EL JUICIO DE ALEXANDER

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Nurgon -murmuró el rey Kevanion, contemplando las almenas de la Fortaleza que asomaban por encima de los árboles de Awa... más allá del escudo feérico-. Cuántos recuerdos. ¿Llegaste a estudiar allí, Amrin?
-Sí -respondió el rey de Vanissar, tenso-. Aunque no llegué a graduarme, porque tenía sólo dieciséis años cuando Nurgon cayó.
-Y ahora se levanta de nuevo -asintió Kevanion, pensativo-.
Para volver a caer.
Amrin no dijo nada.
El rey de Dingra lo había mandado llamar porque tenía, según había dicho, cosas que discutir con él. Pero no lo había citado en su tienda, sino algo más lejos, en las afueras del campamento. No era buena señal. Significaba, casi con toda probabilidad, que Ziessel quería estar presente.
Sin embargo, Amrin no esperaba encontrar allí también a Eissesh. Ahora, los dos sheks conversaban telepáticamente, el uno frente al otro, las alas replegadas, los cuerpos enroscados, los ojos entornados y las lenguas bífidas produciendo ese siseo que Amrin encontraba tan desagradable. Se trataba de una conversación privada, y aunque no necesitaban alejarse de los dos reyes para intercambiar impresiones en secreto, ellos se habían retirado un tanto.
-Parece que se llevan bien -comentó el rey de Dingra, de buen humor, con un gesto condescendiente hacia las dos serpientes-. Quién sabe si no saldrá de aquí una nueva alianza... de otra naturaleza.
Se rió de su propio chiste, pero Amrin no le vio la gracia. Lo miró, sombrío.
-No deberías tratar a los sheks como si fueran mascotas, Kevanion. Para ellos tú eres la mascota. ¿Todavía no te has dado cuenta?
La sonrisa de Kevanion quedó congelada en sus labios. -No seas tan engreído -le espetó-. Te recuerdo que todos los sheks sirven a un humano, a uno de los nuestros. ¿Lo harían si nosotros fuéramos animales para ellos?
-Ashran no es, ni será, uno de los nuestros -masculló Amrin. -Yo en tu lugar mediría mis palabras. No estás en una situación muy favorable, que digamos.
Amrin frunció el ceño.
-¿Por qué? ¿Qué quieres decir?
El rey de Dingra no tuvo ocasión de responder, porque los sheks se acercaban a ellos de nuevo. Ziessel avanzó primero, con movimientos sinuosos y elegantes.
«Rey Amrin de Vanissar», dijo. Amrin inclinó la cabeza.
-Ziessel -murmuró.
«Mañana por la noche, cuando las tres lunas se alcen en el cielo, el escudo de Awa caerá, y nosotros atacaremos. Y cuando lo hagamos, Nurgon caerá también.»
Amrin asintió, un poco desconcertado, sin entender por qué Ziessel le repetía cosas que ya sabía.
«Nosotros lo sabemos -prosiguió ella, adivinando sus pensamientos-. Nosotros debemos saberlo. Pero ¿acaso nuestros enemigos lo saben también?»
Amrin creyó comprender. Se puso tenso.
-Lancé un ultimátum a los rebeldes. Les di la oportunidad de rendirse antes de la noche del Plenilunio.
«Lo sé -intervino Eissesh-. Una pérdida de tiempo. Sabes que no se rendirán..., a no ser, claro, que sepan que su protección feérica va a fallarles cuando más la necesiten.»
El rey de Vanissar frunció el ceño, intentando entender adónde querían ir a parar los sheks.
-¿Debería entonces habérselo dicho para forzar la rendición? -preguntó, confuso-. Imaginé que nuestros planes eran secretos. Nunca supuse que...
«Hiciste bien no revelando lo que va a suceder mañana -cortó Eissesh-. No obstante, hubo alguien que sí lo reveló, un traidor muy cercano a ti.»
Amrin retrocedió un paso, como si hubiera recibido una bofetada.
-¿Qué? Eso es imposible. Muy pocos sabemos...
Sintió de pronto un movimiento junto a él, y se volvió, desconcertado. Descubrió allí a Mah-Kip, el semiceleste. Mah-Kip siempre estaba allí, junto a él, pero era tan silencioso que a menudo no reparaba en su presencia. Sin embargo, en aquel momento mantenía la cabeza baja, y temblaba. Amrin lo comprendió todo de golpe.
-No... -susurró.
Su leal consejero alzó la cabeza y clavó en él la mirada de sus ojos de aguamarina, cargados de un intenso sufrimiento.
-Perdonadme, mi rey -susurró.
«Sabes que los traidores han de ser ejecutados, ¿no es cierto, Amrin?», preguntó Eissesh con suavidad.
Amrin alzó la cabeza con brusquedad y dio un paso al frente, dispuesto a enfrentarse al shek.
-Es un hijo de Yohavir -dijo en voz baja-. Nunca ha hecho daño a nadie. No merece ser ejecutado. Eissesh entornó los ojos.
«Es un traidor -dijo-. ¿No es cierto... Amrin?»
El rey temblaba violentamente. Bajó la cabeza, temeroso del poder del shek, y desvió la mirada.
«¿No es cierto?», insistió Eissesh. Amrin no respondió.
«Me entregaste a tu propio hermano -dijo el shek-. Puedes entregarme a tu consejero, que no es más que un traidor. Por el bien de tu reino, Amrin.»
Amrin giró la cabeza con brusquedad y apretó los puños. Se quedó allí, de pie, durante unos segundos que le parecieron una eternidad. No se atrevió a mirar a Mah-Kip cuando dio media vuelta para alejarse de allí a grandes zancadas.
Kevanion lo miró marcharse. No parecía tener la menor intención de seguirlo.
«Vete», le ordenó Ziessel, aburrida.
El rey de Dingra iba a protestar, pero los ojos de la shek relucieron furiosamente.
-Me aseguraré de que regresa a su campamento -se apresuró a decir Kevanion.
Cuando los dos reyes se hubieron marchado, sólo quedaron allí los sheks y, frente a ellos, el semiceleste, que temblaba de terror, con la cabeza baja.
«Y a pesar de todo no serás capaz de odiarlo», murmuró Ziessel, pensativa.
-Yo hice lo que consideraba más correcto -susurró Mah-Kip-. También mi rey hace lo que cree correcto.
Ziessel le dio la espalda y se separó un poco de ellos. Eissesh bajó la cabeza hasta que sus ojos tornasolados quedaron a la altura de los del consejero, que seguía temblando, aterrorizado.
Fue piadosamente breve. Mah-Kip quedó un momento paralizado, con los ojos abiertos de par en par, mientras la mente de Eissesh hurgaba en su conciencia. Cuando el cuerpo del semiceleste se deslizó hasta el suelo, sin vida, el esbelto cuerpo de Ziessel se estremeció.
«Debería haber imaginado que éste nos traería problemas -dijo Eissesh, pensativo-. En cualquier caso, será mejor que nos aseguremos de que esto no volverá a pasar. Ningún celeste va a sernos útil en la guerra, así que los enviaremos a todos a casa. A Celestia, o al lugar de dondequiera que hayan venido.»
«Me parece bien -asintió Ziessel-. Aunque dudo mucho que encuentres a un solo celeste en nuestros ejércitos. Éste era un mestizo.»
«Celestes, mestizos, qué más da. Sólo sé que no quiero a un solo sangrecaliente de piel azul en el campamento. Tendrán un día para abandonarlo, y si no lo hacen...»
«No me gusta tener que matar celestes», dijo ella.
Eissesh se alzó sobre sus anillos.
«No son más que sangrecaliente», dijo con indiferencia.
«Lo sé. Pero son diferentes a los demás. Tienen un alma hermosa.»


-Te lo pediré por última vez, Zaisei -dijo Shail, cansado-. Márchate de Nurgon, vete lejos, a Celestia, o al Oráculo, o al nuevo templo que está construyendo el Padre en el corazón del bosque. Pero no te quedes aquí. No quiero que estés aquí cuando el escudo caiga.
La sacerdotisa alzó la cabeza para mirarlo a los ojos, con seriedad. Shail se sintió incómodo.
-No me mires así. No quiero que te pase nada malo, eso es todo.
-Sé que no voy a ser de gran ayuda -dijo ella-. Pero no quiero dejarte atrás. No quiero abandonarte.
-Será sólo una separación temporal.
-¿Tú crees? Leo el miedo y las dudas en tu corazón, Shail. Una parte de ti está convencida de que nadie sobrevivirá a la batalla si el escudo cae.
Shail inspiró hondo.
-Es posible -admitió-. Pero mi lugar está aquí, con la Resistencia, luchando por aquello en lo que creo. Y si he de morir en esta batalla, que así sea. Sin embargo, tú... Zaisei bajó la cabeza.
-Los dioses nos han abandonado. ¿No es cierto, Shail?
Al mago se le rompió el corazón al oírla hablar así. La abrazó con fuerza.
-Quiero creer que no -susurró-. Quiero creer que están de nuestro lado después de todo. Pero después de la muerte de Jack... ya no sé qué pensar.
Zaisei se recostó contra él. Estaban los dos sentados al pie de un árbol, en el bosque que había crecido en torno a la Fortaleza. Cerca de ellos correteaba el nimen que había conducido a Shail al corazón del bosque. Seguía siendo una criatura libre pero, por alguna razón, parecía haberle tomado cariño al mago. Las tres lunas brillaban sobre ellos, y su redondez casi perfecta les recordaba que la noche siguiente asistirían al Triple Plenilunio, uno de los espectáculos más bellos de Idhún, pero que aquel año tenía un significado oscuro y siniestro.
-Estás confuso -murmuró ella-. Tienes dudas.
-Sí, es cierto. Tengo dudas desde que regresé a Idhún. Antes lo tenía todo claro, sabía por qué luchaba y lo que tenía que hacer. Sabía que Jack y Victoria eran el dragón y el unicornio que llevábamos tanto tiempo buscando, y aquello sólo podía significar que los dioses estaban con nosotros y que la profecía iba a cumplirse. Incluso el hecho de que Kirtash se hubiera unido a nosotros parecía estar escrito.
»Pero luego volvimos a Idhún... y yo perdí la pierna y volví a encontrarme contigo, Jack y Victoria se fueron por un lado, Kirtash por otro... Todo era tan confuso. Nuestra misión consistía en encontrar a Yandrak y Lunnaris, y mientras los estuvimos buscando todo tenía sentido, pero después...
Calló un momento. Zaisei lo abrazó con fuerza.
-¿Se te ocurrió pensar que tal vez tu misión ya había concluido? -le preguntó con dulzura.
-Sí que lo pensé. Y se lo dije a Victoria muy claro... y fue entonces cuando Jack y ella se marcharon. Desde ese momento, todo ha ido de mal en peor.
-No te atormentes. No fue culpa tuya.
-Sigo sin tener claro si debía seguir protegiéndola, o si, como tú dices, ya no hay nada que yo pueda hacer, y mi papel en todo esto ya ha terminado. Después de la muerte de Jack... pensé que ya no había nada que pudiéramos hacer. Y que si Victoria sobrevivía a su pérdida, nadie evitaría que cayera en manos de Ashran. Ni siquiera yo. Pero luego llegué aquí, a Nurgon, y vi todo lo que Alexander está haciendo. Y que va a seguir luchando a pesar de la desaparición de Jack. Eso sólo puede ser una señal de los dioses, ¿verdad?
»Y, si es así... ¿por qué cada vez nos lo ponen más difícil? ¿Por qué Ashran puede destruir el escudo, por qué tiene que ser justamente la única noche en la que no podemos contar con Alexander, porque se habrá transformado en una bestia? Ahora todos los indicios señalan en una dirección, Zaisei: hemos perdido. Y tal vez sea mejor poner fin a esta locura, rendirnos, como dijo el rey Amrin, y aceptar que, sin la profecía, no nos queda nada.
Zaisei no respondió. Shail la miró y se dio cuenta de lo mucho que la habían afectado sus palabras. La abrazó.
-Por eso debes marcharte lejos de todo esto -le dijo con cariño-. Los sheks no consideran que Celestia sea una amenaza. Regresa a Rhyrr, allí estarás a salvo. Me gustaría saber... que por lo menos va a salvarse alguien de entre todas las personas a las que quiero. Me gustaría saber que por lo menos puedo salvarte a ti.
Zaisei parpadeó para contener las lágrimas.
-No puedo marcharme sin ti -susurró.
Shail la miró.
-Tal vez en otras circunstancias -dijo- me marcharía contigo. Sé que Alexander puede arreglárselas solo..., o podría, de no ser por lo que se avecina. No puedo dejarlo en este estado. Es mi amigo, ¿entiendes? Y mañana por la noche se va a convertir en una especie de bestia salvaje que habrá que controlar, mientras Ashran derriba el escudo y los sheks nos atacan con todo lo que tienen. No, Zaisei, no puedo marcharme.
De pronto, una sombra planeó sobre ellos y cayó en picado un poco más allá, estrellándose en las copas de los árboles cercanos. Zaisei se levantó de un salto y estuvo a punto de chocar contra Kestra, que corría hacia allí.
-¿Qué ...? -empezó Shail, tanteando a su alrededor en busca de su bastón.
Kestra murmuró una disculpa y salió disparada. Zaisei ayudó a Shail a ponerse en pie. Les pareció oír a lo lejos la voz de Kimara.
-Vamos a ver qué andan tramando esas dos -gruñó el mago, frunciendo el ceño.
Avanzaron por el bosque hasta encontrarse con Kestra, que estaba al pie de un árbol, mirando hacia arriba. La pareja siguió la dirección de su mirada y vieron uno de los dragones de madera enredado en las ramas de un árbol. El hechizo de ilusión había desaparecido y ya no parecía un dragón de verdad. Además, Shail apreció que era uno de los pequeños, de los que usaban los pilotos para prácticas.
Una de las ramas se partió, y el artefacto cayó unos metros más. Por fortuna, otra rama detuvo su caída, pero aún estaba muy alto.
-¿Qué es lo que pasa? -quiso saber Shail. Kestra se volvió hacia ellos.
-¡Kimara está dentro! -dijo-. Mira que le advertí que no volara tan bajo...
Shail y Zaisei cruzaron una mirada.
-Déjame a mí -dijo la sacerdotisa.
Entonó una suave melodía y se elevó unos metros en el aire, hasta situarse junto al dragón accidentado.
Desde el suelo, Kestra la observó con interés. Sabía que todos los celestes nacían con el don de la levitación, que era tan propio de ellos como lo era la telepatía en los varu, pero nunca había visto a ninguno utilizándolo. Vio a Zaisei flotar hasta la escotilla, la oyó gritar el nombre de Kimara. Lo que se dijeron las dos ya no lo escuchó, porque un crujido ahogó sus voces.
-¡Cuidado! -alertó-. ¡La rama se rompe!
Zaisei dejó escapar un grito cuando una de las ramas se definitivamente, y el dragón se precipitó hacia el suelo.
Shail estaba preparado. Pronunció con voz potente las palabras de un hechizo, y el dragón se detuvo de pronto en el aire para posarse después en el suelo con suavidad. Shail cojeó hasta él.
-¡Kimara! -la llamó, mientras Zaisei flotaba mansamente hasta el suelo y aterrizaba junto a él-. Kimara, ¿estás bien?
La escotilla se abrió de súbito y por la abertura asomó la cabeza adornada con trenzas de la semiyan.
-Ya sé qué he hecho mal -le dijo a Kestra-. La próxima vez...
-Por todos los dioses, ¿a qué estáis jugando? -cortó Shail, exasperado pero a la vez aliviado de que la joven estuviera ilesa.
Ninguna de las dos tuvo ocasión de responder. En aquel momento alguien irrumpió en el claro, una sombra ligera que se movía con la rapidez de un rayo de luna por entre los árboles, y Shail reconoció a una de las dríades, las hadas guardianas. Por un momento temió que fueran a castigarlos por haber destrozado el árbol; pero a pesar de que el hada no pudo evitar mirar al árbol con horror, y a ellos con profundo desagrado, eran otros los asuntos que la traían allí.
-¿Eres Shail, el mago? Me envían a decirte que te necesitan en la Fortaleza. Es urgente. Es a causa del príncipe Alsan.
Shail comprendió sin necesidad de más palabras. Asintió; se volvió hacia las dos jóvenes antes de emprender la marcha.
-Hablaremos después -dijo-. Puede que lo de Alexander lleve un poco de tiempo...
Calló al sorprender en el rostro de Kestra una expresión de odio tan intensa que lo dejó desconcertado por un momento. Pero no había tiempo para hacer averiguaciones, de manera que siguió a la dríade hasta la Fortaleza, preguntándose qué había dicho para provocar esa reacción en la muchacha shiana.


Christian respiró hondo, se apartó el pelo de la frente y se retiró un poco para examinar de lejos los símbolos, escritos en idhunaico arcano, que bordeaban el portal.
Conocía el idhunaico arcano. La noche de la conjunción astral que había estado a punto de exterminar a los dragones y a los unicornios, uno de ellos lo había rozado con su cuerno, transformándolo en mago, poco antes de que Ashran lo reclamase para sí. Christian no tenía muchos recuerdos de aquellos días, pero sospechaba que a su padre, que tenía intención de entregarle un poder mucho mayor, no le había hecho mucha gracia descubrir vestigios de magia en su interior. Sin embargo, después de transformarlo en híbrido, había tratado de enseñarle, de aprovechar la magia que latía en él. Christian había aprendido con asombrosa facilidad todo lo relativo a la teoría mágica, incluyendo el lenguaje arcano. Pero los hechizos que otros magos lograban realizar correctamente no funcionaban de la misma forma cuando él los ponía en práctica. Había tratado de explicar a sus maestros que la magia se congelaba cuando trataba de utilizarla, que no fluía con facilidad. Pero ellos no lo entendían.
Obviamente, ninguno de ellos era un shek.
Christian frunció el ceño y volvió a inclinarse sobre los símbolos. Colocó las palmas de las manos sobre los dos que debían abrir el portal. Sabía lo que debía hacer, las palabras que debía pronunciar. Las instrucciones estaban muy claras. Pero la magia seguía sin fluir.
Cerró los ojos y pensó en Victoria. Dejó que lo que sentía por ella calentara su corazón, dejó que sus sentimientos lo llenaran por dentro. Más humano, pensó. Notó que la magia fluía mejor.
Era un juego peligroso. Si ahogaba de aquella manera su parte shek, correría el riesgo de matarla definitivamente. Y el hecho de soportar la presencia de Jack en la torre no mejoraba las cosas.
Pero creía haber encontrado un equilibrio para su alma doble, y esperaba no sólo sobrevivir manteniendo vivas ambas partes, sino también beneficiarse de cada una de ellas cuando más le conviniera.
Los símbolos se iluminaron tenuemente. Christian sonrió para sí. Lo estaba consiguiendo.
Se retiró para dejar que el portal fuera abriéndose poco a poco. Era sólo una prueba, pretendía cerrarlo de inmediato y reabrirlo sólo cuando él y Jack estuvieran dispuestos a cruzarlo, la noche del Triple Plenilunio.
Pero no tuvo tiempo.
Una alta figura se materializó de pronto en el centro del hexágono, y Christian, sorprendido, retrocedió de un salto.
-¿No esperabas verme tan pronto... hijo? -sonrió Ashran.
Christian descubrió entonces que no era el verdadero Ashran, sino una imagen de él. Comprendió que el portal entre ambas torres no estaba del todo abierto, y por esta razón su padre no había logrado pasar.
-Has vuelto a traicionarme -susurró Ashran.
-Sólo te traicioné una vez -repuso él, con calma-. No he vuelto a ser tu siervo desde entonces, aunque pensaras lo contrario.
-He sido generoso, Kirtash, muy generoso. Y no debería darte esta última oportunidad, pero lo haré. Si no vas a matar al dragón, tráelo hasta mí, mañana por la noche, durante el Triple Plenilunio. Tráelos a los dos, al dragón y al unicornio, y haremos que la profecía se cumpla, me enfrentaré a ellos y los derrotaré yo mismo. Condúcelos hasta mí, Kirtash... como está escrito que harás.
»¿O es que acaso vas a rebelarte también contra tu dios... y contra tu propia naturaleza?
La imagen de Ashran se desvaneció lentamente en el aire, pero sus palabras aún flotaron un instante en la habitación antes de disiparse por completo.
Christian se quedó allí, temblando, incapaz de moverse.


-¡Sujétalo! -gritó Qaydar-. ¡No lo dejes escapar!
La criatura aulló de nuevo y se revolvió en la prisión mágica que Shail le había preparado. Covan lanzó una exclamación de alarma cuando los lazos invisibles se soltaron, y el ser que había sido Alexander se abalanzó sobre ellos, furioso y muy, muy hambriento.
Shail no pudo retroceder a tiempo. Trastabilló y cayó de espaldas, enredado en la muleta. El maestro de armas se interpuso entre él y la criatura, enarbolando su espada. No tuvo ocasión de emplearla, porque la magia del Archimago atrapó de nuevo a la bestia en sus hilos invisibles. Alexander se debatió, aullando, pero no se soltó. Covan respiró, aliviado. Shail alcanzó su bastón y trató de ponerse en pie.
