XXV

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Letizia fue a casa para darse una ducha y eliminar el olor a templo budista que en ese momento llenaba toda su pituitaria.

Jess había utilizado un aceite esencial muy bueno para el masaje, pero demasiado molesto para marcharse a la playa. Cierto que allí se iba a llenar de salitre, aunque no se bañara, pero no quería ser el centro de la diana de todos los posibles mosquitos merodeadores.

Eligió un vestido negro y su ya habitual sombrero desde que vivía con sus padres, nada especial para la ocasión. Y se puso unas sandalias del mismo color. Tenía tiempo suficiente para bajar caminando hasta el punto de encuentro, pues aún quedaba media hora, así que cogió un bolso pequeño, suficiente para llevar el móvil y las llaves, y, tras despedirse de sus padres, se marchó:

-¿Volverás? -preguntó su madre, sabiendo por su hermana que tenía una cita con Felipe

-No lo sé, mamá, pero no me esperéis despiertos. Quizá la charla sea más larga de lo que pretendo.

-Avisa con lo que sea -le pidió su madre, dándole un beso en la mejilla.

                             ....

Tenía un nudo en la boca del estómago. Sentía como si todo el peso del mundo se hubiera posado en su cuerpo y, a pesar de la sesión de relax, estaba nerviosa. Ella tenía claro lo que quería, pero necesitaba que las respuestas de Felipe, o sus explicaciones, fueran las correctas.

¿Quién había sido ella? ¿Quién era él? ¿Y qué había pasado?

Se sentó a la entrada de la cala, en una de las rocas que daban directamente al agua. Desde allí podía mirar sin problemas el movimiento de las olas, sintiendo la brisa marina. Trató de tranquilizarse observando el vaivén del mar.

¿Vendría? Se quitó las zapatillas para sentirse más libre sentada en aquella piedra frente al Mediterráneo.

Respiró con los ojos cerrados, mientras el ligero aire le acariciaba el rostro.

-Estás preciosa, ahí sentada.

La voz de Felipe la sobresaltó y sus manos pasaron de estar posadas en sus piernas a apoyarse de golpe en la roca.

-Me has asustado -le dijo.

-No lo pretendía. -Trepó para sentarse a su lado.

Ninguno de los dos dijo nada más. Felipe simplemente acompañó en el silencio a Letizia mientras miraban el mar. Llevaba unos pantalones cortos de color rojo y una camisa rosa claro, e iba descalzo, con las sandalias en la mano.

Era extraño, estaban el uno al lado del otro, pero ninguno de los dos parecía que tuviera intención de romper aquel silencio, así que dejaban que el tiempo hiciera su trabajo. Miraban el transparente color del agua de la Costa Brava y se dejaban acariciar por la brisa. De vez en cuando se oía un suspiro de Letizia, y Felipe giraba la cabeza con la intención de decir algo, pero al ver su rostro bañado por la tristeza, se le encogía el estómago.

Necesitaba contárselo todo, decirle que se había dado cuenta de que lo suyo fue un peligroso juego que se tornó en un sentimiento más fuerte que la vida. Que nunca había tenido más miedo que al pensar que a ella pudiera pasarle algo, perderla para siempre. Podía vivir con el hecho de que Letizia no quisiera saber más de él, pero no con la certeza de que pudiera ser el causante de que le ocurriera algo. Eso no.

Letizia volvió a tomar una gran bocanada de aire. Lo soltó despacio y se volvió para mirar a los ojos a Felipe. Cuando sus miradas se cruzaron, ella sintió que el mundo comenzaba a dar vueltas como una peonza sin dirección.

Estaba a punto de echarse a llorar y lo peor de todo era que no entendía la razón. En realidad no quería entenderla, pues lo que tenía claro era que se había enamorado de aquel hombre. Estaba profundamente enamorada de aquel ruso que podía ser cualquier cosa.

Solo Era Sexo... (Adaptación) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora