesperado. Y en esta ocasión lo consiguió.
Y se alejó de la pared de roca. Mucho más que antes.
Se miró las manos, sorprendido. Las cadenas habían desaparecido, y también las marcas de sus muñecas. Se rozó con el dedo la piel intacta, confuso.
-¿Qué...? ¿Cómo lo has hecho? ¿Qué has hecho con las cadenas?
«Las cadenas nunca han existido más que en tu mente, Jack.»
El chico parpadeó, perplejo, pero no dijo nada.
«Ningún shek se habría dejado engañar por algo así -prosiguió Sheziss-. Pero claro, se trata de un truco demasiado sutil para la mente de un dragón.»
Jack se sintió de pronto furioso y humillado. El odio burbujeó de nuevo, y la presencia de la shek lo volvió loco. Con un rugido de ira, se transformó en dragón y se abalanzó sobre ella, con las garras por delante.
Fue visto y no visto. Se encontró de pronto atrapado entre los anillos de Sheziss, que se había enredado en su cuerpo con tal habilidad que le impedía mover las garras y las alas. Tampoco podía hacer uso de su fuego; Sheziss lo había tumbado boca abajo y también había inmovilizado su cuello, de manera que no podía girar la cabeza; si exhalaba aunque fuera una sola bocanada de fuego, éste rebotaría contra la piedra y le chamuscaría las narices. Emitió un sordo gruñido.
«Ah, todavía tienes mucho que aprender, niño -se burló la shek-. Dime, ¿a quién odias?»
-A ti -gruñó el dragón.
«¿Por qué?»
-Porque eres un shek.
Los anillos se estrecharon todavía más. Jack jadeó.
«Eso ya lo sé. Cuéntame algo nuevo, Jack. ¿Por qué me odias?»
-Porque me tienes prisionero.
«Si no te mantuviera prisionero, me atacarías. ¿No te parece que mi actitud es razonable?»
-Sí -reconoció Jack, a regañadientes-. Y ahora suéltame. Los anillos apretaron un poco más.
«¿Por qué me odias? ¿Acaso no te he salvado la vida, no te he curado las heridas? ¿Por qué me odias, pues?»
-No... no tengo razones para odiarte -dijo él tras un breve silencio-. Aunque no pueda evitarlo.
«Ah, vamos progresando. Pero... »
Su cuerpo se tensó de pronto, y alzó la cabeza con un siseo. Sus ojos relucieron en la penumbra.
-¿Qué ...? -empezó Jack, pero una furiosa orden telepática lo hizo enmudecer.
«¡Silencio!»
Jack se quedó quieto, con el corazón latiéndole con fuerza, y aguzó el oído. Pero fue su instinto lo que lo avisó de la proximidad de más serpientes.
«Transfórmate de nuevo -le ordenó Sheziss-. Así llamas demasiado la atención.»
Jack lo intentó. Pero estaba demasiado cerca de las serpientes, demasiado cerca de Sheziss, y el instinto le llevaba a seguir transformado en dragón para luchar contra ellas, para matarlas. «Hazlo -insistió la shek-. Si te descubren aquí, nos matarán a los dos. Y si te matan, jamás podrás regresar junto a ella.» Estas palabras fueron determinantes.
«Victoria», pensó Jack. Pensó en sus luminosos ojos, en su sonrisa. La añoró de nuevo, con toda su alma. Y cuando quiso darse cuenta, volvía a ser un muchacho humano.
«Eso está mejor -dijo Sheziss-. Ahora haz lo que yo diga. Ellos están cerca.»
Jack se esforzó por seguir pensando en Victoria. Sus sentimientos hacia ella, el recuerdo de su mirada, mantenían a raya el odio y el instinto. Pero le costó mucho dominarse cuando sintió la cola de Sheziss rodeando su cintura, cuando la serpiente lo alzó en el aire para depositarlo sobre su lomo, justo entre sus alas. El simple contacto con ella estuvo a punto de volverlo loco de odio.
«Contrólate, niño -le dijo Sheziss-. A mí también me resultas extremadamente desagradable. Pero nuestras vidas dependen de que esto salga bien.»
Plegó las alas sobre su cuerpo, tapando a Jack por completo. El chico dejó escapar un quejido angustiado. No soportaba el roce con la serpiente.
Pensó de nuevo en Victoria. Y cuando Sheziss reptó fuera de la cueva, llevándolo sobre su lomo, Jack se aferró a sus escamas, cerró los ojos y recordó, uno por uno, los momentos íntimos, felices, especiales..., que había compartido con Victoria. Evocó la luz del unicornio para olvidar la frialdad de la serpiente que, por alguna razón que todavía se le escapaba, se había convertido en su aliada.
Apenas fue consciente de que se deslizaban por un túnel, tenuemente iluminado por un suave musgo fosforescente que recubría las húmedas paredes. Pero sí percibió el encuentro con otro shek.
Jack se encogió sobre el lomo de Sheziss, que lo ocultó aún más bajo sus alas. Se había detenido en el corredor y había iniciado una conversación telepática con la otra serpiente, un macho más joven. Jack no sabía qué estaban diciendo. Luchó por controlar su instinto, que lo empujaba a transformarse en dragón y abalanzarse sobre los sheks, los dos, y despedazarlos.
«Eso no sería prudente», se recordó a sí mismo. Estaba en el mundo de las serpientes. Si mataba a Sheziss y al otro shek, jamás saldría vivo de allí.
Por Victoria.
El otro pareció conforme, ya que se retiró un momento para dejarlos pasar. Jack sintió que su mirada tornasolada trataba de atravesar las alas membranosas de Sheziss, intentando adivinar qué había debajo. Cerró los ojos. Volvió a pensar en Victoria. Se vio a sí mismo como un simple muchacho humano, despreocupado, como lo era antes de conocer a la Resistencia. Trató de reprimir la esencia del dragón que latía en su interior.
Sheziss siguió avanzando corredor abajo, con movimientos ondulantes, lentos y calculados, con la elegancia y dignidad de una reina, sin mirar atrás.
Pero entonces se oyó un siseo a sus espaldas. Sheziss se volvió.
Parecía que el shek no estaba muy convencido. Se acercó a ellos, tal vez para comentar algo con Sheziss. Jack no podía escucharlos porque el vínculo telepático que ellos dos habían establecido no lo incluía a él. Pero deseó que terminaran pronto, porque no podía soportar por más tiempo la presencia de las serpientes.
El shek le enseñó a Sheziss los colmillos, con un silbido amenazador. Sheziss respondió, siseando, furiosa, y se echó hacia atrás. Al hacerlo, Jack resbaló un poco sobre las escamas de su lomo y su pierna derecha quedó al descubierto.
Los ojos del shek se clavaron en ella, estrechándose peligrosamente.
Jack no pudo aguantarlo más. Con un rugido, saltó del lomo de Sheziss y se lanzó hacia el shek en un ataque suicida. Se transformó a medio camino, y cayó sobre el shek hecho una furia de garras, cuernos, dientes y llamaradas.
La serpiente era joven, y nunca había visto a un dragón. Por un instante quedó paralizada de terror. Pero enseguida el odio instintivo que los sheks sentían hacia los dragones tomó posesión de sus acciones.
Jack llevaba la ventaja de la sorpresa. Vomitó su fuego sobre la serpiente, que chilló, aterrada, y clavó sus dientes en su cuello mientras aún ardía.
Momentos después, jadeaba ante el cadáver del shek, exultante de alegría.
«Eres estúpido, dragón», le dijo Sheziss con helada cólera.
Jack se volvió hacia ella; sus ojos verdes relucían aún con el fuego del dragón. Rugió, dispuesto a abalanzarse sobre ella, pero Sheziss lo esquivó con habilidad y clavó sus ojos irisados en los de él.
«Estúpido -repitió-. Ahora has atraído la atención de todos los sheks de la zona. Reza a tus dioses para que salgamos vivos de este agujero... »
La hipnótica mirada de la serpiente manipuló los hilos de su consciencia. Jack sintió que se hundía en un sueño profundo...
No habría sabido decir cuánto duró el viaje. Echado sobre el lomo de Sheziss, era apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor. Sólo sabía que avanzaban en la semioscuridad, por interminables galerías de túneles, arriba y abajo, arriba y abajo, y cada vez hacía más frío. Pero Jack estaba demasiado aturdido como para preguntar adónde se dirigían.
Había recuperado su forma humana, y se sentía débil, muy débil. Todavía le repugnaba el contacto con la serpiente, pero no tenía fuerzas para bajarse del lomo de Sheziss; ni siquiera para protestar.
De modo que permanecía allí, tumbado sobre el cuerpo ondulante de la shek, dejándose llevar y soñando, medio dormido, medio despierto.
Soñando con Victoria, devorado por la añoranza.
Sheziss lo dejó caer al suelo, como si fuera un fardo, un tiempo después. Podrían haber sido horas, o días; Jack no estaba muy seguro al respecto.
-Qué... ¿dónde estamos? -farfulló.
« A salvo, por el momento -respondió ella-. Lejos de la frontera entre ambos mundos.»
El corazón de Jack se encogió de angustia.
-¿Lejos de la Puerta a Idhún? ¿Cómo de lejos?
«Lo suficiente para que no puedan encontrarnos. Quedan pocos sheks en Umadhun, y los pocos que hay están cerca de la frontera. Con tu innecesario alarde de estupidez llamaste la atención de todos ellos. Por eso tuvimos que escapar.»
Jack se mostró avergonzado.
-Lo siento..., no pude controlarme.
«Ya me di cuenta.»
-¡Maldita sea! -estalló Jack, frustrado-. ¡Fue un ataque suicida, y lo sabía! ¡Pero no pude controlarme! ¿Por qué el odio y el instinto son más fuertes que mi sentido común?
Sheziss lo miró, pensativa.
«Has de encontrar a alguien a quien odiar. Has de tener motivos para odiarlo. Dime, ¿odias a alguien?»
Jack calló un momento. Comprendió enseguida que Sheziss quería continuar la conversación que había comenzado tiempo atrás, justo antes de que los sheks los descubrieran.
-A Kirtash -se le ocurrió.
«¿Por qué?»
-Por ser un shek.
Sheziss siseó, exasperada. Jack se acordó entonces de que aquélla no era la respuesta correcta.
«¿Por qué lo odias?»
-Porque... porque... por Victoria -dijo por fin.
«¿Victoria lo odia?»
-No, ella... ella le quiere.
«¿Y él la corresponde? Luego él está haciendo un bien a alguien que te importa, ¿no es cierto?»
Jack recordó que Christian había salvado la vida de Victoria en varias ocasiones, había luchado por ella, jugándose el cuello por protegerla.
-Sí -admitió.
«¿Y lo odias por eso? Me cuesta creer que realmente sientes, algo por esa joven. ¿De veras intentas apartar de ella a alguien que puede hacerle bien?»
Jack cerró los ojos, cansado. De pronto, los celos le parecían un sentimiento absurdo e infantil.
-No -reconoció-. No lo odio por eso. Lo odio porque es un asesino. Porque ha matado a gente, sin vacilar, sin remordimientos.
Ésa le pareció una razón de bastante más peso. Pero Shezis., estaba molesta.
«Es un shek -dijo-. No puede sentir remordimientos por matar a un humano. Los dragones tampoco los sienten. Para ellos no son nada, ni los sangrecaliente ni los sangrefría.»
Jack se quedó helado.
-No es verdad -murmuró-. No, eso no es verdad. Los dragones eran queridos y admirados en Idhún.
Sheziss emitió un silbido que sonó como una especie de risa.
«Sí, los sangrecaliente adoraban a los dragones, claro que sí, ¿cómo no iban a adorarlos? Sé que tú has pasado toda tu vida en otro mundo y no conoces gran cosa de Idhún. ¿Tienen los humanos de tu mundo animales de compañía?»
-Sí, perros, gatos... -respondió Jack, sin comprender adónde quería ir a parar-. Yo mismo tuve un perro.
«Perro -repitió Sheziss-.Veo imágenes de esos animales en tu mente. Los perros adoran a sus amos, ¿no es cierto? obedecen, pelean por ellos, los defienden?»
-Los perros, sí.
«A pesar de ser esclavos.»
-Los perros no son esclavos -protestó Jack.
«¿Oh? Es decir, que pueden ir a donde les parezca, comer lo que les parezca, aparearse con quien les parezca... Nunca les atáis, ni les pegáis, ni les decís lo que tienen que hacer. ¿Es así?»
-No -reconoció Jack, un poco avergonzado, sin saber por qué.
«Y sin embargo, tu perro te adoraba y te obedecía, ¿verdad? Porque le dabas de comer. Porque el perro sabía que eras superior a él. Su amo.»
