• XXIII

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Cuando Fernanda y sus hijas se fueron, Gaby subió a la habitación de Mayte y la encontró sentada en la cama, con su rostro empapado en lágrimas.

"¿Qué pasó, May?", preguntó suavemente, sentándose a su lado.

Entre sollozos y palabras entrecortadas, Mayte relató lo sucedido con Fernanda, la propuesta de dejar el grupo y el país, y la decisión final de Fernanda de irse sola.

Gaby la escuchó en silencio, con el corazón aplastado por el dolor que veía en su hermana.

"No sé qué hacer, Gaby. No quiero perderla, pero tampoco puedo abandonar todo lo que tengo aquí", dijo Mayte, su voz quebrada por la angustia.

"May, creí que ya habíamos hablado. Sabes que nada importante te aferra a aquí, solo tienes miedo y usas eso como excusa".

Mayte la miró sabiendo que tenía razón, pero las lágrimas seguían recorriendo su rostro. Se lanzó hacia atrás y terminó acostada en la cama, mientras las manos de su hermana acariciaban suavemente su espalda, ofreciéndole consuelo.

Mientras tanto, Fernanda conducía con las manos temblorosas y los ojos nublados por las lágrimas. Sentía un vacío inmenso en su corazón, pero también sabía que debía buscar su propia paz y felicidad, aunque significara alejarse de la persona que más amaba.

Al llegar a su casa, Fernanda se desmoronó en el sofá, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. Sus hijas la rodearon, ofreciendo consuelo y apoyo.

"No quisiera alejarme de ustedes, pero necesito hacerlo, necesito vivir" susurró, abrazándolas con fuerza.

Los días pasaban lentamente, cada hora arrastrándose con una sensación de pérdida y tristeza palpable. Mayte y Fernanda no se hablaban y la tensión entre ellas era evidente en cada encuentro ocasional. A veces, sus miradas se encontraban, pero rápidamente se apartaban, como si el contacto visual fuera demasiado doloroso de sostener.

La presentación privada que tenían programada llegó, y la atmósfera estaba cargada de una melancolía pesada. En un momento de descanso, Mayte se refugió en su camerino, intentando recomponer sus emociones. Isabel, notó su ausencia y fue a buscarla. Al abrir la puerta, la encontró llorando silenciosamente.

"Chi... ¿qué pasa?", preguntó Isabel, con la voz llena de preocupación.

Mayte levantó la vista, sus ojos rojos y llenos de lágrimas. "Fer quiere irse del grupo, quiere irse del país. Me ofreció irme con ella y le dije no. La amo, Isa, pero no puedo irme".

Isabel se sintió invadida por un dolor profundo, no solo por su mejor amiga que pensaba irse del grupo otra vez, sino también por ver a su hermana sufriendo de esa manera. "May, si realmente la amas, habla con ella. No puedes dejar que el miedo te controle",

Mayte asintió, aunque la inseguridad que había trabajado tanto en superar volvía a invadirla. "Toda la vida me ha ido horrible en el amor y cuando por fin siento que estoy con alguien que de verdad me ama, me siento tan insegura otra vez".

Isabel abrazó a su hermana, tratando de transmitirle un poco de fortaleza. "Eres fuerte, chiqui. Pero no dejes que el miedo te arrebate la oportunidad de ser feliz".

Mayte asintió, pero sus ojos seguían llenos de incertidumbre y dolor. Sabía que debía enfrentarse a sus miedos, pero no estaba segura de cómo hacerlo.

Días después, Mayte se encontraba en el consultorio de su psiquiatra, quien la ha atendido toda la vida y era la única persona con la cual Mayte lograba desahogarse por completo.

"Mayte, cuéntame, ¿cómo te has sentido últimamente?" preguntó él, invitándola a sentarse en el cómodo sillón de la consulta.

Mayte suspiró, sintiendo el peso de sus emociones. "Sabes que Fer y yo tenemos una relación y... las cosas ya no están tan bien. Ella quiere irse del país, dejar Pandora. Y yo no puedo. No quiero perder todo lo que tengo aquí, pero tampoco quiero perderla a ella".

ERES TODO PARA MÍ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora