El sonido de la puerta al cerrarse fue acompañado por un frío helado que se le metió en los huesos. Se encogió desnuda entre las sábanas, sintiendo que la piel se le erizaba. Su cuerpo aún estaba repleto de él, de su saliva, de sus marcas en los hombros, de su olor.
Se abrazó a sí misma tratando de comprender lo que estaba haciendo. No quería que sucediese de nuevo pero, pero él, su olor, su acento arrastrado, las eses y esas erres suaves en su oído la volvieron a convencer.
Era un problema, los dos sabían que lo que estaban haciendo serían una complicación. Ella simplemente volvió a envolverse en el edredón que calentaría su desnuda piel en la cama.
-Buenas noches, Felipe- Apartó el envoltorio del preservativo, que quedó bajo la almohada, y se durmió agotada.
...
Aquella noche se celebraba un evento especial, recordaba que era septiembre y que el calor aún no había abandonado la ciudad.
Su acompañante, la pareja con la que acudió a la fiesta, le dijo que tenía una invitación para una celebración muy exclusiva, una mezcla de cumpleaños de alguien y la presentación de un nuevo dueño de la empresa que se encargaba de dar rienda suelta a los sueños más sexuales de aquellos ricachones. Las reglas habían cambiado, los juegos eran los mismos, pero al parecer los requisitos de acceso eran ahora mucho más suaves. Primaba el sexo la diversión y ser exclusivo o lo que era lo mismo, poder pagar la carísima entrada. Letizia sonrió, su acompañante de aquel día sabía de sus gustos. Él era un hombre asiduo de esas fiestas, un miembro de pleno derecho de ese selecto club, así que...¿por qué no ir? Los dos iban por libre, sólo se presentaban como pareja para poder entrar. Ella entró directamente y sin complicaciones. Un antifaz y un escueto vestido de color negro con escote pronunciado la cubrían, su acompañante la cogió de la cintura y entró con ella en la fiesta.
Una falsa oscuridad inundó la sala, oculta detrás de unas gruesas cortinas de terciopelo negro. Dos impresionantes hombres vestidos con pantalón de esmoquin y sin camisa, ellos con máscaras de rostro completo, fueron los encargados de pedirles la invitación y proporcionarles unas antes de correr los cortinajes. Tras trasplantar el umbral, su acompañante le dió un beso en el cuello a modo de despedida. Era su código. En ese momento, como lo habían planeado antes se despedían en el interior del local y cada uno se marchaba por su lado. Así que ahora y con el antifaz puesto, Letizia se dispuso a pasear por aquel curioso lugar intentando no dejarse ni un rincón sin curiosear... Y si surgía la ocasión, que casi siempre surgía, echar un buen polvo. Tardó un poco más de lo que pensaba, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la poca luz del lugar, caminó por uno de los pasillos, que terminaba en una gran sala a modo de discoteca.
Todos llevaban máscaras: unas con mucha filigrana; otras más sencillas, pero nadie se las quitaba. Le habían hablado de aquel tipo de fiestas. Eran como las de cualquier club de intercambio en en que las parejas eran libres de hacer lo que quisieran, pero con la particularidad de que en ese caso la entrada sólo se les mandaba a algunos socios selectos y con un cupo reducido. Así que si te retrasabas a la hora de aceptarla, tal vez ya no podrías disfrutar de ella. Antes, según le contó su acompañante, todo era mucho más rígido, con normas mas estrictas y un cierto punto de "secta sexual" sin connotaciones ilegales. El nuevo dueño había abandonado todo eso y había dejado lo más importante la exclusividad de los invitados y los altos precios.
Letizia sonrió para sí misma al pensar que estaba en una fiesta en la que detrás del antifaz, cualquiera podía ser un político, un cantante, presentador o el mismo rey. ¿Quién podría adivinarlo?
Caminó hacia la barra para tomar una copa. Necesitaba algo fuerte para ponerse a tono, así que le pidió al camarero
-¿Me pone un tequila?- se apoyo un poco en la barra y miró insinuante a aquel joven que sólo llevaba una máscara y calzoncillos.