Jack sacudió la cabeza.
-No entiendo qué quieres decir.
«Ah, sí lo entiendes. La guerra eterna entre sheks y dragones no se libró sólo entre nosotros. Las especies inferiores tomaron partido. Los sangrecaliente, por los dragones. Los sangrefría, por los sheks. A los sangrecaliente les pareció tan lógico y natural odiar a los sheks... no en vano, eran los enemigos de sus amos en la guerra. Y lucharon contra nosotros.»
-Los habríais matado, si no.
«Yo no seguí a mis compañeros hasta Idhún cuando Ashran nos llamó, de modo que no sé cómo están las cosas allí. Pero, dime, ¿acaso han matado los sheks a todos los sangrecaliente? »
-No -reconoció Jack-. Pero los gobiernan.
«Ah, sí, igual que hacían los dragones. Dudo mucho que ellos llegaran a ser tan benevolentes con los sangrefría. Cuidaban de los sangrecaliente porque eran sus aliados, o mejor dicho, sus vasallos. Podían llegar a sentir algo de cariño por aquellos que tenían más próximos, los habrían defendido, tal vez. Pero no los amaban, y si tenían que sacrificar a alguno, porque les estorbaba, les desobedecía o simplemente ya no les era útil, lo hacían sin vacilar. Igual que hacemos nosotros con nuestros sangrefría. Igual que hacen los humanos con sus bestias.»
-Pero los humanos, los celestes, los feéricos... incluso los szish... no son bestias -protestó Jack, mareado-. Son seres racionales.
«Tienen un espíritu más complejo que el de las bestias, es cierto. Pero más simple que el nuestro. ¿Sabes algo acerca de la evolución, Jack? ¿Entiendes lo que significa?»
-Conozco el concepto. Lo aprendí en la escuela.
«En el camino de la evolución, las bestias están un paso por detrás de los sangrecaliente y los sangrefría. Nosotros, sheks, dragones y unicornios, estamos un paso por delante de ellos.»
Jack respiró hondo. Le costaba trabajo entenderlo.
«Por lo que parece, en el mundo en el que has crecido no hay ninguna especie que esté por delante de los sangrecaliente. ¿Es así?»
-Así es.
«Ah, ahora entiendo por qué te resulta tan difícil de aceptar. Pero cuando asumas tu espíritu de dragón, los seres inferiores no te parecerán tan importantes. Podrás sacrificarlos sin remordimientos, como hace Kirtash.»
Jack se estremeció.
-No, no quiero tener que llegar a eso.
«¿En tu mundo hay gente que sacrifica a los perros?»
-Sí -admitió Jack, a regañadientes-. Tenemos perreras donde recogemos a los perros abandonados, perdidos, peligrosos... no sé. Creo que se los sacrifica al cabo de un tiempo si nadie los reclama.
«¿Odias a las personas que sacrifican perros? ¿Te parecen criminales?»
-No. Pero no me gusta su trabajo.
«Si hubiera algunos perros que resultaran una amenaza para tu especie, ¿los sacrificarías?»
-Supongo que sí -reconoció Jack de mala gana-. ¿Podemos dejar ya de hablar de perros?
«No estamos hablando de perros, Jack. Estamos hablando de las razones por las que odias a Kirtash. Estamos hablando de la función para la cual fue creado. Desde el punto de vista de un shek, Kirtash no estaba haciendo nada malo. Al revés; si lo consideran un traidor es porque se ha unido a los sangrecaliente. Si alguna raza de bestias resultara una amenaza para los sangrecaliente, ellos la exterminarían. Los sheks sólo hemos eliminado a aquellos que no pudimos controlar. Los dragones ya lo hicieron una vez. Nos expulsaron a Umadhun porque no pudieron exterminarnos, aunque estuvieron cerca. Las hembras de los sheks, igual que las de los dragones, sólo podemos poner huevos una vez en la vida. Nuestra especie estuvo a punto de no recuperarse de aquella batalla. Pero lo de los sangrefría, los szish, fue peor. Los dragones los masacraron, y por poco acabaron con toda la raza. Sí, es cierto, son muy semejantes a los sangrecaliente, tienen una inteligencia similar. Pero la diferencia es que los sangrefría no los aceptaron como amos.»
Por alguna razón, Jack pensó en los lobos. Parientes de los perros, pero libres y salvajes. En la Tierra estaban en peligro de extinción, y se consideraba criminales a aquellos que los mataban, pero cien años atrás, era al contrario: los cazadores de lobos eran aplaudidos y respetados.
«Porque los lobos no se sometieron a los humanos, como hicieron los perros», recordó Jack, con un escalofrío.
«Sí, los humanos y los dragones tienen muchas cosas en común», dijo Sheziss, adivinando sus pensamientos.
-Tanto Kirtash como yo somos en parte humanos -objetó Jack-. No podemos tratar a los humanos como a seres inferiores.
«Sí que podéis, y de hecho tú no tardarás en hacerlo. Respetaréis y apreciaréis a los inferiores más que si no tuvierais esa alma humana, es verdad. Podréis pasar más tiempo entre ellos. Probablemente no mataréis a un humano sin un buen motivo. Pero si lo hacéis, no os arrepentiréis. Porque no podéis amarlos, ni tampoco odiarlos. Son demasiado poco importantes.»
-¿Cómo sabes tanto acerca de Kirtash, si no has regresado a Idhún con los demás? -preguntó Jack de pronto.
Los ojos de Sheziss relucieron un instante, y la serpiente batió la cola, siseando con furia. Jack se preguntó por qué estaría tan molesta.
«Sé de él más de lo que querría -dijo-. Ah, para mí no es más que un engendro traidor. Tú también eres un engendro, pero a ti te necesito para acabar con Ashran.»
Jack se sintió molesto.
-¿Por qué odias a Ashran, si es sólo un humano?
«Porque, para ser sólo un simple humano, me ha hecho mucho más daño del que jamás me ha hecho ningún shek. A excepción, claro está, de Zeshak, el rey de las serpientes. Pero a ése no quiero que lo mates. A ése lo mataré yo misma.»
Jack la miró, entre inquieto y fascinado.
-¿Y sentirás remordimientos si lo haces? -preguntó con suavidad.
La shek lo miro un momento, en silencio.
«Tal vez -respondió- Tal vez.»
Jack se sentó en el suelo de piedra, reflexionando.
-No odio a Christian -comprendió de pronto-. No más de lo que lo odio por ser un shek. Es decir, en el fondo no encuentro motivos para odiarle.
Sheziss lo miró con interés, pero no dijo nada. Jack prosiguió:
-Odio a Elrion, porque mató a mis padres..., mis padres humanos. Pero Elrion está muerto.
»Tampoco puedo odiar a Gerde. Es una manipuladora y ha intentado hacernos daño, pero es... tan poca cosa -comprendió de pronto, perplejo-. No es rival para mí. Podría matarla si quisiera. Tan fácilmente -dijo, y se estremeció-. No puedo odiarla. Me resulta molesta, eso sí. Pero nada más.
Sheziss callaba, aún con sus ojos tornasolados fijos en él.
-Tampoco puedo odiar a esas personas que han intentado utilizarme. Ni Brajdu, ni la Madre, ni el Archimago. No tienen poder sobre mí. Pero... -vaciló.
«¿Sí?», preguntó Sheziss.
-Sí que odio a Ashran -comprendió Jack, sorprendido- Porque envió a Kirtash y Elrion a matarme, y a matar a otras personas. Porque provocó la extinción de los dragones y de los unicornios. Porque me habría matado a mí, de haber podido. Porque torturó a Christian cuando decidió ponerse de nuestro lado. Porque hizo... porque hizo mucho daño a Victoria.
Ella no le había hablado de su experiencia en la Torre de Drackwen, pero palidecía cuando se lo recordaban, bajaba la cabeza, se encogía sobre sí misma y se apartaba, inconscientemente, de las personas que tenía cerca. Y Jack había leído el miedo y la angustia en su mirada. Victoria también era una criatura sobrehumana y, sin embargo, Ashran le había hecho daño, mucho daño.
-¿Cómo pudo? -se preguntó Jack en voz alta-. ¿De dónde saca el poder para hacer sufrir a un shek, a un unicornio? - ¿Cómo puede dañarnos?
«Lo ignoro -dijo Sheziss-. Pero el caso es que no está solo. A su lado está Zeshak, un shek. Él sí tiene poder sobre nosotros.
-¿Y quieres que caiga? ¿A pesar de ser tu rey?
«Lo odio -respondió Sheziss simplemente-. Los odio a los dos, a Ashran, a Zeshak. Tengo motivos para odiarlos. Pero no tengo motivos para odiar a los dragones. Aunque no pueda dejar de odiarlos, porque los sheks nacimos para odiar a los dragones.»
-Comprendo -asintió Jack-. También yo tengo motivos para odiar a Ashran.
«Bien -dijo Sheziss-. ¿Estarías dispuesto, pues, a aliarte conmigo?»
Jack la miró, pensativo.
-Eres una shek renegada -murmuró-. ¿Qué te harían los demás si supieran que conspiras contra ellos?
«Lo saben desde hace tiempo, pero no me toman en cuenta. Creen que estoy loca. Y puede que así sea. Creen que soy inofensiva. Y puede que así fuera.. . hasta que caíste por la grieta. Ah, no puedo negar lo mucho que te odio por ser un dragón, lo mucho que me repugnas por ser un híbrido. Pero mi odio hacia Ashran es más intenso que el que pueda sentir hacia ti. Porque tengo motivos para odiarlo. ¿Y tú?»
Jack la miró un momento. El odio renació en su interior, pero respiró hondo y pensó en Ashran.
-También yo -asintió.
«Bien -repitió ella-. Entonces, creo que ha llegado la hora de mostrarte algo. Está un poco lejos..., pero vale la pena.»
El viaje prosiguió, monótono y aburrido. Nada alteraba el paisaje de Umadhun, los eternos túneles ni su tenue resplandor, que Jack terminó por aborrecer con toda su alma. Todas las galerías le parecían iguales. Todos aquellos recodos, bifurcaciones, cavernas y pasadizos no tenían aspecto de llevar a ninguna parte. Y, sin embargo, daba la sensación de que Sheziss sabía exactamente hacia dónde se dirigía.
En todo aquel tiempo, sólo hubo un incidente que alteró la monotonía del viaje. Se deslizaban por una amplia galería cuando Jack se irguió, alerta.
-Hay algo ahí delante -dijo.
«Sí, ya lo he notado», respondió ella sin mucho interés, pero Jack percibió un atisbo de ira en sus pensamientos.
-¿Qué es, Sheziss? Siento como si fuera algo que conozco. Algo... algo que añoro.
Ella se volvió hacia él. Jack retrocedió y frunció el ceño. El odio volvía a latir en su interior. Luchó por controlarlo.
«Es un Rastreador; o lo que queda de él. ¿Quieres verlo?»
Sí, Jack quería verlo. Sentía deseos de acercarse a aquella cosa que provocaba en él aquella impresión de añoranza. Pero no le gustaba la manera que tenía Sheziss de hablar de él. Le transmitía sentimientos oscuros y negativos: miedo, ira, odio, sed de venganza...
Necesitaba verlo, saber qué era.
-Sí -afirmó-. Cuanto antes.
Sheziss no dijo nada, pero deslizó su cuerpo ondulante en aquella dirección.
La galería se abrió hasta una gran cámara sin salida. Al fondo, junto a la pared, había un enorme bulto, más grande que Sheziss.
«Recuerdo a éste -dijo la shek, pensativa-. Fue hace mucho tiempo; entonces yo era mucho más joven, y pertenecía a un grupo de vigilancia. Lo descubrimos cuando estaba a punto de llegar a uno de los nidos. La madre murió defendiendo los huevos, sí, me acuerdo bien. Nosotros conseguimos hacerlo huir. Salimos tras él, y tiempo después logramos localizarlo en los túneles. Lo acorralamos en esta sala. Fue difícil de vencer.»
Jack se había quedado mudo de horror.
Era un dragón. O como había dicho Sheziss... lo que quedaba de él.
Enorme y magnífico, había caído abatido por los venenosos colmillos de los sheks, por el asfixiante abrazo de sus cuerpos anillados, o tal vez por sus letales ataques telepáticos. O quizá por todo a la vez.
El odio volvió a poseer a Jack. Casi pudo escuchar los últimos rugidos del dragón, sus gritos de muerte. El joven se transformó con violencia, dispuesto a luchar contra los sheks que habían matado a aquel dragón, y se abalanzó sobre Sheziss.
Ella estaba preparada, sin embargo. Lo esquivó con insultante facilidad y volvió a aprisionarlo entre sus anillos. Citando lo inmovilizó sobre el frío suelo de la caverna, Jack todavía rugía, furioso. Pero la voz de Sheziss llegó a todos los rincones de su mente:
«No me provoques, niño -dijo-. He luchado contra muchos Rastreadores a lo largo de mi vida. Sé cómo atraparos... y cómo mataros.»
Jack se debatió de nuevo. Pero Sheziss no había terminado de hablar.
«¿Sabes lo que es un Rastreador? Así llamamos a los dragones asesinos. ¿O es que pensabas que no había asesinos entre los tuyos?»
Jack se detuvo, de golpe. La shek permaneció en silencio hasta que el dragón se calmó, poco a poco, y recobró por fin su forma humana.
Jack se detuvo, de golpe. La shek permaneció en silencio hasta que el dragón se calmó, poco a poco, y recobró por fin su forma humana.
«Eso está mejor.»
-¿Qué has querido decir con... dragones asesinos?
«Exactamente lo que he dicho. Sabes que había una guerra, Jack, una guerra entre dragones y serpientes aladas. Sabes que hace siglos que los sheks fuimos derrotados y desterrados a Umadhun. Los dragones sellaron la entrada para que no pudiésemos volver. Deberían haberse dado por satisfechos con eso, ¿no?»
-¿No lo hicieron? -preguntó Jack débilmente.
«La mayoría sí, pero otros no. Especialmente los machos jóvenes. Aquellos que son incapaces de dominar su instinto. Necesitaban matar sheks, lo necesitaban desesperadamente. De forma que, de vez en cuando, algunos de ellos se internaban por los túneles de Umadhun... para cazarnos. Por alguna razón que se me escapa, algunos disfrutaban mucho destruyendo nidos. Por eso, las crías de shek tienen tanto miedo de los Rastreadores, que pueblan sus peores pesadillas. Los dragones, Jack, sois los monstruos de la infancia de los sheks. Los dragones como este que tuvimos que matar antes de que asesinara a más de los nuestros, o peor aún... antes de que alcanzara alguno de nuestros nidos. Las crías que nacieron después de la conjunción astral duermen ya sin pesadillas. La única amenaza que se cierne sobre su futuro, niño, eres tú.»
Jack tragó saliva y cerró los ojos. Recordó a la cría de shek a la que habría matado si Christian no la hubiera protegido. Se preguntó si él mismo habría disfrutado destruyendo un nido lleno de huevos de shek.
-Me enseñaron que erais monstruos -murmuró-. Además, no puedo dejar de odiaros.
«Lo entendemos -repuso ella-. Lo asimilamos. Sobre todo ahora, los sheks somos más capaces que nunca de comprender a los dragones. Porque nos hemos quedado sin ellos, Jack, por que nuestro odio es parte de nosotros mismos, y porque vivir en un mundo sin dragones es como tener sed en un desierto infinito. Necesitamos matar dragones. Ansiamos matar dragones. Nos lo exige nuestro instinto. Pero ya no hay dragones que matar.»
Jack se estremeció. Se apartó un poco más de Sheziss, por si acaso.
Ella hizo caso omiso del gesto y siguió hablando:
«Los dragones se habían quedado sin sheks a los que matar y algunos no pudieron soportarlo. Venían a buscarnos. Me pregunto si nosotros habríamos hecho igual. Si, de haber sido nosotros los vencedores en aquella ocasión, habría habido Rastreadores entre nosotros, Rastreadores que fueran a buscar dragones, que disfrutaran destruyendo sus nidos.»
Hubo un largo y tenso silencio.
-¿Era esto lo que querías enseñarme? -preguntó entones-, Jack, en voz baja.
Ella lo miró un momento.
«No -dijo por fin-. No, aunque no ha venido mal que estuviera aquí. No, Jack; lo que quiero mostrarte es el verdadero rostro de Umadhun. Entonces entenderás muchas más cosas acerca de nuestra existencia.»
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Triada
AdventureLa resistencia ha logrado su objetivo y an llegado a su destino, Idhun. Ahora tendrán que enfrentarse a su enemigo, Ashran. Como recibirán los rebeldes de la resistencia el amor entre Kirtash y Victoria?