-Hemos de hacer algo -murmuró el joven mago, contemplando a lo que había sido su amigo-. No puede quedarse así.
Qaydar frunció el ceño y movió la cabeza.
-No puedo extraer de su cuerpo el alma de la bestia -dijo-. Ya forma parte de él. Aunque encontrara la forma de hacerlo, si llevara a cabo el conjuro, él moriría también.
-El alma de una bestia -murmuró Covan, anonadado-. No es posible. No pueden haberle hecho esto.
Shail lo miró, y recordó que el viejo maestro de armas había conocido a Alexander cuando era el príncipe Alsan de Vanissar, apenas un niño que soñaba con ser caballero.
-No puedo devolverle a su estado original -prosiguió el Archimago-. Si ahora está así, no quiero ni imaginar qué sucederá mañana por la noche, en el Triple Plenilunio. Por el bien de la rebelión, y por la seguridad de todos los refugiados de Nurgon y de Awa, el príncipe Alsan debe ser ejecutado.
-¡No! -se opuso Shail-. No voy a permitirlo. Yo cuidaré de él, lo controlaré para que no haga daño a nadie.
-También yo me ofrezco voluntario -gruñó Covan.
El Archimago les dirigió una breve mirada.
-Si el semiceleste tenía razón, y mañana va a tener lugar la batalla definitiva -dijo-, os necesitaremos a ambos. Un mago y un caballero de Nurgon son dos piezas muy valiosas en un ejército hoy en día. No puedo permitir que pierdan el tiempo cuidando de un engendro híbrido.
-Este engendro híbrido es mi amigo -replicó Shail, temblando de ira-, y el único que fue capaz de salvar al último dragón de la conjunción astral, y traerlo de vuelta. Debería ser tratado como un héroe, y no como un despojo.
Qaydar no tuvo ocasión de responder. Súbitamente la puerta se abrió, y la alta figura de Denyal, el líder de los Nuevos Dragones, apareció en el umbral, pálido y muy serio. Shail se quedó perplejo un momento. Estaba convencido de que había insonorizado perfectamente la habitación para que nadie pudiera escuchar los aullidos de Alexander desde fuera. Se preguntó si Qaydar había sido lo bastante rastrero como para deshacer su hechizo, pero entonces vio una sombra detrás de Denyal.
Kestra.
Recordó que ella estaba presente cuando la dríade los había avisado en el bosque. Pero ¿por qué había ido la joven shiana a llamar a Denyal?
Shail encontró la respuesta en el rostro de Kestra, en su expresión de odio al mirar a Alexander, y al alzar la vista hacia Denyal para mirarlo a los ojos y ver el gesto horrorizado de él, comprendió que Qaydar tenía un nuevo aliado, y que, a partir de aquella noche, Alexander ya no estaría en condiciones de liderar a los rebeldes nunca más.


Jack se despertó cuando el primero de los soles ya emergía por el horizonte. Volvió la cabeza para echar un vistazo por la ventana. Sería un bonito día, pensó; por desgracia, era el día de fin de año, el último día antes del Triple Plenilunio, antes de que se cumpliera la profecía, para bien o para mal. Respiró hondo y giró la cabeza para contemplar a Victoria, que dormía entre sus brazos. ¿Por qué no sería así siempre? No pudo evitar pensar que tal vez fuera aquélla la última vez que la miraba bajo la luz del amanecer. La abrazó con fuerza.
Victoria se despertó entonces, y Jack hizo todo lo posible por desterrar las dudas y las preocupaciones de su mente. Aquella misma noche viajaría a Drackwen con Christian, quizá no regresaran vivos de aquel viaje, y quería aprovechar al máximo el que tal vez fuera el último día que pasaba con ella.
Había hablado con Sheziss, y la serpiente se había mostrado de acuerdo en cuidar de la joven cuando ellos dos no estuvieran. Jack sospechaba que Sheziss sentía curiosidad por Victoria. Y aunque todavía le dolía que la shek se hubiese retirado de la lucha en el último momento, el chico sabía que dejaba a su amiga en buenas manos.
El día pasó demasiado rápido para Jack. En toda aquella jornada no se apartó de Victoria ni un solo instante. Hablaron mucho, recorrieron la torre juntos, compartieron risas, y palabras dulces, y besos y caricias..., que para Jack tenían un significado especial, pues tal vez fueran los últimos momentos íntimos que pasaba con Victoria. La muchacha, alarmada, lo había apartado de sí en un arrebato pasional de él especialmente intenso.
-Jack, ¿qué te pasa? -le preguntó, muy preocupada-. ¿Estás bien?
Él la miró un momento, pero no tardó en abrazarla, con todas sus fuerzas, para que ella no leyera la verdad en sus ojos.
-Estoy bien -susurró con voz ronca-. Lo siento, no quería asustarte. Es que te he echado mucho de menos todo este tiempo. Todavía estoy celebrando que estamos juntos otra vez.
Se sintió muy miserable en cuanto hubo pronunciado estas palabras. Porque aquella misma noche tenía intención de dejarla sola de nuevo, tal vez para siempre.
Recordó entonces, de pronto, que también Christian partiría hacia la Torre de Drackwen, y tendría que separarse de Victoria. Echó un vistazo por la ventana y se dio cuenta de que el primero de los soles empezaba a declinar. Suspiró con resignación. Las jornadas eran largas en Idhún, pero aquélla le había parecido muy corta, demasiado corta...
... y, sin embargo, sabía que tenía que concluir ya. Sintió un horrible vacío en el estómago. Tragó saliva y volvió a abrazar a Victoria, con todas sus fuerzas.
-Pase lo que pase -susurró-, no olvides nunca que te quiero. Victoria se separó de él y lo miró a los ojos. -Jack, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué me estás ocultando? Pero él sacudió la cabeza y retrocedió, mordiéndose el labio inferior.
-Tengo que irme -dijo simplemente-. No lo olvides, Victoria. Te quiero.
Y yo a ti también, Jack. Pero...
Jack no esperó a que ella terminara la frase. Hizo un gesto de despedida y se marchó.
Subió al mirador y trató de serenarse. Contempló el crepúsculo del primero de los soles, preguntándose cuánto tiempo tardaría Christian en acudir junto a Victoria para despedirse también.


Victoria se quedó quieta junto a la ventana, temblando. Hacía ya varios días que sospechaba que algo no marchaba bien. Pero había recuperado a Jack y a Christian, y no quería permitir que nada empañara su recién adquirida felicidad.
Y no obstante... sabía perfectamente que aquella calma aparente no era más que una ilusión.
No se volvió al percibir tras ella la presencia de Christian. Lo estaba esperando.
-¿Qué está pasando, Christian?
Sintió el rostro de él muy cerca, sus labios casi rozando la pie1 de su cuello, justo debajo de la oreja. Sonrió, y cerró los ojos para disfrutar de la sensación.
-Se avecina una gran batalla -susurró él en su oído.
Victoria reprimió un escalofrío.
-La batalla en la que tenemos que luchar nosotros tres, ¿no es cierto? ¿Por qué Jack no me ha dicho nada?
-Teme por ti. Igual que yo.
-Pues no debéis hacerlo. He de luchar junto a vosotros, ya lo sabéis.
-Lo sé. Pero yo no quiero llevarte a la Torre de Drackwen de nuevo, ¿entiendes?
Victoria se volvió hacia él para mirarlo a los ojos. Sus dedos buscaron los de él para entrelazarse con ellos.
-Entiendo -dijo en voz baja-. Pero no va a ser como entonces, Christian. Esta vez es distinto.
-¿Cómo sabes que es distinto?
-Lo sé. Me basta con mirarte a los ojos para saber que no vas a volver a traicionarme.
Los ojos azules de Christian se estrecharon un momento.
-Hay muchas maneras de traicionar -dijo él simplemente-. Y a veces, aunque no lo quiera, no puedo evitar hacerte daño... simplemente siendo lo que soy.
Victoria respiró hondo.
-Christian, ¿qué está pasando? -repitió.
El shek desvió la mirada hacia el horizonte.
-Te lo contaré cuando se ponga el último de los soles. ¿Esperarás?
-Si te quedas a mi lado, sí.
-Me quedaré a tu lado -prometió él-. En estos momentos, es el único sitio en el que querría estar.
Victoria sonrió. Se acercó un poco más a él, y así se quedaron los dos, muy juntos, contemplando el atardecer. Victoria tenía la sensación de que aquél era un momento solemne, tremendamente importante. Y deseaba disfrutar de la presencia de Christian, pero le inquietaba lo que quiera que él tuviera que decirle. Sabía que era algo grave.
Sintió el brazo del joven rodeando suavemente su cintura.
Suspiró, cerró los ojos y se recostó contra él.
Shail hundió el rostro entre las manos, agotado.
Había sido un día muy largo. Alexander había recuperado su aspecto semihumano con la salida del primero de los soles, lo cual le había permitido asistir, aunque fuertemente encadenado, al debate que se originó en torno a él y a su futuro.
Los rebeldes se habían reunido en lo que había sido el vestíbulo de la Fortaleza, que era el lugar que utilizaban habitualmente para celebrar consejos y tomar decisiones. Lo que se discutía aquel día no eran los planes de batalla para aquella noche. Llevaban mucho tiempo preparándose para aquel momento, y si bien la noticia de la caída inminente del escudo había supuesto un duro golpe para ellos, habían previsto aquella situación y sabían lo que tenían que hacer.
No obstante, nadie había pensado en que la noche de la batalla Alexander no sólo no podría guiarlos, sino que además supondría un grave peligro para todos ellos.
-Sé que es una decisión difícil para muchos de nosotros -dijo Qaydar-, pero Alsan ya no es el príncipe que conocimos. Hasta ahora ha sido capaz de dominar a la bestia que han implantado en él, pero... ¿qué sucederá esta noche? Es mejor librarnos de la amenaza antes de que sea demasiado tarde.
-Nuestra magia puede mantenerlo controlado, Archimago -intervino Shail, exasperado-. Y, en tal caso, no sería ya una amenaza.
-En otras circunstancias estaría de acuerdo con tu propuesta. Pero esta noche no podemos permitirnos el lujo de malgastar nuestra magia en controlar a una bestia. Esta noche, si el escudo cae, todos debemos concentrarnos en luchar y en defender nuestro último bastión. No podemos entretenernos con nada más.
-Será sólo una noche -intervino Covan-. Si no resistimos una noche, no resistiremos ninguna. Y si somos capaces de rechazar a nuestros enemigos hasta que salga el sol, y a la vez mantener controlado a Alsan, no sólo habremos ganado tiempo, sino que además recuperaremos a uno de los mejores caballeros con que la Orden ha contado jamás. Porque no debemos olvidar que fue el príncipe Alsan de Vanissar quien salvó al último dragón del mundo, que fue él quien reconquistó Nurgon, que estamos aquí por él. Si no somos capaces de esperarlo una noche, si lo perdemos... perderemos a la única persona capaz de guiarnos hasta la victoria.
Hubo un murmullo de asentimiento. No obstante, muchos miraron a Denyal de reojo.
El líder de los Nuevos Dragones estaba pálido, y aunque tenía los ojos clavados en Alexander, parecía no verlo. El joven, e•iicadenado en un rincón, apenas prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor. Su rostro estaba todavía desfigurado por los rasgos de la bestia, pero era capaz de pensar y hablar con claridad. Sin embargo, había dejado caer la cabeza hacia delante, de forma que el cabello gris le tapaba la cara, y se había quedado inmóvil, ajeno a todo.
Denyal había apoyado a Qaydar en su propuesta de ejecutar a Alexander. Apreciaba de veras a su príncipe, pero se sentía responsable de la seguridad de su gente. Y a pesar de que, como había sugerido Mah-Kip, había evacuado a los más débiles al corazón del bosque, incluyendo a su sobrino Rawel, todavía se sentía inquieto.
-Es cierto -dijo entonces, con voz ronca-. Si no fuera por el príncipe Alsan, no estaríamos aquí. No estaríamos atrapados en Nurgon, rodeados por todas las fuerzas del Nigromante dispuestas a caer sobre nosotros en cuanto se alcen las lunas. Si no fuera por el príncipe Alsan, no estaríamos a las puertas de la muerte.
Reinó el silencio en la sala.
-¡Somos la Resistencia! -gritó entonces Shail, desafiante-. Estamos aquí para luchar contra Ashran, hasta el final, y lucharemos, mientras quede uno de nosotros en pie. Yo estoy exactamente en el lugar en el que quería estar. Si no fuera así, habría partido esta mañana con los refugiados al corazón del bosque. -Hizo una brevísima pausa, recordando a Zaisei, que se había marchado también-. Pero tú, Denyal, todavía estás a tiempo de unirte a ellos.
Denyal avanzó un paso, temblando de ira.
-¡Mide tus palabras, mago! Nosotros somos los Nuevos Dragones. Plantamos cara a los sheks mientras vosotros explorabais otro mundo. Llevamos muchos años jugándonos la vida contra la gente de Ashran. No te atrevas a dudar de nuestra valentía.
-Si eso es cierto -replicó Shail con sequedad-, entonces también vosotros estáis en el lugar en el que deberíais estar: en primera línea de la guerra contra Ashran. En el lugar a donde os ha conducido Alexander, a quien ahora quieres condenar a muerte.
Entonces habían empezado a discutir. Algunos apoyaban a Shail, otros consideraban que ya tenían suficiente con enfrentarse a la amenaza de Ashran, y no querían albergar otro peligro dentro de los muros de la Fortaleza. Se habían palpado los nervios y el miedo en el ambiente, meditó el joven mago, sombrío. Aquella noche las tres lunas saldrían llenas, y si Mah-Kip estaba en lo cierto, no tendrían más remedio que luchar.
-¡Todavía no se han puesto los soles! -había dicho entonces Shail-. Tenemos todo un día por delante. Os ruego a todos que aplacéis la decisión hasta el crepúsculo. Concededme este día para tratar de encontrar la manera de ayudar a Alexander.
El Archimago lo miró largamente.
-Tu amigo ha sido sometido a un conjuro de nigromancia del más alto nivel, un conjuro que, pese a haber sido realizado de forma defectuosa, ni siquiera yo he sabido revertir. ¿Qué crees que vas a poder hacer tú, joven hechicero, en menos de un día?
-Todo lo que esté en mi mano -respondió Shail-. Y eso es mucho más de lo que habéis hecho vosotros. Denyal negó con la cabeza.
-Vamos a necesitar cada segundo de este día, y hasta la última persona de esta Fortaleza, para preparar la batalla de esta noche. No podemos prescindir de ti.
-No puedes obligarme -repuso el mago con suavidad-. No puedes pedirme que prepare una batalla cuando mi mejor amigo está en peligro de muerte. He pedido sólo un día para tratar de ayudarlo, y si no se me concede, no obtendréis mi colaboración, ni ahora, ni esta noche, ni nunca.
-Ni ahora, ni esta noche, ni nunca -repitió entonces una voz ronca, sobresaltándolos-. Ya no hay esperanza para Idhún.
Era Alexander quien había hablado. Respiraba entrecortadamente, y sus ojos relucían con un brillo amarillento por entre los mechones de su cabello gris. Tenía un aspecto siniestro y amenazador, y hasta los más poderosos guerreros retrocedieron un paso.
-¡El último dragón está muerto! -aulló Alexander, y su rostro se metamorfoseó de nuevo, acercándose cada vez más a las facciones de una bestia-. Esta noche, cuando las tres lunas se alcen en el cielo, Ashran atacará, y vencerá. Porque el último dragón cayó en los Picos de Fuego, y con él murió toda esperanza.
Sobrevino un silencio sepulcral. Algunos de los asistentes a la reunión ya conocían los detalles de la muerte de Jack, pero lo habían mantenido en secreto, y por ello, las palabras de Alexander cayeron sobre el resto como un jarro de agua fría. Y todos callaron, mientras el joven híbrido se reía, con una risa sarcástica que en el fondo ocultaba una tristeza devastadora.
-Huid, rebeldes -gruñó, enseñando los colmillos-. Matad al viejo Alexander, que os ha traído hasta aquí, y huid ahora que aún podéis; ocultaos en el corazón del bosque, en los confines de Idhún, porque pronto ya no quedará en el mundo un solo rincón que las serpientes no hayan conquistado. Porque los dioses nos han abandonado, nos abandonaron hace mucho tiempo, pero no quise creerlo, ni siquiera cuando permitieron que Yandrak fuera asesinado...
Sus últimas palabras terminaron en un escalofriante aullido.
-Ya lo habéis oído -dijo Qaydar-. Se ha vuelto loco y...
No pudo terminar de hablar. Porque justamente entonces un poderoso rugido se desparramó sobre los cielos de la Fortaleza, y una flecha dorada hendió el cielo, en dirección a los soles nacientes.
Se oyeron siseos y silbidos furiosos, y varios de los sheks que sobrevolaban la base rebelde se abalanzaron hacia la criatura que surcaba el cielo, locos de odio; pero el escudo feérico los retuvo lejos de ella.
Los rebeldes contemplaron, sin aliento, al magnífico dragón dorado que planeaba por encima de sus cabezas. Lo vieron posarse sobre la muralla más alta y lanzar al viento un grito de libertad.
A Shail le había dado un vuelco el corazón; pero casi enseguida comprendió que se trataba del dragón dorado en que habían estado trabajando Rown y Tanawe. Una mirada de reojo a la maga le bastó para confirmar lo que ya sospechaba.
Pero Alexander no se percató del engaño. Había caído de rodillas y había alzado la cabeza hacia el dragón. Un velo de lágrimas nublaba sus ojos. Shail vio, sobrecogido, cómo poco a poco iba recuperando su fisonomía humana. Cuando el dragón alzó el vuelo de nuevo, y se perdió por el horizonte, Alexander se desplomó en el suelo, sin sentido.
Shail se apresuró a avanzar hasta él. Temblaba con violencia, y el mago maldijo en silencio el poder de las lunas.
-¡El último dragón ha regresado! -gritó alguien.
Varios más corearon hurras y alabanzas a Yandrak. Incluso los pocos que conocían la existencia del dragón dorado artificial parecían emocionados ante su súbita aparición. Nadie, ni siquiera Qaydar, osó revelar la verdad y destruir la ilusión de los rebeldes.
En medio de la euforia general, Denyal se acercó a Shail y Alexander y contempló unos instantes al híbrido inconsciente.
-No tiene muy buen aspecto -opinó.
-Lo sé -murmuró Shail-. Pero, a pesar de todo, debo intentar frenar la influencia de las lunas sobre él.
Denyal asintió.
-Tienes todo el día. Si al atardecer sigue igual, tendremos que tomar medidas. -Hizo una pausa y continuó-. Comprende que no tenga ganas de que mi gente esté en el mismo recinto que él cuando salgan llenas las tres lunas.
-Lo entiendo. Gracias, Denyal.
Covan se acercó para ayudarlo a trasladar a Alexander de nuevo hasta su cuarto. También se aproximó Kestra, pero no hizo nada por ayudar. Se quedó mirándolos, pensativa.
-No vais a conseguirlo -les dijo-. Esta noche, durante el Triple Plenilunio, nos matará a todos.
Shail quiso replicar, pero ella le dio la espalda y se fue corriendo. El mago frunció el ceño, irritado.
-De verdad, no la entiendo. ¿Por qué se comporta así?
-Shia -dijo entonces Alexander, con un hilo de voz-. Ahora la recuerdo. Alae de Shia...
-¿Alae de Shia? -repitió Shail-. ¿No era ése el nombre de la princesa desaparecida?
-En efecto -asintió Covan, pesaroso, mientras se cargaba a Alexander al hombro-. Pero no es algo de lo que debamos hablar aquí.
Echó a andar, con Alexander a cuestas, y Shail lo siguió.
-Pero... Alae... eso fue hace ya varios años. Cuando los sheks destruyeron Shia, asesinaron a los reyes, pero había quien juraba que la princesa Alae, la heredera al trono, seguía viva, y fue llevada prisionera a la Torre de Drackwen..., nunca más se la volvió a ver. O al menos eso es lo que me han contado.
-Kestra... -musitó Alexander.
-¿Kestra es Alae? -dijo Shail, perplejo-. No es posible. Han pasado quince años y Alae ya era una jovencita cuando eso sucedió.
-Baja la voz -cortó Covan, molesto-. Kestra no es Alae. Es su hermana pequeña, la princesa Reesa. -Respiró hondo y añadió, en voz más baja todavía- Las saqué a las dos del palacio cuando atacaron los sheks. Reesa tenía poco más de seis años entonces, Alae ya había cumplido los quince y estudiaba en la Academia de Nurgon. Juré al rey que las protegería con mi vida, y pude ocultarlas durante unos años, evitando a los sheks en las montañas... pero topamos con una patrulla de szish y, a pesar de todo, no pude impedir que se las llevaran a las dos. -Suspiró, desolado-. Habría muerto antes que dejarlas marchar.
»No había vuelto a saber de ellas. Por lo que sé, Alae está muerta. Y pensé que Reesa lo estaba también hasta que la vi con vosotros. No sé qué le pasó en la Torre de Drackwen ni cómo escapó de allí, pero... no me sorprende que quiera olvidar quién fue.
Shail no dijo nada, aunque la historia le hizo meditar. Era extraño pensar que Reesa, una de las princesas de Shia, fuera ahora una intrépida piloto de dragones artificiales. Rememoró de golpe que Kestra había estado presente en la reunión, todo el tiempo, así como el resto de pilotos de dragones. ¿Quién había hecho volar al dorado, entonces? Cayó en la cuenta de que Kimara no había asistido a la discusión, pese a que sentía cierta simpatía por Alexander, y no pudo disimular una sonrisa.
A medida que fue transcurriendo el día, sin embargo, la débil esperanza que le había proporcionado Denyal fue desvaneciéndose poco a poco. Todos los magos estaban muy ocupados preparándose para la batalla, y ninguno de ellos quiso ayudarlo, a excepción de Yber, un gigante que había llegado hacía poco a la Fortaleza.
Yber había sido uno de los pocos gigantes agraciados con el don de la magia. La conjunción astral lo había sorprendido en la Torre de Kazlunn, donde había permanecido quince años encerrado con el resto de los magos. Incluso había participado, meses atrás, en el asedio a la Torre de Drackwen, cuando Ashran había secuestrado a Victoria. Él y los otros tres magos gigantes de la torre se habían unido a la batalla. Pero tras la caída de la Torre de Kazlunn, los demás habían muerto, abatidos por los sheks, y ahora sólo quedaba Yber. El único gigante mago de Idhún.
Yber sabía lo que era perder una batalla, y no tenía especial interés en unirse a otra. Pero había acudido a Nurgon, después de vagar un tiempo por las montañas de Nanhai, porque había llegado a sus oídos el rumor de que el último unicornio había estado allí. No había logrado ver a Victoria, pero sí ayudar a Shail a salvar a Alexander.
-Encadenar a la bestia en su interior -estaba diciendo el gigante, con su atronadora voz-. Este conjuro debería funcionar. ¿Por qué no lo hace?
Shail volvió a la realidad y observó, desolado, cómo Alexander se retorcía, aullando, entre los poderosos brazos de Yber. El primero de los soles ya se hundía en el horizonte, y la bestia se volvía cada vez más poderosa en su interior. Se le estaba acabando el tiempo. «Si Allegra estuviera aquí», pensó. Pero el hada se había marchado a Shur-Ikail, para enfrentarse a Gerde, y todavía no había vuelto.
-La bestia es más fuerte que nuestra magia, Yber -dijo-. Pero no lo será por mucho tiempo. -Se levantó, decidido-. Voy a imprimirle más fuerza al conjuro.
El gigante lo miró, muy serio.
-¿Más fuerza? Ya has empleado toda la magia posible, Shail. Sabes lo que puede pasar si sobrepasas el límite.
Shail asintió. Lo sabía, era una de las primeras cosas que los magos enseñaban a sus aprendices en las torres. Cada hechizo, cada conjuro, cada invocación, podía realizarse con una cantidad mínima de magia en cada caso, pero también con un máximo. Si el mago sobrepasaba aquella cantidad máxima, si le daba al hechizo mayor fuerza de la que se requería para realizarlo, su cuerpo buscaría la energía extra en otra parte... y utilizaría la que el propio mago necesitaba para subsistir.
-Lo sé, pero es nuestra única oportunidad. He de intentarlo.
-Puedo aportar mi magia también...
-No. Necesito que lo mantengas quieto. Así, el conjuro será más efectivo.
Yber calló un momento. Luego dijo:
-Espero que sepas lo que estás haciendo.
Shail no respondió. Se situó ante Alexander, que aún se debatía en el fuerte abrazo del gigante. Respiró hondo y se concentró, tratando de no escuchar los gruñidos y aullidos de la bestia. Dejó que la magia fluyera desde lo más hondo de su ser y se acumulara en las puntas de los dedos. Y después, lentamente, fue pronunciando las palabras del conjuro.
Todo fue bien, en un principio. La magia hacía retroceder el alma de la bestia hasta el más recóndito rincón del cuerpo de Alexander, sellando sus vías de escape, acorralándola, poco a poco... Pero cuando el espíritu animal se vio sin salida, se revolvió contra la magia de Shail, con violencia, y el mago supo, como todas las veces que lo había intentado, que su poder no bastaba para resistir la fuerza de la bestia.
Hizo un sobreesfuerzo. Se obligó a sí mismo a aportar más magia de la que debía. Su propia energía vital.
Yber no se movió, ni dijo nada, mientras Shail llevaba a cabo su hechizo hasta el agotamiento. Se limitó a sujetar a Alexander y a observar el sacrificio del mago, preguntándose si saldría bien.
Cuando Shail, con un jadeo, se tambaleó y estuvo a punto de caer al suelo, el alma de la bestia aulló, triunfante, y se preparó para desbaratar la magia de Shail. El joven hechicero se apoyó en su bastón y se esforzó por cerrar el hechizo. Sólo un poco más...
De pronto, cuando Shail estaba ya a punto de perder el sentido, una potente voz pronunció las palabras del mismo hechizo que él estaba utilizando. Y un poderoso torrente de energía se unió a la suya, empujando hacia atrás al espíritu de la bestia, y sellándolo en un rincón del ser de Alexander. Shail apenas pudo alzar la cabeza y ver los rasgos del Archimago antes de murmurar:
-Gracias...
Y desmayarse.
Fue Yber quien lo recogió con una sola de sus enormes manazas. Ya no sujetaba a Alexander, porque ya no hacía falta: el joven mostraba un aspecto completamente humano.
-¿Shail? -murmuró, un poco aturdido. Qaydar le dirigió una mirada penetrante.
-Te acaba de salvar la vida, joven príncipe -dijo-. Hemos logrado retener a la bestia por un tiempo, pero de ti depende aguantar hasta el amanecer. Si lo haces, y si los sheks no nos matan primero, estarás a salvo.
Alexander lo miró un momento, serio. Después, lentamente, asintió.


Cuando el tercero de los soles terminó de desaparecer por el horizonte, Christian habló.
-¿Sabes lo que pasa esta noche?
-Las tres lunas van a salir llenas -respondió ella-. Las he estado observando todas las noches. El shek asintió.
-Las tres lunas van a salir llenas -repitió-. Esto sólo ocurre una vez al año, cada doscientos treinta y un días.
-Debe de ser un espectáculo muy hermoso -dijo ella-. ¿Podremos verlo juntos?
Christian la miró, muy serio.
-También la conjunción de los seis astros es un espectáculo muy hermoso -dijo, sin contestar a la pregunta-. Y, sin embargo, tiene un poder extraordinario, un poder capaz de hacer cosas como exterminar a dos de las razas más poderosas de Idhún en apenas unos días.
Victoria desvió la mirada.
