• XIV

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Fernanda se despertó lentamente, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas de la cabaña, bañando la sala en un suave resplandor dorado. Giró su cabeza y sonrió al ver a Mayte dormida a su lado, con sus cabellos desordenados y su expresión relajada. Se levantó con cuidado para no despertarla y se dirigió al baño.

El agua tibia de la ducha la ayudó a despejar su mente y prepararse para el día. Cerró los ojos y dejó que el agua corriera por su cuerpo, disfrutando de ese momento de tranquilidad, mientras recordaba con una sonrisa la noche anterior.

Después de bañarse y vestirse únicamente con su ropa interior, se dirigió a la cocina. Decidió preparar un desayuno sencillo. Los aromas empezaron a llenar la cabaña, despertando poco a poco a Mayte, quien abrió los ojos, estirándose perezosamente antes de notar la ausencia de Fernanda a su lado. Se levantó, cubriéndose con una manta, y siguió el olor de la comida hasta la cocina.

Allí estaba Fernanda, tarareando alguna canción, concentrada en su tarea, con una expresión de calma y dedicación en su rostro. Mayte la observó por un momento, sintiendo una cálida sensación de aprecio y cariño. Sin poderlo evitar, esbozó una sonrisa, llena de ternura. Se acercó a ella abrazándola por detrás, planteándole un suave beso en su mejilla.

"Buenos días, mi amor" susurró Mayte, recostando su cabeza en el hombro de Fernanda.

"Buenos días, mi May", respondió Fernanda, sonriendo. "Espero que tengas hambre".

"Sí, tengo mucha hambre. Pero de otra cosa", susurró en el oído de Fernanda, para luego darle una palmada a su trasero y atacar su cuello con besos".

Fernanda estalló en carcajadas, sin quitar su vista de lo que hacía. "En la noche te quito esa hambre, ahorita vamos a desayunar".

Mayte rodó los ojos, dejando un último beso en su cuello. "Que aburrida, María Fernanda", dijo entre risas, subiendo las escaleras.

Luego de que Mayte se diera un demorado baño, compartieron el desayuno, conversando sobre cosas triviales, disfrutando de la compañía mutua y la paz que les ofrecía ese refugio temporal. Pasaron el día juntas, caminando por los alrededores, simplemente disfrutando del tiempo lejos de sus vidas complicadas.

Los días pasaron rápidamente en la cabaña, y antes de que se dieran cuenta, llegó el momento de regresar y enfrentar la realidad que habían dejado atrás. Subieron al auto de Fernanda, con una mezcla de tristeza y determinación.

Primero se dirigieron a la casa de Mayte, quien al llegar, miró a Fernanda con preocupación.

"¿Estás bien, negri?", preguntó Mayte, acariciando suavemente su pierna.

Fernanda asintió, aunque sus manos temblaban ligeramente. "Sí, estoy bien, May", respondió, tratando de ocultar sus nervios.

Se despidieron con un beso duradero, lleno de promesas y esperanzas silenciosas. Mayte observó cómo Fernanda se alejaba en el auto, deseando poder acompañarla en ese difícil regreso.

Fernanda llegó a su casa, y apenas cruzó la puerta, fue recibida por su esposo, cuyo rostro mostraba una mezcla de enojo y preocupación.

"Hasta que por fin apareces. ¿Dónde estabas?", le preguntó, casi gritando.

Fernanda tomó aire y se adentró a la casa. "Necesitaba salir para alejarme de todos estos problemas que hemos tenido".

Él la miró con escepticismo, cruzándose de brazos. "¿Y por eso te fuiste así del concierto? Tú nunca harías algo como eso, Fernanda", respondió.

Sin mucho ánimo de dar explicaciones, Fernanda suspiró, acariciando a uno de sus gatos. "No podía quedarme, estaba muy abrumada. Además, May se puso mal y me preocupé por ella".

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