Había llegado el día del viaje a San Petersburgo.
Todo estaba preparado y coordinado para que, a su llegada, Letizia pudiera darle un último repaso a todo. De Felipe no había vuelto a saber nada en todo ese tiempo e imaginó que podría encontrárselo en la fiesta. En esos momentos no quería pensar demasiado en él. Ya lo tenía todo preparado para trabajar sin descanso hasta que comenzara la fiesta. Primero la recepción de los invitados de manera discreta en el hotel, después el desplazamiento a la casa donde se celebraría la cena y la posterior celebración.
Pasó toda la mañana recibiendo información sobre las llegadas de los participantes y gestionando la distribución de cada uno en los vehículos que debían recogerlos. Había que coordinar bien las salidas, para que los invitados no se vieran los rostros en el hotel. En la fiesta ya daba igual, porque llevarían máscaras. Ella llegaría la primera, así podría estar pendiente de todo.
Se miró de nuevo, en breves minutos su propio vehículo llegaría para llevarla, sabía que estaba preciosa y que el vestido que llevaba hacía mucho más apetecible su cuerpo. No, ella no iba a jugar aquella noche, pero sí quería dar a entender a los invitados que sí ella estaba así, en la celebración todo sería espectacular.
La noche estaba marchando tal como había planeado, como siempre sucedía cuando ella era la encargada de organizarlo. Simplemente perfecto.
...
La cena discurría de manera fluida, con bailarines haciendo sus movimientos sensuales en posiciones estratégicas para que desde cualquier punto de cada una de las mesas se los pudiera ver. La iluminación estaba especialmente trabajada para ese evento, suave, pero lo bastante sutil como para poder saber qué se iba a degustar en cada momento y, también, descubrir a las demás parejas que acompañaban en el ágape.
Suspiró cuando trajeron el postre. Después se serviría una copa de champán, la señal que les indicaría a los asistentes que comenzaba la fiesta, por la que aquellos selectos participantes habían pagado. De Felipe todavía no sabía nada, ni siquiera si finalmente había aparecido por la ciudad. Pensó que sería mucho mejor, y mucho más sencillo que no acudiera, así, al acabar la cena y comenzar la fiesta, ella podría marcharse al hotel dejando al encargado al mando. Quería pasearse libremente, después de tanto estrés.
En la fiesta no había una decoración oscura, sino más bien brillante. El oro lo cubría todo. Las bailarinas casi desnudas excepto por un tanga, iban totalmente cubiertas con pintura brillante de color dorado. Los bailarines, vestidos exactamente igual que ellas, tenían cubierta la piel de color plateado.
Ellas eran soles, ellos lunas danzando alrededor de los invitados, que eran estrellas que buscaban su lugar en ese universo. Sí, la temática era el cosmos.
Brillaban pequeñas luces titilantes en el techo, a modo de pequeñas luminarias que se encendían y apagaban. Las cortinas eran de un extraño color, figurando agujeros negros, y las camas espacios vacíos que esperaban ser llenados de polvo de estrellas.
Sí, todo muy poético. La idea fue muy bien recibida por todos los asistentes, que llevaban máscaras especiales decoradas para el evento.
Ella llevaba un antifaz que le tapaba sólo la parte de los ojos, así los invitados sabían a la perfección que formaba parte del staff y que no era una invitada, por si necesitaban su ayuda para cualquier eventualidad.
Desgraciadamente, cuando giró la cara vio a Felipe, igual que la primera vez, cuando lo conoció, apoyado en la barra de la sala que hacía de discoteca. Esta vez no la miraba a ella, sino que acariciaba por debajo del vestido a una mujer. Estaba claro que no iba a perderse su propia fiesta. Estaba más que claro que lo que ella sintiera o deseara le daba igual. Él no tenía ningún tipo de sentimiento, así que Letizia se acercó altivamente para saludarle.