-Me gustas...
El silencio que se hizo en ese instante no fue tan grande como el nudo que se formó en el estómago de Letizia
-Te gusto... -Lo miró.
-Me gusta tu forma de ser, cómo vives el sexo, cómo no te atas a nadie y disfrutas con libertad. Me gustas.
-Ah. -Miró la comida y probó algo antes de seguir hablando-. Te gusto porque no me ato a nadie...
-Eso es.
Letizia alargó la mano hacia su copa de vino y se la bebió de golpe, para después tendérsela a Felipe para que volviera a llenársela. Y aunque esta vez no se la bebió de golpe, sí dio un largo sorbo. Sabía que tenía que templar sus nervios, que no podía dejar salir todo lo que tenía dentro. Esa sensación tan rara que la hacía querer encararse con él y decírselo, para después cerrar el capítulo, y por otro lado sólo deseaba tumbarlo en su cama y hacerle el amor hasta que todo su cuerpo oliera a él. No, no lo estaba pasando nada bien.
-No estás bien, ¿verdad, Letizia?
-No, Felipe. Creo que me he equivocado al venir contigo -soltó finalmente, sabiendo que no debía.
-¿Y eso por qué? -preguntó él dando un bocado a algo que cogió de uno de los platos.
-felipe... -letizia lo miró casi enfadada-, ¿de verdad necesitas oírlo?
-Creo que necesito oírlo de tu boca.
No, no era tonto y sabía que aquella mujer era lo bastante fuerte y atractiva como para que volviera a cometer la locura de enamorarse. De ahí que no hubiera dejado pasar la oportunidad de estar con otras mujeres, para no anclarse a Letizia . Desgraciadamente ella siempre ocupaba su pensamiento, aun estando con esas otras féminas para su deleite.
-Ya te lo he dicho, estoy cansada -zanjó el tema.
Y él supo perfectamente que estaba mintiendo. Lo peor de todo era que sabía muy bien lo que le rondaba por la cabeza, que era exactamente lo mismo que a él. Pero no sería él quien le hiciera decir cosas que no quisiera en ese momento a aquella belleza de mujer. Por ello cambió completamente el rumbo de la conversación e intentó conocer algo sobre su vida, que se relajara, que se sintiera cómoda con él en ese instante.
Habían terminado de cenar y sólo quedaban las dos copas de vino llenas. Felipe se levantó y cogió la suya, se la tendió a Letizia y ella se la bebió
-¿Adónde vamos? -le preguntó.
-A ningún lado, a ponernos más cómodos. Si quieres, claro.
Ella asintió, dejándose llevar. Felipe se descalzó para a continuación sentarse encima de la cama con las piernas cruzadas. Letizia lo siguió e hizo lo mismo, pero en su caso se tumbó con la cabeza a los pies del colchón, apoyada en una mano.
-Cuéntame sobre tu vida -le pidió Felipe
-¿Qué quieres que te cuente? Mi vida no es tan interesante como puedas imaginar.
-No necesito que me cuentes una película de acción, sólo tu vida. Por qué te gusta disfrutar así, de tu familia, tus amigos...
Letizia comenzó a hablarle sobre su familia, por encima, contándole que era la mediana de tres hermanos y que menos su hermana mayor, los demás estaban fuera trabajando o estudiando. Que después de terminar la carrera entró a trabajar en la farmacéutica como becaria en su departamento, pero con empeño y ganas había conseguido estar al cargo y que en una de esas largas noches de trabajo un compañero con el que tonteaba de vez en cuando, la introdujo en el mundo swinger. Al principio la sorprendió mucho, sobre todo por el respeto y los códigos tan estrictos y también por la libertad a la hora de disfrutar del sexo. Aquel compañero desapareció de su vida porque se marchó a otro país y ella continuó yendo a esas fiestas, sola o con algún amigo con el que compartía sólo sexo. Desde entonces, se había enamorado un par de veces, que le salieron mal por culpa de sus gustos sexuales. En el fondo estaba convencida de que odiaban el hecho de que una mujer fuera libre sexualmente, que disfrutara sin complejos de su propio cuerpo. Estaba segura de que, si ellos follaban, eran de los que lo hacían fuera de casa y les ponía más ser adúlteros que gozar con su chica. De uno de ellos se enamoró demasiado...