-Ya entiendo. Va a pasar algo horrible esta noche, ¿verdad? -Sí. Y vamos a intentar evitarlo. Ella alzó la cabeza, decidida.
-Si es hoy cuando hemos de luchar contra Ashran, estoy dispuesta.
Christian no dijo nada. Seguía mirándola fijamente, y Victoria descubrió que aquel brillo de emoción que se ocultaba en sus ojos de hielo era un poco más intenso de lo habitual. Comprendió sin necesidad de palabras.
-No -dijo, temblando y retrocediendo un paso-. No vais a dejarme atrás.
-Está decidido, Victoria. No vas a venir con nosotros. No queremos que sufras ningún daño.
-¿Está decidido, dices? -estalló ella-. ¿Acaso me habéis consultado? A estas alturas, ¿crees que me importa sufrir daños?
-¿Está decidido, dices? -estalló ella-. ¿Acaso me habéis consultado? A estas alturas, ¿crees que me importa sufrir daños?
Christian avanzó hacia ella. Victoria siguió retrocediendo. La estrella de su frente se encendió, como una advertencia
-Es por tu bien, Victoria.
-¡Deja ya de protegerme y piensa un poco en ti mismo, maldita sea! -le gritó ella-. ¡Soy una guerrera de la Resistencia! ¡No puedes dejarme atrás, no puedes prescindir de mi poder en una batalla como ésta!
-Lo sé. Es lo que me dice la razón. Pero, sabes... el corazón me dice otra cosa.
Ella se revolvió y lo miró, temblando.
-También a mí, Christian. También a mí. ¿No me dijiste una vez que tengo derecho a elegir?
-Esta noche, no.
Victoria se dio la vuelta, pero se topó con los hipnóticos ojos de él. Instintivamente, viajó con la luz, apenas unos metros más allá. Trató de alcanzar la puerta...
Pero el shek la atrapó antes de que lo consiguiera. La obligó a volverse hacia él, casi con violencia.
-No, Christian... no me hagas esto. No podéis dejarme atrás.
-No me lo hagas más difícil, Victoria -replicó él, tenso.
-Quiero estar a vuestro lado, quiero tener una oportunidad de luchar por vosotros -insistió la joven-. Sé tan bien como tú lo que Ashran es capaz de hacer. No puedo permitir que vayáis a su encuentro...
-Entonces, me comprendes mejor de lo que piensas -respondió Christian, con una amarga sonrisa-. Y ahora mírame, Victoria.
Ella giró la cabeza y cerró los ojos.
-Victoria...
Negó con la cabeza. Pero entonces sintió que él se acercaba todavía más, sintió su mano sujetando su barbilla y obligándola a girar la cara hacia él. Mantuvo los ojos obstinadamente cerrados.
Debió haber imaginado que Christian haría algo así, se dijo cuando, de pronto, sintió los labios de él sobre los suyos. Pero no fue capaz de pensar en nada más, porque el beso de Christian la pilló por sorpresa y, como todos los suyos, la hizo sentirse extrañamente débil. Cuando él se separó de ella y la hizo alzar la cabeza, ella ya no tuvo fuerzas para cerrar los ojos. Todo lo que deseaba era perderse en su mirada de hielo y acompañarlo a dondequiera que él la llevase.
Su mente opuso resistencia, sin embargo.
«No puedes volver a hacerme esto, Christian», pensó.
«Es necesario», repuso él.
«No, no lo es. Una vez me dijiste que me respetabas como a una igual. ¿Por qué no me dejas luchar a tu lado?»
«Moriría por ti, pero no estoy dispuesto a permitir que tú mueras por mí. Mucho menos por Jack -añadió, socarrón-. Puedes llamarme cobarde, si quieres, pero no soportaría perderte. Y no me atrevo a correr el riesgo.»
La mente del shek iba, poco a poco, sumiéndola en un sueño profundo, del que no despertaría hasta que él no se lo permitiera. Hizo un último esfuerzo por liberarse de él, pero supo que no lo conseguiría. Y entonces empleó sus últimos instantes de lucidez para mandar un último mensaje.
«Volved... oh, por lo que más queráis, volved... Vuelve vivo, Christian, y tráeme a Jack de regreso también. Tampoco yo soportaría perderos... a ninguno de los dos. »
Cuando ella cayó, inerte, en sus brazos, Christian respiró hondo y cerró los ojos. Había sido mucho más difícil de lo que había imaginado.
La depositó sobre la cama, con cuidado, y la besó de nuevo, quizá por última vez.
-Hay muchas formas de traicionar... -murmuró; alzó la cabeza y dijo a las sombras-. Lo siento, padre. No voy a entregártela otra vez. Nunca más.
Dio media vuelta y, sin atreverse a dirigir una última mirada a la muchacha dormida, salió de la habitación.
Se reunió con Jack en la sala del portal cuando la primera de las lunas, absoluta y perfectamente redonda, empezaba ya a asomar por el horizonte.
Los dos chicos cruzaron una mirada.
-No despertará hasta el amanecer -informó Christian-. Para entonces, si todo ha ido bien, ya estaremos de vuelta. Y si no... no volveremos nunca más.
Jack volvió la cabeza hacia la puerta. Ansiaba correr junto a Victoria y abrazarla y besarla por última vez. Trató de controlarse.
-¿Crees que... hacemos bien?
Christian lo miró con una expresión más sombría de lo habitual en él.
-Antes no estaba seguro -dijo-, pero ahora sí sé que hacemos lo correcto. Tenías razón: mi padre quiere que le lleve a Victoria otra vez.
»Si cruzamos este portal, es muy probable que, en lugar de entregarle a ella, te esté entregando a ti. Lo sabes, ¿verdad?
-Lo sé. Pero correré el riesgo. Si yo muero, ella estará relativamente a salvo. Y si salgo vivo de ésta, será porque habremos vencido. Es la única salida, ¿verdad?
-No veo ninguna otra, Jack. Y odio tener que decirlo. Porque eso significa que, a pesar de todo, no teníamos ningún poder de decisión en todo este asunto de la profecía.
Jack alzó la cabeza para mirarlo con seriedad.
-Peones de los dioses -murmuró-. Eso es lo que somos. Christian sacudió la cabeza.
-Tal vez no -dijo-. Porque Victoria se va a quedar aquí. Podrán jugar con nuestra voluntad y con nuestro futuro, pero no con los de ella.
Jack asintió. Desenvainó a Domivat, que llameó en la semioscuridad. Christian retrocedió un paso, alejándose del fuego, y extrajo a Haiass de su vaina, dejando que su suave brillo glacial iluminara su rostro. Los dos se miraron de nuevo.
-Intenta ahora no meter la pata, ¿de acuerdo? -murmuró Christian.
-Intenta tú no traicionarme -gruñó Jack.
Christian le dirigió una enigmática mirada.
-Puede que ya lo esté haciendo -dijo, y, dando un paso al frente, entró en el hexágono y desapareció en un destello de luz azulada.
Inquieto, Jack lo siguió.
El portal se los tragó a ambos y los envió al corazón de la Torre de Drackwen, mientras, varios pisos más abajo, un unicornio dormía profundamente, y un shek velaba su sueño desde las sombras.

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