5

215 15 2
                                    

Ariana corrió directamente al baño de su habitación, esa que pensaba compartir por algunos meses con su casi esposo, habían estado llevando las cosas poco a poco, decoraron el lugar a gusto de Enrique, hasta en eso fue permisiva, había cosas que resaltaban justamente por gusto de ella, aunque eran minúsculas daban un aire distinto al lugar.

Cerró la puerta con seguro cuando escuchó a Camila acercarse detrás de ella. Sentía vergüenza de que la vieran así, era un sentimiento extraño de sobrellevar, aunque ellas tres eran sus mejores amigas, sentía pena que vieran lo rota que estaba. Esos catorce días no habían servido de nada y duele, tanto que deseaba arrancar de alguna forma todo.

Se recargó a la puerta colocando su espalda, poco a poco juntó sus rodillas al pecho para dejarse caer y sentarse en el frío suelo de ese baño de decorado de un azul cielo impecable. Ella lo quería blanco con detalles en verde, pero una vez más era consciente de lo que soportó por seis años.

Fueron novios desde su juventud, él le llevaba por lo menos un año cuando se conocieron y de ahí fue Enrique y solamente él —Fui una tonta—. Exclamó contra sus rodillas mientras las lágrimas seguían bajando por sus mejillas. Necesitaba hacer algo para dejar de sentirse así, con una herida en el pecho que le dificultaba respirar, sonreír, ser ella.

—Ariana, por favor, déjame verte... — escuchó la voz de Camila.

—Quiero estar sola. — murmuró con la cabeza agachada entre sus piernas.

—No quiero irme sin saber que estarás bien. — afirmó, el tono de voz de Camila era claro y sobre todo sincero, ella era como la mamá de todas, cuidaba de cada una a su modo, pero sobre todo estaba cuando se le necesitaba.

—Prometo que estaré bien. —contestó limpiándose las mejillas con ambas manos bruscamente.

—Te marcaré después, así que ten el celular prendido, me escuchaste...

—Sí. — fue lo único que verbalizó.

Camila se alejó de la puerta y buscó sus cosas para irse a la librería, estaban justamente a veinte minutos de que diera la hora de apertura, debía salir corriendo. La recriminaban por abrir todos los días de la semana, pero ella era feliz entre esos libros.

—¿Qué paso? —cuestionó Shaina.

—Está en el baño, no saldrá hasta que se sienta mejor. —suspiró acomodando su bolso en su hombro.

—¿Te vas?

—Debo abrir la librería.

—Eres tu propio jefe Camila. — Shaina la observó con los brazos cruzados en su pecho.

—¿Dónde está Leticia? —cambio la conversación rápidamente.

—Pues fue a checar eso de Leticia, yo tengo que ir con mi madre.

—Alguien tiene que quedarse con Ariana.

—Y pensaste que tenía que ser yo... ayer estuve aquí y todos los demás días al pendiente de ella. Como soy la única que no trabaja.

—No dije eso... — sabía que la conversación se iba a volver caótica.

—Ustedes que no creen que mis artes esotéricas tengan valor.

—Shaina no hagas un drama para no quedarte — regañó.

—Me hierve la sangre de recordar las palabras de Ariana, o sea dejó todo por ese muppet maldito.

—Estará más tranquila si tiene alguien aquí.

—Iré por ropa y algunas cosas con mamá. De ahí me regreso, pero prometo que si esto se pone peor las mandaré llamar.

En los Brazos de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora